Obra de Rocío Tisera

miércoles, noviembre 28

MICROCUENTOS 2


PERRITOS: Cuando yo era chico, tenía una perra que se llamaba Tita y que había dado a luz a siete cachorritos. Los perritos eran muy bonitos y juguetones, excepto el que nació al último, o sea, el séptimo, que tenía esa maldita costumbre en cada noche de luna llena, de convertirse en niño. En un niño muy malcriado, para colmo.


ESPERANDO EL ÓMNIBUS: Hace mucho tiempo que espero el ómnibus. Tengo la sensación de que hace varios días que estoy aguardando, en esta sucia parada de autobús perdida en medio del desierto, que aparezca el maldito coche que me debe llevar a casa. Tengo hambre, frío, sed, sueño, cansancio... ¡Pero aguarden! Creo ver algo a la distancia que se acerca con prisa... ¡Si! ¡Si! ¡Es el ómnibus! Alla viene a toda velocidad por la ruta, ahí pasa adelante de mí como si fuera un rayo, allá va a lo lejos perdiéndose en el horizonte... Maldita debilidad que me dejo sin las fuerzas necesarias para extender mi brazo y así poder hacerle las señas para detenerlo...


IMPOTENCIA: No se me para. La pulposa prostituta se contornea con mucha sensualidad delante de mí, pero no hay caso, mi miembro viril continúa flácido, sigue innerte, desmayado, sin vida. Te odio Priscila. Te odio con toda mi alma. Tu amor, tu desamor, me han convertido en un pobre y ridículo impotente que no puede dejar ni un solo segundo de pensar en tí. Ni siquiera en este momento.


SOL DE MADRUGADA: Una vez, siendo niño, mi bisabuela me contó que cuando ella era chica, en plena madrugada, apareció de pronto en el cielo un sol gigante y resplandeciente. Recuerdo muy bien que yo la interrumpí diciéndole que eso era imposible. Ella me respondió que lo verdaderamente imposible, fue poder dormir aquella fulgurante noche.

lunes, noviembre 26

No se para que volviste


¿Por qué has regresado? Ya había logrado olvidarte, quitarte de mis tristes recuerdos... ¿Por qué volviste? ¿Para qué volviste? Con todo el daño que me causaste, con todo el dolor que dejaste pegado en mí, con tanta tristeza y depresión que me contagió tu presencia... Ya te había olvidado, ya te había extirpado de mi realidad... Pero volviste. Te veo en un rincón de mi cuarto con tu mirada soberbia y prepotente, fisgoneando por todos lados buscando algo, buscando a alguien... Te veo pálida pero hiperactiva, espectral pero radiante, tal como cuando te conocí aquella noche. Ya me has hecho mucho daño. Por tu culpa me quedé sin amor, sin la mujer que más amé, sin mi hija a lo más bello y mágico que llegué a conocer en este gris mundo, sin la contención y el cariño de mis queridos padres... Soy la persona más solitaria del mundo. Ahora no es necesaria tu compañía, no es necesaria esa mano blanca que me acaricia suavemente para quitarme el aliento. Muerte, Parca, Huesuda... ¿Cómo quieres que te llame? No entiendo porqué te has tomado el trabajo de venirte hasta aquí para llevarme a tu reino. No comprendo porqué, maldita muerte, me visitas esta noche tan oscura y callada. ¿No comprendes que al llevarte la vida de mi niñita, de mi joven esposa, de mis amados padres, también te llevaste la mía? ¿No entiendes que desde hace tiempo tan solo finjo vivir, pero que en realidad soy ni más ni menos que un pobre y aflijido fantasma? Márchate sombría muerte, de verdad no tiene sentido que vengas por mi, ya que no tengo nada que pueda perder, nada que pueda interesarte, no tengo sueños, no tengo amor, no tengo vida, no tengo alma...

FIN

martes, noviembre 13

MICROCUENTOS


MI AMIGO INMORTAL: Tengo un amigo inmortal que cada día que me visita llora y llora diciendo que me voy a morir. Yo lo consuelo, y le digo que solamente tengo veinte años. Él, en ese momento, se larga a llorar más fuerte aún, mientras entre sollozos me recuerda que un siglo, que un milenio, no es nada.

MI UNICORNIO ROSA: Mi unicornio rosa ayer se me perdió. No se si me fue. No se si se escapó. Un vecino me dijo que ayer lo vio corretear por el Parque Sarmiento junto a un hermoso unicornio azul.

MI LORITO: Cuando era niño tenía un loro que era grandote y de brillantes plumas verdes y azules y que solía gritar: "¡Viva el Che Guevara!". Yo era muy chico, corría el año 1979, pero aún recuerdo como una noche, a la madrugada y mientras todos dormían, pude ver a traves de mi ventana, a unos extraños vestidos de verde que entraron a mi patio y se lo llevaron. Nunca más volvimos a ver ese loro. Nunca.

CHICAS: Una vez me enamoré de una chica vegetariana que conocí en mis vacaciones en la India y alcanzamos a salir por unos cuantos meses. Debo reconocer que con ella me fue mucho mejor que con aquella chica canibal que conocí en mi viaje a África. La vegetariana, al menos, no se comió ninguno de mis dedos...

martes, noviembre 6

Arañas

Una tarde, hace solo cuestión de días atrás, Juan se encontraba en el patio de su casa, situada en la zona rural de Monte Cristo, tomando unos mates bajo la fresca sombra de un sauce. De pronto, solo de casualidad, alcanzó a ver como de una de las ramas que estaban a unos metros sobre el, una araña gris y de figura repugnante comenzaba a bajar sostenida por un fino hilo. Juan la miró fijamente y al principio le llamó un poco la atención su aspecto, pero luego no le dio demasiada importancia y, olvidándose de ella, continuó tomando sus mates amargos en esa cálida tarde. La araña, de repente y a gran velocidad, comenzó a subir y a bajar entre las ramas dejando tras de si una bellísima telaraña plateada que parecía haber sido trabajada por un delicado orfebre. Juan, ahora sorprendido, veía embelesado esas formas tan perfectas que creaba ese insignificante arácnido. Se puso a pensar entre mate y mate, lo sabia que es la naturaleza y el misterio que atesora en el interior de cada ser viviente. Pero minutos después, se volvió a sorprender y aún más que antes, al notar que aquella telaraña llevaba incrustadas en su trazado... ¡Letras! ¡Si! Letras de hilo que parecían tener un orden, como si tuvieran una razón de ser y no fueran producto del azar. Allí había una C, ahí una U, por allá una I... Esperó unos minutos más y terminó de leer lo que insólitamente había escrito esa araña. Lo más escalofriante de todo, es que esa frase guardaba un sentido y estaba escrito con claridad: “Cuidado con la araña”. Juan casi se atraganta con la bombilla del mate al leer eso. Volvió a mirar la araña que ahora colgaba inmóvil de aquel hilo sujeto a la rama, observó detenidamente la telaraña con el mensaje y no pudo con su curiosidad. Con lentitud se acercó a ella. Quizás por eso, no tuvo el tiempo necesario para darse vuelta y así ver lo que se encontraba detrás de él. Una araña de tamaño monstruoso, tan grande como una vaca, se acercó a Juan con tal velocidad que cuando él se percató de ella, no tuvo tiempo ni siquiera para correr. En solo unos minutos, la monstruosa araña lo terminó de enrollar con su tela, dejándolo completamente inmóvil. Fue en ese momento en que la atroz criatura lo tomó con su húmeda y gigantesca boca, y lo llevó velozmente hasta donde se hallaba su nido.

FIN

lunes, octubre 29

Otro día de clases

Los alumnos se encontraban sentados, pero todos gritando y lanzándose bollos de papel a la vez. La maestra de música aún no había llegado y quizás no lo haría, tal como venía sucediendo cada martes, en esa segunda hora de clases.
De pronto la puerta se abrió y se vió a la imponente figura de la directora del colegio a punto de ingresar al aula, pero los alumnos la ignoraron completamente, sin dejar en ningún momento de gritar como si estuvieran locos. La directora, alta, fornida y de de cabellos oscuros y cortos, puso su acostumbrada mirada militar, e intentando hacer sonar su voz de la manera más enérgica, autoritaria y masculina posible, vociferó con todas sus fuerzas: "¡Alumnooos! ¡Silenciooo!". Pero nadie le prestó atención, ni siquiera la gringuita Suarez, la "nerd" (o la "traga" utilizando la versión más argenta) de todo el quinto grado. La directora comenzó a ponerse colorada y sin disimular su indignación, golpeó con toda su furia el pupitre que tuvo más a mano, e hizo resonar junto al puñetazo su grito: "¡Dije silencioooooo!". Justo un segundo antes de que pronunciara la última "o", alcanzó a ver fugazmente a un alumno que, sentado en el fondo del curso, buscaba algo en el interior de su mochila. Quizás también llegó a ver cuando ese mismo chico empuño de repente el arma y le disparó resueltamente, a quemarropa. A la bala seguro que no la vio, ya que quedó incrustada entre medio de sus ojos. La mujer cayó fulminada en el piso.
Los gritos, alaridos y risotadas de los niños, aplacaron el estallido del disparo, y continuaron su anárquico juego, hasta que cansados de estar allí sentados, dieron vuelta sus pupitres y con los mismos papeles con los que minutos antes se tiraban enter ellos, iniciaron una voraz e inmensa fogata a la cual también fue a parar el cuerpo sin vida de la directora del colegio.
Sin dejar de gritar y de reírse, salieron del aula en busca de otro grado en el cual continuar sus bromas y travesuras.
"¡Vamos a molestar a los pendejitos de primer grado!", gritó el chico que aún llevaba el revólver en la mano.
"¡Vamos!", gritaron todos los chicos en forma de coro.

FIN

martes, octubre 9

El trabajo

Maximiliano se había levantado temprano ese Domingo.
Tomó unos mates y se fue hasta el kiosco de revistas de la esquina a comprar el diario.
El diariero quiso iniciar una conversación, pero él solo esbozó una sonrisa y se marchó.
Se fue caminando lentamente, con la mirada clavada en el piso y una expresión de desánimo a más que evidente. Había perdido mucho peso, unos diez kilos quizás y había optado por rapar sus largos cabellos. El HIV había avanzado mucho en él, pero más allá de los síntomas, lo que lo deprimía era el hecho de haberse convertido en un estigma para la familia y un excluido para la sociedad. No solo había perdido su puesto de gerente en la empresa constructora, sino que a partir de ese momento conseguir trabajo se había vuelto casi imposible.
Carolina, su esposa, no tuvo más remedio que volver a su antiguo trabajo, en un taller de costura, tal como lo solía hacer de soltera, pero como ahora estaba empleada "en negro", el dinero que le pagaban tan solo alcanzaba para la comida de sus dos hijos.
Maximiliano llegó a casa, tomó una silla y se sentó en el medio del patio, bajo la fresca sombra de un paraíso y comenzó a hurgar entre las secciones del diario hasta llegar a la de clasificados. Entremedio de los avisos que ofrecían trabajo, encontró uno muy extraño, que leyó con mayúscula sorpresa:

"Se necesita personal sin limite de edad, no es necesaria experiencia, ni referencias. Único requisito: sufrir una enfermedad terminal (cáncer, HIV, etc.). Excelentes ingresos. Presentarse urgentemente. Imprescindible contar con constancia médica que certifique la dolencia."

