Dentro del shopping se había ubicado un moderno stand, en el que una joven y bellísima promotora ofrecía a los ocasionales visitantes una aceitunas verdes para que pudieran probar su delicado gusto y excelente calidad. Yo probé unas cuantas, y verdaderamente valía la pena comprar alguno de esos potes que se ofrecían, caros pero de contenido exquisito. Un señor bien vestido y con aire señorial, se acercó al stand, hizo algunas preguntas y probó una de las aceitunas. Súbitamente, en cuestión de segundos, esa misma persona se encontraba tirada en el suelo, haciendo grandes esfuerzos por poder respirar. El hombre, de unos cincuenta años, rápidamente fue cambiando de color, hasta que sus mejillas quedaron pálidas por completo. Por más que intentaron, no pudieron revivirlo. Creo que ese tipo se había asfixiado con el carozo de la aceituna. Eso es lo que yo llamo tener mala suerte. La gente comenzó a rodearlo con mucha curiosidad, como suele suceder en cada accidente, una señora, seguramente su mujer, lloraba sin ningún tipo de consuelo, la joven promotora sufría un ataque de histeria y los guardias de seguridad intentaban despejar a la gente que se hallaba en el lugar. Yo, mientras tanto, me fui directo a casa, a tomarme una helada cervecita acompañada con unas ricas aceitunas verdes que compré en ese mismo stand. Así son las cosas, por más que uno lo intente, por más que uno se haga mala sangre, jamás se puede hacer que la vida cambie el curso que había planeado…
¡¿¿Lo qué??!
Hace 3 horas.
1 comentario:
por eso es que me gustan más las rellenas.....
un saludo!
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