Obra de Rocío Tisera

viernes, septiembre 29

Diario de un sobreviviente

5 de Marzo de 2.098
La Tierra, nuestro hogar, esta agonizando. No existe ya suelo fértil, ni agua potable, ni aire puro. La tecnología avanzó maravillosamente, pero el hombre, sin ética ni moral, sin escrúpulos, ambicioso y corrupto, la utilizó solo para generar más dinero, más poder.
La brecha entre la gente rica y la pobre es abismal, al punto que poco les importa a los poderosos lo que pase con el planeta. Ellos ya habían previsto esta situación, ya que durante décadas realizaron misiones al planeta Marte para construir bases permanentes.
Este proyecto se hizo factible una vez que descubrieron que allí había agua potable, corriendo por cursos subterráneos. A su vez, siguen trabajando para que al cabo de unas cuantas décadas, el planeta rojo pueda contener en su atmósfera, un porcentaje de oxigeno que se asemeje a la de La Tierra. Han experimentado con algas enviadas desde la tierra, que mediante la fotosíntesis, transforman el dióxido de carbono en oxigeno.
Nuestro planeta se muere y quizás lo único que sobreviva sea este humilde escrito.25 de Abril de 2.099
Los políticos, los empresarios, los abogados, los jueces y la gente de mayor poder económico, ya se marcharon de La Tierra. Los que sobrevivimos en este planeta contaminado, vemos como el tiempo se nos acaba. Comemos lo que encontramos: raíces, cucarachas, ratas… El agua es casi barro, de gusto ácido y si bien sabemos que al consumirla nos terminará matando, es lo único que hay para beber. Según nuestros cálculos no deben quedar más de un millón de personas con vida en todo el planeta.
¿Cuánta gente habrá muerto de SIDA? ¿Y de cáncer? ¿Y por las guerras? ¿Y por la contaminación? ¿Y de hambre y de sed?...
Habitamos un planeta moribundo y lo más probable, es que dentro de poco tiempo seamos cada vez menos.

18 de Enero de 3.011
Los sobrevivientes del planeta Tierra nos hemos agrupado en comunidades en una región situada en lo que se conocía por “Amazonas”. Poco a quedado de aquella majestuosa naturaleza que solíamos ver en las bibliotecas virtuales. Pero aún así, es el oasis que nos ha rescatado de la muerte. En esta zona templada, poco a poco los ríos se fueron descontaminando, quizás por la desaparición de las industrias químicas y nucleares. Muchas familias siguen llegando hacia este lugar, luego de largas travesías que implicaban diferentes dificultades: inmensos desiertos o extensos territorios totalmente congelados. Calculamos que esta solitaria comunidad es lo que queda de la otrora orgullosa raza humana, por lo que tenemos la inmensa responsabilidad de recuperar el mundo.
En este lugar vivimos en paz, todos trabajamos la tierra, intentando que pueda brotar de él alguna de las semillas que cultivamos, otros salen a recolectar insectos y a cazar algún animal, de la especie que sea. Toda la comida reunida se reparte entre todos, en iguales cantidades.
No existen asesinatos, ni robos, ni violaciones, no existen ni los políticos, ni los abogados, ni los militares, ni los economistas y tal vez por eso en esta comunidad no existen ni ricos ni pobres. La equidad es nuestra única herramienta para progresar y sobrevivir.

11 de Diciembre de 3.025
Los humanos hemos logrado revertir la dramática situación en que nos encontrábamos.
Los efectos de la radiación poco a poco van desapareciendo y no pensamos volver a cometer ese error. Reciclamos todos los desperdicios que producimos y la higiene y la limpieza es lo que predomina en nuestra ciudad. Cada vez son menos los niños que nacen con alguna deformación o alguna enfermedad y el promedio de vida ya alcanza los 50 años. La ciudad, a la que llamamos “Fénix” sigue creciendo y cuenta con escuelas, hospitales y comedores populares. Todos los habitantes cuentan con un lugar digno para vivir, incluso los que hace poco han llegado de las emigraciones. Todos trabajamos, cada uno en su tarea específica, y hasta ahora no ha sido necesario construir una cárcel ya que no se cometen ningún tipo de delito. En el supuesto caso en que se entable alguna decisión o algún litigio, un consejo de ancianos, gente mayor de 45 años, hará de conciliadores, intentando zanjar las diferencias. No existe lo que podría decirse un gobierno, todo el pueblo sabe como comportarse y no es necesario decir que esta bien y que mal, por lo que tampoco la gente profesa algún tipo de credo, ya que nuestra única religión es la de cooperar con los demás que es la más fácil forma de pedir que nuestro vecino coopere con nosotros.
Una vez al año, cuando comienza la cosecha, celebramos el renacimiento de nuestro planeta, realizando una fiesta en la que participa toda la ciudad y en la que simbólicamente pedimos perdón a la naturaleza por todo el daño causado y damos gracias por la nueva oportunidad que nos esta brindando.

29 de Octubre de 3.037
Algo terrible está por ocurrir. En el cielo se comienzan a ver luces que poco a poco van ganando más brillo. Son ellos, los Demonios, que regresan a la Tierra dispuestos a destruir lo que hemos reconstruido. Durante todos estos años, le fuimos previniendo a los más jóvenes de que esto podía ocurrir, solo que no creíamos que fuera a ocurrir tan pronto.
¿Ya habrán destruido también el planeta Marte? ¿Huirán de alguna guerra, de algún desastre, de alguna amenaza? Nadie lo sabe. Pero igualmente, en la ciudad “Fénix”, solo predomina el temor y la desolación. Nosotros somos un pueblo pacífico que no cuenta ni con ejércitos ni con armas y no contamos con nada para resistir a esta invasión que nos llega del cielo.
Suena irónico, pero los “marcianos”... nos atacan!

10 de Julio de 3.038
Poco duró nuestra ciudad, nuestra sociedad utópica. Nuestros sueños de crear una nueva humanidad, más responsable y solidaria, se terminaron pronto.
Los Demonios, los“marcianos” invadieron nuestra ciudad y destruyeron todo, masacrando a los hombres y niños y llevándose a todas las mujeres. Todo se acabó.Ya puedo escuchar como se acercan con sus máquinas al foso en donde me he escondido. Los disparos y las explosiones no cesan y puedo oler la carne quemada de los cadáveres esparcidos por el suelo.
Estos hijos de puta vienen a terminar de destruir lo que se salvo de la vez anterior.
Estos hijos mil de puta…

FIN

jueves, septiembre 28

Dos amigos en el bar

-¡Eh Marquitos! ¡Ya me estaba por ir! Regresé de España solo para venir a verte y hace una hora que te estoy esperando. Haciendo tiempo ya me tomé dos cervezas…
-Discúlpame Flavio, recién salgo de trabajar, me había demorado con una tarea. ¡Mozo, una cerveza!
-Mientras te esperaba, y te insultaba, me había puesto a pensar que pasado mañana es tu cumpleaños ¿no? Se me vino a la cabeza cuando recordé que somos del mismo signo y…
-¿Y desde cuando crees en los signos del horóscopo? ¡Justo vos me venís con eso, el escéptico número uno de la facultad de filosofía!
-Ya te voy a contar porque empecé a creer en el zodíaco, pero respóndeme, el domingo ¿Es o no tu cumpleaños?
-Si, pero si con eso te referís a festejar ese día la respuesta es: no.
-¡Eh, hombre! ¡No me digas que te sientes viejo! Si estás igual que cuando íbamos a la secundaria… Es más, hace cuatro años que no te veo y me pareces más joven que la última vez que nos encontramos en este bar.
-Te explicaría el porque, pero te cagarías de risa. Mejor comenzá vos a contar desde cuando crees en la astrología, así me río yo primero.
-Bueno, te cuento, pero andá pidiendo otra cervecita.

Sabés muy bien que yo nunca he creído en horóscopos, ni en el tarot, ni en supersticiones ni nada parecido. Eso de que por influjo de las estrellas nuestras vidas sufren diversos acontecimientos es propio de la ignorancia y la superstición de los pueblos antiguos.Y si bien en el pasado ciencias como la astrología impulsó el avance de los conocimientos astronómicos, así como la alquimia hizo lo propio con la química, hoy en día, en un mundo digital y nanotecnológico, el creer que por ser de un signo astral te deba suceder tal o cual cosa, implicando así que millones y millones de personas les suceda lo mismo, no deja de ser típico de una mente poco brillante y no muy ilustrada.
Pero a pesar de esa convicción que siempre tuve, no he podido olvidar una extraña situación que viví a principios de año.
Era una tarde de agosto, con sol pero fresca debido a una brisa constante que nacía del sur. Estaba sentado en un banco de la plaza, viendo como mi hija Milagros correteaba incansablemente de un lugar a otro, acompañada por dos ocasionales compañeritas de juego. Si bien ya hacía casi dos horas que estábamos allí, ese pequeño huracán de tres años de edad no mostraba ni la más ínfima muestra de cansancio, por lo que sería casi imposible convencerla de a hora de volver a casa.
Yo, ya un poco aburrido, me arrepentí de no haber llevado un libro para matar el tiempo, pero a pesar de ello, estaba encantado de escuchar su risa y los gritos de alegría que cada tanto profería. Me resigné a ese banco y me distraje viéndola ir del tobogán a la hamaca, de la hamaca al subibaja, del subibaja a la calesita…
De pronto la brisa trajo hasta mis pies la página de un diario. Era de ese mismo día y luego de sacudirlo un poco para limpiarle la tierra comencé a leerlo. Era el suplemento de los avisos clasificados, que incluye algunas historietas, frases célebres, crucigramas, pronóstico del tiempo y… el horóscopo. No pude evitar una tonta curiosidad de saber que me habían “predicho” los astros para ese día.
“Cáncer: Hoy usted se convertirá en alguien famoso, aproveche la circunstancia para cumplir lo que más desea”.Abollé esa hoja y la arrojé al cesto de la basura.
Cuando miré hacia lugar en donde estaban jugando las niñas y me di cuenta de que solo eran dos, aún con cierta tranquilidad al observar que Milagros todavía se encontraba allí, comencé a buscar curiosamente a la nena que faltaba. Y quedé realmente aterrorizado cuando vi que esa criatura de no más de tres años, estaba cruzando sola la calle.
Salí corriendo desesperadamente tras ella, y como suelen suceder en las pesadillas, sentí como si mis pies de pronto estuvieran pesados y lentos, dándome la sensación que nunca llegaría hasta ella.La alcancé a empujar hacia la vereda un segundo antes de que fuera atropellada por un auto que se acercaba velozmente.Recuerdo haber estado de pronto rodeado de muchísima gente, mientras un desconocido me decía que me quedara quieto y no se me ocurriese levantarme del piso.
Le pedí a una mujer que se encontraba allí, quién creo a una vecina, que cuidara de Milagros y llamara a la madre. Luego de ver el rostro lleno de lágrimas de mi hija, todo se volvió confuso y desmayé.
Desperté en el hospital con varias quebraduras y golpes por todo el cuerpo.
Pero lo único que me importó fue que Kiara, así el nombre de la nenita, no se había hecho ni un rasguño en el accidente.
La sala en donde me encontraba, se comenzó a llenar de periodistas, camarógrafos y fotógrafos cubriendo lo que sería la nota de la semana: “El héroe que salvó a una niñita de una muerte segura”.
De pronto, recordé lo que había leído en el horóscopo, e intenté aprovechar mis quince minutos de fama. En cada reportaje que me realizaron aquel día, terminaba mirando la cámara, diciendo:
“Te amo Karen, te extraño y te necesito más que nunca”.
Karen, la mujer de la que estuve separado durante más de un año, fue esa misma noche al hospital y luego de hablar durante toda la noche, aclarando tema por tema, decidimos que lo mejor que podíamos hacer era darnos otra oportunidad.
Hoy, nuevamente estamos juntos los tres y deseo que sea para siempre, porque esta es la alegría más inmensa que podíamos darle a Milagros.