De un salto, recortó la página del diario y con un rápido: "Ya vuelvo" se despidió de su familia. Si bien ese pedido de personal era más que estrafalario, no pudo más que pensar lo imprescindible a para su familia que él pudiera conseguir un trabajo digno. Además, lo avergonzaba tener que pedir mes a mes la ayuda de sus padres y de sus suegros para poder pagar el alquiler y los impuestos.
Luego de media hora de viaje en ómnibus, llegó al centro de la ciudad.
Le costaba caminar bajo el fuerte sol, pero la emoción era más fuerte que cualquier dolor que pudiera sentir.
Ya en el edificio, subió en el ascensor hasta el tercer piso y se encontró con el cartel de una oficina: "O.B.L. Seguros de vida".
Golpeó la puerta y una amable y agraciada secretaria le invitó a pasar.
Maximiliano le entregó sus estudios médicos y unas fotocopias de su documento de identidad y llenó una planilla con todos sus datos. La secretaria rápidamente comenzó a ingresar sus datos en la computadora y solo cuando terminó de verificar la información lo invitó a tomar asiento. En la sala había cuatro personas más esperando.
Sin lugar a dudas, era determinante sufrir una grave enfermedad para poder obtener ese trabajo, porque esas personas que estaban allí no se veían mucho mejor de salud que él.
Mientras aguardaba su turno, se puso a ojear algunas revistas que se encontraban sobre una mesita. En una de ellas aparecía un águila muy similar al que llevaba tatuado en el brazo derecho. Ese tatuaje, realizado con agujas que no habían sido esterilizadas, fue la causa del contagio del HIV.
–Quizás me utilicen como conejillo de indias, para probar algún tipo de droga. -Pensó, pero en realidad esa idea no lo asustaba para nada.
La gente que iba saliendo de la oficina, llevaba una expresión extraña en el rostro, no podía descifrar si en realidad salían contentos o preocupados. Quizás, eran las dos sensaciones a la vez.
Minutos después le llegó su turno y sintió la ansiedad de develar pronto porque tanto secreto para un simple trabajo. Ingresó a una oficina contigua y fue recibido por un señor menudo y de mediana estatura, pero de rasgos fuertes en su rostro. Su larga barba y su acento marcadamente árabe lo convencieron rápidamente de que ese señor venía del extranjero. En la oficina, había además dos personas de gran físico, que miraban con gesto intimidante y guardando silencio.
–Mire le seré claro. Lo necesitamos para que realice un trabajo que debe permanecer en secreto. He visto sus estudios clínicos y he comprobado la veracidad de su enfermedad. Para todo el mundo, la muerte llega en cualquier momento, pero para algunos se muestra de manera más concreta, más cercana. Usted sabe que va a morir y nosotros queremos que ese hecho no se desaproveche. El trabajo que le ofrecemos es realizar un atentado suicida contra el Banco Nacional. Como le decía, usted sabe que de todas maneras va a morir. La diferencia es que nosotros le vamos a pagar cincuenta mil dólares. Veinticinco mil se los llevaría ahora. El resto, será depositado en una cuenta a su nombre para que algún integrante de su familia pueda cobrarlo luego de realizado el trabajo. ¿Qué opina?
Maximiliano no lo pensó mucho. Con ese dinero podría asegurar, al menos, por un buen tiempo las necesidades económicas de su familia. Al fin y al cabo era cierto que la muerte era solo una cuestión de tiempo.
-Supongo que no me queda otra opción que aceptar.
-Tomó la decisión correcta. Se ve que ama mucho a su familia.
Firmó unos papeles y recibió una bolsa negra que contenían los veinticinco mil dólares. Los revisó y comprobó que todo estaba en orden.
-Mañana debe presentarse a las siete de la mañana. Será una semana de preparativos. Mientras tanto tenga mucho cuidado de con quien habla. Todo el tiempo será vigilado uestra gente.

La semana de entrenamiento pasó rápidamente y durante todo ese tiempo fue seguido de cerca, tanto él como su familia, por un intimidante grupo de matones.
Maximiliano tuvo que mentirle a Carolina para explicar el adelanto de dinero y así no llamar la atención. Le dijo que esa plata que había cobrado, era de una indemnización que le había ganado su abogado a la empresa que lo despidió. La misma alegría del dinero hizo que la mentira fuera creída por Carolina sin muchos reparos.
En realidad, a ella mucho no le importaba de donde había salido ese dinero.
Ella estaba contenta porque creía que de ahora en más, se irían acabando todas las dificultades.
Hasta que llegó el lunes. Ese fue el día elegido para realizar el "trabajo".

El despertador sonó a las cinco de la mañana, pero de todas maneras, Maximiliano no había dormido en toda la noche. No solo por los dolores, cada vez más agudos, que sentía en su pecho. Eran sus últimas horas con vida.
Fue hasta el baño, se lavó la cara y luego, arrodillado en el piso, se puso a rezar mientras lloraba. Sobre la mesita de luz, dejó la carta que había escrito la noche anterior, intentando explicar lo que estaba por suceder. Le dio un beso a su hijo, a su hija, a su esposa y se marchó.
A las ocho y media se levantó su mujer y prendió la radio, mientras se quedaba un rato más en la cama, tratando de desemperezarse. Vio un papel sobre la mesita de luz y le llamó la atención. Cuando terminó de leerlo no podía creer que lo que ahí decía fuera cierto. Solo cuando por la radio, dieron la información de que una bomba había explotado en un banco, se esfumó la esperanza de que todo aquello era una broma de mal gusto.

FIN

sábado, octubre 6

Verde


Estaba en la cocina, haciendo los deberes del colegio, cuando de pronto me empezó a picar la naríz. Como no tenía pañuelo, extendí mi índice derecho, escarbé en mi naríz y saqué, bien pegado a mi dedo, un moco largo y verdoso. Sin saber como desembarazarme de él, pensé que lo más facil y práctico era pegarlo en la pared. Y así lo hice. Seguí haciendo los deberes, hasta que repentinamente algo me llamó la atención: en la pared, en la misma en la que había pegado aquel moco, un gusano largo y verdoso subía muy lentamente en dirección al techo.
Estoy seguro que ese gusano, es lo que me había sacado de la naríz, solo unos minutos antes. Recién ahora entiendo porque mi mamá nunca, pero nunca, me permite pegar los mocos en la pared.




FINAL VERDOSO

sábado, septiembre 29

Hilos


Hilos, hilos por todo mi cuerpo. Nunca lo hubiese imaginado. Nunca lo habría sospechado. Siempre creí a el dueño de cada uno de mis actos, creador de cada pensamiento, responsable de cada una de las palabras que de mi boca nacían.
Hilos, hilos en mis pies, en mis manos, en mi cabeza, en mi cintura...
Nada me perteneció, nunca tuve una vida propia, nunca tuve un mísero sueño nacido de mi alma, nunca tomé en realidad ninguna decisión, nunca elegí que rumbo tomar, nunca dependió de mí la elección de cada opción que se presentaba.
Hilos, hilos rodeándome, apresándome, asfixiándome.
Miro al pasado, reviso mi historia y no puedo creer lo idiota que he sido, cuanta ingenuidad hubo en mi ser. ¡Libre albedrío! ¡Qué estupidez! ¿Cómo pude defender una teoría que ahora se me hace tan absurda?
Hilos, Hilos, tan delgados que parecen transparentes. Hilos que pasan desapercibidos ante cualquier ojo.
Ahora que se la verdad, mi vida no tiene sentido. Existen verdades que es preferible no saberlas, hay misterios que es mejor no develarlos si lo que pretendemos es no alterar nuestras existencias monótonas, pero apacibles.
Hilos, hilos largos, resistentes y fuertes que se mueven uestras cabezas.
Yo lo descubrí sin pretenderlo, cuando la mano que manejaba mi ser, cuando el titiritero que manipulaba cada movimiento de mis miembros, se desplomó a un lado de mí, gigantesco y monstruoso, ya sin vida. Los hilos cayeron de las alturas, de tan alto, que parecían provenir de la inmensidad del cosmos. Mi cuerpo también tocó el piso y me quedé allí, sin moverme, no porque tuviese miedo, sino porque sin el titiritero gigantesco, soy incapaz de poder realizar ni el más mínimo movimiento, ni un paso, ni un pestañeo, ni un saludo. Mis ojos ahora quedaron cerrados, pero ya no me importa, tampoco hay mucho para ver. ¡Para qué observar el mundo! Solo vería miles de millones de títeres como yo, que se creen dueños de sus vidas y que son incapaces de mirar hacia arriba, y ver a esos monstruosos gigantes que con sus hilos, juegan con nosotros.
Hilos, hilos, hilos…

FIN



POESÍA EN: "INSUEMNIO" http://insuemnio.blogspot.com/

ALGO ASÍ COMO HUMOR EN: "HUMOR CIEGO" http://humorciego.blog.terra.com.ar/

miércoles, septiembre 26

Cartas en llamas

Intenté escribirte una carta, pero no pude. No fue por falta de inspiración, ni de ganas, ni ada que se le parezca. Sucede que cada vez que apoyaba el lápiz contra el papel, este comenzaba a arder con un insaciable fuego rojizo. Toda la noche traté en vano de redactarte esa carta, quemando hoja tras hoja cada vez que escribía una simple letra, cada vez que apoyaba la lapicera contra esos renglones.
Perdón, pero me he quedado sin papel.
Perdón, pero el fuego consumió cada palabra.
Probaré suerte mandándote un e-mail, aunque ya todo el mundo sabe lo que le sucedió al anterior teclado de mi computadora.

