Obra de Rocío Tisera

viernes, octubre 27

La ayuda

El joven regresaba de la casa de su novia. Eran las diez de la noche y las calles, bastantes oscuras y desiertas, le obligaron a apurar un poco mas el pedaleo de su bicicleta.
Todo iba bien, hasta que un tumulto en una esquina lo puso en estado de alerta. Un grupo de personas, quizás unas cinco, estaban golpeando a un chico que estaba tirado en el piso. El aminoró la marcha, ya que solo estaba a unos metros del lugar y solo se quedó un poco más tranquilo cuando tuvo la certeza de que esas personas comenzaban a alejarse de allí.
Pudo ver aún a la distancia, como uno de ellos se retiraba del lugar con la mochila que aquel chico había sostenido con todas sus fuerzas cuando, indefenso en el suelo, era atacado con puntapiés y puñetazos.
El joven se acercó a él, pedaleando lentamente, temiendo que aquella patota regresara.
Solo se bajó de la bicicleta cuando se terminó de convencer de que ya no corría ningún peligro.
El chico, de unos quince años, se quejaba adolorido, tirado sobre la vereda. Tenía la cara desfigurada, producto de los golpes que había recibido y tal vez, tenía un par de costillas fisuradas. El chico intento ponerse de pie, pero el joven se lo impidió.
-Esperá hasta que pase alguien que pueda darnos una mano. No te muevas…
El chico no le presto atención y lastimosamente se puso de pie, abrazándose al joven para no perder el equilibrio. Llevó temblorosamente la mano hacia el bolsillo trasero de su pantalón y sacó una pequeña cuchilla que, con un golpe seco y brutal y quizás con las pocas fuerzas que le quedaban, hundió en el abdomen del compasivo joven que se desplomó lentamente, con un gesto sorprendido, sobre la fría calle.
-No le pude robar la mochila a esos giles, pero me desquito con este otro gil.
El joven ladrón, aun bastante adolorido, sacó de uno de sus bolsillos un envoltorio que contenía cocaína y lo aspiró violentamente. Le quitó la billetera al joven que tirado en la acera comenzaba a desangrarse y luego de darle una violenta patada en la cabeza, se subió a la bicicleta que había quedado apoyada contra el cordón de la vereda y se marchó, lastimosamente del lugar.

FIN

El maletín

Me bajé del colectivo en el boulevard Perón. Era cerca de las nueve y media de la noche y había muy poca gente en la calle. El frío del mes de junio había llegado con todo y era obvio que más de uno ya estaba acostado en su cama calentita, tal vez mirando televisión, tal vez mimoseándose con su pareja o directamente durmiendo. Yo los envidiaba sinceramente y de no haber sido por el cumpleaños de mi amigo, dudo que hubiese salido de mi casa. Pero bueno, así somos los amigos, por lo que mas allá de ser miércoles y de esa fina llovizna que empezaba a caer, no me quedó mas remedio que ir a visitarlo.
Crucé el puente de la avenida 24 de Setiembre y pude ver al río Suquía crecido y furioso como hacía mucho tiempo que no se lo veía. ¿Cuántas veces habré pasado ya por ese lugar, a lo largo de mi vida? Llegué a la plaza Alberdi y la crucé en diagonal para acortar camino, atravesando el puentecito que se encuentra sobre la gran fuente.
Fue en ese lugar desde donde pude contemplar la sangrienta escena.
Semiocultos por la escasa iluminación en ese sector de la plaza, detrás de unos grandes árboles, se encontraban dos hombres, frente a frente, discutiendo en voz alta, seguramente creyendo que no había nadie alrededor. Entre medio de los dos se encontraba un maletín y parecía ser que su contenido era el causante de esa agria disputa.
En el momento en que iba a desviar mi ruta para no tener que pasar cerca de ellos, esos dos tipos, al mejor estilo de las antiguas películas de vaqueros, sacaron rápidamente sus revólveres del interior de sus camperas y gatillaron casi al unísono.
Sincronizadamente, ambos cuerpos cayeron sobre el resbaloso barro, que poco a poco comenzaba a volverse casi una pequeña laguna debido a la persistente llovizna.
El maletín quedó en el piso, parado, sin siquiera tambalearse.
Los disparos deberían haber despertado a los vecinos que viven en el lugar, pero quizás ambos estallidos fueron confundidos con los múltiples truenos que regalaba la noche o tal vez fueron aplacados por el constante ruido del paso de los ómnibus, camiones y autos que circulan por la avenida. Lo cierto fue que nadie salió a la calle, ni dio parte a la policía, y yo me quedé allí, estático, viendo a esos dos hombres, o mejor dicho "cadáveres", tirados en el fango. No se porque razón me acerqué, ya que yo no me encontraba completamente seguro de que se hubiera acabado el peligro. Pero fue más grande mi curiosidad que mi temor y mi mirada se quedó fija en el maletín y en el misterio que contenía.
Sin pensarlo, tomé el maletín y me fui presurosamente por la calle Lima, recordando que no muy lejos de ahí, a unas cuatro cuadras sobre la avenida, se halla un precinto policial. Doblé por Deheza y comencé a subir la empinada calle sin darme cuenta que estaba completamente empapado. Mi corazón latía alterado, ya que tenía pánico de ser perseguido u observado en ese momento. Cada tanto miraba hacia atrás, ya que quizás producto de mi imaginación, escuchaba pasos y extraños ruidos que me ponían cada vez más nervioso, al punto de arrepentirme de haber tomado esa decisión. Pero…
¿Y si dentro del maletín había dinero, o joyas, o cualquier otra cosa de valor? ¿Quién podría sospechar de mí? No existían testigos del momento en que yo lo tomé, y ni la policía, ni la mafia –si es que sos dos tipos eran mafiosos- podrían saber mi identidad.
Mientras pensaba en esto, llegué a la conclusión de que no era una buena idea visitar a mi amigo, ya que nadie debería verme con aquello que robé.
Seguí caminando, ahora con rumbo al centro de la ciudad, y tomé el colectivo que me llevaría de regreso a mi casa.
Eran las once menos cuarto y aproveché para hacerle una llamada a mi amigo deseándole un feliz cumpleaños y excusándome o haber ido a saludarlo.
Una vez arriba del ómnibus, mis dedos se movían nerviosamente sobre el maletín que ahora descansaba sobre mis rodillas. ¿Y si dentro de él en vez de dinero había drogas? ¿Como me las sacaría de encima? ¿Y si se tratara de papeles que comprometían a alguien importante? ¿Me animaría a llevar adelante un chantaje o una extorsión? ¿Qué otra cosa podría haber ahí dentro? ¿Un arma, documentos, balances contables, algún objeto antiguo…?
El peso del maletín no ayudaba mucho a dar una idea de lo que contenía, así como tampoco el sonido que se producía al moverlo. Solo al llegar a casa, podría develar el enigma que me tenía perturbado.
Llegué a la estación terminal de Monte Cristo luego de un viaje que se me hizo interminable y las cuatro cuadras que me separaban de casa las hice prácticamente corriendo. Al regresar a casa, mi esposa me miró con cara sorprendida, ya que no me esperaba tan temprano. Le di un rápido beso, le tomé la mano dirigiéndome hacia la cocina y coloqué el maletín sobre la mesa. Simplemente le dije: "Encontré esto mi amor".
Quité los seguros y lo abrí.
Fue todo como una pesadilla.
El segundero del explosivo nos indicó que solo teníamos veinte segundos para huir despavoridos de ahí.
La casa y media cuadra a la redonda, quedaron completamente destrozadas tras la violenta explosión que se produjo.

FIN

miércoles, octubre 18

Breve e interminable historia

Ella se encontraba pálida y ya casi sin respiración sobre el frío piso.
Él, apenas entró en esa cabaña situada en la cima de la montaña, desesperado, se dio cuenta rápidamente que su esposa había sufrido un paro cardíaco y sabía que debía apurarse en llevarla al único centro de salud que existía en ese pequeño poblado. Afuera, una tormenta eléctrica iluminaba la naturaleza, mientras los truenos hacían vibrar el valle de una manera que hacía parecer que en cualquier momento todo se iba a desmoronar. El muchacho, en medio de la lluvia, cargaba a su joven esposa, fría y casi sin vida, mientras sus pies se hundían en el barro del sendero rumbo a su camioneta. En ese instante, un furioso rayo cayó en el lugar en donde ambos se encontraban. Luego del terrorífico estruendo que acompañó a esa deslumbrante luz, la mujer, que fue alcanzada por esa gran descarga eléctrica, reaccionó llena de vida y de forma casi milagrosa, pudo ponerse de pie. Cuando ella, desorientada y aún conmocionada por lo sucedido, vio que a sus pies se hallaba el cuerpo inerte de su esposo, lo tomó de un brazo con las fuerzas que le quedaban y comenzó a arrastrarlo por el lodo, con dirección a donde se encontraba la camioneta. Pero no alcanzó a recorrer un metro, que un nuevo rayo cayó en ese mismo lugar. En esta oportunidad, el resultado fue inverso. Ella quedó en el piso, quizás a punto de exhalar, nuevamente, último suspiro, mientras él lentamente se incorporaba sobre sus pies, que tiritaban por la debilidad y el frío, intentando llegar de una vez a la camioneta con el cuerpo inconsciente de su esposa. Pero por esas cosas inexplicables de la naturaleza, un nuevo relámpago cayó en el lugar, con el resultado que ya muchos pueden imaginarse. Ese fenómeno se repitió una y otra vez, durante toda la noche.
Al día siguiente, varios habitantes del pueblo juraban incansablemente a todos aquellos que quisieran escuchar la historia, que habían oído con suma nitidez en medio de la tormenta, como una risa grave y estridente retumbaba en los conmocionados cielos.

