Obra de Rocío Tisera

jueves, agosto 30

Te Quiero

Mi teléfono celular recibe un mensaje de texto enviado por un número desconocido. Solo dice, muy escuetamente por cierto, el muy común: T Qro, dice Te Quiero. No se quien lo envió y muy probablemente se deba a una confusión, a un número mal marcado, a un dedo que inconscientemente, apurado, emocionado, torpe, apretó un botón cualquiera. T Qro, dice Te Quiero, no se quien lo envió, no se quien lo escribió, si es una mujer, o si es un hombre, si es santiagueña, o un uruguayo, o una evangelista, o una doctora, o un mecánico de autos. Solo dice T Qro y por más que ensayo distintas respuestas, diferentes soluciones, no encuentro la manera de explicarle a mi esposa, que en este mismo momento tiene mi celular en la mano, no encuentro, digo, la putísima manera de hacerle entender que no tengo ni la más remota idea de quien mierda es la persona que envió equivocadamente el mensaje.
T Qro, dice Te Quiero.
En realidad yo creo que el que escribió eso me odia.


FIN

domingo, agosto 26

Monedas

En la calle hay un chico pidiendo limosnas. Está sentado en la vereda, hace frío, y él está bastante desabrigado. Tiene la cara sucia, el cabello sucio, la poca ropa sucia. Está tiritando, y cada vez que tiene que pedir una moneda, tartamudea por los escalofríos. El niño tiene hambre, tiene sed, tiene piojos, tiene soledad, tiene desesperanzas.
Yo paso a su lado, él me mira, yo no lo miro, él me habla, yo no lo escucho, el estira su mano con la esperanza de recibir una miserable moneda, yo guardo mis manos en los bolsillos de mi cálido abrigo y sigo caminando con mi mirada distante y perdida, intentando ignorar lo que sucede alrededor. Soy un verdadero hijo de mil puta, lo se.
Ya hice media cuadra caminando, y aún puedo escuchar el lastimero pedido de monedas de ese niño que, tirado en la gélida vereda, tirita de frío y de desolación.

FIN

jueves, agosto 23

Cien gatos


Cien gatos me miran parados, estáticos en el medio de la calle. Ninguno maúlla, ninguno ronronea, ninguno se lame las patas, no juegan con ninguna de las hojas que caen de los árboles, ni persiguen a ningún insecto. Solo están ahí, los cien, contemplándome expectantes y sigilosos, como si yo fuera su presa, su comida, su manjar.
De pronto, uno maúlla, aunque más que eso me pareció un rugido y ese gato, y ese león, dió el primer paso, que luego fue imitado por los noventa y nueve felinos restantes.
Di media vuelta y comencé a correr y correr, con todas mis fuerzas, con toda mi energía, hasta que llegué a la puerta de mi casa que se levantaba gigantesca e imponente. Ingresé por un resquicio que había debajo de ella y solo me sentí tranquilo y seguro cuando mi cuerpo completo, incluso mi fina y larga cola, había franqueado la entrada.
Ya me acostumbré a mi nueva apariencia, y hasta podría decir que me siento felíz con mi novedoso aspecto ratonil. Solo debo tener algo de cuidado con esos cien gatos que me esperan en la vereda.

FIN


miércoles, agosto 15

Un hombre y una mujer

Apenas la vi, supe que ella era a quien buscaba.
Ella estaba en una esquina, moviéndose sensualmente de un lado a otro, llamando la atención a cada conductor que pasaba frente a ella.
Hice una rápida maniobra para adelantarme a un auto, que casi me gana de mano, y estacioné ante ella para poder contemplarla bien de cerca. Me enloquecieron sus grandes pechos, su boca carnosa, sus largos cabellos rubios, sus exquisitas caderas…
-¿Cómo te llamas?
-Paola ¿y vos mi amor?
-Me llamo Fabián. Subí, no me importa cuanto cobras. Se que vos lo valés.

