Obra de Rocío Tisera

lunes, octubre 29

Otro día de clases

Los alumnos se encontraban sentados, pero todos gritando y lanzándose bollos de papel a la vez. La maestra de música aún no había llegado y quizás no lo haría, tal como venía sucediendo cada martes, en esa segunda hora de clases.
De pronto la puerta se abrió y se vió a la imponente figura de la directora del colegio a punto de ingresar al aula, pero los alumnos la ignoraron completamente, sin dejar en ningún momento de gritar como si estuvieran locos. La directora, alta, fornida y de de cabellos oscuros y cortos, puso su acostumbrada mirada militar, e intentando hacer sonar su voz de la manera más enérgica, autoritaria y masculina posible, vociferó con todas sus fuerzas: "¡Alumnooos! ¡Silenciooo!". Pero nadie le prestó atención, ni siquiera la gringuita Suarez, la "nerd" (o la "traga" utilizando la versión más argenta) de todo el quinto grado. La directora comenzó a ponerse colorada y sin disimular su indignación, golpeó con toda su furia el pupitre que tuvo más a mano, e hizo resonar junto al puñetazo su grito: "¡Dije silencioooooo!". Justo un segundo antes de que pronunciara la última "o", alcanzó a ver fugazmente a un alumno que, sentado en el fondo del curso, buscaba algo en el interior de su mochila. Quizás también llegó a ver cuando ese mismo chico empuño de repente el arma y le disparó resueltamente, a quemarropa. A la bala seguro que no la vio, ya que quedó incrustada entre medio de sus ojos. La mujer cayó fulminada en el piso.
Los gritos, alaridos y risotadas de los niños, aplacaron el estallido del disparo, y continuaron su anárquico juego, hasta que cansados de estar allí sentados, dieron vuelta sus pupitres y con los mismos papeles con los que minutos antes se tiraban enter ellos, iniciaron una voraz e inmensa fogata a la cual también fue a parar el cuerpo sin vida de la directora del colegio.
Sin dejar de gritar y de reírse, salieron del aula en busca de otro grado en el cual continuar sus bromas y travesuras.
"¡Vamos a molestar a los pendejitos de primer grado!", gritó el chico que aún llevaba el revólver en la mano.
"¡Vamos!", gritaron todos los chicos en forma de coro.

FIN

martes, octubre 9

El trabajo

Maximiliano se había levantado temprano ese Domingo.
Tomó unos mates y se fue hasta el kiosco de revistas de la esquina a comprar el diario.
El diariero quiso iniciar una conversación, pero él solo esbozó una sonrisa y se marchó.
Se fue caminando lentamente, con la mirada clavada en el piso y una expresión de desánimo a más que evidente. Había perdido mucho peso, unos diez kilos quizás y había optado por rapar sus largos cabellos. El HIV había avanzado mucho en él, pero más allá de los síntomas, lo que lo deprimía era el hecho de haberse convertido en un estigma para la familia y un excluido para la sociedad. No solo había perdido su puesto de gerente en la empresa constructora, sino que a partir de ese momento conseguir trabajo se había vuelto casi imposible.
Carolina, su esposa, no tuvo más remedio que volver a su antiguo trabajo, en un taller de costura, tal como lo solía hacer de soltera, pero como ahora estaba empleada "en negro", el dinero que le pagaban tan solo alcanzaba para la comida de sus dos hijos.
Maximiliano llegó a casa, tomó una silla y se sentó en el medio del patio, bajo la fresca sombra de un paraíso y comenzó a hurgar entre las secciones del diario hasta llegar a la de clasificados. Entremedio de los avisos que ofrecían trabajo, encontró uno muy extraño, que leyó con mayúscula sorpresa:

"Se necesita personal sin limite de edad, no es necesaria experiencia, ni referencias. Único requisito: sufrir una enfermedad terminal (cáncer, HIV, etc.). Excelentes ingresos. Presentarse urgentemente. Imprescindible contar con constancia médica que certifique la dolencia."

