Obra de Rocío Tisera

miércoles, septiembre 20

Patéticas cartas de un poeta enamorado

"Eras la prójima que más quise amar como a mi mismo".

Te escribí varias cartas implorándote perdón, para ser exonerado de este purgatorio, de esta infinita cadena de miserias que mantiene inmóvil mi cuerpo.
Recuerdo que en una de ellas te escribí:
“Tu boca es un dulce mar, así como tus labios son las ardientes playas en donde quiero desmayar por el calor. Tu fresco aliento es la brisa, que calma el sopor de esta locura abandonada y con ese mismo suspiro, mi alma es liberada de todo tormento.
Dame un beso, un simple beso, para devolverle la fe a este cadáver que camina, a este fantasma que espera que la ola vuelva a refrescar los errantes pasos, ya que no queda otra opción que ir en busca de ti para renacer.”
Pero mis súplicas, no solo no fueron leídas, sino que terminaron arrojadas, entremezcladas al azar, en una pila de basura.
Te escribí varias cartas confesándote, a pesar de mi orgullo, lo poco que valoro mi existencia cuando el sudor de tus noches, no humedece mis brazos.
Vuelve a mi memoria, lo que redacté en una noche oscura:
“Es tu tibio aliento, el sutil anzuelo que atrapó celosamente mi boca.
Soy una presa fácil que no sabe advertir como el tiempo rápidamente se va agotando. Infructuosamente espero que algún buen recuerdo se digne a rescatarme de esta larga noche, en que siento el tonto temor de olvidar tu rostro y quedarme así sin un dulce motivo que me induzca a soñar.
Pero esta fiebre no se quiere liberar de mí y se me quema la piel por recordar tus labios, a pesar de que más fueron las oportunidades en que me murmuraron “adiós” y tan pocas las veces en que me dijeron lo que necesitaba escuchar.
Probé el azúcar del pasado, sin imaginar que hoy, estaría añorando saborear otro poco, aún sabiendo que no aparezco en la lista de tus pensamientos y que nunca mi nombre será escrito en el lugar más húmedo de tu cuerpo.
No se como borrar los rastros que durante todo este tiempo ha ido dejado, la hiel transpirada por la melancolía.”
Pero no solo no leíste mis confesiones, sino que ellas fueron usadas para avivar las llamas que ya habían terminado de devorar, las hojas secas de tu árbol.
Te escribí tantas cartas, describiendo como la falta de tu amor me debilitaba, me enloquecía, me encerraba en un laberinto indescifrable.
Te escribí, durante una fría madrugada:
“¿Para qué desfallecer cuando se está colmado de silencios? ¿Para qué perecer cuando las voces ya se extraviaron en la más cruel indiferencia? ¿Para qué envejecer cuando se perdió la noción del tiempo y todos los días que transcurren se hacen similares entre sí, con el agravante de que cada vez estoy más desgarrado de tu mirada?
Abro los ojos y me encuentro atrapado en esa jaula que fabricaste con tu ira, encerrado entre tus reproches, junto con una multitud de lamentos, suplicándote que reduzcas esta condena, que me perpetúa en un estado latente. Porque de nada puede servirme destruir estos gruesos candados, cuando no son las cadenas lo que me alejan de ti.
El único consuelo que aún persiste, es el mismo dolor que llevo, es esa sensación ambivalente producida al observarte, porque el tacto comienza a sufrir, la inevitable llegada de la amnesia, impidiéndome recordar la sensación de estar apoyado contra tu piel. Olvidado en esta sombría prisión, los labios fríos y resecos no hallarán la inspiración necesaria para que la voz pueda encontrar el mágico tono con el que debe pedir perdón.”
Pero no solo no leíste mis confesiones, sino que esas mismas manos, que me curaban de cada angustia, las destruyeron con odio.
Finalmente, decidí escribirte otra carta, la última, en la que gastaría la poca tinta, la última hoja, las ínfimas fuerzas que me quedaban, solo para plasmar en el papel unas cuantas palabras:
"Andate a la mierda, hija de mil puta.”
Y con todo el dolor del mundo, con toda la impotencia a cuestas, debo suponer que en esta fría y lluviosa tarde de invierno, tan sorprendida como furiosa, la estás leyendo.

FIN

No hay comentarios.: