Obra de Rocío Tisera

viernes, octubre 31

El Rey


No entiendo como estos desgraciados lacayos, han osado en cometer la insolencia de tratarme así, de llevar a cabo esta acción tan descarada y blasfema.
¡A mi! ¡Al mismísimo Rey Carlos II, que ocupa el trono por el infalible designio del Dios todopoderoso!
Pero… ¿Por qué aún no ha venido a rescatarme la Guardia Real? ¿Y mis sirvientes? ¿Dónde están ellos? ¿Y la Reina? ¿Dónde se encuentra mi amada Isabel?
Todos me han abandonado. He sido vilmente traicionado por aquellos mismos cortesanos obsecuentes que solían comer de mi mano.
¡Y que decir de esa turba de brutos y salvajes revolucionarios, que solo ambicionan derrocarme de mi trono! Que saben ellos de lo que más le conviene al pueblo…
Siempre he sido un Rey sabio, justo, clemente y misericordioso. ¡Y así me lo pagan!
Mientras más medito mi situación, más me convenzo de que tendría que haber obrado tal como me lo había recomendado Lautaro, mi antiguo consejero. (¡Cuanto te necesito en estos desagradables momentos, mi fiel Lautaro! ¿Habrás salvado tu vida en esta injustificada revuelta?) ¡Debí haberte escuchado! Si en aquel tiempo hubiese dado la orden al verdugo de que le cortara la cabeza a cada uno de esos delincuentes, hoy no estaría sucediendo esto. Pensar que yo, en mi infinita compasión, les otorgué el indulto…
¡Abran esta mazmorra! Este inmundo y asfixiante calabozo de ninguna manera es un sitio digno para que se encuentre prisionero un Rey como yo.
Juro por la memoria de mi amadísimo hijo, el valeroso Príncipe Fernando, que mi lucha no cesará hasta que yo sea repuesto en el trono y haya cobrado mi venganza a todos los Judas que me entregaron por monedas. Fernando, tú que pereciste valientemente en pleno campo de batalla, defendiendo nuestro reino del ataque de los pueblos bárbaros; tú Fernando, mi primogénito, hubieses sido tan buen Rey como lo soy yo. Pero pensándolo bien, de que te hubiese servido, si los súbditos de este pueblo hoy han demostrado ser unos malditos desagradecidos, unos cobardes mal nacidos.
¿Y tu madre, Fernando? ¿Dónde estás Isabel, mi bella e inseparable esposa? ¿Habrás huido o también estarás encarcelada? ¿Y si ya no estás con vida? ¿Qué será de mi vida sin mi hijo, sin mi esposa? ¿Y si Isabel fue quién me traicionó, quién me entregó desarmado y desprotegido a esos insurrectos? No, ello es imposible. Ella nunca podría actuar de manera tan denigrante e inhumana.
¡Abran la mazmorra! Quizás esté un buen tiempo en esta asquerosa cárcel, hasta que mis ejércitos leales logren recuperar el control de mi reino. Mientras tanto estaré encadenado y seré maltratado por estos bestiales herejes. ¡Sálvame, oh Dios padre! Pensar que ya no podré saborear esos deliciosos y suculentos manjares, ni deleitarme con esos espirituosos e inigualables vinos de la gigantesca Bodega Real… Ni disfrutar de las interminables fiestas y orgías que celebraba en mis fastuosos palacios… Ni salir de cacería de jabalíes y pumas, montando mis majestuosos caballos… Ni apreciar las sangrientas luchas de los caballeros en la arena… Y lo peor, que ya no podré portar mi Corona y gobernar, tal como Dios, tan sabiamente, me lo ha encomendado.
¡Traidores! ¡Sentirán el filo justiciero de la espada del Rey Carlos II! ¡Los mataré, malditos cobardes! ¡Juro que los mataré! ¡Abran la mazmorra!...

Una vez que el efecto de los fuertes sedantes que le inyectaron los enfermeros logró por fin calmarlo, acallando así sus lastimosos gritos y alaridos, Isabel se marchó rápidamente de allí, fría e indiferente. Esa fue la última vez que a ella se la vio por esa prestigiosa institución siquiátrica.
En un pequeño cuarto, inmovilizado por el chaleco de fuerza, se hallaba el delgado cuerpo de Carlos Segundo Rey. Ese hombre alto y algo desgarbado, de unos cincuenta años y que se hallaba sedado en el piso, supo ser, en sus mejores tiempos, un reconocido profesor de literatura de la universidad nacional.
Pero la inesperada muerte de su hijo Fernando en un accidente de autos, ocurrida casi una década atrás, lo llevó a sufrir una crónica y aguda depresión que, al extenderse en el paso del tiempo, lo hizo precipitarse en una profunda locura.
Carlos ya no se encontraba más en su casa, que para él era su palacio.
Ya no viviría mas en el barrio de toda su vida, que para el era su amado reino.
Ya no vería mas a los muchachos del bar, lamentando sobre todo la ausencia de su compadre Lautaro, el amigo de toda la vida.
La traición de su esposa le quitó el dulce refugio de la fantasía, y lo devolvió violentamente al escenario cruel y despiadado de la realidad. Ya nunca más volvería a ser Rey.
Ahora solo sufriría como un prisionero más.

jueves, octubre 30

Breve e interminable historia


Ella se encontraba pálida y ya casi sin respiración sobre el frío piso.
Él, apenas entró a esa cabaña situada en la cima de la montaña, desesperado, se dio cuenta rápidamente que su esposa había sufrido un paro cardíaco y supo que debía apurarse en llevarla al único centro de salud que existía en ese pequeño poblado. Afuera, una tormenta eléctrica iluminaba la naturaleza, mientras los truenos hacían vibrar el valle de una manera que hacía parecer que en cualquier momento todo se iba a desmoronar. El muchacho, en medio de la lluvia, cargaba a su joven esposa, fría y casi sin vida, mientras sus pies se hundían en el barro del sendero rumbo a su camioneta. En ese instante, un furioso rayo cayó en el lugar en donde ambos se encontraban. Luego del terrorífico estruendo que acompañó a esa deslumbrante luz, la mujer, que fue alcanzada por esa gran descarga eléctrica, reaccionó llena de vida y de forma casi milagrosa, pudo ponerse de pie. Cuando ella, desorientada y aún conmocionada por lo sucedido, vio que a sus pies se hallaba el cuerpo inerte de su esposo, lo tomó de un brazo con las pocas fuerzas que le quedaban y comenzó a arrastrarlo por el lodo, en dirección a donde se encontraba la camioneta. Pero no alcanzó a recorrer ni un metro cuando un nuevo rayo cayó en ese mismo lugar. En esta oportunidad, el resultado fue inverso. Ella quedó en el piso, quizás a punto de exhalar, nuevamente, el último suspiro, mientras que él lentamente se incorporaba sobre sus pies que tiritaban por la debilidad y el frío, intentando llegar de una vez a la camioneta con el cuerpo inconsciente de su esposa. Pero por esas cosas inexplicables de la naturaleza, un nuevo relámpago cayó en el lugar, con el resultado que ya muchos pueden imaginarse: él, cayendo casi muerto, ella reponiéndose como si nada le hubiese sucedido. Ese fenómeno se repitió una y otra y otra vez, durante toda la noche.
Al día siguiente, varios habitantes del pueblo juraban incansablemente, que entre medio de los colosales truenos de esa intensa tormenta, habían podido escuchar con una inusual nitidez como una risa grave y estridente retumbaba entre medio de las grandes montañas y el oscuro cielo.

