Obra de Rocío Tisera

martes, diciembre 26

Proyección astral

Es la primera vez que hago esto de la relajación, la concentración y la meditación.
Y si bien nunca me interesaron los cursos de yoga y ni siquiera me tomé el trabajo de leer aunque sea un solo libro relacionado con el tema, siempre me pareció que eso de la “meditación trascendental” no podía ser tan complicado como muchos dicen.
Y demostrando que estaba en lo cierto, en mi primer y único intento de tener una experiencia mística, obtuve resultados realmente sorprendentes.
Lo primero que hice fue sentarme en el suelo e intentar adoptar la postura que realizaban unos monjes zen en un documental que vi por televisión. Pero esa postura no pude sostenerla por mucho tiempo por la incomodidad y el dolor que me producía en las piernas, las rodillas y la espalda. Así que, simplemente, me recosté sobre la colchoneta que estaba en el piso, con mis manos extendidas a los costados y los ojos cerrados.
Luego de un buen tiempo, pude concentrarme y finalmente poner mi mente en blanco, llevando mi respiración a un ritmo lento y profundo, intentando detener ese torbellino de imágenes involuntarias que luchaban por invadir mis pensamientos.
El siguiente paso que realicé, fue visualizar mentalmente mi cuerpo como si estuviese observándome desde una altura similar a la del techo. Y me quedé un buen tiempo así, esperando que algo sucediera.
Cuando estaba a punto de abandonar ese ejercicio espiritual debido al rotundo fracaso, abrí los ojos y me encontré suspendido a la altura del techo, levitando boca abajo, observando como mi cuerpo aún se mantenía reposando dormido sobre el piso. Por un momento creí que todo se trataba de un sueño, pero no, no debía serlo, ya que podía pensar, razonar y me hallaba totalmente conciente. Luego de un breve tiempo me convencí de que todo era totalmente real.
Ya he perdido la noción del tiempo, pero calculo que han pasado varias horas, ya que por las ventanas observo que se acerca la noche.
He demostrado que la meditación trascendental no es tan difícil como se dice y que cualquier persona, aún aquella que no tiene ni la más mínima noción del tema, puede obtener increíbles resultados al primer intento.
No obstante, me queda una pequeña duda.
¿Cómo mierda hago para bajarme de aquí y volver a mi cuerpo?

FIN

miércoles, diciembre 20

La traición


Los dos estaban acostados, mirando fijamente el techo de la habitación de ese hotel por horas.
El silencio, que duró un largo momento, se debía a dos razones diferentes para cada uno. Para él, era producto del cansancio y del sueño que comenzaba a sentir. Pero ella, se encontraba callada por otra razón, estaba pensando como decirle algo muy importante.
En un momento ella lo mira, lo abraza recostándose sobre el pecho de él y murmura unas palabras, con un poco de miedo de que el se asustara.
-Deberíamos matar a mi marido… estoy cansada de estar escondiéndome, de tener la obligación de soportarlo, de tener que acostarme con él… Si no fuera por su dinero…
El cerró sus ojos, intentando fingir que dormía. Pero no lo pudo evitar y escuchó esas estremecedoras palabras.Pablo, un chico de 22 años, sentía fascinación por esa mujer hermosa, elegante y experimentada, pero ada del mundo, ni aún por una fortuna, se quería ver involucrado en un hecho de ese tipo.
Obviamente, para Laura, 21 años mayor, él no solo significaba un regreso a su juventud o una conquista para la envidia de sus amigas íntimas, sino que cada vez se comprometía más y más afectivamente con ese joven.
Los amigos de Pablo, no le creían cuando el contaba a el amante de Laura Bulrrich, la impactante esposa del acaudalado empresario siderúrgico Enrique Jornet Freites, pero se sorprendían de verlo llevar una vida con demasiados lujos para alguien que recién comenzaba a trabajar con un simple gimnasio. Si bien el local estaba ubicado en pleno Cerro de las Rosas y contaba con varios clientes de clase alta, no dejaba de ser un gimnasio más entre todos los que había en la zona.
Laura terminó su cigarrillo, mientras contemplaba a su joven amante dormir plácidamente. Se vistió con rapidez y luego de revisar los llamados que le habían realizado a su celular, le dio un beso a Pablo para despertarlo.
-Adiós mi amor, nos vemos mañana. Apúrate que se te está haciendo tarde.
Pablo se desperezó y cuando se levantó de la cama, Laura ya había salido. Se dio una ducha tibia y partió rumbo al gimnasio. A las 16,30 comenzaba el segundo turno.
Al día siguiente, luego de una intensa rutina de aerobox, Laura le entregó disimuladamente una carta. Pablo la recibió sin entender pero la guardó velozmente en su bolso.
No intercambiaron ninguna palabra y evitaron hacerse algún gesto suspicaz.
Había demasiada gente esa jornada, e intentaron no llamar la atención.Apenas Pablo llegó a su casa, abrió el bolso casi con desesperación y buscó esa inesperada carta.