-¿Y? ¿Qué piensas?
-Que te creo.
-¿Me estas dando la razón como a los locos? Porque si es así ya me levanto de la mesa…
-No, te creo porque cuando escuches lo que yo te voy a contar, te vas a convencer que tu relato es mucho más coherente que el mío.
-¿En serio? Bueno empieza tu historia, pero primero déjame que le pida al mozo otra cerveza y otro platito de maní… ¡Mozo!...

Vos sabés que nunca le di demasiada importancia a los cumpleaños.
Y no es porque tema envejecer, sino que considero que como los días de la madre, del padre, navidad, reyes, día del niño, pascuas, etc., solo son fechas comerciales que buscan que la gente consuma más, para que el bendito sistema continúe funcionando.
Pero la decisión de dejar de festejar mis cumpleaños, a pesar de las quejas de mis familiares y amigos, no se debió a posturas ideológicas. Lo que me terminó de convencer de tomar esta posición “anti-sistema”, fue un suceso insólito, realmente insólito.
En mi último cumpleaños, luego de la fiesta de rigor con padres, hermanos y amigos, me quedé en mi departamento acomodando el desastre que todos habían dejado y dispuesto a lavar platos, cubiertos, vasos…
Luego guardé los regalos que me habían dado: un libro de autoayuda (urgentemente lo cambiaré por otro), un par de calzoncillos (me hacían falta), una camisa celeste (odio las camisas), una botella de whisky (de la que solo dejaron un cuarto) y un disco compacto sin ninguna etiqueta.
Cuando terminé de limpiar y acomodar todo, ya eran las siete de la tarde de ese domingo. Me preparé un café y puse ese C.D., que no se quién me había regalado, en la compactera de la computadora. Ya podía imaginarme que tipo de música tendría: cumbia o folclore o bolero… Pero para mi sorpresa era música electrónica, bastante minimalista y sonaba bien. De pronto, en ese tema, se escuchó una voz cavernosa y profunda, que por momentos sonaba masculina y en otros femenina.
Sobre ese ritmo machacante, la voz que parecía ser de ultratumba, pronunciaba frases en diferentes idiomas. Incluso me parecían ser estrofas cantadas en latín y otras lenguas muertas. El disco compacto tenía un solo track, pero esa pista duraba los ochenta minutos. En uno de los fragmentos cantados en castellano, repitió un par de veces: “Pronto se apagará la luz…”
Apenas terminó esa frase, la energía eléctrica se cortó y lo más llamativo era que parecía ser que solo mi departamento, de todo un edificio de ocho pisos, se había quedado sin luz. Cuando al cabo de unos minutos la electricidad volvió, intrigado pero a la vez un poco avergonzado por mi curiosidad, encendí nuevamente la computadora para volver a escuchar a ese C.D. Cuando comenzó a sonar nuevamente, percibí que si bien la música era la misma, la letra había cambiado. Adelanté y retrocedí el track, pero en ningún lugar volví a escuchar la parte que cantaba que se apagaría la luz. En su lugar, la tétrica voz pronunciaba otra frase “Y el suelo se moverá…”
Y al acabar de decir eso, el piso comenzó a estremecerse, mientras los libros de la biblioteca y los cuadros y los objetos de la cocina se sacudían violentamente.
Salí de allí y empecé a bajar las escaleras de ese séptimo piso, pero el temblor ya había pasado. Nadie parecía haberse dado cuenta de lo que acababa de suceder.
Me costaba pensar que aquel movimiento sísmico solo hubiese afectado a un departamento, el mío. No me animé a preguntarle a una chica que estaba por subir al ascensor si había sentido el temblor. De todas formas, el semblante tranquilo y cordial que ella llevaba, me indicaba que nada extraño había presenciado.
Volví a mi hogar y esta vez dudé de seguir escuchando ese disco que, vaya saber porque razón, había dejado de sonar.Apreté el play del reproductor de audio y comenzó a sonar otra vez desde el principio.
Esta vez solo se escuchó un largo silencio y subí el volumen para intentar escuchar un suave murmullo que parecía sonar de fondo y de pronto una voz grave semejante al rugido de un león dijo: “Vivirás cinco ros. Nada más…”
E instantáneamente, la luz sufrió un nuevo apagón, que esta vez no duró más que unos segundos. Luego de eso, el disco nunca más volvió a sonar, es más, no entiendo como, pero luego me terminé de convencer que ese compacto se encontraba vacío, virgen, como recién salido de fábrica.
De más está decir que cuando les pregunté a los invitados de mi cumpleaños quién me había regalado ese disco compacto, nadie sabía absolutamente nada de él.
¿Qué no me gustan los cumpleaños? Si, se que suena raro eso en boca de alguien que tiene veintinueve años. Pero en lo que me queda de vida (¿seis años?) no creo que vaya a cambiar de opinión.
-¿Y Flavio? ¿Vos que crees de todo esto que te acabo de contar?
-Creo dos cosas: una, que nos estamos volviendo completamente locos, absolutamente dementes, y otra, que si no voy ya mismo al baño, me orino encima. Y esto lo digo en serio.
-Bueno, anda Marquitos, mientras voy pidiendo otra cerveza, que esta noche hay mucho para seguir contando. Y tomando. ¡Mozo!... ¡Traiga otra!...

FIN

miércoles, septiembre 27

La diosa de la peatonal

Una tarde primaveral, mientras andaba por la peatonal céntrica, la vi a ella, a la Diosa, caminando a solo unos metros de mí.
Ella era una mujer escultural, de cuerpo perfecto y belleza única, que dejaba tras su paso la exquisita fragancia de su perfume, con el que terminaba de aniquilar los corazones de la platea masculina.
Las mujeres, ya sean esposas, novias o concubinas, le metían codazos en el estómago a sus respectivas parejas para que de alguna forma dejaran de mirarla con gesto obnubilado.
Ella iba en su marcha triunfal, sabiéndose el centro de todas las miradas, no solo de quienes la deseaban, sino también de quienes la envidiaban o directamente la odiaban.
Si bien ella miraba con desprecio a los desubicados que le gritaban obscenidades, insinuó algunas sonrisas ante un par de galanes que la saludaron respetuosamente.
Ella sabía explotar su imagen de mujer fatal y en cierta forma, jugaba con las fantasías que provocaba en los hombres.
Yo fui uno de esos babosos que casi la desnudaron con la mirada y llegué a pensar que solo por una mujer así, valdría la pena perder la soltería.
Ella, majestuosa y despampanante, caminaba delante de mí, como lo haría una verdadera reina de belleza desfilando ante su público.
Sin dejar de contemplarla, por un momento me la imaginé mi mujer, mi compañera para toda la vida, la mujer con la que compartiría cada minuto. Tendríamos , y del bueno, al menos al principio, pero…
¿Y si resulta ser una de esas histéricas pendientes de su apariencia?
¿Y si detrás de su apariencia de come-hombres en realidad es solo una frígida más?
Pero bueno, en la pareja lo importante no es solo el , hay muchísimas actividades para compartir. Aunque por el culto que hace a su imagen, seguro se trata de una materialista con pocos placeres intelectuales. Sinceramente, no me la imagino hablando acerca de libros o películas o política…
Bueno, pero no por eso ella dejaría de ser una buena chica, aunque por la forma de caminar y esa constante actitud de llamar la atención, se la nota bastante pedante, altanera, egocéntrica, inalcanzable para el resto de los mortales, sintiéndose la joya más preciada de las creaciones de Dios.
Reconozco mi machismo arcaico y retrógrado, pero ella ¿Será capaz de de lavar la ropa, planchar camisas, preparar la comida, limpiar la casa, ser buena madre, cambiar pañales, hacer las compras…?
La verdad, es que la veo muy glamorosa, muy fashion, muy sofisticada para realizar esos quehaceres diarios.
Entonces, ya no pude contenerme más, me acerqué decidido y una vez que llegué hasta su lado, le dije:
-Discúlpeme, pero ni loco me pienso casar con usted, porque de hacerlo, dejaría al mundo sin la imagen de esta mujer única, bella e inatrapable, que es usted. No puedo privar al resto de los hombres de las fantasías que usted nos despierta.
Entonces ella, me miró con sus enormes ojos celestes como el cielo y corriendo los lacios cabellos azabaches de su rostro, me dijo con voz suave y sensual:
-No tiene de que afligirse. Yo ya estoy casada. Es más, tengo tres hermosos hijos.
Y ella siguió caminando, con su cuerpo perfecto y su belleza única, perdiéndose lentamente entre la marea humana que circulaba por la peatonal, sin permitir que ni un solo hombre se quede sin morir de amor por ella.