Fuimos rumbo a un hotel de alojamiento situado en pleno centro. Durante el corto viaje, no le hice ninguna pregunta, sabiendo que todas sus respuestas iban a ser puras mentiras.
Ella me acariciaba y besaba mi cuello, haciéndome muy difícil conducir el auto. Pero ya estabamos llegando a nuestro destino.
Dejé el auto en la cochera y no podía dejar de pensar en mi querida pareja, sin embargo, sabía que no tenía motivo por sentirme culpable de lo que hacía.
Entramos a la habitación y debo admitir que los nervios me mataban. Era la primera vez que iba a tener este tipo de relación y tenía miedo de arruinarlo todo.
Paola se quitó rápidamente la musculosa blanca, que tanto le resaltaba los firmes pechos, y se recostó rápidamente sobre la cama, haciéndome una seña para que la acompañara.
Me acosté a su lado y quitándole el corpiño comencé a besar su cuerpo. Ella me desbrochó el pantalón y cuando estuvo a punto de quitarme el calzoncillo la detuve. Sin lugar a dudas, había llegado el momento en que debería explicar porque y para que la elegí a ella.
-Paola, así como vos naciste hombre y sin embargo actúas, vivís y sentís como mujer, yo nací mujer, pero al igual que vos, toda mi vida sentí que la naturaleza me había puesto en el cuerpo equivocado.
-Pero... Entonces… ¿Qué pretendés de mí? No entiendo que estamos haciendo acá…
-Yo necesito que… que me embaraces... ¡Si que me embaraces! Trataré de explicarte. Con mi pareja siempre hemos soñado tener un bebé. Ella se acostó con algunos hombres para quedar embarazada pero nunca tuvimos éxito. Según los últimos estudios médicos que se realizó, ella no puede engendrar. Y no tenemos dinero para una inseminación artificial. Para cumplir nuestra ilusión, no nos queda más remedio de que yo sea quien tenga que traer ese niño al mundo.
-Discúlpame, querido, pero ni borracha. No me puedo involucrar en esta locura. Además, me sorprende sinceramente que no temas contagiarte de alguna enfermedad, como le sucede al resto del mundo. Entiendo tu problema, y te juro que estoy con vos, pero esto es realmente demasiado...
-Bueno... te entiendo. De todas formas, me imaginaba que esto no sería tan fácil, pero quédate igualmente con el dinero. No te voy a hacer perder más tiempo porque se que lo que te estoy pidiendo es descabellado. Pero te pido que entiendas que contigo a mi me costaría menos, ya que para mí tú eres una mujer. Nunca podría hacerlo con un hombre. Pero bueno... te agradezco de todas formas… Vamos, así te llevo.
Fui a buscar el auto y cuando estaba a punto de subirme, ella me tomó de la mano y mirándome a los ojos, me habló con voz muy dulce.
-¿Estás seguro de que quieres tener un hijo? ¿Lo has pensado seriamente?
-Estoy completamente seguro. Daría cualquier cosa por ello.
Ella me llevó nuevamente a la habitación, y casi sin sacarnos la ropa, lo hicimos.
-En el caso de que no quedes embarazada ya sabes donde podés encontrarme.
La dejé en la misma esquina en donde la había encontrado y le pagué generosamente sus exclusivos servicios. Y gracias a Dios, no fue necesario que tuviera que soportar esa humillante situación otra vez en mi vida.
Hoy mi bebé, mi hermoso y gordito bebé, tiene el privilegio de contar con todo el amor que pueden darle dos cariñosas madres.

