Obra de Rocío Tisera

sábado, septiembre 29

Hilos


Hilos, hilos por todo mi cuerpo. Nunca lo hubiese imaginado. Nunca lo habría sospechado. Siempre creí a el dueño de cada uno de mis actos, creador de cada pensamiento, responsable de cada una de las palabras que de mi boca nacían.
Hilos, hilos en mis pies, en mis manos, en mi cabeza, en mi cintura...
Nada me perteneció, nunca tuve una vida propia, nunca tuve un mísero sueño nacido de mi alma, nunca tomé en realidad ninguna decisión, nunca elegí que rumbo tomar, nunca dependió de mí la elección de cada opción que se presentaba.
Hilos, hilos rodeándome, apresándome, asfixiándome.
Miro al pasado, reviso mi historia y no puedo creer lo idiota que he sido, cuanta ingenuidad hubo en mi ser. ¡Libre albedrío! ¡Qué estupidez! ¿Cómo pude defender una teoría que ahora se me hace tan absurda?
Hilos, Hilos, tan delgados que parecen transparentes. Hilos que pasan desapercibidos ante cualquier ojo.
Ahora que se la verdad, mi vida no tiene sentido. Existen verdades que es preferible no saberlas, hay misterios que es mejor no develarlos si lo que pretendemos es no alterar nuestras existencias monótonas, pero apacibles.
Hilos, hilos largos, resistentes y fuertes que se mueven uestras cabezas.
Yo lo descubrí sin pretenderlo, cuando la mano que manejaba mi ser, cuando el titiritero que manipulaba cada movimiento de mis miembros, se desplomó a un lado de mí, gigantesco y monstruoso, ya sin vida. Los hilos cayeron de las alturas, de tan alto, que parecían provenir de la inmensidad del cosmos. Mi cuerpo también tocó el piso y me quedé allí, sin moverme, no porque tuviese miedo, sino porque sin el titiritero gigantesco, soy incapaz de poder realizar ni el más mínimo movimiento, ni un paso, ni un pestañeo, ni un saludo. Mis ojos ahora quedaron cerrados, pero ya no me importa, tampoco hay mucho para ver. ¡Para qué observar el mundo! Solo vería miles de millones de títeres como yo, que se creen dueños de sus vidas y que son incapaces de mirar hacia arriba, y ver a esos monstruosos gigantes que con sus hilos, juegan con nosotros.
Hilos, hilos, hilos…

FIN



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ALGO ASÍ COMO HUMOR EN: "HUMOR CIEGO" http://humorciego.blog.terra.com.ar/

miércoles, septiembre 26

Cartas en llamas

Intenté escribirte una carta, pero no pude. No fue por falta de inspiración, ni de ganas, ni ada que se le parezca. Sucede que cada vez que apoyaba el lápiz contra el papel, este comenzaba a arder con un insaciable fuego rojizo. Toda la noche traté en vano de redactarte esa carta, quemando hoja tras hoja cada vez que escribía una simple letra, cada vez que apoyaba la lapicera contra esos renglones.
Perdón, pero me he quedado sin papel.
Perdón, pero el fuego consumió cada palabra.
Probaré suerte mandándote un e-mail, aunque ya todo el mundo sabe lo que le sucedió al anterior teclado de mi computadora.

¿FIN?

domingo, septiembre 23

El Halley

En aquel año 1986, todo el mundo estaba pendiente del paso del cometa Halley.
Los preparativos para su avistamiento se multiplicaban por todo el mundo y mi barrio no iba a ser la excepción. Yo tenía por entonces trece años y mi curiosidad y mi interés por todo ese tipo de acontecimientos astronómicos me llevaron a planear la observación junto a unos amigos. Estaba previsto que el paso del cometa fuera visible cerca de las tres de la madrugada, por lo que nos instalamos en el garaje de la casa de mis abuelos como base de operaciones.
Recuerdo haberle secuestrado a mi abuela un licor de mandarina que le habían regalado hacía mucho tiempo, y entre tragos de esa empalagosa y relajante bebida, conversaciones, bromas y juegos de cartas, amenizamos la espera de ese histórico suceso. Pero, en la ciudad de Córdoba al menos, las nubes fueron lentamente ganado un lugar en el cielo y poco a poco fuimos haciéndonos la idea de que muy probablemente nos perderíamos la vista de ese majestuoso objeto celeste. Y lamentablemente, para nosotros así fue. De todas maneras, la mayoría de nosotros ya estaba durmiendo sobre algunas sillas, producto de la hora y de los ebrios efectos del licor.

