Obra de Rocío Tisera

viernes, noviembre 14

Redacción escolar de un niño de quinto grado


Redacción: "Mi deporte favorito" de Alejo Zanardi. Quinto Grado "A"

Al medio día, apenas salimos del colegio, con mis amigos nos ponemos a jugar fútbol en la calle en donde vivo, aprovechando que esta es una de las de menos tráfico.
Antes jugábamos en una canchita que habíamos hecho en un sitio baldío que quedaba a tres cuadras de ahí. Pero un día, tapiaron ese terreno y al poco tiempo levantaron un edificio de seis pisos.
Sin embargo, jugar en la calle tiene sus encantos: se puede tirar paredes con el cordón de la calle, se potencian los reflejos al gambetear árboles y cestos de la basura, se gana en velocidad y destreza cada vez que hay que sacar con los pies la pelota que queda prisionera debajo de un auto estacionado, etc.…
Pero también tiene sus cosas negativas, o mejor dicho, tenía su cosa negativa. Cuando la pelota caía en la casa el viejo Gómez, nunca más la recuperábamos. Y si lo hacíamos, seguramente era solo de una de las mitades en que había quedado la pelota.
El viejo, nos vivía insultando porque decía que cada vez que la pelota caía en su jardín destruía sus flores y plantas. Por lo tanto, siempre existía la amenaza cierta de que en un despeje desesperado o en un pase largo, la pelota tomara altura y cayera en ese maldito patio, lo que suspendía indefinidamente el partido. Algunas veces, trepábamos la alta tapia de esa casa para poder rescatar el fútbol, pero no siempre encontrábamos un intrépido aventurero que se animara a llevar a cabo esa riesgosa misión. Sobre todo luego de esa ocasión en que al gordo Maxi lo encontró el viejo Gómez sentado en la tapia de la casa, dispuesto a dar el salto sobre el jardín. El viejo tomo un palo de escoba dispuesto a partírselo por la cabeza.
Una vez, en un partido muy disputado, tuve la mala suerte de patear la pelota mientras rebotaba cerca de mi arco y la mandé, obviamente, a la casa del viejo Gómez. Como yo fui el culpable, no me quedó más remedio que treparme por la pared. De tocar el timbre para pedírselo por las buenas, lo más probable (lo supo hacer varias veces) era que antes de entregarme la pelota, le clavara un cuchillo rompiendo la cámara y varios cascos del fútbol. Sin dudarlo, me trepé y aún enceguecido por el miedo, salté sobre el jardín.
Caí arriba de unos geranios, pero pudo haber sido peor, ya que un metro más allá se encontraba un gigantesco rosal con sus enredadas espinas. Me sacudí la ropa rápidamente y una vez que levante la vista contemplé una imagen increíble. En el rincón de la galería que daba al lavadero, había un cesto de ropa que no tenía precisamente ropa sino… ¡Todas las pelotas que habíamos tirado allí!
Inconsciente, fui directo hacia ellas sin darme cuenta de la presencia de un enorme perro, un gran danés, que por suerte se encontraba encadenado.
Los ladridos alertaron al viejo Gómez que se encontraba en el interior de la casa, por lo que alcancé a tomar unas tres pelotas del cesto y mientras corría hacia la tapia, las iba tirando hacia la calle, en una carrera enloquecida en la que iba pisando margaritas, claveles, violetas… No me hizo falta darme vuelta para saber que detrás de mí venía corriendo el viejo Gómez con una escoba. Sus gritos enloquecidos no hacían más que darme más velocidad para huir de allí, sobre todo luego de sentir como los escobazos surcaban por el aire, despeinándome. Cuando comencé a trepar la tapia, me di cuenta que el viejo había dejado de perseguirme. Antes de saltar a la calle, volví mi mirada y lo pude ver agitado, con sus manos sobre el pecho y un gesto que desfiguraba su rostro. Una vez en la calle, solo atiné a decir: ¡Vamos, corramos rápido! Y escapamos de allí. A la tarde, volvimos a la calle a jugar y pudimos ver como una ambulancia llevaba en camilla a una persona totalmente cubierta con una sábana blanca.
Ahí nos dimos cuenta de que el viejo Gómez había muerto, probablemente de un ataque al corazón.
Al día siguiente, en su entierro, llevamos cientos de flores entre todos los chicos y las arrojamos sobre la tumba. Todos sus familiares se emocionaron con ese simbólico gesto, pero seguramente no lo entendieron.
Esas flores las cortamos de su jardín, luego de haber recuperado todas las pelotas de fútbol que ese viejo maldito nos había robado durante todo ese tiempo.
¡Ah! Por cierto, mi deporte favorito es el fútbol.

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