FIN

Tres viejitos

1
Sentados en un banco de la plaza San Martín, tres ancianos observaban fijamente en dirección a la histórica Catedral. Ninguno de ellos hablaba y probablemente ninguno de ellos se conocía. Tal vez por esta razón, el trío mantenía el silencio propio de aquellos que hallándose en el final de sus vidas, contemplan el mundo con mucha tranquilidad, con bastante paciencia y con algo de resignación. Unos metros más allá, sobre la explanada, había quedado estacionado el micro de excursión que había traído a la ciudad de Córdoba al contingente de los jubilados al cual ellos pertenecían. Pero alrededor de los ancianos, el resto de la gente se movía vertiginosamente y así como la peatonal era un incesante y gigantesco hormigueo humano, la calle era un malón ruidoso e incontenible de autos, taxis y ómnibus.
De pronto, en esa fresca pero hermosa mañana primaveral, uno de aquellos ancianos tosió como intentando aclarar la voz. Era quizás el menos viejo, o lo que es lo mismo, el más joven del grupo. De poco más de sesenta y cinco años, seguramente recién jubilado, era el único que intentaba disimular la edad. Su calva, oculta bajo un obvio peluquín y su forma de vestir informal y hasta juvenil demostraba que él era el más presumido de ellos. Volvió a toser y sin dejar de observar la Catedral, tal como lo hacían los otros dos viejitos, comenzó a hablar sin importarle si sus compañeros de banco le prestaban atención o no.
2
“No se porque esta mañana me trae a la memoria algo que viví hace muchísimo tiempo. Recuerdo que los rayos del sol atravesaban la ventana, iluminando directamente mi rostro. Mis párpados, con un ligero movimiento se abrieron, haciendo que mi primer pensamiento de esa mañana fuera ese temido: ¡Me dormí! Miré el despertador y se había detenido a las 3 y 18 de la madrugada. Busqué mi reloj sobre la mesita de luz y cuando veo la hora, no pude impedir que mi boca comenzará a insultar: eran las 8 y 43. Me vestí lo más rápido posible y sin lavarme la cara y medio despeinado, salí en busca del ascensor. El departamento en el que vivía quedaba casi en Colón y General Paz y lo había alquilado precisamente porque estaba a solo siete cuadras de la empresa en que trabajaba. Por eso estaba tan molesto en llegar tan tarde a la oficina. Ya en la calle, me mezclé sin querer con un alcoholizado y violento grupo de personas que iba provocando disturbios, marchando no se muy bien a favor o en contra de que o quién. La cuestión es que se me hizo difícil cruzar hacia la vereda de enfrente y esa demora ya había comenzado a desesperarme. De pronto, tres bombas de estruendo fueron lanzadas por los manifestantes hacía el grueso cordón policial que estaba ubicado delante de ellos, hiriendo gravemente a un uniformado. Esto causó una reacción desmedida de los policías, que intentaron desconcentrar rápidamente la marcha, reprimiéndolos con gases lacrimógenos y balas de goma, aunque en el tumulto también se escucharon las detonaciones de unas cuantas armas reglamentarias.
Lejos de provocar la retirada, los manifestantes se resistieron y más de uno sacó a relucir algún arma de fuego, haciendo disparos al aire o apuntando directamente a la valla policial. Inmediatamente, a pedido de los uniformados, llegaron al lugar más refuerzos, entre ellos la guardia de infantería y la caballería, lo que hizo que todo se convirtiera en un verdadero caos en donde podía verse varios cuerpos sin vida, decenas de heridos desparramados y pisoteados en plena calle, en su mayoría ocasionales transeúntes, locales comerciales destruidos, autos en llamas...
Yo me encontraba parado en medio de esa locura, con el maletín aún en mi mano, mi saco gris impecable, mis zapatos rados y el tiempo jugándome en contra. De pronto, me decidí y súbitamente comencé a correr con todas mis fuerzas, ya que me encontraba a menos de tres cuadras de mi trabajo y no me iba a dar por vencido. Pero a mis espaldas, escuché un grito que en medio de esa guerra campal me ordenó: ¡Alto o disparo!...
No se porque no me detuve, pero lo cierto es que la bala tampoco lo hizo. Sentí como si mis entrañas ardían, como todo daba vueltas a mi alrededor, hasta que al fin caí bruscamente al piso, quedándome paralizado. Todo se oscureció y ahí perdí el conocimiento. Cuando abrí los ojos, tal vez porque los rayos del sol que atravesaban la ventana iluminaban directamente mi rostro, me di cuenta de que estaba en mi cama. Miré el despertador y creo que no hace falta decir que se había detenido a las 3 y 18 de la madrugada. Me levanté y avisé a la oficina que no iba a poder ir a trabajar, con la excusa de que me sentía mal. Me volví a acostar y seguí durmiendo.
Eran las 8 y 50 y afuera ya se escuchan las bombas de estruendo.”
3
Apenas terminó de contar su historia, se quedó en silencio y en ningún momento intentó mirar a los otros dos abuelos sentados con él. Ninguno de ellos hizo algún comentario sobre el relato y solo se quedaron observando la Catedral, tal como lo hicieron durante toda la mañana. Mientras un grupo alegre y ruidoso de jóvenes estudiantes pasaba al frente de ellos dispuestos a festejar el día de la primavera, el anciano sentado en el medio del banco, se quitó los anteojos y con un pañuelo que sacó de un bolsillo de su saco, limpió durante unos segundos la suciedad de los lentes. De unos setenta y cinco años, delgado y de estatura alta, sus largos cabellos blancos y su sobria manera de vestir, le daban un cierto toque distinguido. Aparentaba tratarse de una persona que en el pasado se desempeñaba en un cargo importante o que poseía una buena posición económica. Apenas volvió a colocarse los anteojos, se desabrochó un poco el nudo de la corbata para poder respirar más cómodo y empezó su relato. Todo esto, sin que ninguno de los tres dejara de observar la histórica construcción religiosa.
4
“Nunca antes había esperado con tanta impaciencia que llegara la noche, como lo hice durante esos diez meses. Recostado sobre un duro colchón, dentro de un calabozo pequeño e inmundo, huía con mi imaginación, proyectando en mi mente una película en la que yo viajaba al pasado impidiendo que cometiera aquel error fatal. Cada noche variaba el argumento, en otras lo perfeccionaba, tratando de llegar a una solución que me permitiera evitar esa cárcel. Cárcel, a la que me había condenado por unos eternos quince años. Muchas veces, había creído que realizando esa especie de ritual nocturno, me llevaría hacia la locura, porque cada imagen que reproducía en mi mente, cada vez se iba tornando más y más real. Nunca tuve muy en claro que pretendía lograr al utilizar obsesivamente mi imaginación planeando viajes en el tiempo, pero al menos podía evadirme de la realidad por un par de horas, hasta que el sueño me venciera de una buena vez.
La última vez que me dispuse a realizar esa especie de juego mental, las escenas que imaginé ya me eran bastantes verídicas, quizás debido a la práctica constante de ese ejercicio.
Esto fue lo que imaginé aquella extraña noche.
Me encontraba delante de la puerta de mi casa. Podía observar fielmente el número de la casa colocado a un lado de la ventana, el timbre, que sabía que se encontraba descompuesto y un pequeño graffiti que los chicos de la esquina pintaron sobre el portón del garaje: “El futuro llego hace rato”. Golpeo la puerta, y el tipo que atiende al llamado queda sorprendido y espantado al ver mi rostro. Yo, sin esperar que él me invite a pasar, cruzo el umbral decididamente -al fin y al cabo es mi propia casa- y una vez dentro tomo una silla y me siento alrededor de la mesa.
-Tengo que darte una información que se que te va a interesar. Andá a traer un papel y una lapicera.Mariano va veloz y ni siquiera alcanza a preguntar que estaba sucediendo.
-Tomá asiento y escribí bien el número que te voy a decir: 5012. Ese número va a salir esta noche en la Lotería de Córdoba. Si mal no recuerdo, acabas de cobrar mil pesos por el trabajo de albañilería que hiciste en la casa de los Márquez, así que jugá toda esa plata a primera. ¿Anotaste bien? 5012.
Me levanto sin darle tiempo a que me hiciera alguna pregunta, marchándome rápidamente sin saludarlo. Yo sabía que me iba a hacer caso, porque él tipo ese era yo, o sea, era el yo de diez meses atrás, sin dudas el jugador empedernido y vicioso de siempre. Y que palpito mejor puede tener un timbero, que el recibir el dato del número ganador de las mismas manos del timbero proveniente del futuro… Cuando llegó esa noche, Mariano, o sea yo, probablemente haya querido cortarse las bolas al ver que el número que le entregué no salió ni a los veinte. Lo que realmente me proponía, era que yo no usara ese dinero para comprar al día siguiente, esa hermosa escopeta de caza que siempre había soñado tener. Arma con la que terminaría asesinando a mi esposa y a mi mejor amigo.