Creo que la próxima visita del cometa Halley está prevista para el año 2066. Para entonces voy a tener unos joviales 93 años de vida…
Ojalá que en esa lejana noche no esté pronosticado ni lluvia, ni neblina, ni cielo nubloso, ni nada por el estilo. Ah!, y lo más importante, ojalá que aún yo siga con vida...

FIN

sábado, septiembre 22

Matrimonio por conveniencia



La siguiente historia se desarrolla en la intimidad de un matrimonio de clase alta.
Él, no importa como se llama, es vicepresidente de una importantísima compañía de seguros, empresa que durante décadas perteneció a su familia.
Ella, tampoco ahora interesa su nombre, hija de un prestigioso y acaudalado abogado, es una reconocida diseñadora de moda, cuyos trabajos de alta calidad pueden llegar a costar varios miles de dólares.
Pero todo lo que les sobraba en dinero, fama y poder, se volvía escaso cuando se trataba de lograr ese tipo de felicidad que solo puede llegar a dar el amor.
El casamiento de ellos estuvo planificado por sus respectivos padres desde antes que ellos cumplieran diez años. Era lo que se conoce como un "matrimonio arreglado".
Él, ahora con treinta años, y ella, con veintiocho, nunca habían sentido algún tipo de afecto el uno por el otro. Es más, debido a esa monótona y descariñada vida conyugal que ellos llevaban, ese tedio tan descomunal que sentían ni siquiera podía aplacarse con viajes de placer al Caribe, ni con compras de autos último o, ni viajando a Europa acompañados por figuras del jet set. La abulia se fue transformando lenta e inexorablemente en odio y rechazo.
Pero este matrimonio privilegiaba el estatus de ambas familias, y por lo tanto, ninguno de ellos se iba a querer quedar fuera de la herencia, ya que una cláusula en los testamentos redactados les impedía divorciarse al menos por los primeros veinticinco años de convivencia.
Ambos, eran hijos únicos, lo que los convertía, además, en herederos de millonarias fortunas. Lo único que debían hacer era esperar…
Ellos intentaban llevar una vida social en la que aparecieran como un matrimonio feliz y unido, pero una vez que atravesaban la puerta de su principesca mansión, volvían a distanciarse y dejaban de dirigirse la palabra. Podían pasar semanas sin hablarse y sin siquiera mirarse a los ojos.
De más esta decir que no hacían el amor. En ocho años de matrimonio, ellos debieron haberlo hecho solo una docena de veces. Esa falta de pasión los llevó a dormir primero en camas separadas, luego en habitaciones separadas y en muchas ocasiones llegaron a dormir hasta en casas separadas, como solía suceder durante el verano.
Pero una noche sucedió algo decididamente anormal y extraño.
Ella vestida con lencería erótica, ingresó en el cuarto en el que él dormía. Atravesó la puerta con movimientos sensuales, y la tenue luz que ingresaba del pasillo la mostró como una mujer muy atractiva. Irresistiblemente atractiva. Él, había tenido una idea similar, había descorchado una botella de champagne y en sus manos llevaba las dos copas con las que pensaba visitar la habitación de ella. Ambos se miraron detenidamente, sonrieron y se tiraron a la cama para hacerse el amor como nunca lo habían hecho, como nunca lo hubieran imaginado.
A la mañana siguiente, ella se despertó con el sonido del teléfono.
Él la estaba llamando desde la oficina, era la primera vez que lo hacía, para saludarla, mandarle besos y preguntarle con picardía como la había pasado anoche. Ella sonrió y le dijo que lo esperaba para cenar.
Nueve meses después, ella dio a luz a un hermoso bebé y todo parecía encaminarse a una vida feliz, a una familia normal, a un futuro sin sobresaltos.
Para mantener la felicidad, muchas veces es cuestión de saber guardar secretos. Por ejemplo en este caso que les relato, todo es cuestión de que él nunca se entere de que ella hacía años que tenía un amante (un empleado de su empresa) y que aquella noche decidió hacer el amor sospechando que ya estaba embarazada de aquel hombre. Todo es cuestión de que ella jamás sepa que él, cada noche, le colocaba unas pastillas en el vaso de agua que bebía antes de dormir, para poder ingresar al cuarto de ella en la madrugada y así poder violarla una y otra y otra vez, descarada e insaciablemente.
Bueno, si les interesa saber que fue de ese bebé, les comento que ya se convirtió en una hermosa niñita de cinco años, traviesa y simpática, muy consentida por su mamá y por su papá, sea quién sea, ya que tanto el esposo como el amante de la señora, quieren muchísimo a esa niña.
FIN

