Obra de Rocío Tisera

domingo, septiembre 14

¡GOL!


El jugador número ocho recuperó el balón en el mediocampo, trabando fuertemente con el número diez del equipo rival, llevando la pelota casi sobre la línea de cal, tan veloz, tan potente, que las piernas de los jugadores que salían a marcarlo terminaban pateando el aire, persiguiendo al viento, embistiendo la nada. El número ocho llegó hasta la altura del área, y desde allí impulso la pelota con un soberbio derechazo que se elevó en el tenso aire, congelando las miradas de los hinchas que se hallaban expectantes en la colmada tribuna. El balón cayó de golpe, de emboquillada, y se clavó en el ángulo derecho ante un sorprendido arquero que solo atinó a ver como el fugaz balón se colaba dentro del arco. ¡GOL! ¡GOLAZO! El hincha se abraza con otro hincha, que puede ser conocido o no. El periodista dice que el número ocho quiso poner la pelota justo allí.
Otro periodista dice que el gol fue de pura casualidad, que el jugador número ocho en realidad intentó tirar un centro a sus compañeros. La verdad es que no importa. Fue gol. ¡GOL! ¡GOLAZO! Un torbellino de camisetas de hermosos colores azules y blancos se abrazan entre si, tanto en el campo de juego como en las tribunas. Todos festejan tal como lo hago yo, saltando, riendo, cantando, gritando, llorando, sintiéndome en este preciso instante la persona más feliz de todo el mundo. Si, se que solo se trata de un simple partido de fútbol pero que puedo decir… Nada, realmente nada, me importa más en este emocionante momento, que ese gol, que ese hermoso golazo azul y blanco…

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