Obra de Rocío Tisera

martes, noviembre 18

El bebé de Delia


Delia no lo dudó ni un instante. Apenas se dio cuenta que la mujer del cochecito se separaba apenas un par de metros del bebé para conversar con una señora, ella se acercó rápidamente, levantó al bebé del cochecito y ya con la criatura en sus brazos, salió corriendo con todas sus fuerzas, alejándose de la plaza. Detrás de ella escuchaba los gritos de la madre del bebé, pero más fuerte que eso, escuchaba los fuertes latidos de su corazón: no era por miedo ni por el esfuerzo físico, era por emoción, porque por primera vez con ese bebé en los brazos podía sentirse madre, una madre común y corriente, como casi todas las mujeres del mundo. Ya no sería la mitad de una mujer, el error de un Dios que la hizo infértil, estéril como un desierto, vacía de vida como una piedra. Delia ya podía imaginarse llegar a casa con su bebé, cambiándole los pañales, preparándole la mamadera, aunque seguramente, lo primero que haría con el niño es ponerle un nombre. “Federico es un buen nombre para un bebé”, se dijo a si misma. “Aunque Candela también”, advirtió a tiempo. Ella no había tenido tiempo de saber el sexo de la criatura que llevaba en brazos, en medio de su alocada carrera. “Mi bebé”, ¡Por fin mi bebé! Pensaba Delia, y se imaginaba que todas esas muñecas que ella poseía y con las que jugaba a ser mamá a pesar de sus 30 años, ahora pasarían a ser de su bebé, de su primer hijo de carne y hueso.

Quizás, distraída entre tantos pensamientos, ella se olvidó de la situación en la que se encontraba, y no se percató de que un par de señoras que pasaban por ahí, alertadas por los gritos de la madre del bebé, se le acercaron sigilosas por detrás. Una de las mujeres se le colgó del cuello, mientras que la otra, con mucha velocidad, le quitó el niño que lloraba desconsoladamente, justo antes de que se cayera al suelo. Delia terminó en el piso, llorando y gritando incoherencias, mientras un grupo de personas que llegaba al lugar y que habían estado persiguiéndola, comenzó a escupirla y a patearla salvajemente.

En los medios de prensa en un principio se dijo que Delia integraba una peligrosa banda internacional que se dedicaba al robo y tráfico de bebés, niños que luego eran dados en adopción por grandes cantidades de dinero, o incluso algo peor, bebés robados a los que le extraían sus órganos por mucho más dinero aún. Lo cierto es que luego de una larga investigación y un dilatado juicio, Delia evitó terminar en la cárcel, pero no pudo zafar de acabar internada en un hospital siquiátrico. Allí, encerrada y sedada constantemente, llora cada noche, implorando y suplicando con interminables gritos que le devuelvan a su bebé. Pero no pide aquel que intento robar en una ya lejana y confusa mañana, sino aquel que ella cree que le robó Dios, al darle una vida estéril y solitaria.

Un tiempo después, ya nadie se acordaba de este suceso y mucho menos, de cómo se llamaba aquella pobre demente. Seguramente, en los medios de comunicación, ya habían encontrado temas más importantes de que hablar…

1 comentario:

Aqua dijo...

muy buen cuento!! aunque me habría parecido mucho más redondo si terminara en el penúltimo párrafo. aunque, tal vez sólo sea una impresión ^__^
besos!