“Hoy a la tarde Enrique va a ir al gimnasio. Trata de que haga los ejercicios más extenuantes y agotadores. Él tomará una pastilla cuando haya terminado. Trata de que la ambulancia se demore el mayor tiempo posible y todo quedará como si hubiese sido un paro cardiaco. Debido a su edad no despertará sospechas.”


La carta fue destruida inmediatamente. Tuvo pánico de quedar involucrado como cómplice de algo tan horrible.
Pronto llegó la noche y Laura comenzó a impacientarse.
No tenía noticias de lo que había sucedido con su esposo y temía que el plan que la llevaría hacia su felicidad, hubiese fracasado.Tomó un tranquilizante para poder conciliar el sueño y se acostó decidida a olvidarse del tema. Seguramente Pablo no quiso ni ir a verla ni llamarla para no despertar dudas con la policía.
Luego de tomar el calmante Laura durmió placidamente, pero nunca despertó.
Unos ladrones entraron a la casa y la asesinaron sin que ella supiera lo que estaba sucediendo.
La investigación policial fracasó en determinar quienes habían sido los asesinos de Laura y como habían hecho para ingresar a una mansión con tan sofisticados sistema de seguridad.
Al poco tiempo, Pablo cerró su gimnasio y se cambió de barrio. Ahora, no solo ocupa un importante cargo de gerente en una prestigiosa empresa siderúrgica, sino que también es la mano derecha de Enrique Jornet Freites. Y no es para menos.
Es muy difícil conseguir gente tan fiel y confiable, en estos tiempos en que por un puñado de pesos te puede traicionar a cualquiera, incluso la mujer que uno siempre ha amado y que cree que ese amor es correspondido.

