Obra de Rocío Tisera

jueves, septiembre 28

Dos amigos en el bar

-¡Eh Marquitos! ¡Ya me estaba por ir! Regresé de España solo para venir a verte y hace una hora que te estoy esperando. Haciendo tiempo ya me tomé dos cervezas…
-Discúlpame Flavio, recién salgo de trabajar, me había demorado con una tarea. ¡Mozo, una cerveza!
-Mientras te esperaba, y te insultaba, me había puesto a pensar que pasado mañana es tu cumpleaños ¿no? Se me vino a la cabeza cuando recordé que somos del mismo signo y…
-¿Y desde cuando crees en los signos del horóscopo? ¡Justo vos me venís con eso, el escéptico número uno de la facultad de filosofía!
-Ya te voy a contar porque empecé a creer en el zodíaco, pero respóndeme, el domingo ¿Es o no tu cumpleaños?
-Si, pero si con eso te referís a festejar ese día la respuesta es: no.
-¡Eh, hombre! ¡No me digas que te sientes viejo! Si estás igual que cuando íbamos a la secundaria… Es más, hace cuatro años que no te veo y me pareces más joven que la última vez que nos encontramos en este bar.
-Te explicaría el porque, pero te cagarías de risa. Mejor comenzá vos a contar desde cuando crees en la astrología, así me río yo primero.
-Bueno, te cuento, pero andá pidiendo otra cervecita.

Sabés muy bien que yo nunca he creído en horóscopos, ni en el tarot, ni en supersticiones ni nada parecido. Eso de que por influjo de las estrellas nuestras vidas sufren diversos acontecimientos es propio de la ignorancia y la superstición de los pueblos antiguos.Y si bien en el pasado ciencias como la astrología impulsó el avance de los conocimientos astronómicos, así como la alquimia hizo lo propio con la química, hoy en día, en un mundo digital y nanotecnológico, el creer que por ser de un signo astral te deba suceder tal o cual cosa, implicando así que millones y millones de personas les suceda lo mismo, no deja de ser típico de una mente poco brillante y no muy ilustrada.
Pero a pesar de esa convicción que siempre tuve, no he podido olvidar una extraña situación que viví a principios de año.
Era una tarde de agosto, con sol pero fresca debido a una brisa constante que nacía del sur. Estaba sentado en un banco de la plaza, viendo como mi hija Milagros correteaba incansablemente de un lugar a otro, acompañada por dos ocasionales compañeritas de juego. Si bien ya hacía casi dos horas que estábamos allí, ese pequeño huracán de tres años de edad no mostraba ni la más ínfima muestra de cansancio, por lo que sería casi imposible convencerla de a hora de volver a casa.
Yo, ya un poco aburrido, me arrepentí de no haber llevado un libro para matar el tiempo, pero a pesar de ello, estaba encantado de escuchar su risa y los gritos de alegría que cada tanto profería. Me resigné a ese banco y me distraje viéndola ir del tobogán a la hamaca, de la hamaca al subibaja, del subibaja a la calesita…
De pronto la brisa trajo hasta mis pies la página de un diario. Era de ese mismo día y luego de sacudirlo un poco para limpiarle la tierra comencé a leerlo. Era el suplemento de los avisos clasificados, que incluye algunas historietas, frases célebres, crucigramas, pronóstico del tiempo y… el horóscopo. No pude evitar una tonta curiosidad de saber que me habían “predicho” los astros para ese día.
“Cáncer: Hoy usted se convertirá en alguien famoso, aproveche la circunstancia para cumplir lo que más desea”.Abollé esa hoja y la arrojé al cesto de la basura.
Cuando miré hacia lugar en donde estaban jugando las niñas y me di cuenta de que solo eran dos, aún con cierta tranquilidad al observar que Milagros todavía se encontraba allí, comencé a buscar curiosamente a la nena que faltaba. Y quedé realmente aterrorizado cuando vi que esa criatura de no más de tres años, estaba cruzando sola la calle.
Salí corriendo desesperadamente tras ella, y como suelen suceder en las pesadillas, sentí como si mis pies de pronto estuvieran pesados y lentos, dándome la sensación que nunca llegaría hasta ella.La alcancé a empujar hacia la vereda un segundo antes de que fuera atropellada por un auto que se acercaba velozmente.Recuerdo haber estado de pronto rodeado de muchísima gente, mientras un desconocido me decía que me quedara quieto y no se me ocurriese levantarme del piso.
Le pedí a una mujer que se encontraba allí, quién creo a una vecina, que cuidara de Milagros y llamara a la madre. Luego de ver el rostro lleno de lágrimas de mi hija, todo se volvió confuso y desmayé.
Desperté en el hospital con varias quebraduras y golpes por todo el cuerpo.
Pero lo único que me importó fue que Kiara, así el nombre de la nenita, no se había hecho ni un rasguño en el accidente.
La sala en donde me encontraba, se comenzó a llenar de periodistas, camarógrafos y fotógrafos cubriendo lo que sería la nota de la semana: “El héroe que salvó a una niñita de una muerte segura”.
De pronto, recordé lo que había leído en el horóscopo, e intenté aprovechar mis quince minutos de fama. En cada reportaje que me realizaron aquel día, terminaba mirando la cámara, diciendo:
“Te amo Karen, te extraño y te necesito más que nunca”.
Karen, la mujer de la que estuve separado durante más de un año, fue esa misma noche al hospital y luego de hablar durante toda la noche, aclarando tema por tema, decidimos que lo mejor que podíamos hacer era darnos otra oportunidad.
Hoy, nuevamente estamos juntos los tres y deseo que sea para siempre, porque esta es la alegría más inmensa que podíamos darle a Milagros.