viernes, septiembre 21

La voz del interior

Se que estoy demente, no encuentro otra explicación.
Hace días que escucho como si alguien me hablara, como una voz en mi interior que me dice cosas macabras, terroríficas.
Fui al siquiatra, pero solo me recetó calmantes. Me dijo que estaba estresado y que descansara, pero eso no resultó. La voz que escucho cada vez es más clara, más fuerte, más insistente.
La escucho a todo momento, cuando duermo, cuando trabajo, cuando juego al fútbol, cuando hago el amor, siempre, siempre escucho esa voz que me atosiga, que me persigue.
La gente cuando me ve se asusta por mi aspecto, mi lamentable estado. Parezco un fantasma, un alma en pena que no puede escapar de su maldición.
Dejé de dormir, de trabajar, de jugar al fútbol, de hacer el amor, pero aún resuenan en mí esas frases que pronuncia ese ente que se internó en mi ser, ese parásito que me chupa la vida y que me habla y me aconseja y me exige.
Esta noche bebí todo el vino que tenía, tomé los calmantes que me recetó el doctor, y salí a la calle con un afilado cuchillo que encontré en la cocina dispuesto a satisfacer los deseos de esa voz que resuena en mí. Es que hace días que escucho esa frase, una y otra vez, repitiéndose infinitamente, y ya no lo soporto más. Quizás si cumplo con lo que me pide, se calle de una buena vez y para siempre.
Yo no soy así, soy una buena persona, pero no me queda otra opción.
Esa voz me grita: “¡Mata! ¡Mata! ¡Mata!”. Y es precisamente lo que esta noche voy a hacer.

Antes de cruzar la puerta, quiero hacerles una pregunta, por las dudas. Solo por curiosidad… ¿Ustedes nunca escucharon esa voz?

FIN

martes, septiembre 18

Los ojos del arquitecto

Salí apurado porque en diez minutos, Kevin saldría del jardín de infantes.
Yo llevaba aún en la mano el plano en el que estaba trabajando y que me estaba ocasionando demasiados dolores de cabeza. Si o si tenía que entregar el diseño al día siguiente. Caminé las dos cuadras que separaban el estudio de la escuela y llegué justo en el momento en que los niños comenzaban a salir. Kevin apenas me vio comenzó a gritar de alegría y luego de darle un rápido beso a su maestra, corrió hasta mis brazos.
-¡Papá! ¡Papá! ¡Vamos un ratito a la plaza! ¿Si?
Tenía poco tiempo en realidad. Pero Kevin, mi único hijo, me observó con su mirada tan típica, mezcla de picardía y de ternura, y no me pude negar. Además, yo me sentía muy culpable con él, debido a la reciente separación con Tania, su madre.
Solo contaba con una hora libre y antes de volver al estudio debía llevarlo a la casa de su abuela, o sea, mi ex-suegra.
La plaza se encuentra al frente del jardín de infantes, por lo que no perdí nada de tiempo en llegar, solo tenía que cruzar la calle. El tiempo lo solía perder esperando que él se cansara alguna vez de jugar en el tobogán, en la hamaca, en el sube y baja, en la calesita…
Me senté en un banco y comencé a revisar el plano, mientras miraba de reojo a mi amado niño, vigilando por las dudas que él no cruzara la calle.
-¡Kevin! ¡Ni se te ocurra cruzar la calle! ¿Me escuchaste?
Siempre me contestaba que si, y siempre me hacía caso.
Volví mi vista al plano, intentando detectar error, corregir defectos y verificar los cálculos, y me distraje por un momento, solo por un momento, olvidándome de todo lo que ocurría a mi alrededor.
Cuando escuché el chillido de la frenada, en mi mente resonó solo el nombre de mi hijo. Corrí hasta donde se encontraba ese auto, y ahí, en medio de la calle, estaba Kevin, sobre el asfalto, acurrucado y con los ojos cerrados.
Quise creer que ese hermoso niño estaba durmiendo. Le pedí a Dios que hiciera un milagro, y que mi hijo tan solo despertara y me abrazara como si nada malo hubiese sucedido. Pero no hubo ninguna intervención divina.
Kevin murió en la ambulancia camino al hospital.
Yo llevaba aún en la mano, el maldito plano en el que estaba trabajando.

