Obra de Rocío Tisera

lunes, septiembre 25

El bosque

…De pronto, me di cuenta de que me hallaba perdido en el bosque…
No sabía cual dirección tomar y la espesa vegetación me impedían ver que tan lejos me hallaba de alguna ruta o de algún pueblo para poder pedir ayuda.
Dentro de algunas horas se haría de noche y sin luz sería prácticamente imposible encontrar la manera de salir de ese laberinto de árboles y de arbustos que me rodeaba.Con la mirada fija en el suelo, en busca de algún sendero o de algo que pudiera guiarme, seguí mi marcha tomando, casi resignadamente, una dirección al azar.
Repentinamente, mi mirada se instaló en un detalle que sobre el colchón de hojas secas que cubría el suelo. Eran gotas de sangre. ¿Cuántas? Diez… cien… mil… que se asemejaban a una hilera interminable de hormigas marchando hacia algún lugar. La sangre era fresca, lo que me preocupó demasiado y comencé a seguir ese rastro sin saber si se trataba de una persona o un animal herido. ¡Personas! ¡Animales!
Me da la sensación de que hace años que no veo personas, pero l traño es que hacía horas que estaba en ese bosque y no había ni visto ni escuchado a ningún animal por la zona. Ni siquiera un pequeño insecto.Caminé un largo trayecto, pero no pude saber durante cuanto tiempo, ya que mi reloj, quizás producto de algún golpe, se detuvo cuando marcaba las 18:38.
Luego de un trayecto en que los árboles parecían amontonarse para cerrarme el paso, llegué a un sitio en que la única vegetación eran unos pequeños arbustos. Ahí se podía ver el cielo, ya que en ese lugar no se encontraban esas gigantescas ramas que formaban el techo verde que cubría casi todo el bosque.
Pero poco es lo que podía ayudarme esa característica del lugar, ya que no tenía muchas aptitudes de boy-scout y lo único que había atinado a hacer era asegurarme de caminar, lo más que pudiera, en línea recta, con el sol a mis espaldas.
Mientras miraba ahora el cielo, con la remota esperanza de que un avión o un helicóptero pudieran localizarme, mis pasos toparon con algo que inmediatamente me llamó la atención. Entremedio de unos arbustos, semicubierto por unas ramas secas, se encontraba un esqueleto reluciente y completo como suele vérselo en algunas imágenes de los manuales de anatomía. Se encontraba acostado, como “mirando” hacia arriba y aún vestía algunos jirones de ropa que se encontraban podridos, quizás por efecto del sol, la lluvia y por sobre todo por los gusanos, que tan bien cumplieron con su trabajo.
Obvio que esa imagen no me llenó de optimismo precisamente, pero a la vez me dio nuevas fuerzas para intentar terminar con esta pesadilla y no terminar de la manera que lo hizo ese pobre desgraciado. Me acerqué a ese esqueleto lentamente (por más que hiciera décadas que estuviera en ese estado, no confiaba en él) y aprovechando que ya no eliminaba ningún olor fétido, comencé a buscar entre lo que quedaba de sus ropas algo que lo identificara.
En uno de los bolsillos de su camisa hallé unos papeles que prácticamente se desarmaron cuando los tuve en mis manos y que de por si, eran absolutamente ilegibles.
De todas formas, de poco me serviría saber el nombre de ese cadáver.
Lo cierto, era que el enigma de la sangre aún fresca continuaba sin develarse, pero lo misterioso es que ese rastro de sangre terminaba a unos centímetros del lugar donde yacía el esqueleto.
Me puse de pié y comencé a gritar por si había alguien por ahí cerca, pero solo me contestó el silencio. Y advertí que dentro de muy poco la noche me atraparía en ese extraño lugar.
Volví mi vista al suelo cuando un súbito resplandor me ilumino la cara. Provenía, sin lugar a dudas, del que se encontraba en el suelo.
Uno de los últimos rayos de sol, se reflejaron insólitamente en algo que tenía cerca de su mano. Me incliné ante él y me sorprendí de ver en su muñeca un reloj, ya que no lo había percibido cuando revisaba sus pertenencias.