¿FIN?

domingo, septiembre 23

El Halley

En aquel año 1986, todo el mundo estaba pendiente del paso del cometa Halley.
Los preparativos para su avistamiento se multiplicaban por todo el mundo y mi barrio no iba a ser la excepción. Yo tenía por entonces trece años y mi curiosidad y mi interés por todo ese tipo de acontecimientos astronómicos me llevaron a planear la observación junto a unos amigos. Estaba previsto que el paso del cometa fuera visible cerca de las tres de la madrugada, por lo que nos instalamos en el garaje de la casa de mis abuelos como base de operaciones.
Recuerdo haberle secuestrado a mi abuela un licor de mandarina que le habían regalado hacía mucho tiempo, y entre tragos de esa empalagosa y relajante bebida, conversaciones, bromas y juegos de cartas, amenizamos la espera de ese histórico suceso. Pero, en la ciudad de Córdoba al menos, las nubes fueron lentamente ganado un lugar en el cielo y poco a poco fuimos haciéndonos la idea de que muy probablemente nos perderíamos la vista de ese majestuoso objeto celeste. Y lamentablemente, para nosotros así fue. De todas maneras, la mayoría de nosotros ya estaba durmiendo sobre algunas sillas, producto de la hora y de los ebrios efectos del licor.

Creo que la próxima visita del cometa Halley está prevista para el año 2066. Para entonces voy a tener unos joviales 93 años de vida…
Ojalá que en esa lejana noche no esté pronosticado ni lluvia, ni neblina, ni cielo nubloso, ni nada por el estilo. Ah!, y lo más importante, ojalá que aún yo siga con vida...

FIN

sábado, septiembre 22

Matrimonio por conveniencia



La siguiente historia se desarrolla en la intimidad de un matrimonio de clase alta.
Él, no importa como se llama, es vicepresidente de una importantísima compañía de seguros, empresa que durante décadas perteneció a su familia.
Ella, tampoco ahora interesa su nombre, hija de un prestigioso y acaudalado abogado, es una reconocida diseñadora de moda, cuyos trabajos de alta calidad pueden llegar a costar varios miles de dólares.
Pero todo lo que les sobraba en dinero, fama y poder, se volvía escaso cuando se trataba de lograr ese tipo de felicidad que solo puede llegar a dar el amor.
El casamiento de ellos estuvo planificado por sus respectivos padres desde antes que ellos cumplieran diez años. Era lo que se conoce como un "matrimonio arreglado".
Él, ahora con treinta años, y ella, con veintiocho, nunca habían sentido algún tipo de afecto el uno por el otro. Es más, debido a esa monótona y descariñada vida conyugal que ellos llevaban, ese tedio tan descomunal que sentían ni siquiera podía aplacarse con viajes de placer al Caribe, ni con compras de autos último o, ni viajando a Europa acompañados por figuras del jet set. La abulia se fue transformando lenta e inexorablemente en odio y rechazo.
Pero este matrimonio privilegiaba el estatus de ambas familias, y por lo tanto, ninguno de ellos se iba a querer quedar fuera de la herencia, ya que una cláusula en los testamentos redactados les impedía divorciarse al menos por los primeros veinticinco años de convivencia.
Ambos, eran hijos únicos, lo que los convertía, además, en herederos de millonarias fortunas. Lo único que debían hacer era esperar…
Ellos intentaban llevar una vida social en la que aparecieran como un matrimonio feliz y unido, pero una vez que atravesaban la puerta de su principesca mansión, volvían a distanciarse y dejaban de dirigirse la palabra. Podían pasar semanas sin hablarse y sin siquiera mirarse a los ojos.
De más esta decir que no hacían el amor. En ocho años de matrimonio, ellos debieron haberlo hecho solo una docena de veces. Esa falta de pasión los llevó a dormir primero en camas separadas, luego en habitaciones separadas y en muchas ocasiones llegaron a dormir hasta en casas separadas, como solía suceder durante el verano.
Pero una noche sucedió algo decididamente anormal y extraño.
Ella vestida con lencería erótica, ingresó en el cuarto en el que él dormía. Atravesó la puerta con movimientos sensuales, y la tenue luz que ingresaba del pasillo la mostró como una mujer muy atractiva. Irresistiblemente atractiva. Él, había tenido una idea similar, había descorchado una botella de champagne y en sus manos llevaba las dos copas con las que pensaba visitar la habitación de ella. Ambos se miraron detenidamente, sonrieron y se tiraron a la cama para hacerse el amor como nunca lo habían hecho, como nunca lo hubieran imaginado.
A la mañana siguiente, ella se despertó con el sonido del teléfono.
Él la estaba llamando desde la oficina, era la primera vez que lo hacía, para saludarla, mandarle besos y preguntarle con picardía como la había pasado anoche. Ella sonrió y le dijo que lo esperaba para cenar.
Nueve meses después, ella dio a luz a un hermoso bebé y todo parecía encaminarse a una vida feliz, a una familia normal, a un futuro sin sobresaltos.
Para mantener la felicidad, muchas veces es cuestión de saber guardar secretos. Por ejemplo en este caso que les relato, todo es cuestión de que él nunca se entere de que ella hacía años que tenía un amante (un empleado de su empresa) y que aquella noche decidió hacer el amor sospechando que ya estaba embarazada de aquel hombre. Todo es cuestión de que ella jamás sepa que él, cada noche, le colocaba unas pastillas en el vaso de agua que bebía antes de dormir, para poder ingresar al cuarto de ella en la madrugada y así poder violarla una y otra y otra vez, descarada e insaciablemente.
Bueno, si les interesa saber que fue de ese bebé, les comento que ya se convirtió en una hermosa niñita de cinco años, traviesa y simpática, muy consentida por su mamá y por su papá, sea quién sea, ya que tanto el esposo como el amante de la señora, quieren muchísimo a esa niña.
FIN

viernes, septiembre 21

La voz del interior

Se que estoy demente, no encuentro otra explicación.
Hace días que escucho como si alguien me hablara, como una voz en mi interior que me dice cosas macabras, terroríficas.
Fui al siquiatra, pero solo me recetó calmantes. Me dijo que estaba estresado y que descansara, pero eso no resultó. La voz que escucho cada vez es más clara, más fuerte, más insistente.
La escucho a todo momento, cuando duermo, cuando trabajo, cuando juego al fútbol, cuando hago el amor, siempre, siempre escucho esa voz que me atosiga, que me persigue.
La gente cuando me ve se asusta por mi aspecto, mi lamentable estado. Parezco un fantasma, un alma en pena que no puede escapar de su maldición.
Dejé de dormir, de trabajar, de jugar al fútbol, de hacer el amor, pero aún resuenan en mí esas frases que pronuncia ese ente que se internó en mi ser, ese parásito que me chupa la vida y que me habla y me aconseja y me exige.
Esta noche bebí todo el vino que tenía, tomé los calmantes que me recetó el doctor, y salí a la calle con un afilado cuchillo que encontré en la cocina dispuesto a satisfacer los deseos de esa voz que resuena en mí. Es que hace días que escucho esa frase, una y otra vez, repitiéndose infinitamente, y ya no lo soporto más. Quizás si cumplo con lo que me pide, se calle de una buena vez y para siempre.
Yo no soy así, soy una buena persona, pero no me queda otra opción.
Esa voz me grita: “¡Mata! ¡Mata! ¡Mata!”. Y es precisamente lo que esta noche voy a hacer.

Antes de cruzar la puerta, quiero hacerles una pregunta, por las dudas. Solo por curiosidad… ¿Ustedes nunca escucharon esa voz?

FIN

martes, septiembre 18

Los ojos del arquitecto

Salí apurado porque en diez minutos, Kevin saldría del jardín de infantes.
Yo llevaba aún en la mano el plano en el que estaba trabajando y que me estaba ocasionando demasiados dolores de cabeza. Si o si tenía que entregar el diseño al día siguiente. Caminé las dos cuadras que separaban el estudio de la escuela y llegué justo en el momento en que los niños comenzaban a salir. Kevin apenas me vio comenzó a gritar de alegría y luego de darle un rápido beso a su maestra, corrió hasta mis brazos.
-¡Papá! ¡Papá! ¡Vamos un ratito a la plaza! ¿Si?
Tenía poco tiempo en realidad. Pero Kevin, mi único hijo, me observó con su mirada tan típica, mezcla de picardía y de ternura, y no me pude negar. Además, yo me sentía muy culpable con él, debido a la reciente separación con Tania, su madre.
Solo contaba con una hora libre y antes de volver al estudio debía llevarlo a la casa de su abuela, o sea, mi ex-suegra.
La plaza se encuentra al frente del jardín de infantes, por lo que no perdí nada de tiempo en llegar, solo tenía que cruzar la calle. El tiempo lo solía perder esperando que él se cansara alguna vez de jugar en el tobogán, en la hamaca, en el sube y baja, en la calesita…
Me senté en un banco y comencé a revisar el plano, mientras miraba de reojo a mi amado niño, vigilando por las dudas que él no cruzara la calle.
-¡Kevin! ¡Ni se te ocurra cruzar la calle! ¿Me escuchaste?
Siempre me contestaba que si, y siempre me hacía caso.
Volví mi vista al plano, intentando detectar error, corregir defectos y verificar los cálculos, y me distraje por un momento, solo por un momento, olvidándome de todo lo que ocurría a mi alrededor.
Cuando escuché el chillido de la frenada, en mi mente resonó solo el nombre de mi hijo. Corrí hasta donde se encontraba ese auto, y ahí, en medio de la calle, estaba Kevin, sobre el asfalto, acurrucado y con los ojos cerrados.
Quise creer que ese hermoso niño estaba durmiendo. Le pedí a Dios que hiciera un milagro, y que mi hijo tan solo despertara y me abrazara como si nada malo hubiese sucedido. Pero no hubo ninguna intervención divina.
Kevin murió en la ambulancia camino al hospital.
Yo llevaba aún en la mano, el maldito plano en el que estaba trabajando.

Existe una leyenda que dice que Iván, “El Terrible”, cegó los ojos del arquitecto que diseño la magnífica Catedral de San Basilio, en Moscú, para que no pudiera volver a crear nada comparable. Yo tomé una decisión semejante.
Esa misma noche fui hasta el estudio en que trabajaba, y luego de quemar todos los planos y diseños, me quité los ojos con un cortaplumas que encontré en mi escritorio.
Por mi culpa, murió lo más bello que yo podría haber hecho en este mundo.
Sin mi Kevin, el mundo ya no tiene ningún sentido para mi.

FIN

domingo, septiembre 9

Esperando el sol

La ruta, oscura, solitaria, desaparece de pronto bajo un espeso banco de niebla.
La visibilidad se reduce a nada. Mis ojos sienten la llegada del sueño.
Estoy manejando, solitario, sobre ese pavimento húmedo y mal herido rumbo a mi hogar, o escapando de él. Ya nada importa, porque creo estar despierto, porque creo estar soñando. Ya eso no importa, porque se aparece ante mí, fantasmalmente, un inmenso camión que no se porque me recuerda a un infinito batallón de esqueletos vivos que se lanza sobre mi coche con brutal violencia.
Ya a nadie interesa si llego o si voy, si sigo o si me quedo.
De pronto la niebla se va, y puedo ver al camión volcado, a mi auto destruido y a la ruta sangrando malherida, pero yo no me veo, debe ser porque estoy soñando, o porque estoy despierto, o porque ya no estoy. Ya no me importa.
Quizás me quede sentado aquí, a un costado del camino, esperando que alguna puta vez salga el sol. ¿Qué hora será?