Existe una leyenda que dice que Iván, “El Terrible”, cegó los ojos del arquitecto que diseño la magnífica Catedral de San Basilio, en Moscú, para que no pudiera volver a crear nada comparable. Yo tomé una decisión semejante.
Esa misma noche fui hasta el estudio en que trabajaba, y luego de quemar todos los planos y diseños, me quité los ojos con un cortaplumas que encontré en mi escritorio.
Por mi culpa, murió lo más bello que yo podría haber hecho en este mundo.
Sin mi Kevin, el mundo ya no tiene ningún sentido para mi.

FIN

domingo, septiembre 9

Esperando el sol

La ruta, oscura, solitaria, desaparece de pronto bajo un espeso banco de niebla.
La visibilidad se reduce a nada. Mis ojos sienten la llegada del sueño.
Estoy manejando, solitario, sobre ese pavimento húmedo y mal herido rumbo a mi hogar, o escapando de él. Ya nada importa, porque creo estar despierto, porque creo estar soñando. Ya eso no importa, porque se aparece ante mí, fantasmalmente, un inmenso camión que no se porque me recuerda a un infinito batallón de esqueletos vivos que se lanza sobre mi coche con brutal violencia.
Ya a nadie interesa si llego o si voy, si sigo o si me quedo.
De pronto la niebla se va, y puedo ver al camión volcado, a mi auto destruido y a la ruta sangrando malherida, pero yo no me veo, debe ser porque estoy soñando, o porque estoy despierto, o porque ya no estoy. Ya no me importa.
Quizás me quede sentado aquí, a un costado del camino, esperando que alguna puta vez salga el sol. ¿Qué hora será?

FIN

viernes, septiembre 7

Espejo sin reflejo


Me desperté sobresaltado en medio de la madrugada. Tomé un vaso con agua bien fría y me fui al baño. Me lavé la cara y me miré al espejo, y en el espejo no había nada.
No se encontraba mi reflejo. Volví a mojar mi rostro, un poco asustado, me busqué en ese vidrio y no hubo caso, en el espejo aparecía la pared que se encontraba detrás de mi, pero mi cara no se veía y yo comenzaba a aterrarme.
Volví a lavarme los ojos para intentar de una buena vez despertar, escapar de esa pesadilla que me mantenía apresado. Levanté mi mirada, temeroso, desesperado y volví a contemplar mi ausencia, mi vacío, mi nada.
Seguía sin reflejarme en el espejo.
Frustrado, resignado, volví a acostarme y obviamente no pude conciliar el sueño.
En mi insomnio intenté reflexionar sobre esta extraña situación hasta que finalmente, de verdad desperté.
Es que en mis sueños suelo olvidar quien soy en realidad.
Nosotros los vampiros, muchas veces confundimos nuestra condición y en nuestras pesadillas nos convertimos en vulgares y patéticos humanos mortales.
Más tranquilo, me volví a acostar en mi féretro y esta vez si pude dormir, casi como un bebé.
Afuera, seguramente el sol brillaba con toda su intensidad.

FIN

lunes, septiembre 3

Un gato negro


Un gato negro me mira desde atrás de un árbol. Aún no ha salido el sol, las calles están vacías y lúgubres, y mis pasos resuenan lentos, cansinos. Ese gato me sigue observando y sus grandes ojos brillan cada vez más. Pasé a su lado con un poco de aversión, no es que sea supersticioso, ya que eso para mi siempre fue cosa de tontos e ignorantes, pero sin saber la causa, mi piel se estremeció y apuré el paso intentando disimular el miedo. El felino nunca quitó su mirada de mí, al contrario, parecían que sus pupilas comenzaban a destellar un fuego cada vez hipnotizante. Cuando ambos estuvimos separados o más de unos cuantos centímetros, él se acercó y se refregó contra mis piernas. Bajé la mirada y ahí estaba él, con sus ígneos ojos, brillantes y hermosos, contemplándome mansamente. Maulló y acomodó su lomo para que yo lo acariciara. Lo hice y me alejé rápidamente. Unos metros más adelante, di media vuelta para observarlo por última vez y allí estaba ese gato negro, de pié, parado sobre sus patitas traseras, saludándome con su garrita derecha, diciéndome, y no maullándome, un “¡Adiós!”.
Tal vez por esta razón he empezado a odiar a los gatos negros.

FIN