FIN

lunes, septiembre 25

El bosque

…De pronto, me di cuenta de que me hallaba perdido en el bosque…
No sabía cual dirección tomar y la espesa vegetación me impedían ver que tan lejos me hallaba de alguna ruta o de algún pueblo para poder pedir ayuda.
Dentro de algunas horas se haría de noche y sin luz sería prácticamente imposible encontrar la manera de salir de ese laberinto de árboles y de arbustos que me rodeaba.Con la mirada fija en el suelo, en busca de algún sendero o de algo que pudiera guiarme, seguí mi marcha tomando, casi resignadamente, una dirección al azar.
Repentinamente, mi mirada se instaló en un detalle que sobre el colchón de hojas secas que cubría el suelo. Eran gotas de sangre. ¿Cuántas? Diez… cien… mil… que se asemejaban a una hilera interminable de hormigas marchando hacia algún lugar. La sangre era fresca, lo que me preocupó demasiado y comencé a seguir ese rastro sin saber si se trataba de una persona o un animal herido. ¡Personas! ¡Animales!
Me da la sensación de que hace años que no veo personas, pero l traño es que hacía horas que estaba en ese bosque y no había ni visto ni escuchado a ningún animal por la zona. Ni siquiera un pequeño insecto.Caminé un largo trayecto, pero no pude saber durante cuanto tiempo, ya que mi reloj, quizás producto de algún golpe, se detuvo cuando marcaba las 18:38.
Luego de un trayecto en que los árboles parecían amontonarse para cerrarme el paso, llegué a un sitio en que la única vegetación eran unos pequeños arbustos. Ahí se podía ver el cielo, ya que en ese lugar no se encontraban esas gigantescas ramas que formaban el techo verde que cubría casi todo el bosque.
Pero poco es lo que podía ayudarme esa característica del lugar, ya que no tenía muchas aptitudes de boy-scout y lo único que había atinado a hacer era asegurarme de caminar, lo más que pudiera, en línea recta, con el sol a mis espaldas.
Mientras miraba ahora el cielo, con la remota esperanza de que un avión o un helicóptero pudieran localizarme, mis pasos toparon con algo que inmediatamente me llamó la atención. Entremedio de unos arbustos, semicubierto por unas ramas secas, se encontraba un esqueleto reluciente y completo como suele vérselo en algunas imágenes de los manuales de anatomía. Se encontraba acostado, como “mirando” hacia arriba y aún vestía algunos jirones de ropa que se encontraban podridos, quizás por efecto del sol, la lluvia y por sobre todo por los gusanos, que tan bien cumplieron con su trabajo.
Obvio que esa imagen no me llenó de optimismo precisamente, pero a la vez me dio nuevas fuerzas para intentar terminar con esta pesadilla y no terminar de la manera que lo hizo ese pobre desgraciado. Me acerqué a ese esqueleto lentamente (por más que hiciera décadas que estuviera en ese estado, no confiaba en él) y aprovechando que ya no eliminaba ningún olor fétido, comencé a buscar entre lo que quedaba de sus ropas algo que lo identificara.
En uno de los bolsillos de su camisa hallé unos papeles que prácticamente se desarmaron cuando los tuve en mis manos y que de por si, eran absolutamente ilegibles.
De todas formas, de poco me serviría saber el nombre de ese cadáver.
Lo cierto, era que el enigma de la sangre aún fresca continuaba sin develarse, pero lo misterioso es que ese rastro de sangre terminaba a unos centímetros del lugar donde yacía el esqueleto.
Me puse de pié y comencé a gritar por si había alguien por ahí cerca, pero solo me contestó el silencio. Y advertí que dentro de muy poco la noche me atraparía en ese extraño lugar.
Volví mi vista al suelo cuando un súbito resplandor me ilumino la cara. Provenía, sin lugar a dudas, del que se encontraba en el suelo.
Uno de los últimos rayos de sol, se reflejaron insólitamente en algo que tenía cerca de su mano. Me incliné ante él y me sorprendí de ver en su muñeca un reloj, ya que no lo había percibido cuando revisaba sus pertenencias.
El reloj era exactamente igual al mío, lo que no era de extrañarse debido a a un o que se vendía mucho, lo que si me asustó era que ese reloj estaba con sus manecillas detenidas… a las 18:35…
Caminé lo más rápido que me dieron las piernas, para alejarme la mayor distancia posible de esa espectral figura. Y por más que intentara pensar en otra cosa, se me hacía imposible evitar mirar hacía atrás, teniendo la sensación de que ese esqueleto corría tras mis espaldas.
Llegué hasta un sitio en donde los árboles volvían a levantarse y me recosté exhausto sobre ese colchón de hojas secas. El grueso tronco de un árbol me protegía de la fresca brisa que comenzaba a correr y el sueño me venció ayudado por esa negra noche que todo lo cubría.
Cuando desperté, me sentí llenó de estupor. Me encontraba aturdido, desorientado, como si estuviese sufriendo la resaca de una noche inundada de alcohol.
Me incorporé quejosamente y pude ver que mi mano empuñaba un objeto extraño, creí por un momento que se trataba de una rama pero era un... ¡cuchillo!… un cuchillo de cuyo filo goteaba sangre… Lo arrojé lejos, poniéndome de pié de un salto y comencé a revisarme el cuerpo en busca de alguna herida que pudiera explicar esa sangre. Por fortuna, me hallaba totalmente ileso y comencé a respirar profundamente tratando de recuperar la calma.
De todos modos, mucha tranquilidad no podía sentir ya que si no era mi sangre ¿de quién era? ¿Cómo había llegado ese cuchillo hasta mí?
Pero las sorpresas no terminaban con ese incomprensible hecho. Ese susto inicial no me había permitido ver en donde me encontraba en esos momentos. Estaba en el mismo sitio que la tarde anterior. Quizás marchaba en círculos debido a la espesa vegetación, tal vez luego del suceso con el esqueleto, el miedo me hizo perder la dirección…Tomé el cuchillo, limpiándole la sangre con unos yuyos y comencé a caminar con el sol dándome en la espalda. Y en ese instante me di cuenta de que ese no era un amanecer, sino lo contrario. Dudo de haber dormido tanto como para que ya fuera la tarde, pero lo seguro es que el sol se comenzaba a ocultar.
Mientras marchaba, volví a encontrarme con ese rastro de sangre y lo más raro es que seguía estando fresca. Me dejé llevar por ese sendero rojo y llegué hasta donde estaban los arbustos. En ese lugar, mi corazón poco a poco comenzó a latir más rápido hasta llegar a hacerlo descontroladamente. Es que desde el lugar en donde debería encontrarse el esqueleto, se escuchaban unos débiles quejidos. Mi curiosidad pudo más que mi pánico y me acerqué a esa persona moribunda que yacía en el suelo. Cuando me vio, hizo una mueca de sentir un profundo terror y comenzó a murmurar, casi implorando: “¡Por favor, no me mate!”. Sin saber porque, en mi interior una poderosa fuerza comenzó a crecer y me impulsó a utilizar el cuchillo contra ese indefenso hombre.
Cuando terminé de matarlo, vi mis manos bañadas en sangre y me di cuenta de que no llevaba reloj. Tomé el de él y me di cuenta de que funcionaba perfectamente.
Volví sobre mis pasos para llegar hasta aquel sitio donde los árboles son gigantes, dejando tras de mí un rastro interminable de sangre que provenía del cuchillo y de mis manos y ropas salpicadas.
La noche se acercaba rápido, por lo que me recosté exhausto sobre el suave colchón de hierba y hojas. Antes de dormir di un vistazo a la hora en mi flamante reloj.
Eran las 18:38.
Mañana, como cada mañana, por toda la eternidad, continuará esta maldición que me condena a olvidar y luego a revivir una y otra vez la muerte de aquel pobre hombre.
Ese hombre que yo, no se cuando y no se porque, asesiné.

FIN

viernes, septiembre 22

Redacción de un niño de quinto grado


Redacción: "Mi deporte favorito" de Alejo Zanardi. Quinto Grado "A"