FIN

viernes, septiembre 7

Espejo sin reflejo


Me desperté sobresaltado en medio de la madrugada. Tomé un vaso con agua bien fría y me fui al baño. Me lavé la cara y me miré al espejo, y en el espejo no había nada.
No se encontraba mi reflejo. Volví a mojar mi rostro, un poco asustado, me busqué en ese vidrio y no hubo caso, en el espejo aparecía la pared que se encontraba detrás de mi, pero mi cara no se veía y yo comenzaba a aterrarme.
Volví a lavarme los ojos para intentar de una buena vez despertar, escapar de esa pesadilla que me mantenía apresado. Levanté mi mirada, temeroso, desesperado y volví a contemplar mi ausencia, mi vacío, mi nada.
Seguía sin reflejarme en el espejo.
Frustrado, resignado, volví a acostarme y obviamente no pude conciliar el sueño.
En mi insomnio intenté reflexionar sobre esta extraña situación hasta que finalmente, de verdad desperté.
Es que en mis sueños suelo olvidar quien soy en realidad.
Nosotros los vampiros, muchas veces confundimos nuestra condición y en nuestras pesadillas nos convertimos en vulgares y patéticos humanos mortales.
Más tranquilo, me volví a acostar en mi féretro y esta vez si pude dormir, casi como un bebé.
Afuera, seguramente el sol brillaba con toda su intensidad.

FIN

lunes, septiembre 3

Un gato negro


Un gato negro me mira desde atrás de un árbol. Aún no ha salido el sol, las calles están vacías y lúgubres, y mis pasos resuenan lentos, cansinos. Ese gato me sigue observando y sus grandes ojos brillan cada vez más. Pasé a su lado con un poco de aversión, no es que sea supersticioso, ya que eso para mi siempre fue cosa de tontos e ignorantes, pero sin saber la causa, mi piel se estremeció y apuré el paso intentando disimular el miedo. El felino nunca quitó su mirada de mí, al contrario, parecían que sus pupilas comenzaban a destellar un fuego cada vez hipnotizante. Cuando ambos estuvimos separados o más de unos cuantos centímetros, él se acercó y se refregó contra mis piernas. Bajé la mirada y ahí estaba él, con sus ígneos ojos, brillantes y hermosos, contemplándome mansamente. Maulló y acomodó su lomo para que yo lo acariciara. Lo hice y me alejé rápidamente. Unos metros más adelante, di media vuelta para observarlo por última vez y allí estaba ese gato negro, de pié, parado sobre sus patitas traseras, saludándome con su garrita derecha, diciéndome, y no maullándome, un “¡Adiós!”.
Tal vez por esta razón he empezado a odiar a los gatos negros.

FIN

jueves, agosto 30

Te Quiero

Mi teléfono celular recibe un mensaje de texto enviado por un número desconocido. Solo dice, muy escuetamente por cierto, el muy común: T Qro, dice Te Quiero. No se quien lo envió y muy probablemente se deba a una confusión, a un número mal marcado, a un dedo que inconscientemente, apurado, emocionado, torpe, apretó un botón cualquiera. T Qro, dice Te Quiero, no se quien lo envió, no se quien lo escribió, si es una mujer, o si es un hombre, si es santiagueña, o un uruguayo, o una evangelista, o una doctora, o un mecánico de autos. Solo dice T Qro y por más que ensayo distintas respuestas, diferentes soluciones, no encuentro la manera de explicarle a mi esposa, que en este mismo momento tiene mi celular en la mano, no encuentro, digo, la putísima manera de hacerle entender que no tengo ni la más remota idea de quien mierda es la persona que envió equivocadamente el mensaje.
T Qro, dice Te Quiero.
En realidad yo creo que el que escribió eso me odia.


FIN

domingo, agosto 26

Monedas

En la calle hay un chico pidiendo limosnas. Está sentado en la vereda, hace frío, y él está bastante desabrigado. Tiene la cara sucia, el cabello sucio, la poca ropa sucia. Está tiritando, y cada vez que tiene que pedir una moneda, tartamudea por los escalofríos. El niño tiene hambre, tiene sed, tiene piojos, tiene soledad, tiene desesperanzas.
Yo paso a su lado, él me mira, yo no lo miro, él me habla, yo no lo escucho, el estira su mano con la esperanza de recibir una miserable moneda, yo guardo mis manos en los bolsillos de mi cálido abrigo y sigo caminando con mi mirada distante y perdida, intentando ignorar lo que sucede alrededor. Soy un verdadero hijo de mil puta, lo se.
Ya hice media cuadra caminando, y aún puedo escuchar el lastimero pedido de monedas de ese niño que, tirado en la gélida vereda, tirita de frío y de desolación.

FIN

jueves, agosto 23

Cien gatos


Cien gatos me miran parados, estáticos en el medio de la calle. Ninguno maúlla, ninguno ronronea, ninguno se lame las patas, no juegan con ninguna de las hojas que caen de los árboles, ni persiguen a ningún insecto. Solo están ahí, los cien, contemplándome expectantes y sigilosos, como si yo fuera su presa, su comida, su manjar.
De pronto, uno maúlla, aunque más que eso me pareció un rugido y ese gato, y ese león, dió el primer paso, que luego fue imitado por los noventa y nueve felinos restantes.
Di media vuelta y comencé a correr y correr, con todas mis fuerzas, con toda mi energía, hasta que llegué a la puerta de mi casa que se levantaba gigantesca e imponente. Ingresé por un resquicio que había debajo de ella y solo me sentí tranquilo y seguro cuando mi cuerpo completo, incluso mi fina y larga cola, había franqueado la entrada.
Ya me acostumbré a mi nueva apariencia, y hasta podría decir que me siento felíz con mi novedoso aspecto ratonil. Solo debo tener algo de cuidado con esos cien gatos que me esperan en la vereda.

FIN


miércoles, agosto 15

Un hombre y una mujer

Apenas la vi, supe que ella era a quien buscaba.
Ella estaba en una esquina, moviéndose sensualmente de un lado a otro, llamando la atención a cada conductor que pasaba frente a ella.
Hice una rápida maniobra para adelantarme a un auto, que casi me gana de mano, y estacioné ante ella para poder contemplarla bien de cerca. Me enloquecieron sus grandes pechos, su boca carnosa, sus largos cabellos rubios, sus exquisitas caderas…
-¿Cómo te llamas?
-Paola ¿y vos mi amor?
-Me llamo Fabián. Subí, no me importa cuanto cobras. Se que vos lo valés.

Fuimos rumbo a un hotel de alojamiento situado en pleno centro. Durante el corto viaje, no le hice ninguna pregunta, sabiendo que todas sus respuestas iban a ser puras mentiras.
Ella me acariciaba y besaba mi cuello, haciéndome muy difícil conducir el auto. Pero ya estabamos llegando a nuestro destino.
Dejé el auto en la cochera y no podía dejar de pensar en mi querida pareja, sin embargo, sabía que no tenía motivo por sentirme culpable de lo que hacía.
Entramos a la habitación y debo admitir que los nervios me mataban. Era la primera vez que iba a tener este tipo de relación y tenía miedo de arruinarlo todo.
Paola se quitó rápidamente la musculosa blanca, que tanto le resaltaba los firmes pechos, y se recostó rápidamente sobre la cama, haciéndome una seña para que la acompañara.
Me acosté a su lado y quitándole el corpiño comencé a besar su cuerpo. Ella me desbrochó el pantalón y cuando estuvo a punto de quitarme el calzoncillo la detuve. Sin lugar a dudas, había llegado el momento en que debería explicar porque y para que la elegí a ella.
-Paola, así como vos naciste hombre y sin embargo actúas, vivís y sentís como mujer, yo nací mujer, pero al igual que vos, toda mi vida sentí que la naturaleza me había puesto en el cuerpo equivocado.
-Pero... Entonces… ¿Qué pretendés de mí? No entiendo que estamos haciendo acá…
-Yo necesito que… que me embaraces... ¡Si que me embaraces! Trataré de explicarte. Con mi pareja siempre hemos soñado tener un bebé. Ella se acostó con algunos hombres para quedar embarazada pero nunca tuvimos éxito. Según los últimos estudios médicos que se realizó, ella no puede engendrar. Y no tenemos dinero para una inseminación artificial. Para cumplir nuestra ilusión, no nos queda más remedio de que yo sea quien tenga que traer ese niño al mundo.
-Discúlpame, querido, pero ni borracha. No me puedo involucrar en esta locura. Además, me sorprende sinceramente que no temas contagiarte de alguna enfermedad, como le sucede al resto del mundo. Entiendo tu problema, y te juro que estoy con vos, pero esto es realmente demasiado...
-Bueno... te entiendo. De todas formas, me imaginaba que esto no sería tan fácil, pero quédate igualmente con el dinero. No te voy a hacer perder más tiempo porque se que lo que te estoy pidiendo es descabellado. Pero te pido que entiendas que contigo a mi me costaría menos, ya que para mí tú eres una mujer. Nunca podría hacerlo con un hombre. Pero bueno... te agradezco de todas formas… Vamos, así te llevo.
Fui a buscar el auto y cuando estaba a punto de subirme, ella me tomó de la mano y mirándome a los ojos, me habló con voz muy dulce.
-¿Estás seguro de que quieres tener un hijo? ¿Lo has pensado seriamente?
-Estoy completamente seguro. Daría cualquier cosa por ello.
Ella me llevó nuevamente a la habitación, y casi sin sacarnos la ropa, lo hicimos.
-En el caso de que no quedes embarazada ya sabes donde podés encontrarme.
La dejé en la misma esquina en donde la había encontrado y le pagué generosamente sus exclusivos servicios. Y gracias a Dios, no fue necesario que tuviera que soportar esa humillante situación otra vez en mi vida.
Hoy mi bebé, mi hermoso y gordito bebé, tiene el privilegio de contar con todo el amor que pueden darle dos cariñosas madres.