FIN

miércoles, agosto 8

El infierno

Las sierras mostraban un espectáculo casi propio del averno.
Donde horas atrás reinaba la vegetación, la música de las aves y el colorido de la vida, ahora solo podía contemplarse esas voraces llamas que se desplazaban con rapidez, dejando solo cenizas tras su paso. Ahora solo podía escucharse el murmullo del fuego consumiendo con avidez cada árbol, cada hierba, cada pequeño e indefenso ser vivo.
-Así debe ser el mismísimo infierno- Pensaba Tomás, mientras observaba el dantesco paisaje desde su avión hidrante, que sobrevolaba el sector del incendio.
Ya hacía cuatro horas que trabajaba en detener el fuego, haciendo decenas de viajes entre el lago, en donde cargaba el agua, y las cenicientas sierras.
Cuando el avión se quedó sin combustible, pensó que ya era hora de tomarse un merecido descanso. El fuego ya estaba casi extinto y los bomberos que se encontraban desplazados en la región se encargarían de terminar con la labor.
Tomás aterrizó el avión en el aeródromo local e inmediatamente se subió a su auto, para ir rumbo a su hogar. Él ya se encontraba tranquilo, sabiendo que ya no había posibilidades que las llamas llegaran hasta ese hermoso valle en donde se ubicaba su pequeña pero confortable casa.
Cuando llegó, todo se encontraba en orden, sintiéndose tan aliviado y feliz, que al ver a su familia no podía dejar de abrazar y de besar tanto a su esposa como a sus dos hijos.
Tomás prefirió no comer nada, y fue directamente a darse una ducha refrescante que buena falta le hacía. Al salir del baño, fue directamente a la cama y se recostó dispuesto a dormir una siesta. Eran las tres de la tarde y hacía un intenso frío, tal como suele hacer durante todo el invierno en Córdoba.
Tomás durmió no mas de cinco minutos y se despertó sobresaltado.
-Micaela, ¿dónde están los niños? –Preguntó agitado y nervioso.
-Están jugando afuera. Descansa tranquilo y trata de dormir un rato que te hace falta. ¿Acaso tuviste alguna pesadilla?
-Algo así, soñaba con fuego, mucho fuego…
-Si hay algo que has visto hoy, es fuego… Duerme tranquilo, yo te despierto cuando sean las cinco para que tomemos unos mates.
-Bueno, dame un beso. Y fíjate bien que están haciendo esos dos demonios. ¿Si?
Micaela salió de la casa y camino por un sendero que se dirigía hacia el monte.
Luego de unos metros de ascenso, comenzó a gritar a viva voz.
-¡Tino! ¡Ale! ¡Vengan chicos! –Pero no escuchó ninguna respuesta.- ¿Dónde se habrán metido los mellizos?
La madre volvió a casa dispuesta a preparar la merienda, esperando que regresaran los niños. Pero al momento de poner el agua en el fuego, se dio cuenta que en ningún lugar de la cocina se hallaban los fósforos.
-Si esos chicos se llevaron los fósforos, ya van a ver lo que les espera… ¡Ya les voy a dar a esos desgraciados!

Quizás la ingenuidad propia de los diez años de vida de Tino y de Ale les impidió razonar sobre lo peligroso del juego que estaban llevando a cabo.
El pasto seco, debido a la larga sequía, y el constante viento que sopla fuerte en el mes de julio, hicieron el resto. La pequeña fogata que hicieron al pie del árbol mientras jugaban a “los bomberos”, se extendió tan rápidamente por todo el monte, que cuando se dieron cuenta de la situación, las llamas habían hecho un círculo alrededor de ellos, impidiéndoles regresar a casa.
Cuando Tomás fue despertado por los gritos y las zamarreadas de su esposa, creyó que todo el escándalo era debido a que ya eran las cinco de la tarde. Pero no, no era eso.
Medio dormido aún, tardó en comprender lo que sucedía.
Micaela tenía el rostro desencajado y lloraba desesperada. Solo repetía una cosa: “¡Fuego, fuego, fuego!...”

