Obra de Rocío Tisera

domingo, mayo 27

Discurso político

El político se bajó de su camioneta acompañado por sus inseparables colaboradores.
La furiosa campaña electoral, sumado a su mala posición en la encuestas de intención de voto, obligaban a que el candidato a Senador estuviera en la mayor cantidad posible de lugares en el menor tiempo. No importaba cuanto durara el discurso, ni su contenido, ni su veracidad. Solo importaba que la gente lo viera, lo escuchara y que memorizara su nombre y su imagen para que el domingo siguiente todos lo recordaran y le dieran su voto. En esa vorágine de visitas a hospitales, colegios, museos, shoppings y cualquier otro tipo de lugar en el que se diera una concentración masiva de personas, el político se bajó de su camioneta y enfilo directo hacia la multitud con una sonrisa a flor de labios y con la lengua dispuesta a decir precisamente lo que el pueblo deseaba escuchar.
En este caso, se trataba de un colegio para adultos y el ingresó rápidamente bajo la lluvia de flashes fotográficos que registraban su visita. Obviamente, aquellos periodistas eran gente pagada por él.
La directora del instituto se sorprendió al ver al candidato político y cuando ella, con cierto malhumor, le preguntó la razón de su inesperada visita, él se subió velozmente sin decir una sola palabra al escenario ubicado en un extremo del inmenso comedor. Él, tuvo la suerte de que ese se lugar se hallaba repleto de estudiantes, ya que llegó justo en el momento del almuerzo.
El político inmediatamente se presentó y una vez apoderado del micrófono que alguien había dejado olvidado sobre el escenario, largó todo su repertorio de anuncios, promesas y críticas contra su oponente de las elecciones del domingo.
Cuando concluyó con su palabrerío, él espero el ya casi habitual aplauso de los presentes y algún que otro "¡Viva el senador!", pero se dio cuenta de que ninguno de los que se encontraban allí le había prestado la más mínima atención.
El político, avergonzado, abatido, agachó la cabeza y se fue casi huyendo hacia la camioneta sin decirle ni una palabra a la directora del colegio, por más que ella lo persiguiera hasta la salida, sin lograr detenerlo.
El político, cansado y bastante estresado por el ritmo de la campaña electoral, se largó a llorar desconsoladamente y anuncio a su equipo de colaboradores que renunciaba a la candidatura de senador.
La lujosa camioneta partió del lugar, dejando a una confundida y desorientada directora en la puerta de ingreso de la Institución de Enseñanza para Adultos… Sordomudos…

FIN

miércoles, mayo 2

Mensaje de Texto

Suena mi teléfono celular. Es un mensaje de texto. Busco un trapo limpio, me limpio las manos y saco el teléfono del bolsillo de mi camisa. El mensaje era de mi esposa.
"¿Dónde estás gringo? Te espero en donde habíamos quedado, en Colón y Gral. Paz".
Obviamente el mensaje no iba dirigido a mí, no solo porque nunca me llamo gringo, porque no lo soy, sino porque en ningún momento nos habíamos puesto de acuerdo para encontrarnos allí. Seguramente debió confundirse de número en el momento de enviarlo.
¿Qué hacer? La sangre me hervía, la cabeza me estallaba, y tenía ganas de salir corriendo de la fábrica. Fui hasta la oficina de mi supervisor y simplemente le dije -"Hágame un permiso de salida que debo atender una urgencia". Mi jefe en una situación normal muy probablemente me hubiese preguntado cual era el grave motivo que me obligaba a abandonar el trabajo. Pero mi jefe, al ver mi rostro enfurecido, opto por guardar silencio. Salí de la fábrica con mi ropa de trabajo hecha una verdadera mugre, pero realmente ni me importaba. Detuve un taxi y fui hacía el lugar en donde mi esposa estaría esperando a ese "Gringo". El viaje duró unos diez minutos que se me hicieron eternos, temiendo llegar tarde al encuentro, pero al menos, en eso tuve suerte. En una de las escaleras del Correo Central, mi esposa le dio un rápido pero apasionado beso a un tipo algo mayor que yo, delgado, alto y de cabellos rubios. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, y no podía evitar que mis piernas me llevaran hasta donde se encontraban ellos, pero igualmente conserve la calma.
La llamé.
-"Hola mi amor, ¡Sorpresa! Pedí permiso para salir más temprano del laburo, porque tenía muchas ganas de verte. ¿Vos estás en casa, no?"
-"Mirá… recién salgo de casa rumbo al almacén… ¿En cuanto decís que llegás a casa?"
-"Calculá que en media hora llego"
-"Bueno mi amor, te espero. Voy poniendo a calentar el agua para tomar unos mates. Chau, un besito…"
-"Chau, chau, un besito…"
A unos metros de mi, vi como ella, desesperada, le dio otro beso a ese tipo y le alcanzó a explicar algo. Tomó un taxi y dejó a su amante, que se quedó observando como ella se marchaba. Luego, el "Gringo" se fue caminando rumbo a la calle Lima, a buscar su auto en la cochera. El paso al lado mío. Lo miré a los ojos, pero él no reaccionó. Por lo visto no me conocía. Lo seguí hasta que se subió al auto, entonces detuve un taxi y tal como suelen decir en las viejas películas, le dije al chofer "¡Siga a ese auto!" y me acomodé en el asiento del coche, mientras intentaba calmar mis emociones. Luego de varias cuadras de perseguirlo, se detuvo al frente de una bella casona de barrio Ayacucho. Yo me bajé del taxi unos metros detrás, y me fui en busca de él. El tipo, cuando estaba a punto de ingresar a su casa, fue recibido por una mujer, por lo visto su esposa, quien le dio un largo beso de bienvenida. Entraron a la lujosa vivienda tomados de la mano y daban la imagen de ser un feliz matrimonio o. Esperé un par de minutos y toqué el timbre de la casa. Justo en el momento en que la puerta comenzó a abrirse, mi teléfono comenzó a sonar. Era mi esposa.
-"¿Y mi amor? ¿Por qué te estás demorando tanto?"
En ese momento, la esposa del Gringo atendió la puerta.
-"Porque estoy con una amiga tuya… Acá te paso con ella…"
La señora sin entender nada, tomó el teléfono y apenas largo un dubitativo "¿Hola?", mi esposa cortó. Le expliqué a esa mujer todo lo que estaba sucediendo y aunque al principio no estaba muy convencida, por los gritos que luego le pegó al Gringo y que se escuchaban a una cuadra de distancia, me parece que finalmente me creyó. Me tomé un ómnibus rumbo a mi casa (ya me había fundido con los taxis que tomé ese día) y cuando llegué encontré a mi esposa en la cocina. Se encontraba sentada, pálida y con sus manos cubriendo su rostro. En el termo había agua caliente, el mate estaba preparado y en la bandeja había facturas y pan criollo. Me serví un mate y me quedé mirándola fijamente. Cuando ella me miró, con lágrimas en los ojos, me dijo -"Tenemos que hablar".
Yo no dije nada. Solo tomé mi mate, mientras pensaba que mi matrimonio se había terminado.

FIN