Obra de Rocío Tisera

jueves, mayo 29

MICROCUENTOS 7


LA PRIMERA CANCIÓN: Una vez, mi hija siendo muy pequeña, tarareó suavemente, como un murmullo, una canción, la primera canción que aprendió. Nunca, jamás, pude quitar de mi cabeza esa melodía bella y pura. Y no solo eso, sino que cada día que pasa, y sin saber porque, esa canción, en mis recuerdos se vuelve más y más hermosa.

EN EL TREN: Una tarde, viajando en tren, vi sentado justo en el asiento de enfrente a un fantasma, que llevaba en su rostro una mueca de pánico. Casi, casi, la misma cara de pánico que tendría yo si me subiera a un tren fantasma.

DUENDECITOS: Cada vez que me emborracho veo a unos extraños duendecitos verdes saltando a mi alrededor. Nunca les di demasiada importancia, hasta el día de hoy, que puedo ver a esos mismos duendecitos verdes estando más sobrio que nunca. Y a juzgar por la diabólica mirada de varios de ellos y por los movimientos amenazantes, diría que lo que pretenden es ni más ni menos, que comience nuevamente a beber, cuanto antes.

LA GITANA: Hace un tiempo, yendo por el centro, se me acercó una gitana que, con mucha velocidad, me tomó de la mano. “Te leo el futuro, muchacho, dejame ver tu mano”, me dijo con su particular acento. No tuve otra opción, si lo que quería era no pasar vergüenza, que extender resignadamente mi mano ante ella. La gitana, de pronto, viendo mi mano, se puso a llorar con una expresión de terror en su rostro y salió corriendo entre medio de la gente, persignándose a una velocidad exagerada y rezando a los gritos por la calle. Nunca más la volví a ver. Nunca supe que vio ella en mi futuro.

MAL NEGOCIO: Estaba en la ruina. Le debía dinero a todo el mundo, mi mujer me había abandonado, mis hijos me odiaban, mis amigos me dejaron solo… Mi vida no tenía sentido, y no tenía ninguna solución a mano. Fue allí cuando Él se me presentó. No tuve más remedio que aceptar su propuesta y resignarme a lo que me deparara el destino. Vendí mi alma en veinticuatro cuotas sin intereses, a pagar a partir de enero del año que viene. Y bueno… hay que reconocer que el diablo es un hábil negociador. Y yo uno pésimo…

QUINCE: Cuando tenía quince años creía que en el futuro me convertiría en una persona muy importante. Veinte años después, me doy cuenta que si alguna vez en mi vida fui alguien realmente importante, fue precisamente cuando solo tenía quince años.

martes, mayo 20

Moab, el mentiroso


Hace un par de milenios atrás, poco antes de comenzar la era cristiana, vivía en la antigua Palestina un anciano muy mentiroso y estafador llamado Moab. Este viejo, mezquino y ventajista, había logrado acumular a lo largo de su vida una considerable fortuna, mediante fraudes y negocios ilegítimos. Un día, Moab se encontraba en su hogar muy entretenido haciendo un balance de sus riquezas, cuando de pronto escuchó una voz grave e imperativa que parecía provenir del cielo y que le decía: “Moab, te habla tu Dios, te ordeno hacer lo siguiente: regala tus riquezas entre los mas necesitados del pueblo, y yo me comprometeré a triplicar tu fortuna”. El viejo, sin salir del todo de su asombro, se dispuso a lleva a cabo la tarea encomendada lo antes posible, no porque fuera muy creyente, sino porque apenas terminó de escuchar esa voz se dio cuenta que estaba a punto de hacer un gran negocio: ¡Poseer tres veces mas dinero del que ya tenía! Ese mismo día, Moab salió a recorrer el pueblo repartiendo todas sus posesiones. La gente al ver a ese viejo avaro realizando tan noble acción, pensó que finalmente Dios había tocado su alma y que esto era realmente un milagro.
Paso el tiempo y Moab cayó en la miseria absoluta. Tenía hambre, sed, frío y andaba por las calles sin rumbo, vestido andrajosamente, sucio y algo demente. En vano espero que aquella voz que supiera escuchar cumpliera con lo pactado. Al cabo de unos meses, Moab murió en la más absoluta pobreza y soledad.
Al morir, el viejo debió pagar por sus miles de pecados y malas acciones que realizó a lo largo de su existencia, por lo que terminó, y de hecho aun se encuentra allí, en el horrible y tormentoso infierno.
Apenas ingreso a ese mundo maldito, se encontró con el mismísimo demonio, que parecía estar esperándolo. El diablo, cada vez que miraba a Moab, no podía dejar de reírse con largas y estruendosas carcajadas. El viejo asustado y confundido, no entendía nada de lo que estaba sucediendo.
-Moab ¡Amigo! Dime… ¿Te gustan las mentiras? ¡Porque a mi me encantan! ¿Recuerdas aquella vez que te habló Dios?
-Si, recuerdo…- dijo el anciano.
-Bueno, aquella vez, en realidad, no te habló Dios… ¡El que te habló fui yo!
Y el diablo, nuevamente, se puso a reír burlonamente, gritando de alegría hasta el punto de que varias lágrimas cayeron de su desfigurado rostro.
Moab, humillado y derrotado, se arrodilló en ese áspero y ceniciento suelo, y se largó a llorar amargamente.