miércoles, octubre 29

El milagro


Bernabé Cruz, un importante miembro fundador de la agrupación católica “Salvemos nuestras vidas, salvando vidas”, luchaba firmemente contra el aborto. Avalado por las más encumbradas autoridades eclesiásticas, él era prácticamente el vocero de la iglesia en este delicado tema, cuyo debate dividía a la sociedad casi en partes iguales. En su carácter de representante de la Fe, apareció en cuanto programa de radio y televisión hablaran del asunto, haciendo una cerrada defensa a favor del derecho a la vida y defenestrando y satanizando a todos aquellos que se mostraran partidarios de la ley pro-abortista. Cruz encabezó decena de marchas que finalizaban en una masiva concentración frente al Congreso Nacional. En esas protestas, él, con su Biblia fuertemente tomada en su mano derecha en alto, arengaba a la multitud que escuchaba atentamente su prédica, exigiendo al gobierno que diera marcha atrás con el proyecto de legalizar el aborto.
Pero Bernabé no estaba solo en esta cruzada divina. Él siempre contaba con el leal apoyo brindado por su joven esposa Ruth, quien era, quizás tanto como él, una firme defensora de los principios cristianos y una activista que luchaba por recuperar los valores morales y éticos que la sociedad fue perdiendo con el paso del tiempo. Ruth tenía una fuerte llegada con las amas de casa, y más aún, con las respetables damas de los estratos sociales superiores. Por lo tanto, el matrimonio Cruz representaba para la comunidad un verdadero ejemplo de amor y compromiso cristiano y al que, por ahora, solo le faltaba una cosa ser considerado perfecto: un hijo, el hijo que por tanto tiempo se les había negado.
Cada noche, ambos rezaban implorándole a Dios por el niño que colmaría de alegría sus vidas. Ya llevaban ocho años de casados y si bien ambos aún eran jóvenes (Bernabé, 35 años, Ruth, 29) ellos sentían que poco a poco se iban terminando las esperanzas de un embarazo y comenzaban a evaluar la posible adopción de un niño.

Una noche que Bernabé debía viajar fuera de la ciudad para participar en una reunión en el Arzobispado, Ruth se encontraba en el salón de la iglesia brindando un cursillo de bautismo a un grupo de jóvenes padres y futuros padrinos. Cuando terminó su labor, casi a las diez de la noche, fue la última en abandonar el lugar.
Al salir a la calle, el frío de la oscura noche de invierno le estremeció los huesos y tuvo un mal presentimiento. Se apresuró en cerrar la puerta del salón para poder así subir velozmente a su auto, que se hallaba estacionado a solo unos metros de allí.
Pero no tuvo tiempo, ni siquiera, de darle media vuelta a la llave.
Un sujeto apareció de pronto de entre las sombras y de un salto la apresó entre sus brazos, empujándola hacia el interior del salón. Por más que Ruth intentó resistirse y pedir ayuda, no pudo evitar que ese depravado abusara reiteradas veces de ella, golpeándola en forma brutal.

Dos meses después, en la misma semana en que los medios de comunicación informaban que el peligroso violador había sido capturado por las fuerzas policiales, unos estudios médicos que Ruth se había realizado debido a un ligero malestar, revelaron una inesperada noticia: ella estaba embarazada.
Mucha gente tomó lo del embarazo como un milagro de Dios, quien, alegre por el esfuerzo de Bernabé y Ruth por impedir que se legalizara el aborto, le retribuía sus incansables esfuerzos con lo que ellos más deseaban.
Pero al matrimonio no se lo vio muy alegre con lo del futuro hijo. Ambos llegaron a pensar que quizás no sería bueno tener ese bebé.