Al medio día, apenas salimos del colegio, con mis amigos nos ponemos a jugar fútbol en la calle en donde vivo, aprovechando que esta es una de las de menos tráfico.
Antes jugábamos en una canchita que habíamos hecho en un sitio baldío, que quedaba a tres cuadras de ahí. Pero un día, tapiaron ese terreno y al poco tiempo levantaron un edificio de seis pisos.
Sin embargo, jugar en la calle tiene sus encantos: Se puede tirar paredes con el cordón de la calle, se deben tener reflejos para gambetear árboles y cestos de la basura, se debe tener velocidad para sacar con los pies la pelota que queda prisionera debajo de un auto estacionado, etc.…
Pero también tenia sus cosas negativas, mejor dicho, su cosa negativa. Cuando la pelota caía en la casa el viejo Gómez, nunca más la recuperábamos. Y si lo hacíamos, seguramente era solo de una de las mitades en que había quedado la pelota.
El viejo, nos vivía insultando porque decía que cada vez que la pelota caía en su jardín destruía sus flores y plantas. Por lo tanto, siempre existía la amenaza cierta de que en un despeje desesperado o en un pase largo, la pelota tomara altura y cayera en ese maldito patio, lo que suspendía indefinidamente el partido. Algunas veces, trepábamos la alta tapia de esa casa para poder rescatar el fútbol, pero no siempre encontrábamos un intrépido aventurero que se animara a llevar a cabo esa riesgosa misión. Sobre todo luego de esa ocasión en que al gordo Maxi lo encontró el viejo Gómez sentado en la tapia de la casa dispuesto a dar el salto sobre el jardín. El viejo tomo un palo de escoba dispuesto a partírselo por la cabeza.
Una vez, en un partido muy disputado, tuve la mala suerte de patear la pelota mientras rebotaba cerca de mi arco y la mandé, obviamente, a la casa del viejo Gómez.Como yo fui el culpable, no me quedó más remedio que treparme por la pared. De tocar el timbre para pedírselo por las buenas, lo más probable (lo supo hacer varias veces) era que antes de entregarme la pelota, le clavara un cuchillo rompiendo la cámara y varios cascos del fútbol. Sin dudarlo me trepé y aún enceguecido por el miedo, salté sobre el jardín.
Caí arriba de unos geranios, pero pudo haber sido peor, un metro más allá se encontraba un gigantesco rosal con sus enredadas espinas. Me sacudí la ropa rápidamente y una vez que levante la vista contemplé una imagen increíble. En el rincón de la galería que daba al lavadero, había un cesto de ropa que no tenía precisamente ropa sino… ¡Todas las pelotas que habíamos tirado allí!
Inconsciente, fui directo hacia ellas sin darme cuenta de la presencia de un enorme perro, un gran danés, que por suerte se encontraba encadenado.
Los ladridos alteraron al viejo Gómez que se encontraba en el interior de la casa, por lo que alcancé a tomar tres pelotas del cesto y mientras corría hacia la tapia, las iba tirando hacia la calle, en una carrera enloquecida en la que iba pisando margaritas, claveles, violetas… No me hizo falta darme vuelta para saber que detrás de mí venía corriendo el viejo Gómez con una escoba. Sus gritos enloquecidos no hacían más que darme más velocidad para huir de allí, sobre todo luego de sentir como los escobazos surcaban por el aire, despeinándome. Cuando comencé a trepar la tapia, me di cuenta que el viejo había dejado de perseguirme. Antes de saltar a la calle, volví mi mirada y lo pude ver agitado, con sus manos sobre el pecho y un gesto que desfiguraba su rostro. Una vez en la calle, solo atiné a decir: ¡Vamos, corramos rápido! Y escapamos de allí.A la tarde, volvimos a la calle a jugar y pudimos ver como una ambulancia llevaba en camilla a una persona totalmente cubierta con una sábana blanca.
Ahí nos dimos cuenta de que el viejo Gómez había muerto, probablemente de un ataque al corazón.
El día que lo enterraron, llevamos cientos de flores ente todos los chicos y las arrojamos sobre la tumba. Todos sus familiares se emocionaron con ese gesto, pero seguramente no lo entendieron.
Esas flores las cortamos de su jardín, luego de haber recuperado todas las pelotas de fútbol que ese viejo maldito nos había robado durante todo ese tiempo.
¡Ah! Por cierto, mi deporte favorito es el fútbol.

FIN

El cuerpo desnudo

Ella caminaba tranquilamente por esas calles oscuras.
Ingenua, inocente, iba absorta en sus pensamientos que debían ser felices, ya que sus labios de tanto en tanto, se convertían en una sonrisa que parecía iluminarla más aún.
Hermosa y sensual, con su vestido blanco y sus cabellos rubios, parecía un ángel que se había perdido en el mismo infierno, porque eso era ni más ni menos lo a esa peligrosa villa miseria.
Ella marchó sin ningún rasgo de temor, entre medio de gritonas prostitutas que vestidas solo con ropa interior, se acercaban a los autos para ofrecer sus servicios.
Ella tampoco prestó la menor atención a las groserías y gestos obscenos que provenían de un grupo de muchachos que, sentados en una esquina, se emborrachaban y drogaban mientras escuchaban música a un volumen exageradamente alto.
Mucho menos se escandalizó cuando vio a unos niños de no más de ocho años, aspirando una bolsita que contenía pegamento, mientras jugaban con sevillanas y arrojaban piedras a los vidrios de una casa abandonada.
De pronto un patrullero pasó por el lugar y se detuvo delante de una gran casa que desentonaba con el resto de las viviendas, la mayoría de ellas, ranchos en condiciones muy precarias. Ella podría haberles pedido ayuda y no lo hizo, lo que quizás la salvó de problemas aún mayores, porque esos policías se encontraban allí no para preservar el orden, sino para comprar unos cuantos gramos de cocaína. La probaron, constataron su pureza y se marcharon rápidamente del lugar.
Esa bella mujer continuó su caminata, como si nada sucediese a su alrededor y por ello aparentaba ser una suicida o una simple sonámbula o una persona demente que había perdido todo contacto con la realidad.
De tanto caminar, ella llegó a un lugar totalmente descampado, iluminado tenuemente por algunas luces provenientes de un par de casas lejanas y creí que ya era tiempo de actuar.
Corrí rápidamente para poder tomarla de sorpresa, mientras sacaba el revolver del bolsillo de mi campera. Ya podía imaginarme sentir su dulce piel, saborear su cuerpo, pero cuando estuve a solo un paso de alcanzarla, ella se detuvo con una seguridad intimidante.
Giró su cuerpo y me miró con su rostro macabro, desfigurado y tan putrefacto que de las cuencas vacías de sus ojos, caían miles de vivaces gusanos. Luego levantó su mano, que en realidad solo se trataba de huesos sin ningún vestigio de carnes y colocándola sobre mi hombro, pronunció con voz cavernosa y aliento fétido: ¡Buh! y desapareció, ante mi mirada horrorizada.
No recuerdo lo que sucedió después, pero lo único de lo que estoy seguro, es que luego de haberme desmayado, alguien me quitó todo lo que tenía, porque el sol me despertó desnudo sobre los yuyos de ese terrorífico descampado.

Espero que solamente me hayan robado, porque en este preciso momento, tengo un insoportable ardor que me impide sentar.

miércoles, septiembre 20

Patéticas cartas de un poeta enamorado

"Eras la prójima que más quise amar como a mi mismo".

Te escribí varias cartas implorándote perdón, para ser exonerado de este purgatorio, de esta infinita cadena de miserias que mantiene inmóvil mi cuerpo.
Recuerdo que en una de ellas te escribí:
“Tu boca es un dulce mar, así como tus labios son las ardientes playas en donde quiero desmayar por el calor. Tu fresco aliento es la brisa, que calma el sopor de esta locura abandonada y con ese mismo suspiro, mi alma es liberada de todo tormento.
Dame un beso, un simple beso, para devolverle la fe a este cadáver que camina, a este fantasma que espera que la ola vuelva a refrescar los errantes pasos, ya que no queda otra opción que ir en busca de ti para renacer.”
Pero mis súplicas, no solo no fueron leídas, sino que terminaron arrojadas, entremezcladas al azar, en una pila de basura.
Te escribí varias cartas confesándote, a pesar de mi orgullo, lo poco que valoro mi existencia cuando el sudor de tus noches, no humedece mis brazos.
Vuelve a mi memoria, lo que redacté en una noche oscura:
“Es tu tibio aliento, el sutil anzuelo que atrapó celosamente mi boca.
Soy una presa fácil que no sabe advertir como el tiempo rápidamente se va agotando. Infructuosamente espero que algún buen recuerdo se digne a rescatarme de esta larga noche, en que siento el tonto temor de olvidar tu rostro y quedarme así sin un dulce motivo que me induzca a soñar.
Pero esta fiebre no se quiere liberar de mí y se me quema la piel por recordar tus labios, a pesar de que más fueron las oportunidades en que me murmuraron “adiós” y tan pocas las veces en que me dijeron lo que necesitaba escuchar.
Probé el azúcar del pasado, sin imaginar que hoy, estaría añorando saborear otro poco, aún sabiendo que no aparezco en la lista de tus pensamientos y que nunca mi nombre será escrito en el lugar más húmedo de tu cuerpo.
No se como borrar los rastros que durante todo este tiempo ha ido dejado, la hiel transpirada por la melancolía.”
Pero no solo no leíste mis confesiones, sino que ellas fueron usadas para avivar las llamas que ya habían terminado de devorar, las hojas secas de tu árbol.
Te escribí tantas cartas, describiendo como la falta de tu amor me debilitaba, me enloquecía, me encerraba en un laberinto indescifrable.
Te escribí, durante una fría madrugada:
“¿Para qué desfallecer cuando se está colmado de silencios? ¿Para qué perecer cuando las voces ya se extraviaron en la más cruel indiferencia? ¿Para qué envejecer cuando se perdió la noción del tiempo y todos los días que transcurren se hacen similares entre sí, con el agravante de que cada vez estoy más desgarrado de tu mirada?
Abro los ojos y me encuentro atrapado en esa jaula que fabricaste con tu ira, encerrado entre tus reproches, junto con una multitud de lamentos, suplicándote que reduzcas esta condena, que me perpetúa en un estado latente. Porque de nada puede servirme destruir estos gruesos candados, cuando no son las cadenas lo que me alejan de ti.
El único consuelo que aún persiste, es el mismo dolor que llevo, es esa sensación ambivalente producida al observarte, porque el tacto comienza a sufrir, la inevitable llegada de la amnesia, impidiéndome recordar la sensación de estar apoyado contra tu piel. Olvidado en esta sombría prisión, los labios fríos y resecos no hallarán la inspiración necesaria para que la voz pueda encontrar el mágico tono con el que debe pedir perdón.”
Pero no solo no leíste mis confesiones, sino que esas mismas manos, que me curaban de cada angustia, las destruyeron con odio.
Finalmente, decidí escribirte otra carta, la última, en la que gastaría la poca tinta, la última hoja, las ínfimas fuerzas que me quedaban, solo para plasmar en el papel unas cuantas palabras:
"Andate a la mierda, hija de mil puta.”
Y con todo el dolor del mundo, con toda la impotencia a cuestas, debo suponer que en esta fría y lluviosa tarde de invierno, tan sorprendida como furiosa, la estás leyendo.