De un salto, recortó la página del diario y con un rápido: "Ya vuelvo" se despidió de su familia. Si bien ese pedido de personal era más que estrafalario, no pudo más que pensar lo imprescindible a para su familia que él pudiera conseguir un trabajo digno. Además, lo avergonzaba tener que pedir mes a mes la ayuda de sus padres y de sus suegros para poder pagar el alquiler y los impuestos.
Luego de media hora de viaje en ómnibus, llegó al centro de la ciudad.
Le costaba caminar bajo el fuerte sol, pero la emoción era más fuerte que cualquier dolor que pudiera sentir.
Ya en el edificio, subió en el ascensor hasta el tercer piso y se encontró con el cartel de una oficina: "O.B.L. Seguros de vida".
Golpeó la puerta y una amable y agraciada secretaria le invitó a pasar.
Maximiliano le entregó sus estudios médicos y unas fotocopias de su documento de identidad y llenó una planilla con todos sus datos. La secretaria rápidamente comenzó a ingresar sus datos en la computadora y solo cuando terminó de verificar la información lo invitó a tomar asiento. En la sala había cuatro personas más esperando.
Sin lugar a dudas, era determinante sufrir una grave enfermedad para poder obtener ese trabajo, porque esas personas que estaban allí no se veían mucho mejor de salud que él.
Mientras aguardaba su turno, se puso a ojear algunas revistas que se encontraban sobre una mesita. En una de ellas aparecía un águila muy similar al que llevaba tatuado en el brazo derecho. Ese tatuaje, realizado con agujas que no habían sido esterilizadas, fue la causa del contagio del HIV.
–Quizás me utilicen como conejillo de indias, para probar algún tipo de droga. -Pensó, pero en realidad esa idea no lo asustaba para nada.
La gente que iba saliendo de la oficina, llevaba una expresión extraña en el rostro, no podía descifrar si en realidad salían contentos o preocupados. Quizás, eran las dos sensaciones a la vez.
Minutos después le llegó su turno y sintió la ansiedad de develar pronto porque tanto secreto para un simple trabajo. Ingresó a una oficina contigua y fue recibido por un señor menudo y de mediana estatura, pero de rasgos fuertes en su rostro. Su larga barba y su acento marcadamente árabe lo convencieron rápidamente de que ese señor venía del extranjero. En la oficina, había además dos personas de gran físico, que miraban con gesto intimidante y guardando silencio.
–Mire le seré claro. Lo necesitamos para que realice un trabajo que debe permanecer en secreto. He visto sus estudios clínicos y he comprobado la veracidad de su enfermedad. Para todo el mundo, la muerte llega en cualquier momento, pero para algunos se muestra de manera más concreta, más cercana. Usted sabe que va a morir y nosotros queremos que ese hecho no se desaproveche. El trabajo que le ofrecemos es realizar un atentado suicida contra el Banco Nacional. Como le decía, usted sabe que de todas maneras va a morir. La diferencia es que nosotros le vamos a pagar cincuenta mil dólares. Veinticinco mil se los llevaría ahora. El resto, será depositado en una cuenta a su nombre para que algún integrante de su familia pueda cobrarlo luego de realizado el trabajo. ¿Qué opina?
Maximiliano no lo pensó mucho. Con ese dinero podría asegurar, al menos, por un buen tiempo las necesidades económicas de su familia. Al fin y al cabo era cierto que la muerte era solo una cuestión de tiempo.
-Supongo que no me queda otra opción que aceptar.
-Tomó la decisión correcta. Se ve que ama mucho a su familia.
Firmó unos papeles y recibió una bolsa negra que contenían los veinticinco mil dólares. Los revisó y comprobó que todo estaba en orden.
-Mañana debe presentarse a las siete de la mañana. Será una semana de preparativos. Mientras tanto tenga mucho cuidado de con quien habla. Todo el tiempo será vigilado uestra gente.

La semana de entrenamiento pasó rápidamente y durante todo ese tiempo fue seguido de cerca, tanto él como su familia, por un intimidante grupo de matones.
Maximiliano tuvo que mentirle a Carolina para explicar el adelanto de dinero y así no llamar la atención. Le dijo que esa plata que había cobrado, era de una indemnización que le había ganado su abogado a la empresa que lo despidió. La misma alegría del dinero hizo que la mentira fuera creída por Carolina sin muchos reparos.
En realidad, a ella mucho no le importaba de donde había salido ese dinero.
Ella estaba contenta porque creía que de ahora en más, se irían acabando todas las dificultades.
Hasta que llegó el lunes. Ese fue el día elegido para realizar el "trabajo".

El despertador sonó a las cinco de la mañana, pero de todas maneras, Maximiliano no había dormido en toda la noche. No solo por los dolores, cada vez más agudos, que sentía en su pecho. Eran sus últimas horas con vida.
Fue hasta el baño, se lavó la cara y luego, arrodillado en el piso, se puso a rezar mientras lloraba. Sobre la mesita de luz, dejó la carta que había escrito la noche anterior, intentando explicar lo que estaba por suceder. Le dio un beso a su hijo, a su hija, a su esposa y se marchó.
A las ocho y media se levantó su mujer y prendió la radio, mientras se quedaba un rato más en la cama, tratando de desemperezarse. Vio un papel sobre la mesita de luz y le llamó la atención. Cuando terminó de leerlo no podía creer que lo que ahí decía fuera cierto. Solo cuando por la radio, dieron la información de que una bomba había explotado en un banco, se esfumó la esperanza de que todo aquello era una broma de mal gusto.

FIN

sábado, octubre 6

Verde


Estaba en la cocina, haciendo los deberes del colegio, cuando de pronto me empezó a picar la naríz. Como no tenía pañuelo, extendí mi índice derecho, escarbé en mi naríz y saqué, bien pegado a mi dedo, un moco largo y verdoso. Sin saber como desembarazarme de él, pensé que lo más facil y práctico era pegarlo en la pared. Y así lo hice. Seguí haciendo los deberes, hasta que repentinamente algo me llamó la atención: en la pared, en la misma en la que había pegado aquel moco, un gusano largo y verdoso subía muy lentamente en dirección al techo.
Estoy seguro que ese gusano, es lo que me había sacado de la naríz, solo unos minutos antes. Recién ahora entiendo porque mi mamá nunca, pero nunca, me permite pegar los mocos en la pared.




FINAL VERDOSO