martes, octubre 28

El naufragio


Carlos recorría la playa de esa isla desconocida con el sol quemándole los ojos.
El clima era completamente distinto al que había soportado horas atrás, cuando una de esas violentas tormentas tropicales destruyó el lujoso crucero en el navegaba junto con otras trescientas personas más.
¿Él había sido el único sobreviviente? Le mortificaba terriblemente ese pensamiento.
Pero a pesar de todo, el día era apacible y de no ser por las desgraciadas circunstancias que le habían llevado hasta esa pequeña porción de tierra en el medio del océano Pacífico, podría decirse que se hallaba en el lugar más hermoso de la Tierra.
Carlos no había sufrido heridas de consideración, pero se encontraba exhausto luego de haber luchado durante horas con esas olas indómitas, peleando para sobrevivir. Por esos sus pasos en la arena eran torpes y lentos, mientras la respiración aún seguía agitada.
De pronto, él vio una silueta humana situada a unos metros de allí, y aunque tardó en llegar hasta él, rápidamente lo reconoció. Era uno de los enfermeros del barco que naufragó.
Esa persona se encontraba arrodillada sobre la caliente arena, con sus manos entrelazadas y su frente casi tocando el suelo. Esa persona se hallaba orando y parecía estar en medio de un trance místico.
Carlos se acercó lo más rápido que pudo al él, contento ante la presencia de ese otro sobreviviente.
-¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien? – Le preguntó, pero el que se encontraba rezando lo ignoró completamente. Solo cuando terminó su extensa y emotiva plegaria, levantó sus ojos y le dirigió la palabra.
-Discúlpame. Me llamo Elías. Si, estoy bien dentro de todo. Salvo claro, los litros de mar que me tragué.
-Si, se de lo que estás hablando. Pero la verdad es que hemos tenido una suerte increíble al salvarnos de ese desastre.
-¿Suerte? ¡No! ¡Fue el poder de Dios quien nos salvó! Nunca dejes de recordar lo que acabo de decirte. -Dijo Elías antes de sentarse lastimosamente en el suelo.
Carlos se sentó a su lado y ambos se quedaron contemplando el vasto mar azul, como quien mira detenidamente a algo que aún no logra entender. Las miradas se perdían en el horizonte, mientras la esperanza y la desesperación, se confundían en un ansioso sentimiento que los llevaba a imaginar decenas de siluetas de barcos navegando a la distancia.
-Dime, ¿Cómo puedes creer que Dios nos salvó? Si nada escapa de Él y todo es obra de Él, ¿Por qué produjo esa espantosa tormenta que ocasionó el naufragio y con ello la muerte de todas esas pobres personas? –Reflexionó Carlos.
-El Señor tiene misteriosas formas de obrar. Lo que nos importa a nosotros, es que gracias a su inmensa misericordia, fuimos salvados de una muerte terrible, ya que seguramente Él, en su gran y profunda sabiduría, nos prefirió vivos. Quizás nos tenga preparado para nosotros alguna misión que realizar en su nombre.
-Me parece que me tocó ser naufrago junto a la persona más santurrona del mundo. Si tanto crees en Dios, dile que venga rápido a rescatarnos antes de que estemos muertos de hambre.
-Y a mi me parece que Dios está probando mi fe dejándome en una isla desierta junto al ateo más blasfemo del universo.
Se miraron disgustados y se pusieron súbitamente de pié. Luego de murmurarse algún insulto, se dieron la espalda y se dirigieron a explorar el lugar, en busca de agua dulce y de algo para comer, entre medio de las palmeras que abundaban en esa exótica isla.
No habían dado más de una docena de pasos cuando algo les llamó poderosamente la atención. Primero se quedaron estáticos, sorprendidos, al ver como rápidamente las aguas del mar se retiraban de la playa, mostrando kilómetros de costas que por primera vez quedaban expuestas al sol. Pero unos segundos después, al entender la magnitud de lo que estaba a punto de suceder, ambos se sintieron absolutamente aterrados aunque cada uno de ellos actuó ante esa situación de acuerdo a su forma de ser.
Elías se dejó caer pesadamente de rodillas en la arena y comenzó a orar en voz alta, mientras elevaba sus piadosos ojos al cielo.
Carlos corrió desesperadamente hacia el interior de la isla, buscando alguna elevación del terreno en la cual poder escapar de las inmensas olas que se avecinaban.
Pero ningún milagro se produjo.
El furioso tsunami hizo desaparecer la pequeña isla en solo cuestión de segundos, bajo esas inmensas montañas de agua y sal que se desplomaban espectacularmente.

domingo, octubre 26

Exorcismo


Suavemente,
como cuando llega el sueño,
se apodera de la piel quemada
la antigua necesidad de emigrar,
de multiplicar huellas
en la indómita infinitud,
buscando un triste refugio
entremedio del fango,
esperando con calma,
y quizás
con alguna tonta ilusión,
el simbólico momento
en que desfallezca el invierno.
En este rito imperfecto
el alma
no consigue exorcizarse
de todas esas pertenencias
tan insustanciales,
ni del vacío
de las ausencias de siempre.
A lo sumo
suele lograr
que el mágico rocío
que brota en lo más profundo
de la oscura madrugada,
despabile
cada una de esas palabras
que habían quedado inmóviles,
atontadas,
abandonadas a su suerte.
Quizás en ese instante,
esta boca dejará de ser,
al menos por una noche,
el sepulcro
de todos los gritos
que han sido ahogados,
el vientre
de todos los lamentos
que genera esta soledad.

sábado, octubre 25

Pecado


Una persona delgada, extremadamente delgada, se va acercando al confesionario. De unos treinta años aproximadamente, pero con un rostro demacrado y desolado que le aparentaban mucho más, su imagen dejaba la impresión de que se trataba de alguien que sufría por un problema muy grave. Se arrodilló ante el sacerdote y se persignó, dejando caer sobre el rostro su cabello largo y ondulado. Desprendió un poco su campera, debido al calor reinante dentro de esa iglesia y pasando su mano por su barba de cinco días, comenzó a hablar.
-Padre, dentro de unos minutos cometeré un pecado.
El cura, muy lejos de llegar a esbozar algún gesto de sorpresa (en más de dos décadas de escuchar confesiones pocas cosas ya podían sorprenderlo) se acercó ante la rejilla que lo separaba de quién se estaba confesando y le habló con voz suave y comprensiva.
-Hijo, Dios siempre nos da la oportunidad de que reflexionemos sobre cada acto que vamos a realizar. Si tú sabes que lo que vas a cometer es un pecado, ya sea por obra, palabra u omisión, tú tienes el poder de decidir no obrar esa mala acción.
-Es inevitable Padre. Pero quiero aclararle que no lo hago por venganza, sino para evitar que lo que me sucediera a mí hace veinte años, le pueda llegar a suceder a otros
-Pero hijo, sabes que no debes tomar justicia por mano propia, está la ley de los hombres y por sobre todo la ley de Dios… “No matarás” dice los mandamientos…
-¿Y si le digo que ese hijo de puta que voy a matar, abusó de mí cuando era un niño? Tengo miedo que cualquiera de estos niños que hoy están en esta iglesia, tengan que sufrir por su culpa, la vida miserable que yo tuve que sufrir.
El cura que hasta ese momento había mantenido su rostro sereno e impávido, hizo un gesto de terror. Intentó inclinarse hacia atrás, tapándose el rostro con sus manos temblorosas y transpiradas, pero no tuvo tiempo de hacer nada. Esa persona delgada y demacrada, de pronto se puso de pie e ingresó al confesionario. Sacó del interior de su campera el revólver y le disparó cinco veces, hasta que estuvo bien seguro de haber matado al sacerdote. Al escuchar el primer disparo, los fieles se tiraron al piso horrorizados, intentando refugiarse bajo los viejos bancos de madera. Pero él, en todo el momento en que estuvo allí, actuó como si nada existiera a su alrededor y ni siquiera advirtió la presencia de ellos en el lugar. Llegó hasta la puerta y girando hacia el atrio, se inclinó hacia adelante haciendo la señal de la cruz. Luego, simplemente, se fue caminando con toda la tranquilidad del mundo rumbo a la comisaría, dispuesto a entregarse.
Él, nunca se había sentido tan en paz con si mismo.