FIN

La oportunidad

Iba caminando rápidamente. Lloviznaba por momentos y las calles se encontraban vacías, un poco por el frío, otro tanto porque pronto iba a anochecer.
Otra jornada de trabajo terminaba y deseaba ansiosamente regresar a casa.
Podía imaginarme estando ya en mi hogar, compartiendo un café bien caliente con mi esposa, escuchando las risas de mi hija...
Este viernes se había hecho eterno y durante todo el día las había extrañado.
En mi apuro, crucé una calle sin mirar y estuve a punto de ser atropellado por un auto que andaba sin luces. Creí haberme salvado de milagro.
Sentí como si me hubiese rozado las piernas y a pesar de no haberme encontrado heridas, no dejé de insultar al tipo que seguramente borracho conducía ese auto hasta que se perdió de vista.
Aún nervioso, doblé en la esquina, para aparecer por fin en la calle en que vivo e imprevistamente me topé con una mujer que se encontraba parada frente mio, mirándome fijamente a los ojos. La esquivé, creyendo por la forma tan provocativa de mirar que se trataba de una prostituta y sin prestarle mucha atención seguí mi rumbo. Pero ella me siguió con la vista y me llamó por mi nombre.
Yo me detuve, intrigado por saber porque esa extraña me conocía. Aún no había terminado de darme vuelta para enfrentarme a ella y comenzó a hablarme con voz firme y clara.
-Apúrate fantasma, que no puedo perder mi eternidad esperándote. Esta es una noche particularmente movida y debo llevar a varios como vos hacia el otro lado.
Solo alcancé a decirle: “¿Se siente bien?”, mientras especulaba si estaba loca, borracha o drogada. Y ella con una sonrisa que más que agradar, me intranquilizaba aún más, dijo:
-Te aviso que me estás haciendo perder tiempo, ya debería estar regresando a mi reino... acompañado por vos.
-¿Y precisamente, en dónde se encuentra su reino?- Le pregunté ya comenzando a fastidiarme
-Mi reino forma parte de la nada, al igual que tú. Para ser más exactos, tú vas a volver a ese lugar del que partiste el día que naciste en este mundo. Tú me llamas La Muerte. A mi me gusta que me llamen La Parca.
Ante esa respuesta totalmente ilógica, desquiciada, inesperada, solo se me ocurrió decirle, sin poder evitar reírme:
-Discúlpeme, pero yo me encuentro tan vivo como lo está usted.
-Mire hacia atrás- me murmuró. Y observé tirado en la calle el cuerpo sin vida de una persona joven. Era de baja estatura, pelo castaño oscuro, vestido con ropa de trabajo...
Era yo.
La parca continuó hablando:
-Por lo visto no te habías dado cuenta del accidente. Y el que te atropelló con su auto al parecer se fugó del lugar...
Yo quede mudo, congelado, sin saber que hacer ni decir. Mientras ella hablaba, pude ver su tez extremadamente blanca, sus cabellos enrulados y castaños, sus ojos grandes y negros que le daban una belleza exótica y una mirada profunda.
Ante esa onírica situación, solo se me ocurrió decir, casi de forma ingenua:
-Nunca imaginé que la muerte fuera una mujer, y tan bella, siempre creí a un esqueleto vestido con una túnica negra y que llevaba una guadaña.
Ella volvió a sonreír y con voz suave y sensual dijo:
-“Yo no soy mujer, tampoco soy hombre. Siempre me presento ante los ojos de los mortales como el opuesto. Si tu hubieses sido una mujer, lo más probable yo hubiese sido un joven apuesto. Más allá que sea La Parca, no tengo por que perder cierto encanto.
Y mirándome a los ojos me dijo:
-Me temes.
-“Quién no” le respondí rápidamente, comenzando a darme cuenta de lo que estaba pasando.
La Muerte comenzó a ponerse seria:
-No entiendo porque sientes miedo, si no tienes idea de como soy. Más deberías temerle a la vida, ya que ella es quién te castiga haciéndote sentir humillaciones, dolores, penas, amores no correspondidos, hambre, frío, calor, injusticia, violencia... a ella la conoces y no le temes y
en cambio a mi...”
-Precisamente, dicen que es mejor malo conocido que bueno por conocer.- dije sin saber que mierda decir.
-Puede ser. Pero para que veas como soy en realidad, te concedo una oportunidad.
-¿Y porqué, justamente a mí, me vas a dar esa oportunidad?
-No te creas único ni especial. Cada tanto hago una excepción con ustedes, los mortales. ¡No saben cuanto sufrimiento evitarían dejando este mundo! Pero igualmente se aferran con todas sus fuerzas a esta vida mezquina y materialista... Hoy estuve todo el día a tu lado y se cuanto extrañaste a tu familia. ¿Sabes porque tenías esa sensación? Era un presentimiento que tuviste. Mi presencia de alguna forma te alertó. Debo decirte que hace tiempo que no encuentro una persona con ese don”.
-De mucho no me sirvió ese don...
-Consuélate, tu final era inevitable. Yo nunca fallo... En fin, cierra los ojos durante unos segundos y todo lo que has vivido hasta este día, desaparecerá. Volverás a vivir desde tu adolescencia con la ventaja que podrás cambiar parcial o totalmente el futuro. Pero debes tener en cuenta que ha medida que transcurra el tiempo, te iras olvidando de esta vida que acabas de perder. No te preocupes, cuando los abras te darás cuenta de que se trata.

Sin saber porque razón, en vez de marcharme velozmente del lado de ella, le hice caso. Cuando levante los parpados, sentí una rara vitalidad, una sensación que se me hacía conocida. Me encontraba en un cuarto extraño, pero a la vez pude reconocer la cama, los posters, los muebles, la ropa desparramada... Tal como ella me lo había dicho, tenía nuevamente dieciséis años.
Desde ese día, cada noche antes de dormirme, me concentro con todas mis fuerzas en los rostros de mi esposa y de mi hija, temiendo que al amanecer se desvanezca el recuerdo de ellas. Ya he olvidado sus nombres y temo modificar mi vida al punto de estar frente a mi mujer y no reconocerla.
Aún deseo ansiosamente volver a mi hogar.

FIN

Mi amada

Estaba en la cama, desnudo, exhausto, fumando un cigarrillo, el último.
Ella, como siempre, estaba fría, tiesa, distante, pero a la hora del amor, era insaciable y única. Era mi preferida y ella lo sabía.
Hacía un año que la había comprado y a partir de ese momento supe que ya jamás la podría abandonar. Pero esa misma noche sucedió el accidente.
Mientras estaba en la cama, buscando una posición más cómoda, estiré demasiado el brazo derecho y el cigarrillo que sostenía quemó el brazo de ella. Y ella, que hacía solo minutos me había llenado de satisfacción, comenzó a desinflarse.
Cuando me percate de lo que había hecho, enloquecido, arrojé ese maldito cigarrillo con tanta mala suerte, que cayó sobre mis ropas que estaban colocadas sobre una silla.
Esa desafortunada acción originó una llama que tuve que sofocar arrojándole la botella de champagne que descansaba en el balde. Pero eso no era lo que lamentaba.
Mi dolor era por ella, que se estaba quedado sin vida, desinflándose lentamente sobre la cama.
Me fui corriendo hacia el garaje y busqué entre mis herramientas un parche y buen un pegamento para curar la grave herida que sufría mi amada.
Con mucho esfuerzo, pude destapar el pomo de “Superpegamento”, pero entre los nervios y la suerte que me seguía siendo esquiva, terminé derramando el pegamento sobre mis genitales...
Como aun me encontraba desnudo, me cubrí con una vieja colcha que encontré en el garaje y me subí desesperado al auto para ir velozmente al hospital.
Dos días estuve internado y no se si me dolían más los genitales o mi amor propio.
Pero al menos, algo positivo salió de todo este trágico accidente.
Y es que luego de esto no me costó para nada abandonar ese maldito vicio del cigarrillo.
Lo que nunca podré abandonar será a ella, la única, mi amor, que una vez parchada siguió siendo la amante más sensual y sumisa del mundo.

FIN

jueves, septiembre 14

El Rey

“Yo era el rey de este lugar, hasta que un día llegaron ellos. Gente brutal, sin compasión, que destruyó el mundo nuestro.” (Charly García)

No entiendo como estos desgraciados lacayos, han osado en cometer la insolencia de tratarme así, de llevar a cabo esta acción tan descarada y blasfema.
¡A mi! ¡Al mismísimo Rey Carlos II, que ocupa el trono por el infalible designio del Dios todopoderoso!
Pero… ¿Por qué aún no ha venido a rescatarme la Guardia Real? ¿Y mis sirvientes? ¿Dónde están ellos? ¿Y la Reina? ¿Dónde se encuentra mi amada Isabel?
Todos me han abandonado. He sido vilmente traicionado por aquellos mismos cortesanos obsecuentes que solían comer de mi mano.
¡Y que decir de esa turba de brutos y salvajes revolucionarios, que solo ambicionan derrocarme de mi trono! Que saben ellos de lo que más le conviene al pueblo…
Siempre he sido un Rey sabio, justo, clemente y misericordioso. ¡Y así me lo pagan!
Mientras más medito mi situación, más me convenzo de que tendría que haber obrado, tal como me lo había recomendado Lautaro, mi antiguo consejero. (¡Cuanto te necesito en estos desagradables momentos, mi fiel Lautaro! ¿Habrás salvado tu vida en esta injustificada revuelta?) ¡Debí haberte escuchado! Si en aquel tiempo hubiese dado la orden al verdugo de que le cortara la cabeza a cada uno de esos delincuentes, hoy no estaría sucediéndome esto. Pensar que yo, en mi infinita compasión, les otorgué el indulto…
¡Abran esta mazmorra! Este inmundo y asfixiante calabozo de ninguna manera es un sitio digno para que se encuentre prisionero un Rey como yo.
Juro por la memoria de mi amadísimo hijo, el valeroso Príncipe Fernando, que mi lucha no cesará hasta que yo sea repuesto en el trono y haya cobrado mi venganza a todos los Judas que me entregaron por monedas. Fernando, tú que pereciste valientemente en pleno campo de batalla, defendiendo nuestro reino del ataque de los pueblos bárbaros; tú Fernando, mi primogénito, hubieses sido tan buen Rey como lo soy yo. Pero pensándolo bien, de que te hubiese servido, si los súbditos de este pueblo hoy han demostrado ser unos malditos desagradecidos, unos cobardes mal nacidos.
¿Y tu madre, Fernando? ¿Dónde estás Isabel, mi bella e inseparable esposa? ¿Habrás huido o también estarás encarcelada? ¿Y si ya no estás con vida? ¿Qué será de mi vida sin mi hijo, sin mi esposa?¿Y si Isabel fue quién me traicionó, quién me entregó desarmado y desprotegido a esos insurrectos? No, ello es imposible. Ella nunca podría actuar de manera tan denigrante e inhumana.
¡Abran la mazmorra! Quizás esté un buen tiempo en esta asquerosa cárcel, hasta que mis ejércitos leales logren recuperar el control de mi reino. Mientras tanto estaré encadenado y seré maltratado por estos bestiales herejes. ¡Sálvame, oh Dios padre!Pensar que ya no podré saborear esos deliciosos y suculentos manjares, ni deleitarme con esos espirituosos e inigualables vinos de la gigantesca Bodega Real… Ni disfrutar de las interminables fiestas y orgías que celebraba en mis fastuosos palacios… Ni salir de cacería de jabalíes y pumas, montando mis majestuosos caballos… Ni apreciar las sangrientas luchas de los caballeros en la arena… Y lo peor, que ya no podré portar mi Corona y gobernar, tal como Dios, tan sabiamente, me lo ha encomendado.
¡Traidores! ¡Sentirán el filo justiciero de la espada del Rey Carlos II! ¡Los mataré, malditos cobardes! ¡Juro que los mataré!¡Abran la mazmorra!...

Una vez que el efecto de los fuertes sedantes que le inyectaron los enfermeros, lograron calmarlo, acallando sus lastimosos gritos y alaridos, Isabel se marchó rápidamente, abandonando para siempre esa prestigiosa institución siquiátrica.
En un pequeño cuarto, inmovilizado por el chaleco de fuerza, se hallaba el delgado cuerpo de Carlos Segundo Rey. Ese hombre, alto y algo desgarbado, de unos cincuenta años que se hallaba sedado en el piso, supo ser, en mejores tiempos, un reconocido profesor de literatura de la universidad nacional.
Pero la inesperada muerte de su hijo Fernando en un accidente de autos, ocurrida casi una década atrás, lo llevó a sufrir una crónica y aguda depresión que, al extenderse en el paso del tiempo, lo hizo precipitarse en una profunda locura.
Carlos ya no se encontraba más en su casa, que para él era su palacio.
Ya no viviría mas en el barrio de toda su vida, que para el era su amado reino.
Ya no vería mas a los muchachos del bar, lamentando sobre todo la ausencia de su compadre Lautaro, el amigo de toda la vida.
La traición de su esposa le quitó el dulce refugio de la fantasía, y lo devolvió violentamente al escenario cruel y despiadado de la realidad.Ya nunca más volvería a ser Rey.

FIN

Arte (de Karina Zanardi)

Ellas aparecieron en la entrada del museo cuando faltaban solo algunos minutos para la hora del cierre. Se mostraron algo dubitativas al momento de ingresar, pero luego de hacerse un par de miradas cómplices y algunos susurros en el oído, terminaron de convencerse y entraron rápidamente a la exposición.
Esas jóvenes figuras, cuyas edades rondaban aproximadamente los veinte años, no podían evitar ser el centro de todas las miradas de la platea masculina. Y no era para menos.
Eran realmente bellas.
Una de ellas, la a levemente más alta, llevaba el cabello oscuro y ondulado a la altura de los hombros. Era además algo más delgada que su amiga, aunque su blusa roja y su breve minifalda sugerían curvas marcadas y sensuales. La otra joven, quizás más linda aún, impactaba por el color rojo de sus largos cabellos, que combinaban con el rouge de sus carnosos labios. Tenía ojos claros y una mirada que no sabría describir entre e intimidante. Sus jeans ajustados y su musculosa blanca, la mostraban como la más informal de las dos, pero no por eso, la menos atractiva.
Caminaban bien juntas, a veces tomadas de la mano y constantemente se sonreían con algo de picardía, cada vez que terminaban de murmurarse algún secreto entre medio de la gente.
Mientras el resto de los visitantes observaban detenidamente cada cuadro de Raúl Soldi, cada paisaje de Malanca, ellas dos se contemplaban mutuamente, como si fuesen ellas las verdaderas obras de arte que allí se exhibían, como si fuesen hermosas esculturas vivas, predispuestas a ser disfrutadas en total plenitud por cada uno de los sentidos.
Cuando a los pocos minutos llegó la hora del cierre, la gente se fue retirando lentamente; algunos intentando realizar algún inteligente comentario sobre las obras de arte allí expuestas, otros en cambio, debatiendo sobre lo que cenarían, o sobre el partido de fútbol que transmitiría la televisión esa noche o sobre cualquier otro tema banal.
Quizás solo un par de muchachos adolescentes se retiraron del lugar comentando, sin poder disimular la excitación, sobre como esas dos chicas se insinuaban y jugaban entre ellas, a la vista de todos, de una manera erótica y sensual.
Pero no todos los visitantes salieron esa noche de la exposición.
Esas dos hermosas mujeres quedaron dentro del museo, ocultas dentro de una inmensa instalación de un joven artista, que representaba un tanque de guerra construido íntegramente con latitas de Coca Cola y los cartones de varias “Cajitas Felices”.
Solo cuando las dos estuvieron seguras de que todos se habían marchado del lugar, se animaron a abandonar ese práctico escondite.
Suavemente se recostaron sobre la dócil alfombra que simulaba ser la piel de un oso blanco y que formaba parte de otra instalación, cuyo tema central era la conciencia ecológica o algo por el estilo.
Ese fue el sitio que eligieron para materializar sus fantasías es más reprimidas.
Semiocultas en la penumbra, jugando entre las sombras, una de ellas comenzó a besarle el cuello a su compañera, mientras la respiración de ambas aumentaba segundo a segundo. Luego le tomó la cara con sus nerviosas manos y abriendo apasionadamente su boca, sumergió su lengua tibia y deseosa en el más excitante de los besos. Mientras sus labios chocaban y se estremecían desenfrenadamente, sus senos se rozaban con intensidad, como queriendo adentrarse una en la otra y fundir así, para siempre, sus cuerpos.
Luego comenzaron a quitarse muy lentamente sus ropas, que de por si ya no eran muchas debido al intenso calor de esa noche de verano. Las prendas comenzaron a caer deprisa al suelo, como si ya no las soportaran más, como si estuvieran a punto de arder por tantas ganas que sentían. Luego comenzaron a acariciarse, entremezclándose el sudor de ambos cuerpos desnudos, besándose incansablemente los pechos. Sus pezones estaban tan erectos, tan mojados, tan ardientes…
Eran tantos los besos que aquellas mujeres se daban, eran tantas las ganas que se habían despertado en sus s, a inevitable que minutos después, una de ellas comenzara a deslizarse por el vientre de su amiga, con su cálida lengua, lamiendo cada milímetro de piel, casi como queriendo marcar su territorio. Así, su boca resbaló por el ombligo, por el pubis, por la … y las dos explotaron de placer cuando se produjo el primer contacto de la lengua y el tibio y agitado aliento, con el húmedo clítoris. Fue una especie de shock eléctrico, que les hizo contraer espontáneamente los músculos de la entrepierna.
Se amaron tanto, de forma tan animal, que en ningún momento se sintieron inhibidas, ni se preocuparon de ser observadas por alguien. Ellas estaban tan absortas en su apasionado mundo, que nada fuera de el podría sacarlas de ese erótico trance en el que había caído. Después de cuarenta minutos de amarse intensamente, esas bellas mujeres quedaron tendidas, exhaustas y totalmente satisfechas, en el frío piso del museo.
Fue en ese momento, cuando sentí un fuerte estremecimiento en el interior de mis testículos y el semen comenzó a manchar mis pantalones. Quedé tendido sobre la silla, recuperando la respiración, mientras observaba a través de los monitores del circuito cerrado, como esas dos beldades se habían quedado rápidamente dormidas, satisfechas de haber cumplido sus sueños más prohibidos. Hice un último acercamiento con la cámara, un primerísimo plano de esos cuerpos aún desnudos, y me dirigí hacia ese sector para despertar y echar del museo a esas dos jovencitas intrusas. Debería haber llamado a la policía, tal como lo marca el reglamento, pero me hubiese comportado como un verdadero desagradecido.
Ellas, obviamente sin saberlo, habían logrado hacer realidad mis fantasías más perversas.
Ser guardia de seguridad, más allá de la mala paga y de las jornadas de doce horas, muchas veces sin francos semanales, tiene sus cosas buenas.
Sin lugar a dudas, una de ellas fue esta.

FIN

miércoles, septiembre 13

El tunel

He perdido la noción del tiempo.
Luego del impresionante derrumbe que sufrimos en esta mina de carbón, el tiempo ha pasado de forma incierta, de la misma manera en que suele parecernos mientras estamos soñando.
Pero de algo estoy totalmente convencido y es que soy el único sobreviviente de todo este desastre, ya que puedo ver como a metros de donde yo me encuentro todos mis compañeros, que hasta hace unos minutos bromeaban conmigo, quedaron sepultados bajo una montaña de piedras.
Hace más de treinta años que soy minero y se que me encuentro en una situación demasiado comprometida. No tengo muchas esperanzas de que puedan rescatarme, debido a la magnitud del desprendimiento de rocas que obstruye la salida. El oxígeno escasea y sin agua ni alimentos mucho no podré sobrevivir. Lo único que me queda por hacer, es sacudir el pico contra esa pared de piedra que hoy se encuentra más sólida que nunca.
Es eso, o simplemente dejarse morir, tirarse al piso y esperar que San La Muerte me quite todo sufrimiento…
He pasado un buen tiempo pegándole sin parar a ese muro frío e impiadoso y lo único que conseguí fue agotarme y quedarme sin aire. Aire, eso es lo que falta en esta trampa de piedra.
De pronto, la luz de la lámpara se apagó, pero la oscuridad solo duró unos segundos.
Por un pequeño agujero de la pared de esa mina, un pequeño rayo de luz apareció e hizo que de pronto volvieran a mí aquellas fuerzas que ya había perdido. Tomé nuevamente mi pico y comencé a pegarle nuevamente a ese muro que comenzaba a agrietarse.
Luego de varios golpes el muro cedió y dio paso a un túnel que se encontraba prolijamente construido. Aún agotado por el sobreesfuerzo, pude notar que a pesar de todos los años que había estado en esa mina, nunca había conocido, ni siquiera por referencias de su existencia, ese extraño pasaje que se abría ante mí.
Al final del túnel, brillaba aquella luz que había hecho renacer mi esperanza y hacía ella iba a paso seguro, con mi ropa hecha jirones, herido y con una bota menos. ¿Por qué iba seguro? Porque ya nada peor de lo que había pasado me podía suceder.
No podía dejar de pensar en mi esposa, mis hijos, mi madre, deseaba pedirles perdón por hacerlos sufrir con este trabajo de mierda, prometiéndoles que renunciaría inmediatamente y que buscaría cualquier empleo, así sea el de limpiar baños.
De pronto una brisa refresco mis pulmones llenos de polvillo y hollín, e irresistiblemente comencé a recordar cuando conocí a Stella, cuando le propuse matrimonio, el nacimiento e cada uno de mis hijos…Y mientras iba hipnotizado por los pensamientos, una aparición delante de mí me obligó a refregarme los ojos para poder asegurarme de a real.
Casi al final del túnel, se encontraba un minero con aspecto visiblemente feliz por haberme encontrado. No sabía si se trataba de una persona, de mi imaginación o si se trataba de un fantasma (muchos de mis compañeros juraban haber visto “ánimas” por los corredores de la antigua mina). Cuando me acerqué a él y pude contemplar su rostro, caí de rodillas al piso y me largué a llorar como si fuera un niño. Él, mi padre, había fallecido cuando yo solo tenía doce años y ahora se encontraba a mi lado, consolándome, con una gran sonrisa en los labios. Por lo visto, tuve el mismo final que mi querido viejo.
Las minas de carbón son nuestros pobres sepulcros.
Mi papá me ayudó a ponerme de pié y tomando firmemente mi mano, como solía hacerlo cuando era niño, me llevó hacia esa blanca luz que cada vez brillaba con más intensidad al final de aquel túnel.
Ya puedo sentir como el dolor de mis heridas se disuelve lentamente.