viernes, mayo 16

MICROCUENTOS 6


POZO SIN FIN: En el patio de mi casa apareció un pozo que pareciera no tener fin. Quise rellenarlo con tierra y piedras, pero me fue imposible, por más escombros que tirara nunca lograba taparlo. Anoche, pude ver como de su interior brotaba una luz muy blanca y bella, a la vez que sonaba en el aire una música suave y angelical. Hoy, apenas salga el sol y junte un poco de coraje, me lanzaré en su misterioso abismo. Si no regreso, no se aflijan. Lo mismo no tengo nada que perder.

EL CANARIO Y EL ROCK: Una vez, un pequeño canario se posó en mi ventana y comenzó a cantar de una forma muy pero muy bella. Yo, sin dudarlo, abrí la ventana, lo atrapé fácilmente con mi mano y lo metí en una jaula. Pero el canario dejó de cantar. Al poco tiempo el canario murió, lo metí en una bolsa de residuos y lo tiré a la basura. Mucho no me afecto su perdida, ya que justo en esos días me había comprado un equipo de audio de última tecnología, con un sonido muy potente y de mucha calidad.
La verdad, es que no hay nada en el mundo que se compare a escuchar un disco compacto de Pink Floyd en el sistema 5.1.

PARAGOLPES: Una vez, en una reunión, un amigo bromeaba diciendo que el paragolpes de una moto es la misma cabeza del motociclista. Justo a la semana siguiente, ese mismo amigo, chocó con su motocicleta en la ruta. El pobre, estrelló su paragolpes contra un camión.
Con el resto de mis amigos, cada día que pasa, extrañamos mucho sus bromas.

GRILLO: Una noche de verano, se metió en mi casa un grillo que emitía su sonido característico de una manera muy particular. Parecía que cada “cric” que emitía llevaba un cierto orden, una cierta lógica, como si estuviera transmitiendo un mensaje en clave Morse. Realmente, sería una verdadera pena si se tratara de eso y si ese grillo quisiera comunicarse conmigo de esa manera, ya que obviamente, yo no tengo ni la más remota idea de cómo descifrar un mensaje en código Morse.

DORMILÓN: Gus durmió durante toda su existencia. Él, desde su primer minuto de vida, estuvo conectado a un complejo sistema de tubos que lo alimentaban, y era aseado y cuidado las veinticuatro horas por un equipo de enfermeras. Los doctores, a pesar de todos los estudios que habían realizado, no podían descubrir cual era la misteriosa enfermedad que sufría. Es mas, los galenos, extrañados, creían que en realidad él estaba perfectamente sano. Gus, mientras tanto, con sus treinta y cinco años recién cumplidos, continuaba soñando el sueño más bello y más largo de la historia de la Humanidad.

RACISMO: “Que en el lenguaje musical, una blanca valga el doble que una negra, es racismo, que la magia blanca sea buena y la negra mala, es racismo, que Dios sea blanco y el mal negro, es racismo, que el trabajo en blanco sea el legal y el negro el ilegal, es racismo, que en las películas los delincuentes, drogadictos y violadores sean negros, es racismo, hablar de listas negras, de tener un día negro, de trabajar como negro, de que la cosa se viene negra, etc., es racismo…”
De esta manera pensaba un pobre nigeriano que luchaba por sobrevivir con su frágil balsa, a la furiosa tormenta que se desataba sobre el mar Mediterráneo. España, la tierra prometida, aun se encontraba demasiada lejos.