jueves, octubre 23

El bosque


…De pronto, me di cuenta de que me hallaba perdido en el bosque… No sabía cual dirección tomar, y la espesa vegetación me impedía ver que tan lejos me hallaba de alguna ruta o de algún pueblo para poder pedir ayuda.Dentro de algunas horas se haría de noche, y sin luz sería prácticamente imposible encontrar la manera de salir de ese laberinto de árboles y de arbustos que me rodeaba. Con la mirada fija en el suelo, en busca de algún sendero o de algo que pudiera guiarme, seguí mi marcha tomando, casi resignadamente, una dirección al azar. Repentinamente, mi mirada se instaló en un detalle que se encontraba sobre el colchón de hojas secas que cubría el suelo. Eran gotas de sangre. ¿Cuántas? Diez… cien… mil… que se asemejaban a una hilera interminable de hormigas marchando hacia algún lugar. La sangre era fresca, lo que me preocupó demasiado, y comencé a seguir ese rastro sin saber si se trataba de una persona o un animal herido. ¡Personas! ¡Animales!Me da la sensación de que hace años que no veo personas, pero lo mas extraño es que hacía horas que estaba en ese bosque y no había visto ni escuchado a ningún animal por la zona. Ni siquiera un pequeño insecto. Caminé un largo trayecto, pero no pude saber durante cuanto tiempo, ya que mi reloj, quizás producto de algún golpe, se detuvo cuando marcaba las 18:38.Luego de un trayecto en que los árboles parecían amontonarse para cerrarme el paso, llegué a un sitio en que la única vegetación eran unos pequeños arbustos. Ahí se podía ver el cielo, ya que en ese lugar no se encontraban esas gigantescas ramas que formaban el techo verde que cubría casi todo el bosque. Pero poco es lo que podía ayudarme esa característica del lugar, ya que no tenía muchas aptitudes de boy-scout y lo único que había atinado a hacer era asegurarme de caminar, lo más que pudiera, en línea recta, con el sol a mis espaldas. Mientras miraba ahora el cielo, con la remota esperanza de que un avión o un helicóptero pudieran localizarme, mis pasos toparon con algo que inmediatamente me llamó la atención. Entremedio de unos arbustos, semicubierto por unas ramas secas, se encontraba un esqueleto reluciente y completo como suele vérselo en algunas imágenes de los manuales de anatomía. Se encontraba acostado, como “mirando” hacia arriba y aún vestía algunos jirones de ropa que se encontraban podridos, quizás por efecto del sol, la lluvia y por sobre todo por los gusanos, que tan bien cumplieron con su trabajo. Obvio que esa imagen no me llenó de optimismo precisamente, pero a la vez me dio nuevas fuerzas para intentar terminar con esta pesadilla y no terminar de la manera que lo hizo ese pobre desgraciado. Me acerqué a ese esqueleto lentamente (por más que hiciera décadas que estuviera en ese estado, no confiaba en él) y aprovechando que ya no eliminaba ningún olor fétido, comencé a buscar entre lo que quedaba de sus ropas algo que lo identificara. En uno de los bolsillos de su camisa hallé unos papeles que prácticamente se desarmaron cuando los tuve en mis manos y que de por si, eran absolutamente ilegibles.De todas formas, de poco me serviría saber el nombre de ese cadáver. Lo cierto, era que el enigma de la sangre aún fresca continuaba sin develarse, pero lo misterioso es que ese rastro de sangre terminaba a unos centímetros del lugar donde yacía el esqueleto. Me puse de pié y comencé a gritar por si había alguien por ahí cerca, pero solo me contestó el silencio. Y advertí que dentro de muy poco la noche me atraparía en ese extraño lugar. Volví mi vista al suelo cuando un súbito resplandor me ilumino la cara. Provenía, sin lugar a dudas, del que se encontraba en el suelo.Uno de los últimos rayos de sol, se reflejaron insólitamente en algo que tenía cerca de lo que era su mano. Me incliné ante él y me sorprendí de ver en su muñeca un reloj, ya que no lo había percibido cuando revisaba sus pertenencias. El reloj era exactamente igual al mío, lo que no era de extrañarse debido a que era un modelo que se vendía mucho, lo que si me asustó era que ese reloj estaba con sus manecillas detenidas… a las 18:35… Caminé lo más rápido que me dieron las piernas, para alejarme la mayor distancia posible de esa espectral figura. Y por más que intentara pensar en otra cosa, se me hacía imposible evitar mirar hacía atrás, teniendo la sensación de que ese esqueleto corría tras mis espaldas. Llegué hasta un sitio en donde los árboles volvían a levantarse y me recosté exhausto sobre ese colchón de hojas secas. El grueso tronco de un árbol me protegía de la fresca brisa que comenzaba a correr, y el sueño me venció ayudado por esa negra noche que todo lo cubría. Cuando desperté, me sentí llenó de estupor. Me encontraba aturdido, desorientado, como si estuviese sufriendo la resaca de una noche inundada de alcohol. Me incorporé quejosamente y pude ver que mi mano empuñaba un objeto extraño, creí por un momento que se trataba de una rama pero no, era un... ¡cuchillo!… un cuchillo de cuyo filo goteaba sangre… Lo arrojé lejos, poniéndome de pié de un salto y comencé a revisarme el cuerpo en busca de alguna herida que pudiera explicar esa sangre. Por fortuna, me hallaba totalmente ileso y comencé a respirar profundamente tratando de recuperar la calma. De todos modos, mucha tranquilidad no podía sentir ya que si no era mi sangre ¿de quién era? ¿Cómo había llegado ese cuchillo hasta mí? Pero las sorpresas no terminaban con ese incomprensible hecho. Ese susto inicial no me había permitido ver en donde me encontraba en esos momentos. Estaba en el mismo sitio que la tarde anterior. Quizás marchaba en círculos debido a la espesa vegetación, tal vez luego del suceso con el esqueleto, el miedo me hizo perder la dirección… Tomé el cuchillo, limpiándole la sangre con unos yuyos, y comencé a caminar con el sol dándome en la espalda. Y en ese instante me di cuenta de que ese no era un amanecer, sino lo contrario. Dudo de haber dormido tanto como para que ya fuera la tarde, pero lo seguro es que el sol se comenzaba a ocultar.Mientras marchaba, volví a encontrarme con ese rastro de sangre y lo más raro es que seguía estando fresca. Me dejé llevar por ese sendero rojo y llegué hasta donde estaban los arbustos. En ese lugar, mi corazón poco a poco comenzó a latir más rápido hasta llegar a hacerlo descontroladamente. Es que desde el lugar en donde debería encontrarse el esqueleto, se escuchaban unos débiles quejidos. Mi curiosidad pudo más que mi pánico y me acerqué a esa persona moribunda que yacía en el suelo. Cuando me vio, hizo una mueca de sentir un profundo terror y comenzó a murmurar, casi implorando: “¡Por favor, no me mate!”. Sin saber porque, en mi interior una poderosa fuerza comenzó a crecer y me impulsó a utilizar el cuchillo contra ese indefenso hombre.Cuando terminé de matarlo, vi mis manos bañadas en sangre y me di cuenta de que no llevaba reloj. Tomé el de él y me di cuenta de que funcionaba perfectamente. Volví sobre mis pasos para llegar hasta aquel sitio donde los árboles son gigantes, dejando tras de mí un rastro interminable de sangre que provenía del cuchillo y de mis manos y ropas salpicadas. La noche se acercaba rápido, por lo que me recosté exhausto sobre el suave colchón de hierba y hojas. Antes de dormir di un vistazo a la hora en mi flamante reloj. Eran las 18:38. Mañana, como cada mañana, por toda la eternidad, continuará esta maldición que me condena a olvidar y luego a revivir, una y otra vez, la muerte de aquel pobre hombre. Ese hombre que yo, no se cuando y no se porque, asesiné.