FIN

martes, septiembre 12

¿Me quieres?

-Leticia… ¿Me quieres?
-Claro que te quiero Tobías. ¡Tú lo sabes!
-¿Cuánto me quieres? ¿Mucho…? ¿Poco…?
-¡Bien sabes que te amo con toda mi vida! ¿Por qué lo preguntas?
-¡Dame un abrazo Leticia! ¡Dame ahora una caricia… un beso!
-¡Que cariñoso que estás hoy Tobías! ¿Qué te pasa?
-Nada Leticia. Solo quiero que el último recuerdo tuyo que habite en mi, sea uno agradable…Entonces Tobías sacó el revolver del bolsillo interno de su campera y sin dudarlo le disparó a Leticia las seis balas a quemarropa. Luego recargó su arma sin inmutarse, la guardó y metiendo la mano en el otro bolsillo de la campera, extrajo una fotografía que el día anterior le había entregado su hermano.
Sin mirar esa imagen, la arrojó con violencia y desprecio sobre el cuerpo sin vida de Leticia. En la foto podía verse a quien era su novia, besándose apasionadamente con una persona que conocía bastante bien: era Bruno, un viejo amigo de ambos.
El viento arrastró esa imagen hacia la dirección que él caminaba y se cuidó bien de no volverla a observar. Él no quería ver a su amada Leticia en esa traicionera situación, quería marcharse del lugar con un dulce recuerdo de ella.
Ahora Tobías iba rumbo a la casa de su amigo Bruno, para hacerle una visita de sorpresa.
Y podría decirse, que terminaría “matándolo” de la sorpresa.
La fotografía dio vueltas y vueltas, durante horas, en el remolino de hojas que bailaba sin descanso en esa plaza desierta.

FIN

lunes, septiembre 11

Los tiempos han cambiado

Advertencia: Los hechos y personajes que se describen en este cuento, son resultado de la (poca) imaginación del autor. Cualquier semejanza con la realidad ¿es pura coincidencia?

Agustín Varalle se hallaba sentado cómodamente detrás de su escritorio, contemplando a través del amplio ventanal como el sol del atardecer coloreaba de rojo las altas copas de los árboles. Desde su oficina, tenía una estupenda vista de la plaza y hasta se alcanzaba a ver la avenida principal del barrio. Hacía ya siete años que ocupaba ese mismo despacho, el de Secretario General del gremio.Cada tanto, se perdía en sus pensamientos y mirando hacia la plaza, y quizás sin mirarla, se imaginaba un futuro que lo tendría a él incursionando exitosamente en la arena política, ya sea como diputado provincial o mejor aún, diputado nacional.
A través del conmutador, llamó a su secretaria y le pidió un café y algunas galletas.
Ella le recordó que ya hacía dos horas que le aguardaban en la sala de espera los delegados de planta Gonzalvez, Garaycochea, Brizolla y Licera, de la empresa Venturros Hermanos.
Varalle no le contestó y siguió navegando en sus sueños, totalmente desconectado del mundo. Él hacía números para su proyecto político y se autoconvencía de que económicamente no debería de tener problemas para llevarlo a cabo.
Él ya contaba con un buen capital, fruto de las “colaboraciones” realizadas por casi la totalidad de los empresarios y patrones de fábricas que estaban encuadrados en el gremio. Ese dinero, proveniente de las coimas, sobornos y transas, le permitían a los dueños de esas empresas evitar el riesgo de sufrir inspecciones de parte del Ministerio de Trabajo, ya sea por infracciones en seguridad e higiene laboral, trabajo “en negro”, despidos, suspensiones y cualquier otro tipo de irregularidades y los ponía a salvo de huelgas o medidas de fuerza en que podían desembocar aquellos problemas.
Gracias a este “ejemplo de convivencia y madurez” en la relación gremial-empresarial, Agustín Varalle, quien solo una década atrás era un pobre y simple obrero del montón, ahora ya contaba con un patrimonio personal de tres casas –una en Carlos Paz, cerca del lago, otra en el Cerro de las Rosas y la última en un selecto barrio privado- dos autos, una gran camioneta, una generosa cuenta bancaria…
Mientras seguía contemplando la plaza, tal vez ya imaginando su rostro en los afiches de la campaña electoral, la secretaria llegó con el café humeante y con unos bizcochitos calientes colocados en la bandeja. Ella le volvió a recordar que había gente esperándolo, lo que hizo que Varalle no pudiera disimular su gesto de fastidio.
-No soporto a esos cuatro boluditos que se hacen los anarquistas, ya me tienen las bolas por el piso. –Dijo pensando en voz alta-Y mirando a su secretaria con algo de resignación, le dijo casi murmurando:
-Bueno, hágalos pasar Martita. Ah! Si usted ya terminó con las copias que le encargué, puede retirarse, yo me encargo de cerrar todo, Martita. Nos vemos mañana.
-Entonces será hasta mañana, señor Varalle.
Los delegados fueron entrando de a uno, con caras de pocos amigos y resoplando por el cansancio de la larga y humillante espera. Varalle los recibió con una amplia sonrisa en su rostro y un fuerte apretón de manos. Luego los palmeó en la espalda a medida que iban pasando a la oficina y con la mano izquierda extendida, los invitó a tomar asiento.
-¡Pero como andan, compañeros! Discúlpenme la demora, pero tenía unos asuntos urgentes que resolver, lo mismo me voy a hacer un tiempito para ustedes. No es fácil estar en este sillón, eh…
Casi interrumpiéndolo, uno de los delegados, el que fumaba furiosamente, aplastó el cigarrillo en el cenicero que se hallaba sobre el escritorio y le habló con voz firme e imperativa.
-No se preocupe compañero Varalle, no le vamos a hacer perder mucho tiempo. Solo venimos a recordarle algo. La situación en la empresa ya es desesperante. Hace dos meses que no cobramos un peso y aún siguen en la calle los cincuenta y dos compañeros despedidos el mes pasado sin que nadie les diga si van a cobrar algo de indemnización.
No nos dan ni la ropa, ni el calzado de seguridad, ni los guantes, ni los anteojos protectores para trabajar. Nos quitaron el desayuno, el lugar en donde comíamos, los viáticos, nos hacen trabajar los feriados como si fueran un día común, no nos pagan las horas extras, no nos dejan ni ir al baño y todos los días sancionan y suspenden a alguien por cualquier estupidez. Nos pusieron cámaras de seguridad hasta en las duchas y nos exigen hacer más producción. Y lo peor de todo es que más del sesenta por ciento del personal está “en negro”, sin aportes de jubilación, sin seguro social… Compañero Varalle, hace seis meses que le venimos planteando este problema. ¡Qué mierda está esperando para hacer algo!Luego de escuchar esas palabras, Varalle ya no pudo seguir sosteniendo más su falsa sonrisa, y su rostro se fue transformando hasta parecer prácticamente otra persona.
Dio un fuerte golpe al escritorio con su puño derecho y le respondió a los gritos.
-Los tiempos han cambiado compañero, ya no estamos en los años setenta. Ahora hay que conseguir logros mediante el dialogo y el consenso. Poniendo bombas nunca se pudo conseguir nada.
-Si, pero acá nunca se consiguió nada hablando. Hace rato que nos viene chamuyando pero esto ya se acabó.
Cuando Gonzalvez terminó de decir eso, se puso de pie, rodeó el escritorio hasta llegar al sorprendido Varalle y le pegó un fuerte manotazo en el ojo que hizo caer a ese alto y fornido hombre. Mientras eso sucedía, Garaycochea, abrió la amplia ventana, dejando entrar una fresca y encantadora brisa primaveral, que en un instante invadió la oficina.
Sin dar tiempo a que Varalle se levantara, entre los tres comenzaron a darle puntapiés en la cabeza y en el estómago, entremedio de gritos de “¡traidor!”, “¡cagador!” y “¡ya vas a pagar hijo de puta todo el mal que hiciste!”. Cuando vieron que el castigo había sido suficiente, lo arrastraron hasta la ventana, amagando con lanzarlo hacia la calle.
El arrogante Secretario General, había quedado boca abajo, con medio cuerpo colgando tras la ventana, dando desesperados manotazos para asirse de algo o de alguien.
Pero no lo lanzaron. Los cuatro delegados comenzaron a reírse de cómo Varalle se había orinado en los pantalones, mientras lloraba como un niño implorando que le perdonaran la vida.
Gonzalvez, Garaycochea, Brizolla y Licera se marcharon del lugar, no sin antes amenazarlo de que si las cosas no cambiaban, vendrían nuevamente por él, pero ya no ellos cuatro, sino los ciento veinte compañeros de la empresa Venturros Hermanos.
Varalle, aún dolorido por los golpes recibidos, se quedó arrodillado, apoyado en la ventana, con la mirada un tanto perdida en dirección a la plaza y con ganas de cerrar los ojos para ya no volver a abrirlos.