Lo que acabo de contar, es lo último que recuerdo haber imaginado, antes de caer en un sueño profundo y reconfortable. Cuando desperté, me sentí totalmente descansado y con una gran e inexplicable paz interior. Mi cuerpo ahora reposaba sobre un suave y cómodo colchón y por la ventana se veían los hermosos rayos de sol de un nuevo día. Retiré, con bronca y con asco, la mano de mi esposa que me abrazaba mientras dormía acurrucada contra mi cuerpo. Me levanté a tomar un poco de agua y fui hasta la puerta a buscar el diario, tal como lo hacía cada mañana. Era martes y el boleto de la quiniela aún se encontraba sobre la mesa. Me fijé en la sección de interés general y efectivamente el 5012 no salió en ningún sorteo.
Fue la única vez en mi vida, que no me amargué por la suerte esquiva. Desayuné y antes de que se despertara mi mujer, me fui al estudio jurídico del abogado que una vez, en aquella línea de tiempo que se alteró, me defendió en la causa de homicidio. Claro que él no me reconocía, pero recurrí a sus servicios nuevamente. Ese mismo día inicié los trámites del divorcio.”
5
Cuando concluyó de hablar, el distinguido anciano se ajustó el nudo de la corbata y se sumó al silencio que sus dos compañeros habían mantenido durante esos minutos. Una fresca brisa aplacó un poco el calor que comenzaba a sentirse, a medida que el sol se iba acercando al cenit. El tercer viejito, el que aún no había pronunciado ni una sola palabra, se quitó la boina y con un pañuelo agujereado por el paso del tiempo, se secó la transpiración de su arrugada frente y su brillante calva. Era el más anciano de los tres. ¿Ochenta años de edad? Quizás. Su mano tiritaba y le costaba hacer hasta el movimiento más sencillo. Vestido de forma humilde. Con su larga barba blanca y sus zapatos gastados, aparentaba ser unos de esos tantos linyeras que andan vagando por el centro de la ciudad. Se volvió a colocar la boina muy lentamente y con voz temblorosa y entrecortada, se animó a acabar con ese silencio solemne. Tenía la boca reseca, pero la historia estaba tan lúcida en su mente, que sus palabras sonaron seguras y convincentes.
6
“Iba caminando rápidamente. Lloviznaba por momentos y las calles se encontraban vacías, un poco por el frío, otro tanto porque pronto iba a anochecer. Otra jornada de trabajo terminaba y deseaba ansiosamente regresar a casa, y ya podía imaginarme estando en mi hogar, compartiendo un café bien caliente con mi esposa, escuchando las risas de mi hija... Aquel viernes se me había hecho eterno y durante todo ese día las había extrañado. En mi apuro, distraído por mis pensamientos, crucé la calle sin mirar y fui sobresaltado por el estridente chillido de una frenada. El auto, que circulaba sin luces, se detuvo e inmediatamente se puso en marcha, saliendo a gran velocidad. Estuve un largo rato insultando a ese ebrio y estúpido conductor que había estado a punto de atropellarme, según lo que creí. Creí, con mucha ingenuidad, haberme salvado de milagro. De pronto sentí un ligero adormecimiento que comenzó por las piernas, lo que me asustó bastante, a pesar de no haberme encontrado ningún tipo de herida. Sin pensarlo demasiado, y como para calmarme un poco, le adjudique a esa extraña sensación como motivo, la estresante situación que acababa de atravesar. Aún nervioso, doblé en la siguiente esquina sin prestar mucha atención, e imprevistamente me topé con una mujer que se encontraba parada frente mío, mirándome fijamente a los ojos. La esquivé, creyendo por la forma tan provocativa de mirar que se trataba de una prostituta y sin prestarle mucha atención seguí mi rumbo. Pero ella me siguió con la vista y me llamó por mi nombre. Yo me detuve, intrigado por saber porque esa extraña me conocía. Aún no había terminado de darme vuelta para enfrentarme a ella y comenzó a hablarme con voz firme y clara.
-Apúrate fantasma, que no puedo perder mi eternidad esperándote. Esta es una noche particularmente movida y debo llevar a varios como tú hacia el otro lado. Solo alcancé a decirle: “¿Se siente bien?”, mientras yo especulaba si esa mujer se encontraba loca, borracha o drogada. Y ella con una sonrisa que más que agradar, me intranquilizó aún más, dijo:
-Te aviso que me estás haciendo perder tiempo, ya debería estar regresando a mi morada... acompañado por ti.
-¿Y precisamente, en dónde se encuentra su morada?- Le pregunté ya comenzando a fastidiarme.
- Mi reino forma parte de la nada, al igual que tú. Para ser más exactos, tú vas a volver a ese lugar del que partiste el día que naciste en este mundo. Tú me llamas La Muerte. A mi me gusta que me llamen La Parca.
Ante esa respuesta totalmente ilógica, desquiciada, inesperada, solo se me ocurrió decirle, sin poder evitar reírme:
-Discúlpeme, pero yo me encuentro tan vivo como lo está usted.
-Mire hacia atrás- me murmuró. Y observé tirado en la calle el cuerpo sin vida de una persona joven. Era de baja estatura, pelo castaño oscuro, vestido con ropa de trabajo... Era yo. La parca continuó hablando:
-Por lo visto no te habías dado cuenta del accidente. Y el que te atropelló con su auto al parecer se fugó del lugar... Yo quede mudo, congelado, sin saber que hacer ni decir. Mientras ella hablaba, pude ver su tez extremadamente blanca, sus cabellos enrulados y castaños, sus ojos grandes y negros que le daban una belleza exótica y una mirada profunda. Ante esa onírica situación, solo se me ocurrió decir, casi de forma ingenua:
-Nunca imaginé que la muerte fuera una mujer, y tan bella, siempre creí a un esqueleto vestido con una túnica negra y que llevaba una guadaña. Ella volvió a sonreír y con voz suave y sensual dijo:
-Yo no soy mujer, tampoco soy hombre. Siempre me presento ante los ojos de los mortales tal como ellos me quisieran ver. Si tu hubieses sido una mujer, lo más probable yo hubiese sido un joven apuesto. Más allá que sea La Parca, no tengo por que perder cierto encanto. Y mirándome a los ojos me dijo:
-Se que me temes.
-Y quién no…
-Le respondí rápidamente, comenzando a darme cuenta de lo que estaba sucediendo. La Muerte comenzó a ponerse seria:
-No entiendo porque sientes miedo, si no tienes ni la menor idea de como soy. Más deberías haberle temido a la vida, ya que ella es quién te ha castigado haciéndote sentir humillaciones, dolores, penas, amores no correspondidos, hambre, frío, calor, injusticia, violencia... a ella la conoces y no le temes y en cambio a mí si”.
-Precisamente, dicen que es mejor malo conocido que bueno por conocer.- dije sin saber que mierda decir.
-Puede ser. Pero para que veas como soy en realidad, te concedo una oportunidad.
-¿Una oportunidad? ¿Y porqué, justamente a mí, me vas a dar esa oportunidad?
-No te creas único ni especial. Cada tanto hago una excepción con ustedes, los humanos. ¡No saben cuanto sufrimiento evitarían dejando este mundo! Pero igualmente se aferran con todas sus fuerzas a esta vida mezquina y materialista... Hoy estuve todo el día a tu lado y se cuanto extrañaste a tu familia. ¿Sabes porque tenías esa sensación? Era un presentimiento que tuviste. Mi presencia de alguna forma te alertó. Debo decirte que hace tiempo que no encuentro una persona con ese don.
-De mucho no me sirvió ese don...
-Consuélate, tu final era inevitable. Yo nunca fallo... En fin, cierra los ojos durante unos segundos y todo lo que has vivido hasta este día, desaparecerá. Volverás a vivir desde tu adolescencia con la ventaja que podrás cambiar parcial o totalmente el futuro. Pero debes tener en cuenta que ha medida que transcurra el tiempo, te iras olvidando de esta vida que acabas de perder. No te preocupes, cuando los abras te darás cuenta de que se trata.
Sin saber porque razón, en vez de marcharme velozmente del lado de ella, le hice caso. Cuando levante los párpados, sentí una rara vitalidad, una sensación que se me hacía conocida. Me encontraba en un cuarto extraño, pero a la vez pude reconocer la cama, los posters, los muebles, la ropa desparramada... Tal como ella me lo había dicho, tenía nuevamente dieciséis años. Durante esos primeros años, cada noche antes de dormirme, me concentraba con todas mis fuerzas en los rostros de mi esposa y de mi hija, temiendo que al amanecer se desvaneciera de mi mente el recuerdo de ellas. Hace mucho tiempo ya que he olvidado sus nombres y se que en algún punto de esta nueva existencia, debo haber cometido el error que me condenó a que nunca más pudiera reencontrarme nuevamente con mi mujer. Aún, a pesar de los años que pasaron, a pesar de todo el olvido, deseo ansiosamente volver a mi hogar.”
7
Los tres viejitos se quedaron nuevamente en silencio, contemplando la Catedral como lo venían haciendo desde un primer momento. Las campanas comenzaron a sonar dando las doce, justo en el momento en que el contingente de jubilados se concentraba frente al Cabildo Histórico. Luego los viejitos enfilaron hacia el micro, varios de ellos llevando un gesto de cansancio pero también de alegría. Una joven y atractiva enfermera, se dirigió hasta donde se encontraban estos tres jubilados y los fue llevando de a uno hasta los asientos del ómnibus. Ella no se molestó en hablarles ni en preguntarles como la habían pasado, ya que ella siempre creyó que los tres eran sordomudos, debido a esa constante actitud autista que siempre llevaban. Pero, por algún motivo, la enfermera creyó ver en esas miradas perdidas y distantes, un brillo especial que no había percibido antes. Un destello que le indicaba que algo de ellos había cambiado luego de ese viaje.
FIN