FIN

miércoles, agosto 8

El infierno

Las sierras mostraban un espectáculo casi propio del averno.
Donde horas atrás reinaba la vegetación, la música de las aves y el colorido de la vida, ahora solo podía contemplarse esas voraces llamas que se desplazaban con rapidez, dejando solo cenizas tras su paso. Ahora solo podía escucharse el murmullo del fuego consumiendo con avidez cada árbol, cada hierba, cada pequeño e indefenso ser vivo.
-Así debe ser el mismísimo infierno- Pensaba Tomás, mientras observaba el dantesco paisaje desde su avión hidrante, que sobrevolaba el sector del incendio.
Ya hacía cuatro horas que trabajaba en detener el fuego, haciendo decenas de viajes entre el lago, en donde cargaba el agua, y las cenicientas sierras.
Cuando el avión se quedó sin combustible, pensó que ya era hora de tomarse un merecido descanso. El fuego ya estaba casi extinto y los bomberos que se encontraban desplazados en la región se encargarían de terminar con la labor.
Tomás aterrizó el avión en el aeródromo local e inmediatamente se subió a su auto, para ir rumbo a su hogar. Él ya se encontraba tranquilo, sabiendo que ya no había posibilidades que las llamas llegaran hasta ese hermoso valle en donde se ubicaba su pequeña pero confortable casa.
Cuando llegó, todo se encontraba en orden, sintiéndose tan aliviado y feliz, que al ver a su familia no podía dejar de abrazar y de besar tanto a su esposa como a sus dos hijos.
Tomás prefirió no comer nada, y fue directamente a darse una ducha refrescante que buena falta le hacía. Al salir del baño, fue directamente a la cama y se recostó dispuesto a dormir una siesta. Eran las tres de la tarde y hacía un intenso frío, tal como suele hacer durante todo el invierno en Córdoba.
Tomás durmió no mas de cinco minutos y se despertó sobresaltado.
-Micaela, ¿dónde están los niños? –Preguntó agitado y nervioso.
-Están jugando afuera. Descansa tranquilo y trata de dormir un rato que te hace falta. ¿Acaso tuviste alguna pesadilla?
-Algo así, soñaba con fuego, mucho fuego…
-Si hay algo que has visto hoy, es fuego… Duerme tranquilo, yo te despierto cuando sean las cinco para que tomemos unos mates.
-Bueno, dame un beso. Y fíjate bien que están haciendo esos dos demonios. ¿Si?
Micaela salió de la casa y camino por un sendero que se dirigía hacia el monte.
Luego de unos metros de ascenso, comenzó a gritar a viva voz.
-¡Tino! ¡Ale! ¡Vengan chicos! –Pero no escuchó ninguna respuesta.- ¿Dónde se habrán metido los mellizos?
La madre volvió a casa dispuesta a preparar la merienda, esperando que regresaran los niños. Pero al momento de poner el agua en el fuego, se dio cuenta que en ningún lugar de la cocina se hallaban los fósforos.
-Si esos chicos se llevaron los fósforos, ya van a ver lo que les espera… ¡Ya les voy a dar a esos desgraciados!

Quizás la ingenuidad propia de los diez años de vida de Tino y de Ale les impidió razonar sobre lo peligroso del juego que estaban llevando a cabo.
El pasto seco, debido a la larga sequía, y el constante viento que sopla fuerte en el mes de julio, hicieron el resto. La pequeña fogata que hicieron al pie del árbol mientras jugaban a “los bomberos”, se extendió tan rápidamente por todo el monte, que cuando se dieron cuenta de la situación, las llamas habían hecho un círculo alrededor de ellos, impidiéndoles regresar a casa.
Cuando Tomás fue despertado por los gritos y las zamarreadas de su esposa, creyó que todo el escándalo era debido a que ya eran las cinco de la tarde. Pero no, no era eso.
Medio dormido aún, tardó en comprender lo que sucedía.
Micaela tenía el rostro desencajado y lloraba desesperada. Solo repetía una cosa: “¡Fuego, fuego, fuego!...”

FIN

lunes, agosto 6

La tribu espacial


Juan estaba en su bote, sentado, concentrado.
Tan solo él y su caña de pescar flotaban sobre las aguas del dique El Cajón.
El estaba solo, ya que la hermosa mañana que comenzaba a estallar era la de un día lunes de comienzos del mes de Julio (un día en el cual, el que no trabaja se encuentra tirado en la cama, víctima de una fatal resaca producto del fin de semana, y un mes demasiado frío, aún para los pescadores más fanáticos).
Cada tanto le daba unos sorbos a su petaca de ginebra, como para calentar el cuerpo y luego seguía nuevamente con la mirada fija en la boya, esperando que su movimiento le indicara que algún desprevenido pejerrey había mordido el anzuelo. Aún no había pescado nada y comenzaba a arrepentirse de no haber ido a trabajar.
Pero algo iba a suceder esa mañana que alteraría la calma del lugar.
Un objeto metálico que surcaba el cielo, se estrelló sobre la costa del lago, a metros de donde él se encontraba. Primero pensó que se trataba de un helicóptero que había sufrido un desperfecto. Pero ni el sonido que emitió, ni la forma que había alcanzado a divisar, era propio de ello. Esa nave no tenía alas, ni hélices ni inscripciones visibles.
Pensó que podría tratarse entonces de un satélite artificial, uno de comunicaciones quizás, ya que unos días atrás, había escuchado por la radio de la caída de uno de ellos en el norte argentino. De ser eso, debería tener cuidado con la radiación que podría emanar ese aparato ya que es muy nociva para la salud. Mientras se bajaba del bote y se iba acercando al objeto, comenzó a imaginar lo famoso que se convertiría en Capilla del Monte, al ser el primero de su pueblo en ver al satélite recién caído del espacio. Ya podía verse en la televisión dando notas sobre su experiencia, y en el diario, poniendo su mejor perfil para la foto de la portada.
Pero un leve sonido lo volvió de regreso a la realidad. Estaba seguro de haber observado, segundos antes, de que ese artefacto de superficie blanca, compacta y esférica no contenía ningún orificio, ni ranura, ni abertura. Pero igualmente, como apareciendo de la nada, de ese objeto se abrió una puerta por la cual salió una luz blanca, poderosa que se proyectaba en la lejanía, a pesar de que el sol brillaba en el cielo limpio de nubes.
Juan, el pobre pescador, aterrorizado pero a la vez curioso, sacó fuerzas de su interior y comenzó a acercarse a eso que, ya no tenía dudas, se trataba de una nave espacial.
Cuando estaba a punto de asomarse al interior de la nave, protegiéndose con las manos de la brillante luz que enceguecía sus ojos, alcanzó a ver una mano extendiéndose como pidiendo ayuda. Una mano que le pareció la de un humano común y corriente.
De pronto la misteriosa luz se apagó y poco a poco, mientras se aclaraba su visión, pudo observar al tripulante que aún se hallaba dentro de la nave espacial. Y aquí comenzó una nueva sorpresa. El “extraterrestre” era de baja estatura, tal como lo había leído tantas veces en esas publicaciones amarillistas, pero la piel era de color oscura, los rasgos de su rostro eran similares a los aborígenes de nuestro continente y no había en su fisonomía ningún indicio de que ese ser fuera diferente a él.
“O sea que se trata de un indio extraterrestre”, pensó el pescador para sus adentros, y el temor se comenzó a disipar porque la confusión acaparaba todo.
De pronto el “indio extraterrestre”, comenzó a erguirse, y dando muestras de estar herido por la colisión, salió de la nave de forma aparatosa, cayendo pesadamente sobre el piso.
-Ayúdame amigo, tengo que ir al pie del cerro Uritorco, a un paraje llamado Los Altos -dijo el viajero espacial con un marcado acento cordobés.
-Si, lo conozco. Tendremos que caminar bastante-. Juan, cada vez más desorientado, estiró la mano y lo ayudó a levantarse, aunque con mucha dificultad. El “indio” se puso de pié, apoyando su brazo en el hombro de Juan y comenzó a respirar profundamente.
Vestía una especie de poncho, largo, que le llegaba casi a los pies, de color blanco y hecho de un material sintético. En sus pies, llevaba una especie de sandalias confeccionadas con el mismo material que el poncho, al igual que la vincha que sujetaba los largos cabellos negros que en ese momento ocultaba sus ojos.
Habían caminado unos metros, sin haber pronunciado ninguna palabra, cuando de pronto se escuchó un ensordecedor zumbido y aquella brillante luz volvió a brillar. Juan giro rápidamente para saber lo que ocurría y vio, con la mirada atónita, como aquella nave se desvanecía, desapareciendo ante sus ojos sin dejar rastro alguno.
-¿De qué planeta eres?- le preguntó decidido Juan, no soportando más la intriga.
-Del mismo que el tuyo, ¿De dónde más?
-¿Cómo puede ser eso posible? Esa nave con la que caíste ¡no pudo haber sido construida ni por los mismos yanquis!
-No dije que la nave fuera construida en este planeta, dije que yo era de este planeta.
-¿Y qué hace un humano piloteando una nave extraterrestre?
-Es una larga historia que nace de la época en que mis antepasados, nuestros antepasados, fueron exterminados por los conquistadores españoles.
Juan intentó encontrarle sentido a esas palabras, pero todo era demasiado increíble, aún para el fanático de ciencia-ficción más ingenuo y radicalizado. Ya se encontraba bastante cansado de llevar cargado a esa persona tan extraña, pero que a la vez no le parecía en nada peligrosa, ya que no solo mostraba ser vulnerable como cualquiera, sino que además, el “indio” parecía tener el pie derecho quebrado. A medida que se iban acercando al cerro, el frío se iba haciendo más intenso aún, por lo que Juan se quitó la campera que llevaba puesta y se la ofreció a su nuevo amigo, lo que no solo lo protegería del frío, sino también de la posible mirada de algún curioso. Mientras cruzaban con dificultad uno de los tantos alambrados, las preguntas comenzaron a brotar.
-¿Me estas diciendo que cuando Jerónimo Luis de Cabrera estaba fundando Córdoba, los indios andaban en naves espaciales?
-No precisamente. Mi tribu, los comechigones, les rendimos culto a los dioses del cielo durante siglos. Para la época que tú dices, los dioses nos anunciaron que estábamos en peligro, ya que ellos estaban al tanto de las matanzas que los españoles estaban realizando en otros pueblos. Nuestros dioses se llevaron en sus naves a nuestros líderes, sacerdotes y a la gente del pueblo que quería viajar con ellos, para ser protegidos. La mayoría decidió quedarse, no tanto por amor a la tierra, sino por el miedo que les daba subir a esas naves que volaban. Pero todos ellos perecieron, algunos como esclavos, otros debido a las enfermedades que contrajeron de los conquistadores. Los que sobrevivieron se mezclaron con los españoles y perdieron nuestra cultura y nuestras costumbres. Por lo tanto, hace un tiempo volvimos a La Tierra, para refundar nuestro pueblo. Nuestra base se encuentra ahora dentro del mismo cerro.
-¿Allí es donde nos dirigimos, a donde se encuentra tu pueblo?
-Si, solo tienes que ayudarme a llegar hasta la entrada. Tu favor será recompensado.
Luego de varios minutos de ascensión, y cuando el sol ya llegaba a su punto máximo de esplendor, el “indio” hizo detener a Luis cerca de la cima, en un lugar en el que no se llegaba a apreciar nada extraño.
-Aquí es.
-Discúlpame, pero yo no veo ninguna entrada por aquí.
-Es invisible, pero este sensor me indica donde esta la puerta de ingreso a la base.- dijo refiriéndose a una lucecita amarilla que destellaba de una especie de pulsera que llevaba en su muñeca.
De pronto, en una de las laderas del cerro, se hizo visible una luz, muy similar a la que producía la nave espacial y apareció un umbral, una puerta de ingreso a esa ciudad oculta que mencionaba el “indio”.
-Gracias amigo por tu ayuda, recuerda, tu favor será recompensado.- agradeció con tono cansado, tratando de caminar por sus propios medios.
-Espera, déjame hacerte solo una pregunta más ¿Por qué estás tan confiado de que no diré una sola palabra de todo lo que he visto esta mañana?
-Por dos motivos. Primero, porque nadie creería tu historia. Segundo, porque en este mismo momento, olvidarás todo.
Juan estaba en su bote. Parpadeó por unos segundos y se sintió completamente relajado. Pensó que se había dormido por algunos minutos, producto del frío o tal vez de los tragos de ginebra, pero luego le pareció que eso era imposible. Ya era casi el mediodía y su bote estaba completamente lleno de pejerreyes de muy buen tamaño. Tan cargado estaba el bote, que si daba algún brusco movimiento, corría riesgo de hacer que su embarcación naufragara.
-Fue un excelente día de pesca. Pensó un exultante Juan. -Cuando les cuente a mis compañeros de trabajo todo lo que he pescado, no lo van a poder creer.