FIN

Pecado

Una persona delgada, extremadamente delgada, se va acercando al confesionario.
De unos treinta años aproximadamente, pero con un rostro demacrado y desolado que le aparentaban mucho más, su imagen dejaba la impresión de que se trataba de alguien que sufría por un problema muy grave.
Se arrodilló ante el sacerdote y se persignó, dejando caer sobre su rostro su cabello largo y ondulado. Desprendió un poco su campera, debido al calor reinante dentro de esa iglesia y pasando su mano por su barba de cinco días, comenzó a hablar.
-Padre, dentro de unos cinco minutos cometeré un pecado.
El cura, muy lejos de llegar a esbozar algún gesto de sorpresa (en más de dos décadas de escuchar confesiones pocas cosas ya podían sorprenderlo) se acercó ante la rejilla que lo separaba de quién se estaba confesando y le habló con voz suave y comprensiva.
-Hijo, Dios siempre nos da la oportunidad de que reflexionemos sobre cada acto que vamos a realizar. Si tú sabes que lo que vas a cometer es un pecado, ya sea por obra, palabra u omisión, tú tienes el poder de decidir no obrar esa mala acción.
-Es inevitable Padre. Pero quiero aclararle que no lo hago por venganza, sino para evitar que lo que me sucediera a mí hace veinte años, le pueda llegar a suceder a otros
-Pero hijo, sabes que no debes tomar justicia por mano propia, está la ley de los hombres y por sobre todo la ley de Dios… “No matarás” dice los mandamientos…
-¿Y si le digo que ese hijo de puta que voy a matar, abusó de mí cuando era un niño? Tengo miedo que cualquiera de estos niños que hoy están en esta iglesia, tengan que sufrir por su culpa, la vida miserable que yo tuve que sufrir.
El cura que hasta ese momento mantenía un rostro sereno e impávido, hizo un gesto de terror. Intentó inclinarse hacia atrás, tapándose el rostro con sus manos temblorosas y transpiradas, pero no tuvo tiempo de hacer nada.
Esa persona delgada, demacrada, de pronto se puso de pie e ingresó al confesionario. Sacó del interior de su campera el revólver y le disparó cinco veces, hasta que estuvo bien seguro de haber matado al sacerdote.
Al escuchar el primer disparo, los fieles se tiraron al piso horrorizados, intentando refugiarse bajo los viejos bancos de madera. Pero se podría decir que en ese momento, él si siquiera advirtió la presencia de ellos.
Llegó hasta la puerta y girando hacia el atrio se inclinó hacia adelante haciendo la señal de la cruz y se fue caminando tranquilamente rumbo a la comisaría, dispuesto a entregarse.
Nunca se había sentido tan en paz con si mismo.

FIN

La abuelita

Por la pantalla del televisor desfilaban cientos de canales a una velocidad tan alta, que se hacía difícil ver que programas se estaban transmitiendo en ese momento.
El responsable de ese zapping incesante era un chico de doce años que se encontraba cómodamente sentado en un mullido sofá del living. En esa especie de ruleta en que se había transformado el televisor, la suerte quiso que el número del canal elegido fuera el 69 y ahí mismo se detuvo por fin el pulgar derecho que presionaba el botón del control remoto. El chico quedó boquiabierto al ver la película que ese canal estaba transmitiendo.
Una rubia despampanante, de labios carnosos y pechos infartantes, se bañaba con una escultural pelirroja en una escena sugerentemente lésbica. De pronto, aparece otro ¿actor? personificando a un plomero, que aparentemente pretende reparar alguna avería situada en esa misma ducha, con el obvio resultado de que el tipo termina también desnudo sumándose al juego que ya habían comenzado las dos muchachas.
Si bien era una ingenua película argentina de los años ochenta (quizás una de las primeras que se filmaron con la llegada de la democracia) para los ojos de ese joven era una de las cosas más impactantes que había visto en su vida. El muchacho, instintivamente llevó su mano a la entrepierna y comenzó a bajarse el cierre del pantalón, hasta que un ruido lo sobresaltó.
Era la puerta que se abría. Su abuela entraba al living con una bandeja repleta de humeantes y sabrosas galletas dulces recién horneadas, junto con una gran taza de chocolate caliente.
El muchacho rápidamente sacó la mano de sus genitales y en una veloz maniobra logró tomar el control remoto del televisor cambiando de canal.
El chico se levantó visiblemente nervioso, transpirando y con el rostro rojo por la embarazosa situación, y solo alcanzó a decir: -“¡Gracias abuela! Dejalo en la mesita que yo tengo que ir al baño…”La abuela, con la sabiduría y la experiencia que le dan los años, tomó el control remoto y presionó el botón con el que se sintoniza el canal anterior. Ella, del susto casi pega un salto y su corazón comenzó a latir con fuerza cuando ante sus ojos húmedos, apareció esa vieja película ográfica.
Sintió una mezcla de nostalgia y melancolía, al verse en la televisión tan rubia, tan y, tan joven… Aquella época en que ella era más conocida como Lola Pasión, “La Cicciolina argentina”, “La nueva Isabel Sarli”. Pero esos locos momentos quedaron sepultados bajo el inexorable paso del tiempo. Ahora es tan solo la abuela Betty. La dulce abuelita Betty.
El muchachito salió del baño muchísimo más relajado de lo que se lo veía unos minutos atrás y sonriéndole a su abuela, se terminó gustosamente la taza de chocolate y las ricas galletitas viendo los dibujitos animados.
Pero por mucho tiempo, él no se pudo sacar de la cabeza a aquella película de la rubia despampanante.

FIN

Mi perrito

Mi esposa odiaba a mi perro. Lo detestaba.
Si bien a Camilo lo tenía desde antes de conocer a Natalia (era cachorrito cuando nos pusimos de novios) ella siempre sintió por él una especie de repulsión que con el correr de los días se fue transformando en algo semejante al temor, a medida que ese hermoso ejemplar de raza dogo fue creciendo más y más.
A pesar de las quejas, súplicas y rechazos que debía soportar de Natalia, nunca me pude deshacer de él. Es más, siempre estuve más cerca de separarme de mi esposa que de desprenderme de mi amado can.
Pero como al fin y al cabo amaba a ambos casi de la misma manera, busqué un equilibrio, una posición conciliadora para poder mantener un poco de paz en mi hogar.
Por cierto, Camilo tampoco sentía mucho aprecio atalia.
Cada vez que ella se le acercaba, él ladraba enloquecidamente y si bien la situación nunca pasó más allá de eso, el hecho de que el perro le mostrara más de una vez sus afilados colmillos junto con esa mirada amenazante e inquisidora, lograban que ella se introdujera en el estado de pánico más morboso que pudiera haber conocido en su vida.
Fueron incontables las oportunidades que discutimos este asunto con Natalia.
Muchas veces, incluso, llegamos a insultarnos y hasta intentar agredirnos adelante de su familia, por lo que debo reconocer que no contaba precisamente con el afecto de mis suegros y hasta me animaría a decir que me rechazaban con todas sus fuerzas.
De todas formas, doy fe que ella me lo pidió de todas las maneras posibles, hasta rogándome de la forma más humillante, pero para mí la idea de deshacerme de Camilo era simplemente inconcebible y si bien ella amenazó muchas veces con marcharse de casa, el amor que nos teníamos la obligaba a dar marcha atrás con sus intenciones y luego de la reconciliación, al menos por una semana, todo se olvidaba y no se hablaba más del tema.
Una noche Camilo se liberó de la gruesa cadena que lo mantenía confinado a un sector del patio y se metió en la cocina. Natalia, distraída mientras introducía en el microondas nuestra cena, no advirtió que mi amado perro fue directo hacia su tobillo y la mordió, aunque levemente. Aterrorizada y furiosa comenzó a gritar y pegándole con una olla que encontró sobre la mesa, se zafó de Camilo que volvió asustado al patio.
Natalia fue ciega de odio hasta el dormitorio, en donde me encontraba recostado sobre la cama, escuchando música. Comenzó a tantear con su mano derecha arriba del ropero hasta que encontró el arma, una 22, que teníamos por miedo a los múltiples robos que sucedían a diario en el barrio. Apenas la vi, fui corriendo tras ella, que se dirigía al patio a ejecutar a mi amado Camilo. Cuando vi a Natalia empuñando el arma, apuntando a mi indefenso cachorro, me tiré sobre ella de una manera tan poco afortunada, que en el forcejeo un disparo se escapó, dando en el pecho de mi esposa que, en forma inmediata y de manera fulminante, cayó sin vida sobre el piso de la cocina.
En la desesperación, a pesar de las vertiginosas imágenes que se sucedieron, alcancé a comprender que estaba en un grave problema y que me sería complicado demostrar de que mi intención no había sido la de asesinar a Natalia.
Entre lágrimas, sufriendo por lo que ocurrió y por mi segura encarcelación, tomé el cuchillo con el que cortaba la carne y los huesos que Camilo devoraba día a día y corté en trozos el cuerpo de mi esposa que ya comenzaba a enfriarse.
Una vez terminado el trabajo, guardé algunas de sus partes en una bolsa sellada que luego dejé en el freezer, entre medio del pan y otras viandas de comida. El resto, se las di a mi perro para que las comiera y al parecer, Natalia le gustaba mucho más de lo que yo hubiese imaginado.Al día siguiente, le di un poco más de esa carne, ya que necesitaba que la terminara cuanto antes, porque la súbita desaparición de mi esposa, en poco tiempo llamaría la atención de mis vecinos, y por sobre todo, la de mis suegros.
Pero de pronto, mientras Camilo comía lo que parecía ser una porción de pierna de Natalia, comenzó a dar arcadas y a emitir un extraño gruñido, víctima seguramente de un hueso atravesado en la garganta que le impedía respirar.
Todo fue cuestión de un par de minutos, prontamente de su hocico comenzó a caer una baba espesa y tirado en medio del patio, sufrió una muerte horrible.
No hay mucho más por decir, salvo que mi amado perro quedó enterrado en el fondo del patio y que lo que quedó de mi amada esposa, terminó sobre la parrilla compartiendo el último asado conmigo.

FIN