Obra de Rocío Tisera

domingo, mayo 3

El diablo del abogado


Él se hallaba de pie en el medio de la sala que durante unos seis años le sirvió de estudio jurídico. A su derecha, sus pertenencias se encontraban dentro de una caja.
Estaba a punto de quitar de la pared el diploma que lo habilitaba como abogado:
“Doctor Mario González Lazarte”, pero luego de meditarlo por algunos segundos desistió de la idea. Se dirigió a la caja para revisar los objetos que allí había guardado y sacó de ese revoltijo de cosas una pesada arma. Constató que siguiera cargada como lo había estado todo ese tiempo (“por seguridad personal”, solía decir) y la empuñó firmemente con su mano derecha. En ese instante su mente se puso en blanco, sus dientes se apretaron con furia y así, cerrando los ojos, apretó decidido el gatillo. …pero el estallido no se produjo y la bala no salió disparada. Intentó hacerlo otra vez, una vez más, jaló del gatillo infinidad de veces, pero el destino le volvió a negar su fatal deseo. Furioso, lanzó el arma contra la pared, maldiciendo el momento en que decidió comprarla. Abatido, se dirigió al amplio ventanal por el cual se observaba el Boulevard Illia, investigando si era factible arrojarse desde allí. Pero desde esa corta altura, estaba en un segundo piso, lo más probable es que de arrojarse terminaría llevando su humanidad a una silla de ruedas, con los huesos rotos, pero aún vivo. Entonces se sentó en el piso, desahuciado, vencido, apoyando su cabeza entre sus rodillas, intentando clarificar su mente, calmar sus pensamientos… Hasta que sus ojos de manera extraña comenzaron nuevamente a brillar, a la vez que una sonrisa maliciosa se le instalaba en el rostro. Rápidamente se puso de pié, y se dirigió a hacia donde había arrojado el revolver. Lo tomó, lo observó detenidamente y murmuró la inscripción que poseía en la misma empuñadura: “Bush Corporation”. Tomó la caja con sus pertenencias y abandonó el edificio, con el revólver descansando en el bolsillo derecho de su saco. “Tú me vas a salvar”, dijo sonriendo, mientras lo palmeaba disimuladamente. Llegó a su departamento, salvado casi de milagro del embargo que le entabló su ex­-esposa y comenzó a redactar, en una vieja máquina de escribir (ya que también sufrió el embargo de su computadora) la carta documento con la que iniciaría la demanda legal contra “Bush Corporation”, aduciendo la publicidad engañosa y la estafa que sufrió al comprar un producto comprobadamente deficiente y defectuoso.

El juicio, de cifras millonarias, fue zanjado en poco tiempo por una jugosa compensación presentada por la compañía intimada, sumamente beneficiosa para el abogado.
De esta manera, él podía terminar totalmente con los problemas financieros que le aquejaban luego de su desastroso divorcio.
Tres meses más tarde, retiró del banco todo el dinero que había ganado por el pleito.
Se compró una ostentosa Ferrari deportiva de color roja, con la cual recorrió las sierras cordobesas por un mes entero. Se compró un impresionante chalet en Carlos Paz, en donde todas las noches organizaba las orgías más escandalosas e inmorales que se hubieran realizado en esa villa turística, por las cuales desfilaban las prostitutas más jóvenes y bellas, y por lo tanto más caras, de toda la provincia. Se vistió con los trajes más lujosos, compró los manjares más exquisitos, bebió los whiskys más caros, probó las drogas más puras y potentes… pero también se compró un costoso revólver calibre cuarenta y cinco, el más preciso, el más letal, el más mortal… y al final, solo para terminar con el trabajo, se voló la cabeza, tal como lo había decidido un buen tiempo atrás.

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