FIN

domingo, julio 29

Luz

Mis padres me ordenaron que fuera hacia la luz.
Mi esposa me dijo que fuera hacia la luz.
Mis hijos me gritaron que fuera hacia la luz.
Mis amigos me aconsejaron que fuera hacia la luz.
Un desconocido me murmuró que fuera hacia la luz.
Un policía mi indicó que fuera hacia la luz.
Un cura me predicó que fuera hacia la luz.
Mi maestra me enseñó que fuera hacia la luz.
Un cartel me señaló que fuera hacia la luz.
Entonces yo fuí hacia la luz y no pude impedir que ese tren monstruoso y colosal que volaba sobre los rieles, destruyera lo que una vez fuí y lo que ya nunca más seré.

FIN

lunes, julio 23

La invitación

Lunes. Nueve de la mañana. Juan se levanta desganado y comienza a caminar erráticamente en busca del baño, impulsado por las nauseas que lo obligan a vomitar todo el whisky ingerido. Orina como si hiciera un año que no lo hace e intenta lavar esa cara desfigurada, que es casi un muestrario de todo lo bebido en la noche anterior.
Entrando en ese caos que es su cocina, se dirige hacia el aparador y busca desesperadamente los fósforos. Estaba por encender una hornalla para prepararse un té, pero lo piensa un rato y se decide por encender un porro.
Desde la muerte de su esposa, ya poco es lo que le importa lo que pueda sucederle, lo que entiende por bueno o malo. Pareciera que con su comportamiento estuviera buscando la fatal excusa que pueda permitirle reencontrarse con ella.
Mientras saboreaba su "desayuno", sonó el teléfono.
- ¿Quién es? - preguntó casi con violencia.
- ¡Cómo estás loco! Espero no haberte despertado. - contestó Carlos, intimidado por el tono de voz de su hermano. - Hace semanas que no tengo noticias de vos. ¿En dónde mierda estabas?
- Hace unos días regresé de Rosario. Estuve con unos amigos haciendo algunos "negocios”.
- Espero que esos “negocios” de los que hablas no se traten de esa cosa con la que nos tenés acostumbrados...
- No te hagas problemas que no tiene nada que ver con eso. - le mintió, aún sabiendo que él no iba a creerle - .
- A vos lo que te esta haciendo falta Juan es una mina, salir a tomar un poco de aire, tener amigos, no se, cambiar un poco tu vida… pero eso dejalo en mis manos. Yo mismo me voy a encargar de presentarte alguna “guachita”.
- Yo lo que necesito hermanito es que me dejes de romper los huevos.
- No loco, ¡dame una oportunidad para demostrarte que tengo razón! El miércoles voy a hacer todo lo posible para desocuparme temprano, así puedo darme una vuelta por tu casa para que hablemos mas tranquilos. ¿Quedamos?
- Listo, con tal de no escucharte más por un momento, acepto cualquier cosa.
- Bueno, nos vemos.
Carlos, cortó y se quedo observando una réplica de la pintura “La maja desnuda” de Goya, uno de los cuadros que había comprado para decorar su oficina. Toda su empresa se encontraba repleta de esculturas y obras de arte pertenecientes a su propia colección, ya que el prefería tenerlas en su lugar de trabajo para poder contemplarlas en todo momento y así calmar el agobio que le causaba estar prisionero en ese edificio, tan oculto de la luz del dia.
Sonrió y pensó en la nueva secretaria que había contratado. Quizás sería la candidata ideal para presentarle a su hermano. Tomó el teléfono del conmutador y la llamó.
- Andrea, por favor, preséntese en mi oficina. – dijo en tono misterioso.
- Enseguida señor. – dijo instintivamente.
En solo unos segundos la joven ya se encontraba delante de él.
- Si señor ¿en que me necesita?
Él la miró detenidamente, se podría decir que por primera vez, ya que al estar continuamente tan preocupado y tan encerrado en su trabajo, sumándole a ello su timidez, nunca se había tomado el tiempo de contemplar que tan celestes eran aquellos ojos, que tan largos y destellantes eran esos cabellos, cuanta sensualidad poseían las líneas que dibujaban esa figura…
- Mire Andrea, le seré sincero, yo necesito de usted un favor muy especial... – dijo casi sin saber por donde empezar, pero al ver como la cara de ella comenzaba a cambiarse entre confundida y asustada, se apresuró en explicarle
- Andrea, no se asuste, pero lo que yo quiero pedirle es que me acompañe, junto con mi esposa y mi hermano, a una cena. No lo tome como una cita a ciegas ni nada parecido. Simplemente sucede que mi hermano se encuentra en un estado muy depresivo y pensé que una salida entre amigos, tal vez sirva para poder levantarle el ánimo. – Dijo casi sin respirar.
- Por favor, discúlpeme señor, pero déme un tiempo para contestarle. No acostumbro a aceptar invitaciones para salir, porque al estudiar en la universidad no cuento con mucho tiempo libre. Además debo reconocer que me encuentro muy sorprendida por su pedido. - le respondió no muy convencida de aceptar.
- Por supuesto, reconozco que este favor que le pido puede provocarle una situación demasiado incomoda, pero le ruego que no se sienta presionada por mis palabras, si usted no desea aceptar la invitación, obviamente sabré entender.
Andrea salió de la oficina maldiciendo, por lo bajo, las palabras de su jefe. Porque si bien ella no tenía ni la más mínima intención de cenar con él y menos aún de conocer gente, pensó que de darle una respuesta negativa a su superior, podría de alguna manera, atentar contra la estabilidad de su trabajo. Y ya había estado demasiado tiempo desempleada, como para perder el puesto que tanto sacrificio le había costado conseguir en esa empresa. Ella sabía que tarde o temprano iba a tener que aceptar la invitación de su jefe.

Miércoles, 17 horas. Suena el teléfono en casa de Juan. Era su hermano quien nuevamente lo llamaba.
-¡Hola hermano! ya tengo todo arreglado para este viernes, no lo vas a creer, me anime a invitar a mi nueva secretaria a una cena a la que no podes faltar, yo ya le dije a Silvia que no planeara nada para esa noche, así que te espero a las 21,00 horas en el restaurante del hotel Plaza ¿lo conoces?
-¡Para loco! Tranquilízate, lo conozco, pero no te entusiasmes mucho porque no voy a ir.
-¡No Juan, no me podes hacer esto! No sabes cuanto sufrí para invitar a Andrea a esta cena, casi me muero de la vergüenza de tanto insistir para que aceptara…
-¿Quién mierda es Andrea?
-Mi nueva secretaria, boludo, ¿no me estas escuchando? ¿Estas fumado de nuevo?
-Ni lo uno ni lo otro, Carlos, solo quiero que no te metas en mi vida…
-Hermano, solo te quiero ayudar ¿sabes? Perdóname, pero cueste lo que cueste yo quiero que salgas de ese ambiente que sueles frecuentar.
-Bueno, acepto la invitación, pero recuerda que nada bueno puede salir de esto.