miércoles, octubre 22

Cambios


Tenía un amigo que de chico era hincha de River Plate y que ahora es hincha de Boca Juniors. Tenía otro amigo que era militante de la ultraizquierda y que ahora lo es de la ultraderecha. Tenía otro amigo que era fanático del rock y que ahora lo es de la cumbia. Tenía otro amigo que era ateo y que ahora integra una secta religiosa que adora a un tipo que está demente. Tenía otro amigo que era activista de Greenpeace y que ahora es gerente de una empresa que elimina numerosos desechos tóxicos. Tenía otro amigo que de pequeño soñaba con ser payaso para así divertir a los niños y que ahora se gana la vida vendiéndoles drogas en las escuelas… Y bueno, a decir verdad, como nadie en el mundo es perfecto, yo también últimamente he cambiado mucho. He cambiado de amigos, por ejemplo.

lunes, octubre 20

Apariencias


De la misma manera en que esa primera sombra simula ser la de una madre llevando en el cochecito a su bebé y en realidad es una mujer con su carrito de compras… Al igual que la siguiente silueta que aparenta ser la de un cazador apuntando su rifle, apunto de dar muerte a su presa, y que en verdad es la de un músico, un inspirado flautista ejecutando su bello arte… Tal como el último perfil que parece representar a un desesperado suicida pero que al fin y al cabo se trata simplemente de un hombre con su secador de cabello… Así, de la misma manera, mi sombra, aquella que yo proyecto en las paredes, en el suelo, en las calles, me muestra como un cándido ángel alado, un ser celestial y bondadoso, y la gente se deja convencer por esa representación. No saben, no se imaginan, que en realidad soy un asqueroso y repugnante demonio, un diablo que en lugar de estar en este mundo obrando el bien, se dedica solo a desear el mal…

domingo, octubre 19

El túnel


He perdido la noción del tiempo. Luego del impresionante derrumbe que sufrimos en esta mina de carbón, el tiempo ha pasado de forma incierta, de la misma manera en que suele parecernos mientras estamos soñando. Pero de algo estoy totalmente convencido y es que soy el único sobreviviente de todo este desastre, ya que puedo ver a metros de donde yo me encuentro, a todos mis compañeros sepultados bajo una montaña de piedras. Pensar que solo unos minutos atrás, ellos conversaban y bromeaban conmigo… Hace más de treinta años que soy minero, tal como lo fue mi padre, y se que me encuentro en una situación demasiado comprometida. No tengo muchas esperanzas de que puedan rescatarme, debido a la magnitud del desprendimiento de rocas que obstruye la salida. El oxígeno escasea y sin agua ni alimentos mucho no podré sobrevivir. Lo único que me queda por hacer, es sacudir incansablemente el pico contra esa pared de piedra que hoy se encuentra más sólida e indestructible que nunca. Es eso, o simplemente dejarse morir, tirarse al piso y esperar que San La Muerte me quite todo sufrimiento…
He pasado un buen tiempo pegándole sin parar a ese muro frío e impiadoso y lo único que he conseguido es agotarme y quedarme sin aire. Aire, eso es lo que falta en esta maldita trampa de piedra. De pronto, la luz de la lámpara se apagó, pero la oscuridad solo duró unos segundos. Por un pequeño agujero de la pared de esa mina, un pequeño rayo de luz apareció e hizo que de pronto volvieran a mí aquellas fuerzas que ya había perdido. Tomé nuevamente mi pico y comencé a pegarle otra vez a ese muro que comenzaba a agrietarse. Luego de varios golpes el muro por fin cedió y dio paso a un túnel que se encontraba prolijamente construido. Aún agotado por el sobreesfuerzo, pude notar que a pesar de todos los años que había trabajado en esa mina, nunca había conocido, ni siquiera por referencias de su existencia, ese extraño pasaje que se abría ante mí. Al final del túnel, brillaba aquella luz que había hecho renacer mi esperanza y hacía ella me dirigí, a paso seguro, con mi ropa hecha jirones, herido y con una bota menos. ¿Por qué iba seguro? Porque ya nada peor de lo que había pasado me podía suceder. En todo ese momento no había podido dejar de pensar en mi esposa, en mis hijos, en mi madre, deseaba pedirles perdón a todos por haberlos hecho sufrir con este trabajo de mierda, y si pudiera hablar con ellos les juraría que apenas me libre de esto inmediatamente me busco cualquier empleo, así sea el de limpiar baños, pero que trabajar de minero, nunca, nunca más... De pronto, una brisa refrescó mis pulmones, liberándome de tanto polvillo y hollín, e irresistiblemente comencé a recordar cosas: el momento en que conocí a Stella, cuando le propuse matrimonio, el nacimiento de cada uno de mis hijos… Y mientras iba hipnotizado por los pensamientos, una aparición delante de mí me obligó a refregarme los ojos para poder asegurarme de que aquello que veía era real. Casi al final del túnel, se encontraba un minero con aspecto visiblemente feliz por haberme encontrado. No sabía si se trataba de una persona, o era un producto de mi imaginación o si se trataba de un fantasma (muchos de mis compañeros juraban haber visto “ánimas en pena” por los corredores de la antigua mina). Cuando me acerqué a él y pude contemplar su rostro, mis piernas se aflojaron y caí de rodillas al piso, y me largué a llorar como si fuera un niño. Él, mi padre, había fallecido cuando yo solo tenía doce años y ahora se encontraba a mi lado, consolándome, con una gran sonrisa en los labios. Por lo visto, tuve el mismo final que mi querido viejo. Las minas de carbón son nuestros pobres sepulcros. Mi papá me ayudó a ponerme de pié y tomando firmemente mi mano, como solía hacerlo cuando era niño, me llevó hacia esa blanca luz que cada vez brillaba con más intensidad al final de aquel túnel. Ya puedo sentir como el dolor de mis heridas se disuelve lentamente.