lunes, octubre 16

Una noche oscura

En la fría madrugada de un sábado, Nacho caminaba por una de esas oscuras calles del barrio rumbo a su casa. Era bastante tarde y estaba arrepentido de haberse quedado tanto tiempo en la casa de su novia. Sentía miedo y hasta el ruido de sus pasos sobre los callejones de tierra comenzaron poco a poco a alterarlo.
Cada tanto, se daba vuelta, temiendo que alguien lo siguiera, por más que aquellos sonidos que le asustaban siempre terminaban proviniendo de perros callejeros, de esos que abundan por cientos, que al encontrarse con él lo aturdían con ladridos para luego salir disparados, huyendo por algún descampado.
Pero, aunque la mayoría de los canes actuaron de esa manera, hubo uno que tuvo una actitud diferente.
Era un perro de gran tamaño, quizás del porte de un ovejero alemán y de un color negro intenso. Lo que más llamaba la atención de ese misterioso animal eran sus ojos extremadamente brillantes, lo que le daban un toque espeluznante y espantoso.
Nacho siguió caminando, aunque ahora a más velocidad, rogando que las calles se acortaran para llegar más rápido a su hogar. Pero mientras su mente se obsesionaba en ello, delante de él, una patota de unos seis chicos se le acercaba sigilosamente.
Cuando Nacho se dio cuenta de que ahora estaba realmente en peligro, intentó dar media vuelta para salir corriendo, pero una certera pedrada que le dio de lleno en la cabeza lo tumbó al piso. Los delincuentes corrieron hacia él y en el preciso momento en que se iba a convertir en víctima de una golpiza brutal, aquel extraño perro apareció fantasmalmente de entre las sombras. Con sus poderosas mandíbulas y sus ladridos de ultratumba, logró espantar del lugar a aquellos sorprendidos patoteros que huyeron despavoridos por las polvorientas calles.
El perro, con sus brillantes ojos, se acercó al oído de Nacho, que aún se encontraba tirado en el suelo, bastante adolorido y con mucha claridad y de modo intimidante, dijo unas palabras que aún resuenan en la cabeza del joven: “Ahora me debes una. Da por seguro que me la cobraré”.
Nacho perdió momentáneamente la conciencia, pero aún jura que ese perro se alejó de él riéndose de manera macabra.

FIN

viernes, octubre 13

El naufragio

Carlos recorría la playa de esa isla desconocida con el sol quemándole los ojos.
El clima era completamente distinto al que había soportado horas atrás, cuando una de esas violentas tormentas tropicales destruyó el lujoso crucero en el navegaba junto con otras trescientas personas más.
¿Él había sido el único sobreviviente? Le mortificaba terriblemente ese pensamiento.
Pero a pesar de todo, el día era apacible y de no ser por las desgraciadas circunstancias que le habían llevado hasta esa pequeña porción de tierra en el medio del océano Pacífico, podría decirse que se hallaba en el lugar más hermoso de la Tierra.
Carlos no había sufrido heridas de consideración, pero se encontraba exhausto luego de haber luchado durante horas con esas olas indómitas, peleando para sobrevivir. Por esos sus pasos en la arena eran torpes y lentos, mientras la respiración aún seguía agitada.
De pronto, él vio una silueta humana situada a unos metros de allí, y aunque tardó en llegar hasta él, rápidamente lo reconoció. Era uno de los enfermeros del barco que naufragó.
Esa persona se encontraba arrodillada sobre la caliente arena, con sus manos entrelazadas y su frente casi tocando el suelo. Esa persona se hallaba orando y parecía estar en medio de un trance místico.
Carlos se acercó lo más rápido que pudo al él, contento ante la presencia de ese otro sobreviviente.
-¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?
– Le preguntó, pero el que se encontraba rezando lo ignoró completamente. Solo cuando terminó su extensa y emotiva plegaria, levantó sus ojos y le dirigió la palabra.
-Discúlpame. Me llamo Elías. Si, estoy bien dentro de todo. Salvo claro, los litros de mar que me tragué.
-Si, se de lo que estás hablando. Pero la verdad es que hemos tenido una suerte increíble al salvarnos de ese desastre.
-¿Suerte? ¡No! ¡Fue el poder de Dios quien nos salvó! Nunca dejes de recordar lo que acabo de decirte. -Dijo Elías antes de sentarse lastimosamente en el suelo.
Carlos se sentó a su lado y ambos se quedaron contemplando el vasto mar azul, como quien mira detenidamente a algo que aún no logra entender. Las miradas se perdían en el horizonte, mientras la esperanza y la desesperación, se confundían en un ansioso sentimiento que los llevaba a imaginar decenas de siluetas de barcos navegando a la distancia.
-Dime, ¿Cómo puedes creer que Dios nos salvó? Si nada escapa de Él y todo es obra de Él, ¿Por qué produjo esa espantosa tormenta que ocasionó el naufragio y con ello la muerte de todas esas pobres personas? –Reflexionó Carlos.
-El Señor tiene misteriosas formas de obrar. Lo que nos importa a nosotros, es que gracias a su inmensa misericordia, fuimos salvados de una muerte terrible, ya que seguramente Él, en su gran y profunda sabiduría, nos prefirió vivos. Quizás nos tenga preparado para nosotros alguna misión que realizar en su nombre.
-Me parece que me tocó ser naufrago junto a la persona más santurrona del mundo. Si tanto crees en Dios, dile que venga rápido a rescatarnos antes de que estemos muertos de hambre.
-Y a mi me parece que Dios está probando mi fe dejándome en una isla desierta junto al ateo más blasfemo del universo.
Se miraron disgustados y se pusieron súbitamente de pié. Luego de murmurarse algún insulto, se dieron la espalda y se dirigieron a explorar el lugar, en busca de agua dulce y algo para comer, entre medio de las palmeras que abundaban en esa exótica isla.
No habían dado más de una docena de pasos cuando algo les llamó poderosamente la atención. Primero se quedaron estáticos, sorprendidos, al ver como rápidamente las aguas del mar se retiraban de la playa, mostrando kilómetros de costas que por primera vez quedaban expuestas al sol. Pero unos segundos después, al entender la magnitud de lo que estaba a punto de suceder, ambos se sintieron absolutamente aterrados aunque cada uno de ellos actuó ante esa situación de acuerdo a su forma de ser.
Elías se dejó caer pesadamente de rodillas en la arena y comenzó a orar en voz alta, mientras elevaba sus piadosos ojos al cielo.
Carlos corrió desesperadamente hacia el interior de la isla, buscando alguna elevación del terreno en la cual poder escapar de las inmensas olas que se avecinaban.
Pero ningún milagro se produjo.
El tsunami hizo desaparecer la pequeña isla en solo unos segundos, bajo esas montañas de agua y sal que se desplomaban espectacularmente.

