Obra de Rocío Tisera

martes, septiembre 23

El cuchillo


Caminé cuatro cuadras hasta llegar a la parada del colectivo. Me senté en el cordón de la vereda, aprovechando la generosa sombra de un árbol y revolviendo mi mochila, saqué un libro de poemas, “El cuchillo” de un tal Stavniel Iser. Micaela, me lo había regalado para nuestro segundo año de novios, aún sabiendo que no me gusta mucho la lectura y mucho menos la poesía, al contrario de ella, a una verdadera amante de las letras.
Como sabía que el ómnibus se iba a demorar, como sucedía siempre, aproveché esa tediosa espera para darle una ojeada a ese libro…

“¿Qué es
lo que te hace pensar
que soy un ser
previsible y confiable?
Tan solo
espera ver
como hago relucir
el filo de mi cuchillo.
Las pupilas
de tus bellos ojos
se dilatarán,
como si de pronto
te convirtieras
en una gatita
dulce y sumisa.”

Cada tanto, levantaba esperanzadamente la vista, para ver si venía de una buena vez ese maldito colectivo. Pero a esa hora de la siesta, con ese calor sofocante, la verdad es que pasaron varios sin que viera ni siquiera un solo auto.
Micaela me esperaba, y yo cada vez estaba más ansioso por llegar a su casa y darle la sorpresa.
Casi no podía contener el acelerado latido que nacía en mi pecho cada vez que pensaba en ella.
Obviamente, esa demora para nada ayudaba a calmarme…

“Dime:
¿por qué depositaste
tu confianza
tan ingenuamente
en mí?
Ahora
ya debes imaginar
que dormirás
muy profundamente,
lamiendo el dolor
de la fría carne
que ya no cicatrizará,
pero que comenzará
a comprender
toda la verdad.”

De pronto apareció el ómnibus. Me paré dificultosamente, ya que la larga espera, sentado sobre la calle, me había adormecido las piernas. El calor se hacía sentir y aproveché un asiento solitario que se encontraba del lado en que no daba el sol. De todos modos, transpiraba copiosamente, ya no debido al agobiante calor, sino a esa crisis de nervios en la que lentamente estaba cayendo. Abrí la ventana para que me diera un poco de aire e intenté por un momento pensar en otra cosa…

“¿Porque tiritas?
¿De frío?
¿Tal vez de miedo?
¿O quizás
temes convertirte
en nada,
en el mismo olvido?
Yo pude
haberte reinventado
en la más
hermosa deidad
que pudo haber habitado
en el Olimpo,
pero tú
te encaprichaste
en seguir siendo
cenizas
de una vulgar mortal.”

Ya iba por la mitad del viaje. Y a medida que me iba acercando a mi destino, mi mente se transformaba en un torbellino de imágenes que me torturaban. Ya no soportaba pensar en ella ni un minuto más.
Un amigo, mi mejor amigo, me contó que por casualidad la había encontrado el sábado anterior en un pub y describió con lujos de detalle todo lo que había visto. Desde el momento en que me enteré de ello, sentí que el mundo se desmoronaba y poco importaba ya lo que pudiera suceder.
Para calmarme, y para no seguir angustiándome con esos pensamientos, me refregué los ojos, respiré profundo y abrí nuevamente el libro, leyendo algunas páginas al azar…

“Aún guardo
celosamente
la reliquia de tu temor,
la imagen
de aquella fortaleza
que parecía inexpugnable.
Esta es
mi bigamia espiritual,
de querer hacerte el bien
tanto
como querer
hacerte el mal.”

Me bajé del colectivo y luego de caminar dos cuadras, llegué hasta su casa. Sus padres se habían ido de vacaciones a Necochea, por lo que teníamos tiempo para estar los dos solos. Toqué el timbre y pude sentir sus pasos bajando rápidamente las escaleras. Sin dudas me estaba esperando. Apenas abrió la puerta, vi como su pequeño y delicado rostro se iluminaba con una sonrisa y dando un pequeño salto, me abrazó y me besó desesperadamente mientras que de un tirón me metía en la casa.
-Mi amor, te extrañé muchísimo todos estos días.
-No me vengas con boludeces… Fabián me contó que te vio el sábado a la noche, a los besos con un tipo y que después te fuiste con él en un auto, vaya saber a donde…
-Pero Marcos ¡Te juro que eso es mentira! Estuve todo el fin de semana en la casa de mi abuela y no salí a ningún lado. Te lo juro, mi amor, tan solo hoy salí y fue para que pudiéramos encontrarnos aquí…
-Disculpame pero no te creo…
-¡Vos siempre con tus celos enfermos! Sabés perfectamente que ese amiguito tuyo, Fabián, es un hijo de puta con el que nos odiamos desde la escuela primaria. No podés creerle así tan ciegamente…
-Mirá Mica, ya no aguanto más esto… o sos absolutamente mía o no sos de nadie…

Aún maldigo aquel momento en que abriendo la mochila, saqué el cuchillo y descargué toda mi furia sobre su delicada piel. La última puñalada que le di me trajo nuevamente a la realidad, pero ya era muy tarde. Su hermoso cuerpo, teñido de rojo, ya me era distante y extraño y su mirada, que no era tal porque ya nada veía, quizás guardó como última imagen de sus retinas, mi rostro totalmente desencajado.
Cuando llegó la policía, me encontró al lado de Micaela, sentado sobre el charco de sangre, acariciando sus largos cabellos con ternura y con dolor, mientras terminaba de leer ese libro que tiempo atrás ella me había regalado.

1 comentario:

Tu Gitana dijo...

aaahhh me encantó, muy bueno tu cuento, un saludo!!