viernes, octubre 17

Mi perrito


Mi esposa odiaba a mi perro. Lo detestaba. Si bien a Camilo lo tenía desde antes de conocer a Natalia (era cachorrito cuando nos pusimos de novios) ella siempre sintió por él una especie de repulsión que con el correr de los días se fue transformando en algo semejante al temor, a medida que ese hermoso ejemplar de raza dogo fue creciendo cada vez más y más. A pesar de las quejas, de las súplicas y rechazos que debía soportar de Natalia, nunca me pude deshacer de él. Es más, siempre estuve más cerca de separarme de mi esposa que de desprenderme de mi consentido can. Pero como al fin y al cabo amaba a ambos casi de la misma manera, busqué un equilibrio, una posición conciliadora para poder mantener un poco de paz en mi hogar. Porque Camilo, por cierto, tampoco sentía mucho aprecio por Natalia. Cada vez que ella se le acercaba, él ladraba enloquecidamente y si bien la situación nunca pasó más allá de eso, el hecho de que el perro le mostrara más de una vez sus afilados colmillos, junto con esa mirada amenazante e inquisidora, hacía que ella se introdujera en el estado de pánico más morboso que pudiera sufrir en su vida. Fueron incontables las oportunidades que discutimos este asunto con Natalia. Muchas veces, incluso, llegamos a insultarnos y hasta intentar agredirnos adelante de su familia, por lo que debo reconocer que no contaba precisamente con el afecto de mis suegros y hasta me animaría a decir que me rechazaban con todas sus fuerzas. De todas formas, doy fe que ella me lo pidió de todas las maneras posibles, hasta rogándome de la forma más humillante, pero para mí la idea de deshacerme de Camilo era simplemente inconcebible y si bien ella amenazó muchas veces con marcharse de casa, el amor que nos teníamos la obligaba a dar marcha atrás con sus intenciones y luego de la reconciliación, todo se olvidaba y no se hablaba más del tema.
Una noche, Camilo se liberó de la gruesa cadena que lo mantenía confinado a un sector del patio y se metió rápidamente en la cocina. Natalia, distraída mientras ponía en el microondas nuestra cena, no advirtió la presencia de mi amado perro que fue directo hacia su tobillo para morderla. Aterrorizada y furiosa, comenzó a gritar y pegándole con una olla que encontró sobre la mesa, se zafó de Camilo que volvió asustado al patio. Natalia fue ciega de odio hasta el dormitorio, en donde me encontraba recostado sobre la cama, escuchando música. Comenzó a tantear con su mano derecha arriba del ropero hasta que encontró el arma, una 22, que teníamos por el miedo a los múltiples robos que sucedían a diario en el barrio. Apenas la vi, fui corriendo tras ella, porque sin saber lo que sucedía, podía imaginármelo: ella se dirigía al patio a ejecutar a mi amado Camilo. Cuando vi a Natalia empuñando el arma, apuntando a mi indefenso cachorro, me tiré sobre ella de una manera tan poco afortunada, que en el forcejeo un disparo se escapó. La bala se incrustó en el pecho de mi esposa que, en forma inmediata y de manera fulminante, cayó sin vida sobre el piso de la cocina. En la desesperación, a pesar de las vertiginosas imágenes que se sucedieron, alcancé a comprender que estaba en un grave problema y que me sería demasiado complicado demostrar que mi intención en ningún momento había sido la de asesinar a Natalia. Entre lágrimas, sufriendo terriblemente por lo ocurrido y por mi segura encarcelación, tomé el cuchillo con el que suelo cortar la carne y los huesos que Camilo devora día a día, y comencé a rebanar en trozos el cuerpo de mi esposa que ya comenzaba a enfriarse.Una vez terminado el trabajo, guardé algunas de sus partes en una bolsa sellada que luego dejé en el freezer, entre medio del pan y otras viandas de comida. El resto, se las di a mi perro para que las comiera y al parecer, Natalia le gustaba mucho más de lo que yo hubiese imaginado. Al día siguiente, le di un poco más de esa carne, intentando que Camilo la terminara de devorar cuanto antes, ya que la súbita desaparición de mi esposa, en poco tiempo llamaría la atención de mis vecinos, y por sobre todo, la de mis suegros.Pero de pronto, mientras Camilo comía lo que parecía ser una porción de pierna de Natalia, comenzó a dar arcadas y a emitir un extraño gruñido, víctima seguramente de un hueso atravesado en la garganta que le impedía respirar. Todo fue cuestión de un par de minutos. Prontamente de su hocico comenzó a caer una baba blanca y espesa, y así, mi querido perro, tirado en medio del patio, sufrió una muerte horrible. No hay mucho más por decir, salvo que mi fiel compañero quedó enterrado en el fondo de mi casa. Lo que quedó de mi esposa, terminó asándose sobre la parrilla, entre medio de los chorizos y las morcillas. Ese fue el último asado que compartí con ella.

jueves, octubre 16

Hay días que desearía


Hay días que desearía no salir de la cama y quedarme allí, bajo suaves y tibias sábanas, oculto por completo de ese sol que me acosa tras la ventana y que grita con insistencia, incansablemente que ya es tarde, y que me recuerda con mucho dolor para mí que debo levantarme. Hay días que me quedaría refugiado en mi cama y que no la abandonaría ni por un solo instante de la jornada. Hay días en que estoy seguro de que puedo dejar de escuchar a ese sol fulgurante que me vocifera desde el rojizo cielo: “¡Levántate! ¡Ya es tarde! ¡Cumple de una vez con tus responsabilidades! ¡Enfrenta lo que temes! ¡Ama lo que odias!”
Hoy desperté convencido de que ese glorioso día al fin ha llegado. Hoy es un buen día para dar comienzo a mi ansiada rebelión. Hoy he decidido no levantarme. Hasta luego gente, ahora voy a seguir durmiendo un buen rato más…

martes, octubre 14

Vida cultura


La vida es una triste película, una ácida comedia, un denso drama, en la que al final los buenos nunca pueden ganar.
La vida es un grueso y pesado libro, un tomo polvoriento que encierra un secreto enigmático que nunca alcanzamos a entender, ni a razonar.
La vida es una dulce melodía, una alegre canción que siempre tarareamos pero que nunca terminaremos de aprender por completo la letra.
La vida es una hermosa y delicada escultura que accidentalmente se cae de nuestras torpes manos para verla al fin desparramada en el sucio suelo, en miles de fragmentos.
La vida es un cuadro abstracto en el que cada persona que se enfrenta ante él termina encontrando una definición diferente, una impresión disímil, opiniones al fin demasiado subjetivas para poder coincidir. La vida es tal como la cultura, que debería estar al alcance de todos, que debería pertenecer a todos, pero que, como siempre sucede, solo termina siendo disfrutada por unos pocos…