FIN

martes, octubre 10

El milagro

Bernabé Cruz, un importante miembro fundador de la agrupación católica “Salvemos nuestras vidas, salvando vidas”, luchaba firmemente contra el aborto.
Avalado por las más encumbradas autoridades eclesiásticas, él era prácticamente el vocero de la iglesia en este delicado tema, cuyo debate dividía a la sociedad casi en partes iguales. En su carácter de representante de la Fe, apareció en cuanto programa de radio y televisión hablaran del asunto, haciendo una cerrada defensa a favor del derecho a la vida y defenestrando y satanizando a todos aquellos que se mostraran partidarios de la ley pro-abortista.Cruz encabezó decena de marchas que finalizaban en una masiva concentración frente al Congreso Nacional. En esas protestas, él, con su Biblia fuertemente tomada en su mano derecha en alto, arengaba a la multitud que escuchaba atentamente su prédica, exigiendo al gobierno que diera marcha atrás con el proyecto de legalizar el aborto.
Pero Bernabé no estaba solo en esta cruzada divina. Él siempre contaba con el leal apoyo brindado por su joven esposa Ruth, quien era, quizás tanto como él, una firme defensora de los principios cristianos y una activista que luchaba por recuperar los valores morales y éticos que la sociedad fue perdiendo con el paso del tiempo.
Ruth tenía una fuerte llegada con las amas de casa y más aún con las respetables damas de los estratos sociales superiores. Por lo tanto, el matrimonio Cruz representaba para la comunidad un verdadero ejemplo de amor y compromiso cristiano y al que, por ahora, solo le faltaba una cosa ser considerado perfecto: un hijo, el hijo que por tanto tiempo se les había negado.
Cada noche, ambos rezaban implorándole a Dios por el niño que colmaría de alegría sus vidas. Ya llevaban ocho años de casados y si bien ambos aún eran jóvenes (Bernabé, 35 años, Ruth, 29) ellos sentían que poco a poco se iban terminando las esperanzas de un embarazo y comenzaban a evaluar la posible adopción de un niño.
Una noche que Bernabé debió viajar fuera de la ciudad para participar en una reunión en el Arzobispado, Ruth se encontraba en el salón de la iglesia brindando un cursillo de bautismo a un grupo de jóvenes padres y futuros padrinos. Cuando terminó su labor, casi a las diez de la noche, fue la última en abandonar el lugar.
Al salir a la calle, el frío de la oscura noche de invierno le estremeció los huesos y tuvo un mal presentimiento. Se apresuró en cerrar la puerta del salón para poder así subir velozmente a su auto, que se hallaba estacionado a solo unos metros de allí.
Pero no tuvo tiempo, ni siquiera, de darle media vuelta a la llave.
Un sujeto apareció de pronto de entre las sombras y de un salto la apresó entre sus brazos, empujándola hacia el interior del salón. Por más que Ruth intentó resistirse y pedir ayuda, no pudo evitar que ese depravado abusara reiteradas veces de ella, golpeándola en forma brutal.

Dos meses después, en la misma semana en que los medios de comunicación informaban que el peligroso violador había sido capturado por las fuerzas policiales, unos estudios médicos que Ruth se había realizado debido a un ligero malestar, revelaron una inesperada noticia: ella estaba embarazada.
Mucha gente tomó lo del embarazo como un milagro de Dios, quien, alegre por el esfuerzo de Bernabé y Ruth por impedir que se legalizara el aborto, le retribuía sus incansables esfuerzos con lo que ellos más deseaban.
Pero al matrimonio no se lo vio muy alegre con lo del futuro hijo.Ambos llegaron a pensar que quizás no sería bueno tener ese bebé.
Bernabé temía encontrar en el rostro del niño la cara de ese maldito degenerado, simplemente porque lo mas lógico es que así lo fuera.
Aquel endemoniado violador era seguramente el padre de ese niño que estaba creciendo en el vientre de su fiel y amada Ruth.
Bernabé Cruz, por primera vez en su vida, no estuvo seguro de que tener que hacer.

FIN

jueves, octubre 5

Avisos Fúnebres

El reloj despertador se activó a la misma hora de siempre. Eran las seis y cuarto de la mañana y como su mujer aún dormía placidamente, apagó la alarma lo más rápido que pudo para no molestarla. Se bajó sigilosamente de la cama y fue a darse una refrescante ducha, ya que a pesar de que el sol apenas se asomaba, el calor durante la noche lo había agobiado.
Luego, mientras se calentaba el café, se dirigió a la puerta para recoger, como lo hacía cada mañana, “La crónica del interior”, el diario “más serio y mejor informado” según recitaba la publicidad de la televisión. Separó los suplementos sobre la mesa y comenzó a leer con sumo interés uno por uno.
Él era casi un maniático de la información, así que durante el día, cuando no estaba leyendo, hacía zapping por los canales periodísticos, o leía en internet los diarios digitales más importantes, o no se perdía los informativos de la radio… Pero claro que lo suyo no era pura manía, de hecho su trabajo, que lo había convertido en una de las celebridades literarias, se debía a ello. El era uno de los más renombrados ensayistas del país, un filósofo que lograba desentrañar con sus investigaciones, críticas y comentarios los problemas que más acuciaban a la sociedad.Mientras bebía con largos sorbos de su taza, alcanzó a ver que en el diario aparecía en primera plana su foto junto a un titular que decía: “Falleció el escritor Julio Córdoba”.
Y más abajo pudo leer: “A los cincuenta y tres años, perdió la vida en un fatal accidente automovilístico, este prolífico autor de best seller como “La hora señalada” y “Película en blanco y negro”...
Julio Córdoba sonrió por la situación, pero no pudo evitar cierto escozor que le recorrió la espalda. “Por lo menos, el día que me muera me van a tener en cuenta” pensó irónicamente.
Pero luego de unos minutos, y aún cuando ya había dado vuelta la página en que salía esa noticia, se dio cuenta que no podía dejar de sonreír por esa ridícula situación y hasta llegó a parecerle algo divertido esa confusión. Cuando iba a despertar a su esposa para informarle la noticia de su muerte, sonó su teléfono celular. En el identificador de llamadas apareció el nombre de su madre.
Doña Adela, a pesar de sus setenta y cuatro años de edad, era una mujer de buena salud y de carácter amable y alegre. Pero claro, luego de haber escuchado por la radio la noticia que su hijo se había accidentado, se encontraba totalmente alterada y comenzó a sentir un fuerte dolor el pecho.
En medio de su desesperación y sin poder dejar de llorar, intentó comunicarse con alguien que le contara que le había pasado a su amado hijo. Pero, su falta de práctica con esos pequeños celulares, hizo que en lugar de llamar a Celina se comunicara accidentalmente con el número de Julio.
Mientras Doña Adela aguardaba con impaciencia que de una buena vez alguien atendiera el teléfono, inesperadamente, al menos para ella, escuchó la voz de Julio que, aún siendo la misma de siempre, a ella le sonó de ultratumba. Sin darle tiempo a que ella hablara, él comenzó a exclamar sin disimular su alegría:
-¡Mamá, qué sorpresa que me llames! ¿Estás bien, no?...
Pero solo escuchó un leve quejido y luego solo silencio.
-¡Mamá! ¿Qué te pasa? ¿Mami?... No te preocupes, ya voy para allá...
Julio fue corriendo al dormitorio para vestirse lo más rápido posible, ya que solo llevaba una bata. Mientras lo hacía, despertó a su mujer.
-Celina, me voy a casa de mi vieja, no se bien que pasó, pero creó que le dio un ataque o algo así… Vos llamá al doctor para que vaya a la casa por las dudas.
Su mujer se levantó sobresaltada y solo alcanzó a decirle:
-Si, si... Anda tranquilo que ya hago la llamada.
Fue corriendo hasta la cochera y una vez arriba del auto salió velozmente.
Esa mañana, la autopista tenía mucho tránsito, por lo que luego se le hizo muy difícil sobrepasar ese largo trencito que formaban los coches.
El sol comenzaba a ganar todo su esplendor y la gente que habita a la vera de la ruta, comenzaba la rutina de recolectar cartones, botellas, metales y todo aquello que luego pudieran vender.
Un niño de no más de cinco años, descalzo y de rostro aún con lagañas, se bajó del carro, a tirado por un flaco caballo, para recoger una botella tirada en la ruta.
Ante los ojos de Julio, ese niño bajito y flaquito apareció como un fantasma, como salido de la nada, obligando a sus reflejos a realizar una rápida maniobra. Dio un fuerte golpe de volante que providencialmente le permitió evitar lo que de otra forma hubiese sido la segura muerte de ese pobre niño. Pero perdió el control del auto y se fue directo hacia un camión que, a toda velocidad, venía por el carril contrario, con pocas posibilidades de evitar la colisión.
Doña Adela recuperó el conocimiento unos minutos después de haberle hablado a su hijo. Pero recién al cabo de unas semanas, se animaron a contarle lo que realmente le había sucedido a Julio.