lunes, mayo 12

El saludo del General Perón


Hace algún tiempo, en uno de los bingos que suelen realizar en el club del barrio, tuve la oportunidad de conocer a un simpático viejito. El anciano, ya algo senil el pobre, aseguraba haberle dado la mano al General Juan Domingo Perón. Yo, que no soy peronista y que mucho menos comparto algún tipo de aprecio por esa personalidad, intenté por una cuestión de respeto hacia ese señor mayor, mostrarme lo más interesado posible por el tema de conversación. Le pregunté, simplemente para hacer un comentario, si había tenido la oportunidad de sacarse alguna foto de aquel encuentro. El me dijo: “No, no tuve esa suerte, pero puedo asegurarle amigo que tengo en mi casa una reliquia mucho más importante y valiosa que una foto”. Ya algo intrigado, le pregunté de que se trataba esa reliquia. “Sus manos”, me dijo con toda la serenidad del mundo. “Tengo sus manos en mi casa. Yo fui quien profanó su tumba hace varios años ya, y quien las robó. En los diarios de entonces, decían que los responsables del hecho habían sido integrantes de una logia masónica internacional a la que el General pertenecía. Los diarios más antiperonistas, publicaron que la persona que le había cortado las manos lo había hecho para que él dejara de robar. ¡Blasfemos! ¡Si el General Perón fue quien más hizo por los pobres en toda la historia de la República Argentina! Pero, volviendo al tema, la pura verdad es que fui yo quien robó las manos de Perón.” Aún incrédulo, pero impactado por sus palabras que sonaban tan convincentes, le pregunté por que había hecho semejante ultraje. El viejito, con voz temblorosa y sonriéndose, me explicó: “Porque solo un verdadero hombre estrechaba la mano como lo hacía el General. Su saludo era firme, enérgico, cálido, y transmitía un valor y un coraje tan sin igual, que dudo que otra persona en el mundo podía asemejársele. Él era un santo, ¿me entiende? Sus manos son una verdadera reliquia, y por eso no permití que se la comieran los gusanos. ¡No! ¿Sabe que hice? ¡Las embalsamé! Ahora sus manos son tan inmortales como su figura. ¿Me comprende?”.
No. La verdad es que no, nunca pude comprenderlo…

jueves, mayo 1

MICROCUENTOS 5


SE LO QUE HICISTE: Alguien que no conozco me envió un e-mail que decía lo siguiente: “Se lo que hiciste el verano pasado…” ¡Qué desilusión! Siempre pensé que nadie me había visto en el momento en que maté al perro de mi vecino. Y ojo, aclaro que en ningún momento hablo de matar mascotas…

LA EXTRAÑA PROSTITUTA: En barrio General Paz, existe una hermosa prostituta que tiene una extraña manera de realizar su trabajo: ella nunca se desnuda, no te toca, no gime ni dice groserías, ni absolutamente nada relacionado con lo ual, tan solo se acuesta a tu lado y te escucha atentamente, y en algunas ocasiones, hasta puede darte sabios consejos y bellas palabras de aliento. Así y todo, es la prostituta más concurrida de toda la ciudad de Córdoba. Y también la más cara.

ARCO IRIS: Hace unos minutos dejó de llover. Salí al patio para respirar un poco de aire fresco y al mirar el cielo, me llevé una desagradable sorpresa: el arco iris… ¡estaba en blanco y negro! Esto es una catástrofe. Una verdadera catástrofe. Creo que los cambios climáticos están destruyendo el mundo de la peor manera. Hoy, ya nos robó unas de las cosas más bellas que nos daba la naturaleza y que además, ¡era gratis!

ATEO: Un amigo cuestionó mi ateísmo. Yo le respondí que si se ponía a pensar un poco, estaría de acuerdo conmigo en que, por más que no se diera cuenta, el también era ateo, porque por sus costumbres, su manera de ser y su forma de vivir, es un pecador. Y si él es pecador y no cambia su vida, es porque no teme terminar en el infierno. Y si no teme el infierno, es porque no cree que exista. Y si no cree que exista el infierno, tampoco debería creer en el paraíso, ya que son mundos opuestos y para la existencia de uno, se necesita la existencia del otro. Y si no cree en el paraíso, ¿cree en Dios…?
Mi amigo nunca más me dirigió la palabra.

ESCRIBIENDO ESTUPIDECES: Una vez, una amiga mía me preguntó por que pedía el tiempo escribiendo estupideces. Realmente, no supe que responderle. Con el tiempo, algo parecido supo preguntarme mi esposa, y nuevamente no tuve palabras para contestarle. Hoy, descubrí a mi hija leyendo una pila de hojas manuscritas que dejé en el cajón de mi mesita de luz, y me dijo con voz orgullosa: “Papá, ¡que lindos tus cuentos!”. No me importa que ella solo tenga siete años y que lo más probable, es que no los haya entendido. Lo importante, es que yo ya se para que escribo.