lunes, octubre 13

Pasto amarillo


El pasto abandona su vida y se tiñe de amarillo, se vuelve seco, quebradizo y sumisamente se deja consumir por esas llamas doradas que nacieron del fósforo que aún sostengo entre mis temblorosos dedos. Todo el campo que alguna vez fue verde, comienza a arder y no puedo evitar que mi mente compare esas cenizas que flotan en el turbio aire con aquellos días que alguna vez tuve la suerte de vivir y que se incendiaron inevitablemente, con voracidad, ante mis rojos ojos. Puedo ver con claridad, iluminado por aquel fuego colosal, como mis manos, mi vieja piel, poco a poco comienza a tornarse de un ígneo color amarillo, al igual que aquellos pastos. Se muy bien que nunca mi ser ha estado tan cerca de arder. Y se también que una vez que comience a arder, lo haré con tanta furia que no habrá lluvia ni viento que puedan apagarme…

sábado, octubre 11

Me matan los sueños


Me matan los sueños en los que descaradamente apareces, destruyendo cualquier situación agradable, convirtiendo una dulce ensoñación en una fatal pesadilla. Y no me salvará ni el aturdido sonido del despertador, ni los rayos del sol del nuevo día que comienzan a filtrarse por la ventana, ni la caricia que intentará calmar mi desesperado sobresalto. Porque el efecto de tu virtual presencia persistirá en mí durante varios días más, sin que nada ni nadie pueda sacarme el gusto amargo de la boca, sin que pueda encontrar la manera de olvidar tu rostro. Me matan los sueños en los que despiadadamente apareces. Y eso, creo que tú bien lo sabes…

viernes, octubre 10

La boca del sol


Hubo un momento en mi vida que no entendía lo que me sucedía, ni siquiera podía saber quien era yo. No comprendía porque mientras una multitud de gente me vivaba y me adoraba, a la vez había otra gran cantidad de personas que me insultaba y me atacaba. “Quizás soy un tirano, un dictador, algún político importante”, me decía, pero yo no sabía bien ni lo que estaba pasando, ni quien diablos era yo. Había gente que me esperaba, gente que me seguía y también gente que se alejaba y me echaba. Personas que me ofrecían lo poco que tenían, y otra que me trataba como un ladrón. Si, debía ser una autoridad importante, lo suficiente como para que el pueblo me reconociera y me tratara como tal, pensaba por entonces. Claro, mis partidarios me aman, los opositores quieren mi muerte. Por eso mientras algunos me regalaban flores, otros me tiraban piedras…
El tiempo fue pasando, y poco a poco comencé a entender cada vez menos.
Un día, una turba enloquecida se acercó hasta donde estaba acampando y empezó a atacarme salvajemente, me llevaron injustamente detenido y me torturaron salvajemente hasta el límite en donde una persona puede llegar a tolerar. No morí de puro milagro. Mi piel se deshacía en pedazos luego de tanto latigazos y golpes. Mi sangre cubría mi cuerpo. Pero yo no había perdido las esperanzas. “La gente que me sigue, que es mucha, luchará por mi liberación y si estos malditos no me liberan, ellos, mi gente, harán una violenta revolución en mi defensa”. Pensaba muy ingenuamente, pero no, para mi desesperación eso nunca sucedió. Nadie se acerco a mí, y los que me conocían, con mucha cobardía fingieron no haberme visto nunca. Ellos, que juraban dar la vida por mí y por la causa, me traicionaron sin sentir nada de culpa. Por esa causa es que el pueblo ha vivido toda su historia sometido. El miedo puede mucha más que la convicción. Entonces, quizás por lo que estaba sucediendo, tal vez por el efecto de los múltiples golpes, nuevamente comencé a dudar y a no entender que estaba sucediendo y quien era yo. “Debo haber sido un sangriento revolucionario, un guerrillero, o un vulgar delincuente”, pensaba, mientras gente extraña se acercaba hasta donde yo me encontraba detenido para insultarme, escupirme y golpearme. “Debo haber sido una mala persona, una muy mala persona”, me decía, cuando un soldado grande y fornido me dio una furiosa patada entre las costillas que me hizo dar vuelta, dejándome de cara frente al sol…
El sol brillaba con toda su plenitud en medio de un cielo azul. “No recuerdo mi nombre”, murmuraba con un hilo de voz, “ya no se quien diablos soy”, me repetía entre susurros, mientras intentaba tragar esa mezcla de saliva, tierra y sangre. De pronto, mi mirada borrosa, mis ojos casi cerrados y ciegos, alcanzaron a ver algo tan extraordinario que al principio me hizo creer que todo se trataba de una ilusión, de un espejismo. El sol, ese mismo sol que yo contemplaba tirado en el suelo, abrió unos bellos ojos y una boca gigantesca apareció en él. “Tu eres Jesús”, me dijo el astro imponente, sin que ninguno de todos los que estaban allí pudieran escucharlo. “Yo soy Jesús”, murmuré satisfecho, “yo soy el Mesías”, me dije en forma decidida, y allí todo comenzó a tener sentido para mí. Recién en los últimos momentos de mi existencia terrenal, pude enterarme quién era yo. Mientras tanto, la gente seguía escupiéndome e insultándome, a la vez que los soldados recibían por fin la orden de traer los clavos y los pesados maderos.