FIN

lunes, agosto 6

La tribu espacial


Juan estaba en su bote, sentado, concentrado.
Tan solo él y su caña de pescar flotaban sobre las aguas del dique El Cajón.
El estaba solo, ya que la hermosa mañana que comenzaba a estallar era la de un día lunes de comienzos del mes de Julio (un día en el cual, el que no trabaja se encuentra tirado en la cama, víctima de una fatal resaca producto del fin de semana, y un mes demasiado frío, aún para los pescadores más fanáticos).
Cada tanto le daba unos sorbos a su petaca de ginebra, como para calentar el cuerpo y luego seguía nuevamente con la mirada fija en la boya, esperando que su movimiento le indicara que algún desprevenido pejerrey había mordido el anzuelo. Aún no había pescado nada y comenzaba a arrepentirse de no haber ido a trabajar.
Pero algo iba a suceder esa mañana que alteraría la calma del lugar.
Un objeto metálico que surcaba el cielo, se estrelló sobre la costa del lago, a metros de donde él se encontraba. Primero pensó que se trataba de un helicóptero que había sufrido un desperfecto. Pero ni el sonido que emitió, ni la forma que había alcanzado a divisar, era propio de ello. Esa nave no tenía alas, ni hélices ni inscripciones visibles.
Pensó que podría tratarse entonces de un satélite artificial, uno de comunicaciones quizás, ya que unos días atrás, había escuchado por la radio de la caída de uno de ellos en el norte argentino. De ser eso, debería tener cuidado con la radiación que podría emanar ese aparato ya que es muy nociva para la salud. Mientras se bajaba del bote y se iba acercando al objeto, comenzó a imaginar lo famoso que se convertiría en Capilla del Monte, al ser el primero de su pueblo en ver al satélite recién caído del espacio. Ya podía verse en la televisión dando notas sobre su experiencia, y en el diario, poniendo su mejor perfil para la foto de la portada.
Pero un leve sonido lo volvió de regreso a la realidad. Estaba seguro de haber observado, segundos antes, de que ese artefacto de superficie blanca, compacta y esférica no contenía ningún orificio, ni ranura, ni abertura. Pero igualmente, como apareciendo de la nada, de ese objeto se abrió una puerta por la cual salió una luz blanca, poderosa que se proyectaba en la lejanía, a pesar de que el sol brillaba en el cielo limpio de nubes.
Juan, el pobre pescador, aterrorizado pero a la vez curioso, sacó fuerzas de su interior y comenzó a acercarse a eso que, ya no tenía dudas, se trataba de una nave espacial.
Cuando estaba a punto de asomarse al interior de la nave, protegiéndose con las manos de la brillante luz que enceguecía sus ojos, alcanzó a ver una mano extendiéndose como pidiendo ayuda. Una mano que le pareció la de un humano común y corriente.
De pronto la misteriosa luz se apagó y poco a poco, mientras se aclaraba su visión, pudo observar al tripulante que aún se hallaba dentro de la nave espacial. Y aquí comenzó una nueva sorpresa. El “extraterrestre” era de baja estatura, tal como lo había leído tantas veces en esas publicaciones amarillistas, pero la piel era de color oscura, los rasgos de su rostro eran similares a los aborígenes de nuestro continente y no había en su fisonomía ningún indicio de que ese ser fuera diferente a él.
“O sea que se trata de un indio extraterrestre”, pensó el pescador para sus adentros, y el temor se comenzó a disipar porque la confusión acaparaba todo.
De pronto el “indio extraterrestre”, comenzó a erguirse, y dando muestras de estar herido por la colisión, salió de la nave de forma aparatosa, cayendo pesadamente sobre el piso.
-Ayúdame amigo, tengo que ir al pie del cerro Uritorco, a un paraje llamado Los Altos -dijo el viajero espacial con un marcado acento cordobés.
-Si, lo conozco. Tendremos que caminar bastante-. Juan, cada vez más desorientado, estiró la mano y lo ayudó a levantarse, aunque con mucha dificultad. El “indio” se puso de pié, apoyando su brazo en el hombro de Juan y comenzó a respirar profundamente.
Vestía una especie de poncho, largo, que le llegaba casi a los pies, de color blanco y hecho de un material sintético. En sus pies, llevaba una especie de sandalias confeccionadas con el mismo material que el poncho, al igual que la vincha que sujetaba los largos cabellos negros que en ese momento ocultaba sus ojos.