FIN

lunes, diciembre 18

Eutanasia


Hace mucho tiempo ya que estoy atrapado en este maldito cuerpo inmóvil.
Lo se porque a pesar de no poder mover ni un solo de mis músculos estoy conciente. Demasiado conciente quizás.
Los primeros días luego del accidente (no recuerdo bien que fue lo que pasó, pero por lo que alcancé a oír de una charla entre enfermeros, parece que conduciendo una moto choque contra un colectivo) los primeros días decía, sentía a mi lado la presencia de todos mis amigos y familiares, pero con el correr de los días solo fueron quedando mis pobres padres haciéndome compañía.
Se que es egoísta lo que voy a pensar, pero estoy comenzando a temer que la vida se les escape a ellos antes que a mi y que yo quede durante años así, hablando solo, viendo y escuchando todo lo que sucede a mi alrededor, sin poder pronunciar ni una sola palabra, sin poder esbozar un solo gesto en mi rostro, sin poder flexionar ni por un instante mis dedos…
Me da mucha pena hacer sufrir de esta manera a mis padres.
Muchas veces, a la noche, antes de retirarse a casa, veo a mi madre llorar desconsoladamente a mi lado, implorando al cielo un milagro que ya dudo que pueda realizarse. Sufro la impotencia de no poder abrazarla y consolarla, de decirle que ya no sienta más pena por mi y que ya no está en edad paran esforzarse tanto en mi.
Ella debería estar en este momento en casa, descansando, tratando de llevar lo mejor posible los últimos años de su existencia. También sufro mucho por mi padre y si bien él es de carácter mas duro y reservado, muchas veces lo vi quebrarse a mi lado, con lágrimas en los ojos pero sin llorar, queriendo decir algo, pero sin lograrlo debido a sus labios temblorosos.
A veces siento terribles dolores de cabeza y las sondas que tengo conectadas a mi cuerpo para alimentarme, muchas veces se me hacen insoportables. Pero el mayor dolor que siento es sentirme atrapado en la peor prisión a la que pueden condenar a un ser humano.
Poco a poco me resigno a que pasaré hasta el último minuto de mi vida tal como lo soy ahora: una estatua de carne y hueso condenada al silencio y al olvido.
Si bien en mi "otra vida" nunca fui muy creyente, ahora siempre le pido a Dios que aunque sea una vez, me de la oportunidad de decir al menos dos palabras.
Diría al que me pudiera escuchar: "¡Déjenme morir!".

FIN

martes, diciembre 12

La vigilia

Dormía placidamente en una cama ubicada en un rincón de una habitación blanca y absolutamente desprovista de algún otro mueble o elemento decorativo.
Un crujido, que parecía provenir de algún lugar frente de mí, me despertó sobresaltándome y me quedé en silencio, expectante, aguardando escuchar algo más que me ayudara a adivinar de qué se trataba ese ruido. Pero de pronto la puerta que se encontraba en diagonal de la cama, se abrió y alguien encendió las luces de la habitación dejándome encandilado con las brillantes lámparas. Ante mis ojos aparecieron primero un arma, después la mano que la empuñaba y luego alcancé a distinguir la silueta de ese extraño que se perdía en la penumbra que había tras el umbral. Sentado en la cama y con la frente en alto, cerré los ojos y simplemente esperé que aquello sucediera.
Escuché el estallido del arma e inmediatamente alcancé a sentir un fugaz ardor en mi pecho, pero poco después todo dolor desapareció. Me sentí liviano, como si flotara o desapareciera, todo en cámara lenta.
Sin abrir los ojos en ningún momento, tuve un pensamiento que resonó como un eco interminable en mi interior: “¡Me estoy muriendo!”.
Simplemente, luego de eso, desperté.
Pasaron los años y ya había logrado olvidar por completo esa terrible pesadilla.
Hasta este momento.
Hace un par de horas, acabo de llegar a esta ciudad para cerrar un importante negocio para mi incipiente empresa y, como aún no cuento con mucho dinero, me hospedé en una habitación de un modesto hospedaje. Me recosté un momento sobre la cama y me pareció tener un “deja vú” al ver esa habitación blanca, absolutamente iluminada y curiosamente vacía de otro mueble que no fuera la cama en donde me encontraba recostado.
Me puse de pié de un solo salto y fui hasta mi valija, que había quedado tirada en el piso. Revolví mi mano entre las cosas que llevaba allí, hasta dar con lo que estaba buscando. Apagué las luces y rápidamente volví a acostarme. Me tapé con esas blancas sábanas hasta la cabeza, sin dejar en ningún momento de sujetar firmemente mi revolver.
Ya deben ser más de las tres de la mañana y aún no consigo conciliar el sueño.
Me mantengo en vigilia, esperando encontrar algún indicio, aguardando espantado aquel ruido que me indique que aquel sueño que tuve hace mucho tiempo, hoy, increíblemente, se está volviendo realidad.