Y si bien muchos pueden llegar a pensar que todo ocurrió debido a una noticia errónea del diario, a fin de cuentas, “La crónica del interior” seguía siendo el diario más serio y mejor informado del país. Porque en realidad no se habían equivocado al divulgar esa noticia.
Es más, fue una primicia absoluta al haberse adelantado a los hechos.

FIN

lunes, octubre 2

El secuestro

“Todo parece un sueño… o quizás una pesadilla…”
Así se decía a si mismo Claudio Ferreira, con el cuerpo tiritando por los nervios y su conciencia bombardeándolo con imágenes y remordimientos.
En medio de la fría madrugada, él iba conduciendo su auto por un camino que se perdía entre medio de las sierras, un callejón cada vez más fangoso, intransitable debido a esa llovizna fina pero persistente.
Una y otra vez repasaba mentalmente un plan que hasta el momento marchaba a la perfección. Pronto dejaría de ser el “chico de los mandados” de la empresa de su hermano Guillermo, que si bien le había hecho el favor no solo de conseguirle trabajo sino también de un lugar en su casa para vivir, siempre lo trato de forma despectiva y humillante, al punto de considerarlo un inútil y un irremediable fracasado.
Estos hermanos siempre habían sido dos polos opuestos.
Guillermo era un empresario poderoso y triunfador, aunque también corrupto e inescrupuloso. Su empresa constructora llevaba a cabo turbios negocios con los gobernantes de turno, que le reportaban cuantiosas fortunas.
Claudio, el menor, era lo que se conoce como “la oveja negra” de la familia. Su adicción a las drogas y al alcohol y las caídas a la cárcel debido a su comportamiento violento y descontrolado, hicieron que sus familiares prácticamente lo desterraran de la casa.
“Todo va a salir bien” pensaba él en un claro intento de darse ánimo y a la vez de convencerse de que lo que estaba haciendo era lo correcto. En el baúl de su auto se encontraba Guillermo, aún sedado, maniatado de pies y de manos y con los ojos vendados. Dos horas antes, Claudio había aprovechado que los dos quedaban solos en la casa, ya que la familia de su hermano viajaba a Buenos Aires a visitar unos parientes. Sabiendo que Guillermo cada noche tomaba unos calmantes para poder dormir, ingresó al dormitorio cuando él ya se había entregado al sueño y le inyectó un fuerte somnífero sin que pudiera oponer alguna resistencia.
Cada paso lo había realizado con la confianza de a casi imposible que algún testigo pudiera comprometerlo, ya que vivía en una hermosa e inmensa casa que se encontraba en las afueras de la ciudad, teniendo en lugar de molestos vecinos, un frondoso y tranquilo bosque.
“Por fin llegué” suspiró aliviado y dejó el auto al frente de una casucha que había sido abandonada mucho tiempo atrás. Ese lugar lo había descubierto de casualidad hacía ya un par de años, durante un paseo con su novia por las sierras y ambos solían utilizar ese refugio para pasar algunos momentos de intimidad.
Días atrás, había colocado en una cama que se encontraba en esa casa, unas cadenas sujetas a cada una de las patas que terminaban en unas esposas, con el propósito de que las manos y los pies que apresaran estuvieran tan inmóviles que hicieran prácticamente imposible poder escapar de ese lugar.Con mucho esfuerzo, sacó a su hermano del baúl y lo llevó hasta esa cama.
Comprobó que estuviera bien sujeto por las cadenas, acomodó la venda que tapaba los ojos y la mordaza que le había colocado y se marchó del lugar con relativa calma, sabiendo a imposible que alguien lo hubiese visto en ese remoto lugar.
El viaje de regreso se hizo interminable, porque a pesar de que la llovizna había cesado, el barro del camino lo tornaba peligroso, sin contar el riesgo de quedar atrapado en el lodazal, sin posibilidad de pedir ayuda a alguien.
Cuando finalmente llegó hasta la casa de su hermano, comenzó a lavar el auto para que no quedaran rastros del viaje y luego de un café bien cargado, salió rumbo al trabajo. Guillermo, tendría que haber llegado a la oficina una hora después, a las ocho, ingresando junto a los gerentes. A esa hora Claudio entró al baño de la oficina aprovechando que el resto de sus compañeros de trabajo tomaban el desayuno y usando el celular que le había sacado a su hermano, fingiendo una voz ronca, llamó a su cuñada.
“Hemos secuestrado a su esposo. Si lo querés vivo no hables con la policía ni con nadie más de esto. Pronto te daremos instrucciones”.
Apenas dio este mensaje, cortó abruptamente la llamada, para evitar que ella le hiciera alguna pregunta. Guardó el celular y se dispuso a terminar la jornada laboral como si no ocurriera absolutamente nada extraño.
“Pensar que mañana voy a estar lleno de guita y no necesitaré venir más a este laburo de mierda…”
Al mediodía salió de la oficina rumbo al bar, en el cual solía almorzar diariamente.
Verificaba en su mente una y otra vez el plan que estaba llevando a cabo y cada vez estaba más convencido de que todo saldría perfecto.
Tan absorto estaba en sus pensamientos, que al cruzar la calle casi no ve al automóvil que a gran velocidad, estuvo a punto de atropellarlo deliberadamente.
El auto frenó a solo centímetros de su humanidad y cuando Claudio, aún conmocionado, estaba a punto de lanzarle un insulto al conductor, dos personas bajaron rápidamente del coche y amenazándolo con armas de fuego lo hicieron subir violentamente.
“Quedate piola o te matamos, solo queremos cobrar la guita que vamos a pedir por vos”. Claudio inmediatamente se dio cuenta de lo que estaba sucediendo.
Lo habían confundido con su hermano, y en ese momento, el también estaba secuestrado. ¿Quién iba a aclarar la situación? ¿Quién iba a pagar el rescate? Él se resistió como pudo y comenzó a gritar como loco, logrando llamar la atención de unos ocasionales transeúntes. Cuando los secuestradores se dieron cuenta que la situación se estaba complicando, uno de ellos disparo su arma en la cabeza de Claudio y lo dejaron tirado en el medio de la calle, para luego huir velozmente del lugar.
La gente comenzó a rodear el cadáver aun tibio, sin poder creer lo que acababan de presenciar.
Ante estos desgraciados sucesos, la familia Ferreira pensó que el secuestro de Guillermo y el asesinato de Claudio estaban relacionados, y no descartaban que se podía tratar de algún tipo de venganza contra ellos, aunque desconocían cual podía ser el motivo para que llevaran a cabo tan horrible proceder.
Recién al mes, lograron encontrar el cuerpo de Guillermo.
Luego de muchos años de ausencia, el dueño de aquella casa volvió al país luego de haber estado viviendo durante tres años en España. Regresó solo para vender esa propiedad y cuando se llegó hasta esa casucha para refaccionarla, se llevó una espantosa sorpresa.
Apenas abrió la puerta se encontró con esa macabra escena.
El cadáver, en avanzado estado de descomposición, se encontraba encadenado a la cama, con la venda aún tapando los ojos y la mordaza colocada sobre la boca.
Algunos especialistas opinaban que Guillermo había muerto de hambre y de sed. Otros, un poco más "optimistas", si vale el término, pensaban que quizás él no había sufrido, ya que la causa de su deceso había sido la combinación de los sedantes que solía tomar con los narcóticos que le habían sido inyectados. De esa manera, la muerte le habría llegado mientras dormía.