Viernes, 21 horas. Suena el timbre en el departamento de Andrea y se escucha la voz de Carlos a través del portero eléctrico. Ella ya había terminado de vestirse y de maquillarse y lo único que deseaba era que el tiempo corriera pronto y que la cena transcurriera lo menos tortuosa posible. Apagó las luces, respiró hondo y atravesó la puerta en busca del ascensor.
Ya en la calle se encontró con el jefe y su esposa dentro de una deslumbrante camioneta de color azul. Cuando Carlos se percató que Andrea se aproximaba, abrió la puerta de atrás y encendió el motor. Apenas ella subió al coche, él, con cierto nerviosismo, le presentó a su esposa.
Andrea observó detenidamente a Silvia, le sonrió y se sintió más relajada.
El auto rápidamente se puso en marcha.
Carlos había reservado la mejor mesa del restaurante más exclusivo de la ciudad, lugar al que concurría junto a su esposa muy frecuentemente. Por lo tanto, apenas los vieron llegar, los mozos les dispensaron la mejor atención. Se ubicaron en la mesa correspondiente y él, observando a su secretaria e intentando distenderse, inició una conversación.
-¡Ya vas a probar lo bien que se come aquí! A este lugar venimos desde la primera cita que tuvimos de novios, incluso aquí mismo le pedí casamiento. Lo único que nos falta, es que cuando nos pidamos el divorcio ¡tengamos aquí mismo una cena de despedida! - Dijo provocando la sonrisa de su secretaria y el reproche cómplice de su esposa.
Poco a poco, Andrea fue perdiendo esa postura distante y fastidiosa, comenzado a hablar distendidamente de varios temas, riendo de las anécdotas que ellos relataban. Pero el tiempo pasaba y él comenzó a ponerse nervioso, ya que su hermano seguía sin aparecer. Entonces tomó su celular y levantándose de la mesa dijo vergonzosamente:
-Sepan disculparme, pero había olvidado que tenía que hacer un llamado muy importante a un cliente de la empresa.
-Este siempre es el mismo. No deja de pensar en su trabajo ni aún en los pocos momentos que tenemos para distraernos – Dijo su esposa un poco en broma, un poco en serio.
Silvia si bien disfrutaba del buen pasar económico de su pareja, siempre se sentía relegada por los extensos horarios de oficina de su esposo, sin contar aquellos congresos, viajes de negocios y reuniones que hacían que fuera muy poco el tiempo que podían compartir y disfrutar.
-Tomate tu tiempo, así Andrea y yo podemos hablar mas tranquilas sobre cosas de las que vos seguramente te vas a aburrir.
Carlos se dirigió hacia el baño y marcó el número de su hermano. Luego de que el teléfono sonara varias veces, por fin escucho la voz de Juan. Y el arremetió.
-¡¿Qué mierda estás esperando?! Vení ya para el restaurante antes que te traiga de los pelos.
-Dejate de joder, boludo…-Le respondió su hermano, casi balbuceando.
-¡Es que no me podés hacer esto, no sabes cuanto me costó conseguirte esta cita… hace una hora que te estamos esperando…
-Bueno loco, yo no te pedí que hicieras esta boludez… ¿Querés que te diga la verdad?
Te conviene que no vaya porque no me puedo parar del pedo que tengo…
Apenas escuchó esas palabras, cortó y guardo su celular. Lavó su cara y quedó por un momento mirándose en el espejo. Intentó borrar su rostro de fastidio y se dirigió rumbo a la mesa.
Su esposa y su secretaria estaban conversando animadamente, y por la divertida forma de hablar podría decirse que se llevaban muy bien. Sin dudas, el vino había disimulado la espera, ya que Silvia era una persona muy reservada y bastante tímida.
“Bueno...- pensó él - por lo menos ella se hizo de una amiga”.
Se sentó con movimientos algo nerviosos y ensayó una disculpa sin mucho ánimo de ser creíble.
-Acaba de comunicarse mi hermano y me contó que se le presentó un problema laboral de imprevisto, por lo que se le hace imposible venir a la cena. Dice que lo siente muchísimo y pide un millón de disculpas por su ausencia.
Andrea obviamente no creyó la excusa, ya que según uno de los variados comentarios de los chismosos que trabajaban en la oficina, “el hermano del jefe” jamás había trabajado, salvo que se considerara así a esos negocios referidos a drogas, contrabando, prostíbulos... Por lo tanto a ella esta situación no le molestó en lo absoluto, ya que hacía mucho tiempo que había dejado de estar interesada en conocer a algún hombre.
Pidieron el menú y pasaron, a pesar de todo, una cena agradable.

Silvia y Andrea se hicieron amigas inseparables, compartiendo casi todo el tiempo libre, ya sea visitándose para tomar el té, saliendo de compras o yendo al teatro, pasatiempo este que no era compartido por Carlos, ya que él prefería ver una buena película por cable en la comodidad de su living.
Habían pasado seis meses de aquella fallida cita y nadie sabía algo sobre el paradero de Juan.
Carlos regresó de un largo viaje de negocios y se dirigió directamente a su oficina decidido a volver a llamarlo. Al fin y al cabo, él había sido quién cortó bruscamente la conversación la última vez que hablaron por teléfono. Llamó por el conmutador a su secretaria para que intentara comunicarse con su hermano, pero en vez de ser atendido por Andrea escucho otra voz que le informó:
-Disculpe señor, ocurrió que no tuvieron tiempo para comunicárselo, mi nombre es Cristina y soy su nueva secretaria.- El se levantó extrañado de su escritorio y se dirigió a la oficina del jefe de personal.
-Gómez ¿Qué sucede con Andrea?
-Disculpe señor que no le haya dicho, pero no pensé que fuera importante. La señorita Andrea Mastelli presentó su renuncia hace dos días.
-¿Cómo? ¿Dijo algo de porque tomó esa decisión?
-Lo único que mencionó es que se marchaba de la ciudad.
Durante toda la tarde su nueva secretaria intentó comunicarse con su hermano, pero el celular se encontraba apagado y nadie atendía el teléfono fijo de la casa.
A la salida de la oficina, ya de noche, fue hasta la casa de Juan, pero no encontró a nadie.
Se asomó por la ventana y lo único que alcanzó a ver fue la cocina hecha un verdadero chiquero, con restos de comida sobre la mesa y botellas vacías tiradas sobre el piso, dando la sensación de que hacía mucho tiempo que ese lugar estaba abandonado.
Cansado, subió al auto para volver a casa, un poco ansioso por preguntarle a su esposa si ella sabía algo sobre la extraña y repentina decisión de Andrea de renunciar al trabajo. Sorprendido no porque ella resignara la alta remuneración que recibía por su labor, sino por el hecho de que no lo hubiera hablado teniendo en cuenta el aprecio y la amistad que ellos sentían por ella.
Cuando entró a su casa, dispuesto a darse una larga ducha para sacarse toda la mufa del trabajo, encontró una carta pegada sobre la pantalla del televisor y apenas la tomó se dio cuenta a de su mujer. Totalmente intrigado comenzó a leer:

Carlos:
Perdóname que haya elegido esta manera para comunicarte algo tan importante, pero es que nunca me hubiese animado a decírtelo en la cara, temiendo la forma en que puedas reaccionar. Tengo que decirte que durante todo este tiempo te he estado engañando y debo reconocer que me siento muy enamorada de esa persona.
Nunca imagine que algo así podría ocurrirme, pero sucedió. Y como no quiero que todos estén murmurando y cuestionando esta situación, me marcho de la ciudad.
Apenas consiga donde alojarme, mi abogado se encargará del tramite del divorcio.
Perdóname, pero estoy convencida de estar haciendo lo correcto.
Tú solo eres feliz cuando trabajas y la verdad, es que yo me cansé de estar sola.
Silvia


Carlos trastabilló hacia atrás y se quedo sentado en el piso, mirando la carta, con la mente en blanco. Recorrió la casa, esperando encontrarla, imaginándosela riendo por la broma que en ese momento le estaba haciendo, pero ella no estaba. Así como tampoco estaban sus cosas, ni la ropa, ni las joyas...
Fue hasta el escritorio que tenía en la sala, busco la llave que estaba escondida en un estante de la biblioteca y abrió el último cajón. Sacó de allí un revolver, lo cargó y se quedó sentado.
Medito durante un largo tiempo sobre las razones que ella pudo haber tenido para abandonarlo. Pero también imaginó a su esposa deseando a otro, acercándose a otro, amando a otro… y se sintió desecho, destruido, ahogado en una marea de celos, desesperación, soledad...
Apoyó nerviosamente el arma en su sien y simplemente disparó.

A doscientos kilómetros de allí, Silvia terminaba de ducharse. Salió del baño envuelta en una toalla y tomó el paquete de cigarrillos que había dejado sobre la mesa de luz.
Encendió uno y se quedo mirando a través de la ventana. Podía observar la ruta tan vacía, tan extraña, con el resplandor de la ciudad brillando detrás de ella.
Apagó el cigarrillo, se dirigió hacia la cama y pudo ver el cuerpo desnudo de su amante durmiendo en la cama.
Las luces de los carteles, que se encontraban en la estación de servicio ubicada al frente del hotel, penetraban en la habitación y le impedían dormir. Silvia besó los labios de Andrea, que se encontraba profundamente dormida y se quedaron abrazadas, agotadas por el largo viaje que habían realizado en auto. Mañana les esperaría un día bastante movido, ya que tenían que encontrar una casa cómoda y acogedora para comenzar una nueva vida.

Recién a los tres días, Juan se enteró de lo que le había sucedido a su hermano.
Venía conduciendo desde Rosario, contento por el buen fajo de billetes que consiguió con sus negocios sucios, cuando escuchó por la radio la trágica noticia.
Él no sintió ningún tipo de remordimiento, ni de dolor, ni de pena o haber concurrido al velorio de su hermano.
Lo único que hizo fue parar a un costado de la ruta, fumarse un cigarrillo con toda la tranquilidad del mundo y comenzar a reírse, primero tímidamente, para terminar haciéndolo con todas sus fuerzas.
Un momento después, quizás cansado de tanto reírse, se quedó en silencio y su mirada se perdió en el lejano horizonte, en la nada.
Ahora no dejaba de repetirse:
-Al final ese hijo de puta siempre tuvo más huevos que yo… ese hijo de puta tuvo más huevos que yo...

FIN

lunes, julio 16

Borracho

Estaba borracho. Demasiado borracho, tal vez.
Iba caminando en zigzag por las calles vacías, en plena madrugada, buscando otro bar en donde poder seguir ahogando mis penas (aunque saben decir, y con razón, que las penas nunca se ahogan en alcohol, porque ellas saben nadar)
Recuerdo, lo poco que hoy recuerdo, es que de pronto levanté, con mucho esfuerzo, la mirada y me topé con un bar de mala muerte, en una zona bastante peligrosa como para andar solo a esas horas.
Pero los whiskys que había tomado esa noche, me habían dado ese toque de valentía, mezclado con un algo de inconsciencia y bastante de estupidez, por lo que no lo dudé demasiado y allí entré, a tomarme algunas copas más.
No tenía muchas opciones si quería seguir bebiendo. Del último bodegón que había encontrado abierto, me echaron por pelear con uno que estaba más borracho que yo… y ya se me habían acabado los lugares conocidos.
Me senté en una mesita, que se encontraba un poco escondida por la penumbra del lugar.
Se acercó el mozo, pedí un vaso de whisky y comencé a saborearlo lentamente, dispuesto está vez a disfrutar del momento…
Pero de pronto, unas luces rojas iluminaron el pequeño escenario que se encontraba delante de mí y que no había advertido al llegar a ese bar. Y sobre él, apareció una bella mujer, morocha, de cabello ensortijado y… completamente desnuda.
Lejos de lo que uno se puede imaginar, las personas que se encontraban allí, unos veinticinco borrachos, bien borrachos, la ignoraron por completo. Continuaron con sus miradas perdidas en el vaso o en la botella o hablando cosas incoherentes totalmente solos.
Incomprensivamente, la situación comenzó a cambiar cuando, desde un rincón del escenario, un asistente de la morocha le tiró un portaligas negro.
Lentamente, las miradas comenzaron a fijarse en ella, para observar como, con mucha sensualidad, se colocaba la lencería.
Luego le arrojaron una pequeña bombachita roja, la que ella se puso contorneándose eróticamente, ante los primeros suspiros y piropos de la platea masculina.
El delirio de los hombres comenzó cuando terminó de ponerse el corpiño, ya que a partir de ese momento, comenzaron a aullar como lo harían los lobos en celo en una noche de luna llena.
Y poco a poco, a medida que ella se iba vistiendo más y más, cubriendo así su original desnudez, la excitación de los que se encontraban en el bar, iba en aumento.
Pero todo se terminó de descontrolar en el instante en que ella, dando por finalizado su show, terminó de vestirse sus jeans, sus botas de cuero y su musculosa blanca.
Una turba de borrachos, se abalanzó ante ella, lanzándole piropos, declaraciones de amor e improperios varios, intentando tocarla, acariciarla o directamente secuestrarla…
Dos gordos que trabajaban de seguridad en el bar, debieron casi arrancarla de las manos de los más ebrios, que intentaban con toda violencia someterla a sus bajos instintos.
Y en medio del forcejeo, de los empujones y de alguna que otra trompada lanzada al voleo, una botella voló por los aires, luego fue una silla, luego una mesa… y ese fue el momento preciso en que decidí huir de ese bar de locos, dando por finalizado esa larga y extraña noche.
Seis horas después, ya pasado el mediodía, desperté en mi cama, con el hígado destruido y mi cabeza revuelta, intentando desesperadamente llegar al baño para lanzar el vómito.
No recuerdo para nada como llegué a casa, si volví en taxi, en ómnibus o caminando. Pero al menos, me tranquilicé al no encontrarme ninguna herida, salvo, como acabo de comentar, las hepáticas…
A la noche siguiente, ninguno de mis amigos me creyó lo que viví en el bar. La historia de la morocha que hacía el “al revés”, les pareció demasiado. Me respondían, entre risas y burlas, que lo que acababa de decir no era más que uno de esos delirantes cuentos de borrachos. Y lo peor de todo, es que temo que ellos tengan razón.