-¿Y? ¿Qué piensas?
-Que te creo.
-¿Me estas dando la razón como a los locos? Porque si es así ya me levanto de la mesa…
-No, te creo porque cuando escuches lo que yo te voy a contar, te vas a convencer que tu relato es mucho más coherente que el mío.
-¿En serio? Bueno empieza tu historia, pero primero déjame que le pida al mozo otra cerveza y otro platito de maní… ¡Mozo!...

Vos sabés que nunca le di demasiada importancia a los cumpleaños.
Y no es porque tema envejecer, sino que considero que como los días de la madre, del padre, navidad, reyes, día del niño, pascuas, etc., solo son fechas comerciales que buscan que la gente consuma más, para que el bendito sistema continúe funcionando.
Pero la decisión de dejar de festejar mis cumpleaños, a pesar de las quejas de mis familiares y amigos, no se debió a posturas ideológicas. Lo que me terminó de convencer de tomar esta posición “anti-sistema”, fue un suceso insólito, realmente insólito.
En mi último cumpleaños, luego de la fiesta de rigor con padres, hermanos y amigos, me quedé en mi departamento acomodando el desastre que todos habían dejado y dispuesto a lavar platos, cubiertos, vasos…
Luego guardé los regalos que me habían dado: un libro de autoayuda (urgentemente lo cambiaré por otro), un par de calzoncillos (me hacían falta), una camisa celeste (odio las camisas), una botella de whisky (de la que solo dejaron un cuarto) y un disco compacto sin ninguna etiqueta.
Cuando terminé de limpiar y acomodar todo, ya eran las siete de la tarde de ese domingo. Me preparé un café y puse ese C.D., que no se quién me había regalado, en la compactera de la computadora. Ya podía imaginarme que tipo de música tendría: cumbia o folclore o bolero… Pero para mi sorpresa era música electrónica, bastante minimalista y sonaba bien. De pronto, en ese tema, se escuchó una voz cavernosa y profunda, que por momentos sonaba masculina y en otros femenina.
Sobre ese ritmo machacante, la voz que parecía ser de ultratumba, pronunciaba frases en diferentes idiomas. Incluso me parecían ser estrofas cantadas en latín y otras lenguas muertas. El disco compacto tenía un solo track, pero esa pista duraba los ochenta minutos. En uno de los fragmentos cantados en castellano, repitió un par de veces: “Pronto se apagará la luz…”
Apenas terminó esa frase, la energía eléctrica se cortó y lo más llamativo era que parecía ser que solo mi departamento, de todo un edificio de ocho pisos, se había quedado sin luz. Cuando al cabo de unos minutos la electricidad volvió, intrigado pero a la vez un poco avergonzado por mi curiosidad, encendí nuevamente la computadora para volver a escuchar a ese C.D. Cuando comenzó a sonar nuevamente, percibí que si bien la música era la misma, la letra había cambiado. Adelanté y retrocedí el track, pero en ningún lugar volví a escuchar la parte que cantaba que se apagaría la luz. En su lugar, la tétrica voz pronunciaba otra frase “Y el suelo se moverá…”
Y al acabar de decir eso, el piso comenzó a estremecerse, mientras los libros de la biblioteca y los cuadros y los objetos de la cocina se sacudían violentamente.
Salí de allí y empecé a bajar las escaleras de ese séptimo piso, pero el temblor ya había pasado. Nadie parecía haberse dado cuenta de lo que acababa de suceder.
Me costaba pensar que aquel movimiento sísmico solo hubiese afectado a un departamento, el mío. No me animé a preguntarle a una chica que estaba por subir al ascensor si había sentido el temblor. De todas formas, el semblante tranquilo y cordial que ella llevaba, me indicaba que nada extraño había presenciado.
Volví a mi hogar y esta vez dudé de seguir escuchando ese disco que, vaya saber porque razón, había dejado de sonar.Apreté el play del reproductor de audio y comenzó a sonar otra vez desde el principio.
Esta vez solo se escuchó un largo silencio y subí el volumen para intentar escuchar un suave murmullo que parecía sonar de fondo y de pronto una voz grave semejante al rugido de un león dijo: “Vivirás cinco ros. Nada más…”
E instantáneamente, la luz sufrió un nuevo apagón, que esta vez no duró más que unos segundos. Luego de eso, el disco nunca más volvió a sonar, es más, no entiendo como, pero luego me terminé de convencer que ese compacto se encontraba vacío, virgen, como recién salido de fábrica.
De más está decir que cuando les pregunté a los invitados de mi cumpleaños quién me había regalado ese disco compacto, nadie sabía absolutamente nada de él.
¿Qué no me gustan los cumpleaños? Si, se que suena raro eso en boca de alguien que tiene veintinueve años. Pero en lo que me queda de vida (¿seis años?) no creo que vaya a cambiar de opinión.
-¿Y Flavio? ¿Vos que crees de todo esto que te acabo de contar?
-Creo dos cosas: una, que nos estamos volviendo completamente locos, absolutamente dementes, y otra, que si no voy ya mismo al baño, me orino encima. Y esto lo digo en serio.
-Bueno, anda Marquitos, mientras voy pidiendo otra cerveza, que esta noche hay mucho para seguir contando. Y tomando. ¡Mozo!... ¡Traiga otra!...

FIN

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