miércoles, octubre 8

Humo negro


Esta mañana la ciudad se despertó bajo un manto oscuro y denso de humo. Al principio parecía ser producto de alguna protesta callejera en la que se estaba quemando neumáticos, pero ante la ausencia de marchas sociales y de personas quejándose por algo, lo más factible era que todo se trataba de la contaminación ambiental, el smog que invade las grandes ciudades. Quienes a esa hora nos encontrábamos allí, fuimos testigos de al menos una decena de accidentes de tránsito debido a la baja visibilidad que había en la calle. Unos tres ancianos tuvieron que ser socorridos, no precisamente por los accidentes, sino porque sufrieron principio de asfixia debido al espeso humo. Y ciertamente, el aire ya se había vuelto irrespirable. Detuve un taxi, aún a riesgo de que colisionara con algo y me dirigí a casa, que queda en las afueras de la ciudad. Le costó al taxista salir del centro, pero una vez en la ruta el viaje se volvió más tranquilo. Al llegar a casa, mi esposa me comentó que los noticieros de la televisión y la radio aconsejaban a la población a no salir de sus hogares hasta que las autoridades públicas determinaran si era peligroso ese humo negro que se apoderaba del lugar. Las horas fueron pasando y extrañamente para los expertos del tema, el humo seguía sin desvanecerse. Cerca del mediodía hubo un corte de energía eléctrica en toda la provincia y ya a la hora de la siesta podíamos ver a través de nuestra ventana como un frente oscuro, semejante a un frente de tormenta de verano, aparecía en el horizonte proveniente de la ciudad. Lo último que pudimos escuchar en una pequeña radio, antes de que se quedara sin pilas, era que los científicos de la universidad habían confirmado que aquel humo no tenía la típica composición del smog y que aún no se hallaban en condiciones de precisar fehacientemente de que se trataba todo. Rápidamente, cerramos puertas y ventanas e intentamos tapa cada abertura al exterior. Mis dos pequeños hijos jugaban distraídamente con sus juguetes en una de las habitaciones, mientras mi mujer y yo mirábamos a través de la ventana, esperando, aunque no sabíamos bien que mierda esperábamos… No se porque, esta situación me recordó mucho a aquella clásica historieta que no hacía muchos días había estado releyendo: “El Eternauta”. Mientras tanto, aquellas nubes negras se siguieron acercando a casa, cada vez más y más.

martes, octubre 7

El espejo


Me veo reflejado en ese espejo y no puedo negar que ese sujeto que se vislumbra soy yo. Ese espejo me delata, me despedaza. Ese espejo no es de cristal, ni de agua, ni de metal. Ese espejo consiste solo en un trozo de papel, en un poco de tinta. Voy a escribir, a escribirme, porque en la guarida de los desesperanzados ningún papel puede salvarsey quedar en blanco. Escribo, me dibujo, me expongo en millones de palabras para que yo pueda vivir eternamente en ellas. Pero se que la tinta siempre será escasa para tanta rabia y que al grito nunca se lo podrá dejar reflejado en una simple hoja.
Mi miedo al olvido se adhiriere con sus firmes garras, a esas desordenadas hojas que en algún momento estuvieron desnudas. Esas palabras que escribo en el aire, aquellas frases que no quieren recostarse sobre esos delgados renglones, revelan, inconscientes,como yo también me resisto a tener los pies sobre la tierra. Y aunque tal vez las palabras que escriba terminen poco después arrojadas al fuego, tengo la ilusión que aquel día en que ya no esté, alguien que yo no conozca las pronuncie por mí.

domingo, octubre 5

Amor - Dolor


La llegada de un nuevo amor trae consigo la aparición de una ingenua musa que nos contagia de lugares comunes, de frases cursis, de reacciones ridículas y hasta vergonzosas. Pero el dolor que produce la pérdida de ese mismo amor, es lo único que puede generar la inspiración necesaria para extirpar de nosotros el sentimiento más profundo, el pensamiento más preciado. Cuando el alma vuelve a sentirse sola, suele convertirse en coleccionista de penas, pero también en un exquisito orfebre de profunda poesía. Podemos encerrar el infinito dolor del universo en el ínfimo interior de una lágrima, porque ese recuerdo que nos hará sufrir mantendrá su fiel imagen en nuestra carne, formando parte de la misma piel.

sábado, octubre 4

Alguien sueña


Alguien sueña que es un guerrero, viejo y cansado, al que finalmente le llegó el turno de ser vencido. Herido y desarmado, recostado en el barro frío, él yace sobre la sangre misma del campo de batalla.
Alguien sueña naufragar en alta mar, bajo una tormenta que parece ser parte del mismo Apocalipsis. Él toma, muy fríamente, la decisión de hundirse junto a ese extraño barco, a pesar de no ser el capitán, a pesar de haber sido jamás ni un simple marinero.
Alguien sueña ser un pútrido y corrupto muerto vivo, que se niega con tenacidad a acomodar sus frágiles quebradizos huesos en el incómodo ataúd. Él se resiste a abandonar este mundo, dejando así de esta manera a millares y millares de golosos gusanos, sin la suculenta comida que han deseado durante todos estos años en que él vivió.
Alguien sueña que es el único dueño de todas las frescas lluvias y que sin embargo se muere de sed. Y sueña que a pesar de navegar por un ancho y caudaloso río, nunca logrará desembocar en el anhelado mar.
Alguien sueña y es muy probable que lo haga por última vez. Sueña que nunca existió y que jamás va a llegar a existir. Él no sabe que solo necesita despegar sus párpados, de una buena vez, y resignarse a soportar, con firme estoicismo, la impiadosa realidad.
Alguien sueña en estos mismos momentos, que no encuentra el final apropiado para estas palabras. Solo sueña que escribe y escribe sin sentido, acumulando palabras que nadie leerá.
Él sueña, solo sueña...

jueves, octubre 2

Alcohol


Tengo en mis manos el tónico para recordar, el suero de la verdad, la copa llena de delíriums trémens que hará desaparecer hasta la misma ley de gravedad. Tal vez, el próximo trago de dulce alcohol será el que despertará mi ira, o quizás el que me dará fuerzas para desnudar los sentimientos más ocultos. El próximo trago de ardiente alcohol, será el que hará que me desarme en una carcajada, o tal vez el que lavará mi adormecido rostro, enjuagándolo con lágrimas. El próximo trago de espirituoso alcohol será el que me inspirará a decir la frase más profunda, o será el que me hará balbucear casi de forma incomprensible, el insulto más grande que sepan pronunciar mis labios. Antes de probar un nuevo trago de alcohol suelo decir que será el último, porque temo a esa cruel enfermedad que él me produce, la nostalgia, la nostalgia más encarnizada que puede soportar un ser humano. Pero en mi interior, se muy bien, demasiado bien, que estoy mintiendo como un coberde, y que no dejaré de beber hasta que el primer rayo de sol me queme los ojos.

miércoles, octubre 1

Depresión del domingo a la tarde


Cada domingo a la tarde muero, me entrego manso y tranquilo a esa depresión que comienza junto al ocaso, junto a ese sol rojo. Desfallezco en la melancolía y no me pueden rescatar de esa agonía ni la boca tibia de la mujer que amo, ni las angelicales risas de mi niña que juega. Muero, ahogado en la desesperación del tiempo que se empeña en acabase, sin que pueda impedirlo de ninguna manera. Me extingo, solo para renacer con resignación (¡vaya paradoja!) al día siguiente, en el fatídico lunes, ese lunes de modorra y de sueño, y de vagancia, pero que al final si me permitirá disfrutar del beso de aquellos labios, de la música de aquellas risas. Vuelvo a vivir, olvidándome del final, ese que me espera manso y tranquilo el próximo domingo a la tarde.