Habían caminado unos metros, sin haber pronunciado ninguna palabra, cuando de pronto se escuchó un ensordecedor zumbido y aquella brillante luz volvió a brillar. Juan giro rápidamente para saber lo que ocurría y vio, con la mirada atónita, como aquella nave se desvanecía, desapareciendo ante sus ojos sin dejar rastro alguno.
-¿De qué planeta eres?- le preguntó decidido Juan, no soportando más la intriga.
-Del mismo que el tuyo, ¿De dónde más?
-¿Cómo puede ser eso posible? Esa nave con la que caíste ¡no pudo haber sido construida ni por los mismos yanquis!
-No dije que la nave fuera construida en este planeta, dije que yo era de este planeta.
-¿Y qué hace un humano piloteando una nave extraterrestre?
-Es una larga historia que nace de la época en que mis antepasados, nuestros antepasados, fueron exterminados por los conquistadores españoles.
Juan intentó encontrarle sentido a esas palabras, pero todo era demasiado increíble, aún para el fanático de ciencia-ficción más ingenuo y radicalizado. Ya se encontraba bastante cansado de llevar cargado a esa persona tan extraña, pero que a la vez no le parecía en nada peligrosa, ya que no solo mostraba ser vulnerable como cualquiera, sino que además, el “indio” parecía tener el pie derecho quebrado. A medida que se iban acercando al cerro, el frío se iba haciendo más intenso aún, por lo que Juan se quitó la campera que llevaba puesta y se la ofreció a su nuevo amigo, lo que no solo lo protegería del frío, sino también de la posible mirada de algún curioso. Mientras cruzaban con dificultad uno de los tantos alambrados, las preguntas comenzaron a brotar.
-¿Me estas diciendo que cuando Jerónimo Luis de Cabrera estaba fundando Córdoba, los indios andaban en naves espaciales?
-No precisamente. Mi tribu, los comechigones, les rendimos culto a los dioses del cielo durante siglos. Para la época que tú dices, los dioses nos anunciaron que estábamos en peligro, ya que ellos estaban al tanto de las matanzas que los españoles estaban realizando en otros pueblos. Nuestros dioses se llevaron en sus naves a nuestros líderes, sacerdotes y a la gente del pueblo que quería viajar con ellos, para ser protegidos. La mayoría decidió quedarse, no tanto por amor a la tierra, sino por el miedo que les daba subir a esas naves que volaban. Pero todos ellos perecieron, algunos como esclavos, otros debido a las enfermedades que contrajeron de los conquistadores. Los que sobrevivieron se mezclaron con los españoles y perdieron nuestra cultura y nuestras costumbres. Por lo tanto, hace un tiempo volvimos a La Tierra, para refundar nuestro pueblo. Nuestra base se encuentra ahora dentro del mismo cerro.
-¿Allí es donde nos dirigimos, a donde se encuentra tu pueblo?
-Si, solo tienes que ayudarme a llegar hasta la entrada. Tu favor será recompensado.
Luego de varios minutos de ascensión, y cuando el sol ya llegaba a su punto máximo de esplendor, el “indio” hizo detener a Luis cerca de la cima, en un lugar en el que no se llegaba a apreciar nada extraño.
-Aquí es.
-Discúlpame, pero yo no veo ninguna entrada por aquí.
-Es invisible, pero este sensor me indica donde esta la puerta de ingreso a la base.- dijo refiriéndose a una lucecita amarilla que destellaba de una especie de pulsera que llevaba en su muñeca.
De pronto, en una de las laderas del cerro, se hizo visible una luz, muy similar a la que producía la nave espacial y apareció un umbral, una puerta de ingreso a esa ciudad oculta que mencionaba el “indio”.
-Gracias amigo por tu ayuda, recuerda, tu favor será recompensado.- agradeció con tono cansado, tratando de caminar por sus propios medios.
-Espera, déjame hacerte solo una pregunta más ¿Por qué estás tan confiado de que no diré una sola palabra de todo lo que he visto esta mañana?
-Por dos motivos. Primero, porque nadie creería tu historia. Segundo, porque en este mismo momento, olvidarás todo.
Juan estaba en su bote. Parpadeó por unos segundos y se sintió completamente relajado. Pensó que se había dormido por algunos minutos, producto del frío o tal vez de los tragos de ginebra, pero luego le pareció que eso era imposible. Ya era casi el mediodía y su bote estaba completamente lleno de pejerreyes de muy buen tamaño. Tan cargado estaba el bote, que si daba algún brusco movimiento, corría riesgo de hacer que su embarcación naufragara.
-Fue un excelente día de pesca. Pensó un exultante Juan. -Cuando les cuente a mis compañeros de trabajo todo lo que he pescado, no lo van a poder creer.

FIN