Hoy los hermanos Ferreira se encuentran unidos, tal vez como nunca lo supieron estar mientras contaban con vida.
Ahora sus cuerpos descansan uno al lado del otro, en un coqueto y exclusivo cementerio privado, ubicado en un paradisíaco paisaje de las sierras cordobesas.

FIN

El intruso

En la madrugada, un coro de ladridos la despertó.
Los perros de toda la cuadra ladraban descontrolados y para aumentar aún más su temor, le pareció oír que desde la cocina provenían unos extraños ruidos.
Aterrorizada, buscó debajo de la cama una caja de zapatos y la abrió nerviosamente. Tomó de su interior un arma e intentó sostenerla con el pulso más firme que pudo.
Ella odiaba las armas, les temía, pero era la única forma de que una mujer sola podía proteger a su hijo en un barrio tan peligroso como en el que vivía.
No supo que hacer, si esconderse en el dormitorio y esperar que esa pesadilla terminase o si impedir que los ladrones entraran a su casa. Se acercó a la cocina y escuchó varias pisadas y voces que le hicieron saber de que se trataba de al menos tres ladrones.
De pronto, uno de ellos comenzó a forcejear la ventana y Mabel se escondió detrás de un viejo aparador refugiada en las sombras. Cuando la ventana cedió, ella descargó las seis balas en el cuerpo del intruso y pudo ver como los cómplices del ladrón abatido, huían por las calles oscuras, corriendo a toda velocidad.
No sabía si el peligro había desaparecido. Solo escuchó algunos débiles quejidos y luego todo fue silencio. Las luces estaban apagadas y tenía miedo de salir del lugar en donde estaba escondida. Pero sabía que no podía estar así hasta que amaneciera.
Se persignó, aspiró bien hondo y se deslizó lentamente hasta donde estaba el interruptor.

Mabel se encontraba aburrida, desparramada sobre el sofá, frente a una pantalla de televisión que cambiaba constantemente de canal.
Era una mujer joven, de treinta y tres años recién cumplidos, soltera y bastante atractiva para estar sin compañía una calurosa noche de viernes. Pero el cansancio de la jornada laboral, más la limpieza de la casa, que se hace interminable cuando se tiene a un hijo adolescente, la habían dejado exhausta y se conformaba con poder mantenerse despierta aunque sea hasta las once de la noche.
-Mamá, me voy. Voy a estar en la casa de Ale con los chicos. Chau. Voy a llegar tarde…
Luego de un abrazo seguido de un rápido beso, Andrés corrió a toda velocidad con rumbo a la calle. Mabel ahora se encontraba más sola de lo que estaba.
Sabía a imposible pedirle a un muchacho de dieciséis años que se quedara con ella a aburrirse en la casa.
Fue hasta la cocina a prepararse unos sándwiches y mientras iba hacia la heladera a buscar un poco de jugo, vio que sobre la mesa de la cocina habían quedado olvidadas las llaves de Andrés.
“Este chico vive en las nubes” pensaba mientras “disfrutaba” en el living de una película que había visto, al menos, unas cinco veces.
A las once y media de la noche, se fue a la cama, satisfecha de haber cumplido el objetivo de durar un par de horas despierta, pero apenas acomodó la cabeza contra la almohada, quedó profundamente dormida.

Cuando por fin se animó a encender las lámparas de la cocina, Mabel se quedó perpleja ante el cuerpo sin vida que se encontraba sobre el piso. Se acercó hacia él con los ojos fuertemente cerrados, mientras una multitud de lágrimas corrían a través de sus mejillas y solo levantó sus párpados cuando terminó de rezar la única oración que se sabía completa. Pero no, el milagro no se produjo.
Sobre el suelo, en medio de un gran charco rojo, había quedado el cuerpo exánime de Andrés.
Mabel lloró y lloró sin consuelo, quizás durante horas, abrazada al cuerpo de su hijo y solo se despegó de él cuando los enfermeros lo subieron a la ambulancia.
La casa estaba rodeada de vecinos y de curiosos que observaban y murmuraban lo que acababa de suceder allí. Algunos de ellos comentaron a los investigadores que en esa casa siempre se escuchaban gritos y peleas, y alguna que otra vieja juraba que ella siempre supo que todo terminaría así.

De pronto, la casa quedó vacía.
Sobre la mesa, se encontraban las llaves que Andrés había olvidado.

FIN