Obra de Rocío Tisera

jueves, septiembre 25

Pide un deseo


Todo comenzó una madrugada fría de invierno. Salía de casa rumbo al trabajo, aún medio dormido, aún con bastante pereza. Estiré mi cuello y lo moví a ambos lados para terminar de despabilarme, miré hacia arriba como implorando a Dios por un poco de piedad y fue justo en ese momento que vi a esa estrella fugaz, roja y bellísima que cruzaba el cielo con mucha velocidad. Debía pedir un deseo según la superstición popular, pero no creo en esas tonterías. Para embromar, nada más que para embromar, pedí un deseo demasiado improbable, algo que fuera muy difícil de cumplir: que cayeran dos estrellas fugaces más. Segundos después, pude ver, obviamente incrédulo, como dos estrellas fugaces más caían en la misma dirección que lo había hecho la primera. Admito que me sorprendí del hecho, pero rápidamente le encontré una explicación lógica al tema: esto debe tratarse de ese fenómeno astronómico que los científicos saben llamar “enjambres de meteoritos”, que es mucho más común de lo que parece. Entonces, aclarado para mí el asunto, solo me quedaba seguir llevando a cabo esa especie de juego con el que me burlaba de las costumbres de la superstición, y como ahora contaba con dos deseos más, los utilicé y esto fue lo que pedí: que por cada estrella fugaz que apareciera en el cielo, cayeran dos más. Y eso fue exactamente lo que minutos después sucedió, ya que cuatro estrellas fugaces cruzaron su hermosura por el cielo, destacándose notoriamente contra ese fondo bien oscuro que no poseía ni la luz de la luna. Llegando a la parada del ómnibus, y ya bastante desconcertado, volví a pedir el mismo deseo a cada una de las estrellas por lo que al rato pude ver como caían ocho estrellas fugaces más. Estuve largos minutos viendo esas hermosas luces cósmicas y a su vez pidiendo más deseos, por lo que pudo verse como cayeron dieciséis estrellas fugaces, y luego treinta y dos, y luego sesenta y cuatro, y luego ciento ocho…
Cuando por fin apareció el ómnibus, el cielo brillaba tanto que parecía que ya había amanecido, pero no, recién eran las cinco y media de la mañana, y cientos de meteoritos caían sobre la tierra, destruyendo todo en el lugar del impacto. Cuando por fin llegué al trabajo, ya reinaba por completo el caos en la ciudad. Cientos de muertos yacían en la calle víctimas de los meteoritos, los heridos vagaban por las calles sin sentido, los edificios se hallaban en ruinas. Mientras tanto, los científicos debatían estupefactos el extraordinario suceso, intentando develar por que la atmósfera no había logrado, mediante la fricción, pulverizar esos fragmentos de rocas espaciales como suele hacerlo siempre. Pero bueno, en realidad de poco serviría que lograran saber lo que sucede, por que lo mismo ellos no podrían hacer nada para detener la caída de esos bólidos. Quizás, solo quizás, si yo pidiera a alguna de esas miles de estrellas fugaces que ahora están surcando el cielo, el deseo de que ya dejaran de caer, tal vez este desastre se detendría para siempre. Pero no, nunca lo haría, porque yo no creo en esas supersticiones que son cosas de personas mediocres e ignorantes, yo soy una persona muy seria para creer en ese tipo de estupideces…

1 comentario:

niño de menta dijo...

me dejas estupefacto... es como una violación... no se si reír o enojarme... después de todo tampoco creo en esas cosas... muy bueno