Obra de Rocío Tisera

domingo, octubre 19

El túnel


He perdido la noción del tiempo. Luego del impresionante derrumbe que sufrimos en esta mina de carbón, el tiempo ha pasado de forma incierta, de la misma manera en que suele parecernos mientras estamos soñando. Pero de algo estoy totalmente convencido y es que soy el único sobreviviente de todo este desastre, ya que puedo ver a metros de donde yo me encuentro, a todos mis compañeros sepultados bajo una montaña de piedras. Pensar que solo unos minutos atrás, ellos conversaban y bromeaban conmigo… Hace más de treinta años que soy minero, tal como lo fue mi padre, y se que me encuentro en una situación demasiado comprometida. No tengo muchas esperanzas de que puedan rescatarme, debido a la magnitud del desprendimiento de rocas que obstruye la salida. El oxígeno escasea y sin agua ni alimentos mucho no podré sobrevivir. Lo único que me queda por hacer, es sacudir incansablemente el pico contra esa pared de piedra que hoy se encuentra más sólida e indestructible que nunca. Es eso, o simplemente dejarse morir, tirarse al piso y esperar que San La Muerte me quite todo sufrimiento…
He pasado un buen tiempo pegándole sin parar a ese muro frío e impiadoso y lo único que he conseguido es agotarme y quedarme sin aire. Aire, eso es lo que falta en esta maldita trampa de piedra. De pronto, la luz de la lámpara se apagó, pero la oscuridad solo duró unos segundos. Por un pequeño agujero de la pared de esa mina, un pequeño rayo de luz apareció e hizo que de pronto volvieran a mí aquellas fuerzas que ya había perdido. Tomé nuevamente mi pico y comencé a pegarle otra vez a ese muro que comenzaba a agrietarse. Luego de varios golpes el muro por fin cedió y dio paso a un túnel que se encontraba prolijamente construido. Aún agotado por el sobreesfuerzo, pude notar que a pesar de todos los años que había trabajado en esa mina, nunca había conocido, ni siquiera por referencias de su existencia, ese extraño pasaje que se abría ante mí. Al final del túnel, brillaba aquella luz que había hecho renacer mi esperanza y hacía ella me dirigí, a paso seguro, con mi ropa hecha jirones, herido y con una bota menos. ¿Por qué iba seguro? Porque ya nada peor de lo que había pasado me podía suceder. En todo ese momento no había podido dejar de pensar en mi esposa, en mis hijos, en mi madre, deseaba pedirles perdón a todos por haberlos hecho sufrir con este trabajo de mierda, y si pudiera hablar con ellos les juraría que apenas me libre de esto inmediatamente me busco cualquier empleo, así sea el de limpiar baños, pero que trabajar de minero, nunca, nunca más... De pronto, una brisa refrescó mis pulmones, liberándome de tanto polvillo y hollín, e irresistiblemente comencé a recordar cosas: el momento en que conocí a Stella, cuando le propuse matrimonio, el nacimiento de cada uno de mis hijos… Y mientras iba hipnotizado por los pensamientos, una aparición delante de mí me obligó a refregarme los ojos para poder asegurarme de que aquello que veía era real. Casi al final del túnel, se encontraba un minero con aspecto visiblemente feliz por haberme encontrado. No sabía si se trataba de una persona, o era un producto de mi imaginación o si se trataba de un fantasma (muchos de mis compañeros juraban haber visto “ánimas en pena” por los corredores de la antigua mina). Cuando me acerqué a él y pude contemplar su rostro, mis piernas se aflojaron y caí de rodillas al piso, y me largué a llorar como si fuera un niño. Él, mi padre, había fallecido cuando yo solo tenía doce años y ahora se encontraba a mi lado, consolándome, con una gran sonrisa en los labios. Por lo visto, tuve el mismo final que mi querido viejo. Las minas de carbón son nuestros pobres sepulcros. Mi papá me ayudó a ponerme de pié y tomando firmemente mi mano, como solía hacerlo cuando era niño, me llevó hacia esa blanca luz que cada vez brillaba con más intensidad al final de aquel túnel. Ya puedo sentir como el dolor de mis heridas se disuelve lentamente.

1 comentario:

eliana supino dijo...

amigo.......un 10.
besos.