FIN

miércoles, julio 4

El F.M.I. y el Presidente

El 9 de Julio de 1989, en plenos festejos patrios por el Día de la Independencia, Jorge Bevilacqua asumió a la presidencia de la República Argentina, luego de haber triunfado en las elecciones generales gracias al voto de casi el 70% de la población.
Era un estadista brillante, un intelectual, un ser sensible que debido a sus humildes orígenes tenía un gran compromiso social. Era honesto, justo y medido en sus palabras.
Evitaba caer en el populismo, en la demagogia y los eternos vicios de la política tradicional. No toleraba ni el clientelismo ni el corporativismo político y mucho menos la corrupción. Era, por decirlo de alguna manera, el presidente soñado por el pueblo.
Esto mismo fue lo que provocó el ataque de nervios que casi mata a cada integrante de la directiva del Fondo Monetario Internacional, que veía indignada como el mandatario argentino rechazaba cada una de las políticas económicas que le imponían.
Indignados y hasta aterrados de que esta actitud “provocadora” e “inadmisible” se convirtiera en un ejemplo a seguir por el resto de las naciones “en vías de desarrollo”, decidieron tomar una decisión drástica: el Presidente Bevilacqua debía ser eliminado.
Para llevar adelante lo planeado, convocaron a Adolf Bushman, un brillante científico estadounidense que durante décadas brindo sus servicios al F.M.I.
Muchos se preguntaban que función podía cumplir un destacado físico y matemático entre medio de aquellos inescrupulosos economistas. Pero él realizaba su trabajo con la mayor discreción posible y era el secreto mejor guardado de la institución.
Bushman recibió el llamado cuando terminaba de realizar una importante conferencia en la Universidad de Salamanca. Rápidamente se contactó con dos de sus colaboradores y tomó el primer vuelo a Nueva York, mientras que en su computadora portátil recababa información sobre el trabajo que le habían encargado.
Una vez en su laboratorio, se encontró con dos personas que le aguardaban.
Los dos parecían ser agentes de la CIA o del FBI y poco tenían de egresados de Harvard. Eran de aspecto sombrío, altos y con físico de soldados. No hablaban demasiado y solo se limitaron a saludar al doctor y seguirlo hasta una sala en donde se encontraban extraños artefactos.
Bushman les pidió a ambos que se desvistieran y comenzó a realizarles un rápido chequeo médico de rutina. Después los guió hasta unas mesas semejantes a las que se suelen usar en cualquier sala de operaciones y les pidió que se quedaran tranquilos y se recostaran.
Minutos después, ambos sujetos se encontraban con el cuerpo prácticamente cubierto de cables y sensores conectados a una serie de computadoras y monitores.
Luego la mesa comenzó a moverse, introduciéndose en una especie de túnel de metal de no más de dos metros y medio de largo, cerrándose tras su paso, una escotilla que sellaba ese oscuro recinto. De pronto hubo un silencio que a todos les pareció eterno hasta que ante la mirada expectante del doctor y de sus colaboradores, un enceguecedor rayo de luz, acompañado por un agudo e insoportable zumbido, inundó el túnel.
Cuando ambas mesas salieron del recinto, se encontraban vacías.

Extracto de una nota periodística del diario "La Voz del Interior" 30 de Julio de 1989:
"Mañana, el Presidente del Fondo Monetario Internacional y el Presidente de la República Argentina, Néstor Méndez, firmarán un acuerdo en el que Argentina se compromete a pagar el doble del monto que adeuda con ese organismo, más intereses y algunas compensaciones para remediar daños y perjuicios que pudieran haberse causado, a pesar de que el país está sumido en una crisis económica sin precedentes y el pueblo víctima de la injusticia social, se muere resignadamente de hambre.
Por otra parte, en medio de marchas de protesta y huelgas generales, militantes de izquierda y de Derechos Humanos, recordarán en un acto el tercer aniversario de la trágica muerte de Jorge Bevilacqua, fallecido en un extraño accidente automovilístico mientras desarrollaba su campaña electoral, con vista a las elecciones presidenciales de ese mismo año."

FIN

domingo, julio 1

Fotos

Lulú se encontraba completamente desnuda, entre la verde y paradisíaca vegetación del Cerro Uritorco, intentando con mucho esfuerzo, disimular los temblores involuntarios ocasionados por el intenso frío de invierno. Solo el esporádico brillo del sol, que aparecía a través del manto de nubes, lograba atenuar un poco el adverso clima.
Ante ella y detrás de una cámara, se hallaba Charly, un joven fotógrafo que se proponía ganar algún dinero con fotografías pornográficas, intentando esbozar un gesto de profesionalismo e inmutabilidad en un rostro que a las claras mostraba un gran estado de excitación. El joven, al contrario de Lulú, estaba bien abrigado, llevando encima de su ropa un grueso poncho de los que suelen vestir los gauchos en las festividades patrias.
Ese poncho era algo oportuno para la ocasión, ya que no solo lo cubría del frío, sino que además le permitía disimular la erección que le estaba causado esa caliente sesión de fotos. Porque ni ese gélido día, ni esos nubarrones oscuros, podían evitar que Lulú se viera espléndida, grandiosa, mostrándose ante la lente como una verdadera diva, sensual y a la vez intimidante, contorneándose con movimientos eróticos entremedio de la vegetación y las rocas multicolores.
Charly, debatiéndose entre pensamientos y delirios obscenos, se hacía un tiempo cada tanto para agradecer a Dios la oportunidad de estar allí, en ese lugar único, admirando el bellísimo cuerpo de esa morocha espectacular y que, por si eso fuera poco, ¡Encima le pagaran por ello! Sin lugar a dudas, pensaba Charly, este debe ser el mejor trabajo que puede llegar a existir.
Pero cuando parecía que no existía nada en el mundo que pudiera hacer que Charly dejara de observar hipnotizadamente a Lulú, algo, quizás porque no era precisamente de este mundo, lo logró.
Por detrás de aquel bello cuerpo femenino, apareció desplazándose a baja altura, un objeto con forma circular y color plateado. No contaba con alas ni motores visibles y no emitía ningún tipo de sonido. Esa máquina, decididamente no era de este mundo.
Charly inmediatamente enfocó su cámara en esa extraña nave y comenzó a fotografiarla ininterrumpidamente, deteniéndose solo en el momento de recargar la máquina con un nuevo rollo.
Lulú tardó en darse cuenta de lo que estaba sucediendo, pero cuando ella giró para observar cual era ahora el centro de atención del joven fotógrafo, se quedó perpleja al encontrarse con ese ovni.
De pronto, la nave abandonó su marcha lenta, su suave desfile ante la cámara, y con unos sutiles zigzagueos realizados a una increíble velocidad, desapareció sin dejar rastros.
Ese encuentro cercano con una civilización extraterrestre, conmocionó profundamente al joven fotógrafo. Lulú, mientras tanto, dejó de sufrir aquel insoportable frío, producto de la excitación que le produjo esa impactante e inesperada experiencia.
Charly, no solo había perdido la calentura, sino que algo en su interior le advirtió que podía darle un nuevo sentido a su vida.
-"Fotos de minas desnudas tiene todo el mundo. Pero fotos de ¡Una nave extraterrestre! ¿Quién no pagaría miles de pesos por ellas?".
Charly salió corriendo y subió a su desastroso auto, rumbo a su laboratorio de revelado. Lulú se quedó sin entender nada aún, sentada sobre una fría piedra, completamente desnuda.

FIN

viernes, junio 1

Negro

Él observaba a cada una de las personas que caminaban caóticamente por el centro de la ciudad. Sus grandes ojos negros abarcaban todo lo que sucedía en el lugar, pendiente de cada movimiento, cada gesto, cada palabra. Llevó su manaza oscura y brillante hacia su rostro, frunció sus labios grandes y secos, y luego estiró los rulos de su ensortijado cabello de color azabache en un gesto de fastidio e impaciencia. Él se encontraba expectante, ansioso, aún sabiendo absolutamente todo lo que ocurría a su alrededor.
De pronto, llegó el momento que esperaba, el hecho que sabía que ocurriría en el tiempo y el lugar preciso.
Su oscura figura no hizo ni un solo ruido, ni un mínimo movimiento visible, absolutamente nada, pero ya había cumplido con su misión. En la calle, un niño de no mas de cinco años yacía exánime. Acababa de ser atropellado por un conductor ebrio que, apenas entendió lo que acababa de suceder, se fugó cobardemente del lugar.
Él se acercó sonriendo hasta donde se encontraba el pequeño cuerpo sin vida. Con su gran mano oscura le acarició muy dulcemente la frente y le susurró al oído:
-Despierta angelito...
Del cadaver que ya comenzaba a enfriarse, brotó una luz maravillosa que se reflejó en todas las direcciones. Sin embargo, nadie de toda esa multitud que comenzaba a acercarse al lugar del accidente, alcanzó a ver. Y por primera vez en ese día, él hizo estallar el blanco de su risa que contrastaba con el negro de su ser. Pero la gente tampoco pudo, o supo, o quizo, verlo ni oirlo. Eso es sabido. La gente no ve a Dios.

FIN