Obra de Rocío Tisera

miércoles, abril 29

El aguila


Hacía mucho tiempo que quería hacerme un tatuaje. El problema era que no tenía bien en claro con cual quedarme. Buscaba algo que fuera original, único, impactante, con personalidad. Después de un año de búsqueda, finalmente logré encontrar un diseño que me terminó de convencer. Hallé ese dibujo de casualidad en medio de un montón de revistas de historietas. Estaba en una peluquería, esperando mi turno, y apenas lo vi no lo dudé, me agaché un poco, fingiendo leer para ocultarme tras una planta que estaba sobre una mesita ratona, y de un rápido tirón arranqué esa hoja de la revista. Inmediatamente cambié de planes y en lugar de cortarme el cabello, que buena falta me hacía, me dirigí a un local que un amigo tenía en el centro comercial.
Mientras caminaba, me llevaba todo por delante, porque no dejaba de contemplar aquel impactante dibujo: un águila gigante de metal, con ojos rojos y brillantes, llevando en pleno vuelo, una doncella desnuda entre sus garras. Ya podía imaginármelo en mi brazo derecho, luciéndolo con orgullo, mientras todos mis amigos me preguntaban intrigados donde había conseguido ese dibujo.
Nueve cuadras más adelante, llegué a mi destino. En el local, además de tatuajes, se podían conseguir buenos cds, dvds, remeras y revistas de rock, por lo que siempre era un lugar muy concurrido por los chicos del barrio. Apenas ingresé, una figura me dejó perplejo.
Una morocha de ojos celestes, que estaba pagando en la caja un dvd de La Renga, me derritió con su mirada. No podía dejar de contemplarla y me había quedado realmente atónito. Pero hubo un detalle que me dejó más pasmado. Su musculosa roja dejaba ver en su brazo derecho un tatuaje: era un águila gigante de metal, con ojos rojos y brillantes, llevando en pleno vuelo, un hombre desnudo entre sus garras…
A pesar de mi timidez, que suele potenciarse aún más cuando delante de mí hay una mujer de semejante belleza, se me hizo inevitable detenerla y hablarle, aunque en realidad fue “tartamudearle”.
-Discúlpame, pero no pude evitar dejar de ver tu tatuaje. Está fabuloso. ¿Quién te lo hizo?
-Ah, el tatuaje… me lo hice en este lugar, creo que se llama Lucas.-Dijo ella con la voz más dulce que había escuchado en mi vida.
-Si, lo conozco, es amigo mío. Vos sabes que…mirá la casualidad, esto es lo que yo venía a tatuarme…
Y de mi mochila saque el mismo dibujo del águila. Ella comenzó a reírse y sus ojos parecían hacer brillar su hermoso rostro.
-¿Cómo te llamas? -Le pregunté ya más resuelto, envalentonado por su sonrisa.
-Carolina, bah, todos me dicen Caro.
Y volvió a sonreír.
-Yo me llamo Maximiliano, por lo tanto, todos me dicen Maxi.-Le dije sonriendo y ya jugado por jugado continué diciéndole- Caro, te invito al bar a tomar algo ¿qué opinas…?

De más está decir que no me tatué el águila. Por lo visto, seguramente que no fui el único en ver aquella revista de historietas. Tuvieron que pasar dos años más para que, al fin, encontrara el tatuaje que me dejará satisfecho por completo. Hoy lo luzco orgulloso en mi brazo derecho. ¿Qué me tatué? El bello rostro de Caro. Mi mujer.

2 comentarios:

IndeLeble dijo...

Muy lindo cuento Gustavo ...Los tatuajes indelebles son los que se llevan en el alma , un besote!!

sudestada dijo...

Hola hermano, espero sigas dandole rosca a tu parte cultural... saludos!