FIN

martes, diciembre 5

El pan

La infinita arena era como un espejo que despedía la poderosa luz del sol por todos los rincones del desierto. Soportando estoicamente el cruel calor, hace ya más de 2000 años, un beduino montado sobre su inseparable camello, llegó hasta la ciudad de Nazareth, dando un suspiro de alivio cuando vio la plaza en donde se encontraba uno de esos típicos puestos de mercado.
Los gritos de los vendedores, pregonando sobre la excelente calidad de sus dátiles, túnicas, comidas tradicionales y miles de cosas más, inundaban el seco y cálido aire de esa región de Medio Oriente. El beduino se sentó en el polvoriento suelo, apoyando sus espaldas en un viejo muro que le brindaba una deliciosa sombra, mientras su camello tomaba unos sorbos de agua de una fuente.
Sacó de sus alforjas, envuelto en un lienzo, un trozo de pan que había comprado antes de salir de su pueblo natal. Pueblo al que quizás jamás podría regresar, ya que allí su vida corría un gran peligro y la prueba de ello era el parche que cubría la cuenca vacía de su ojo derecho. Aquellos matones pagados por el padre de su amada habían hecho bien su trabajo. Si él volvía a acercarse a su hermosa Sara, sería hombre muerto.
Pensando en esto y en que haría de su futuro, no se dio cuenta de que un chiquillo de no más de cinco años estaba sentado a su lado. El beduino lo miró con ternura y extendiendo la mano que sostenía el pan, le preguntó: -¿Tienes hambre?
Pero se quedó en vano esperando una respuesta.
El chico, de pronto, abandonó su rostro sereno y dulce, y tomando el pan de la mano del beduino, lo lanzó con todas sus fuerzas, haciéndolo caer cerca de donde se encontraba el camello.
El beduino, sorprendido, se quedó observándolo sin decir nada, hasta que el niño se largó a llorar y salió corriendo, perdiéndose entre la gente.
Veinticinco años después, ese mismo beduino volvió a pasar por esa ciudad.
Disimulaba bastante bien sus cincuenta años y el destino le había sido bastante favorable. Logró hacer una pequeña fortuna, pudo casarse con su querida Sara, una vez que el padre de ella falleció y lo más importante, es que nunca se había sentido tan feliz en su vida.
Volvió a esa plaza, en donde aún se encontraban las tiendas de mercadeo y se sentó en el suelo apoyado contra ese muro que detenía las continuas corrientes de viento y arena, tal como lo había hecho cinco ros atrás.
Mientras él se encontraba perdido en sus pensamientos, un joven de cabellos negros y largos, de barbas y ojos oscuros y profundos, de pronto salió de ente medio de la multitud y lo enfrentó.
-Quizás no me recuerde, pero hace mucho tiempo ya, usted y yo nos encontramos aquí.
-Te recuerdo como si hubiese sido ayer –Murmuró el beduino.
-Le pido disculpas por lo mal que reaccioné ante su noble gesto. Se que han pasado muchos años y quizás le sorprenda, pero siempre me ha mortificado aquel recuerdo, porque aún no entiendo que me llevó a actuar de esa manera.
-No te sientas mal, que yo solo vine a agradecerte. No me preguntes como supe que te encontraría, porque a decir verdad, ni yo se bien que hago aquí. Solo se que si tú no te hubieses aparecido aquella tarde cuando tu solo eras un niño, yo hubiese comido de ese pan. Y de haber sido tú el que lo hubiese probado… A ese pan lo habían envenenado y las manos que hicieron ese trabajo fueron las de los sicarios contratados por alguien que me odiaba ciegamente. Cuando tú lanzaste el pan cerca de mi camello, él lo comió y en menos de media hora ya se encontraba muerto. Tu presencia me salvó la vida, tu reacción te salvó la vida a ti. Por eso vine a darte las gracias. Por cierto, aún no nos hemos presentado…
-Mi nombre es Abdul. –Dijo el beduino.
-Mi nombre es Jesús. –Dijo el joven.

FIN