Estaba en la cama, desnudo, exhausto, fumando un cigarrillo, el último.
Ella, como siempre, estaba fría, tiesa, distante, pero a la hora del amor, era insaciable y única. Era mi preferida y ella lo sabía.
Hacía un año que la había comprado y a partir de ese momento supe que ya jamás la podría abandonar. Pero esa misma noche sucedió el accidente.
Mientras estaba en la cama, buscando una posición más cómoda, estiré demasiado el brazo derecho y el cigarrillo que sostenía quemó el brazo de ella. Y ella, que hacía solo minutos me había llenado de satisfacción, comenzó a desinflarse.
Cuando me percate de lo que había hecho, enloquecido, arrojé ese maldito cigarrillo con tanta mala suerte, que cayó sobre mis ropas que estaban colocadas sobre una silla.
Esa desafortunada acción originó una llama que tuve que sofocar arrojándole la botella de champagne que descansaba en el balde. Pero eso no era lo que lamentaba.
Mi dolor era por ella, que se estaba quedado sin vida, desinflándose lentamente sobre la cama.
Me fui corriendo hacia el garaje y busqué entre mis herramientas un parche y buen un pegamento para curar la grave herida que sufría mi amada.
Con mucho esfuerzo, pude destapar el pomo de “Superpegamento”, pero entre los nervios y la suerte que me seguía siendo esquiva, terminé derramando el pegamento sobre mis genitales...
Como aun me encontraba desnudo, me cubrí con una vieja colcha que encontré en el garaje y me subí desesperado al auto para ir velozmente al hospital.
Dos días estuve internado y no se si me dolían más los genitales o mi amor propio.
Pero al menos, algo positivo salió de todo este trágico accidente.
Y es que luego de esto no me costó para nada abandonar ese maldito vicio del cigarrillo.
Lo que nunca podré abandonar será a ella, a la única, a mi amor, que una vez parchada siguió siendo la amante más sensual y sumisa del mundo.
Ella, como siempre, estaba fría, tiesa, distante, pero a la hora del amor, era insaciable y única. Era mi preferida y ella lo sabía.
Hacía un año que la había comprado y a partir de ese momento supe que ya jamás la podría abandonar. Pero esa misma noche sucedió el accidente.
Mientras estaba en la cama, buscando una posición más cómoda, estiré demasiado el brazo derecho y el cigarrillo que sostenía quemó el brazo de ella. Y ella, que hacía solo minutos me había llenado de satisfacción, comenzó a desinflarse.
Cuando me percate de lo que había hecho, enloquecido, arrojé ese maldito cigarrillo con tanta mala suerte, que cayó sobre mis ropas que estaban colocadas sobre una silla.
Esa desafortunada acción originó una llama que tuve que sofocar arrojándole la botella de champagne que descansaba en el balde. Pero eso no era lo que lamentaba.
Mi dolor era por ella, que se estaba quedado sin vida, desinflándose lentamente sobre la cama.
Me fui corriendo hacia el garaje y busqué entre mis herramientas un parche y buen un pegamento para curar la grave herida que sufría mi amada.
Con mucho esfuerzo, pude destapar el pomo de “Superpegamento”, pero entre los nervios y la suerte que me seguía siendo esquiva, terminé derramando el pegamento sobre mis genitales...
Como aun me encontraba desnudo, me cubrí con una vieja colcha que encontré en el garaje y me subí desesperado al auto para ir velozmente al hospital.
Dos días estuve internado y no se si me dolían más los genitales o mi amor propio.
Pero al menos, algo positivo salió de todo este trágico accidente.
Y es que luego de esto no me costó para nada abandonar ese maldito vicio del cigarrillo.
Lo que nunca podré abandonar será a ella, a la única, a mi amor, que una vez parchada siguió siendo la amante más sensual y sumisa del mundo.
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