El reloj era exactamente igual al mío, lo que no era de extrañarse debido a a un o que se vendía mucho, lo que si me asustó era que ese reloj estaba con sus manecillas detenidas… a las 18:35…
Caminé lo más rápido que me dieron las piernas, para alejarme la mayor distancia posible de esa espectral figura. Y por más que intentara pensar en otra cosa, se me hacía imposible evitar mirar hacía atrás, teniendo la sensación de que ese esqueleto corría tras mis espaldas.
Llegué hasta un sitio en donde los árboles volvían a levantarse y me recosté exhausto sobre ese colchón de hojas secas. El grueso tronco de un árbol me protegía de la fresca brisa que comenzaba a correr y el sueño me venció ayudado por esa negra noche que todo lo cubría.
Cuando desperté, me sentí llenó de estupor. Me encontraba aturdido, desorientado, como si estuviese sufriendo la resaca de una noche inundada de alcohol.
Me incorporé quejosamente y pude ver que mi mano empuñaba un objeto extraño, creí por un momento que se trataba de una rama pero era un... ¡cuchillo!… un cuchillo de cuyo filo goteaba sangre… Lo arrojé lejos, poniéndome de pié de un salto y comencé a revisarme el cuerpo en busca de alguna herida que pudiera explicar esa sangre. Por fortuna, me hallaba totalmente ileso y comencé a respirar profundamente tratando de recuperar la calma.
De todos modos, mucha tranquilidad no podía sentir ya que si no era mi sangre ¿de quién era? ¿Cómo había llegado ese cuchillo hasta mí?
Pero las sorpresas no terminaban con ese incomprensible hecho. Ese susto inicial no me había permitido ver en donde me encontraba en esos momentos. Estaba en el mismo sitio que la tarde anterior. Quizás marchaba en círculos debido a la espesa vegetación, tal vez luego del suceso con el esqueleto, el miedo me hizo perder la dirección…Tomé el cuchillo, limpiándole la sangre con unos yuyos y comencé a caminar con el sol dándome en la espalda. Y en ese instante me di cuenta de que ese no era un amanecer, sino lo contrario. Dudo de haber dormido tanto como para que ya fuera la tarde, pero lo seguro es que el sol se comenzaba a ocultar.
Mientras marchaba, volví a encontrarme con ese rastro de sangre y lo más raro es que seguía estando fresca. Me dejé llevar por ese sendero rojo y llegué hasta donde estaban los arbustos. En ese lugar, mi corazón poco a poco comenzó a latir más rápido hasta llegar a hacerlo descontroladamente. Es que desde el lugar en donde debería encontrarse el esqueleto, se escuchaban unos débiles quejidos. Mi curiosidad pudo más que mi pánico y me acerqué a esa persona moribunda que yacía en el suelo. Cuando me vio, hizo una mueca de sentir un profundo terror y comenzó a murmurar, casi implorando: “¡Por favor, no me mate!”. Sin saber porque, en mi interior una poderosa fuerza comenzó a crecer y me impulsó a utilizar el cuchillo contra ese indefenso hombre.
Cuando terminé de matarlo, vi mis manos bañadas en sangre y me di cuenta de que no llevaba reloj. Tomé el de él y me di cuenta de que funcionaba perfectamente.
Volví sobre mis pasos para llegar hasta aquel sitio donde los árboles son gigantes, dejando tras de mí un rastro interminable de sangre que provenía del cuchillo y de mis manos y ropas salpicadas.
La noche se acercaba rápido, por lo que me recosté exhausto sobre el suave colchón de hierba y hojas. Antes de dormir di un vistazo a la hora en mi flamante reloj.
Eran las 18:38.
Mañana, como cada mañana, por toda la eternidad, continuará esta maldición que me condena a olvidar y luego a revivir una y otra vez la muerte de aquel pobre hombre.
Ese hombre que yo, no se cuando y no se porque, asesiné.

FIN

1 comentario:

Graciela L Arguello dijo...

A medida que leo más cuentos, más me gusta tu estilo, felicitaciones!