Obra de Rocío Tisera

viernes, septiembre 22

El cuerpo desnudo

Ella caminaba tranquilamente por esas calles oscuras.
Ingenua, inocente, iba absorta en sus pensamientos que debían ser felices, ya que sus labios de tanto en tanto, se convertían en una sonrisa que parecía iluminarla más aún.
Hermosa y sensual, con su vestido blanco y sus cabellos rubios, parecía un ángel que se había perdido en el mismo infierno, porque eso era ni más ni menos lo a esa peligrosa villa miseria.
Ella marchó sin ningún rasgo de temor, entre medio de gritonas prostitutas que vestidas solo con ropa interior, se acercaban a los autos para ofrecer sus servicios.
Ella tampoco prestó la menor atención a las groserías y gestos obscenos que provenían de un grupo de muchachos que, sentados en una esquina, se emborrachaban y drogaban mientras escuchaban música a un volumen exageradamente alto.
Mucho menos se escandalizó cuando vio a unos niños de no más de ocho años, aspirando una bolsita que contenía pegamento, mientras jugaban con sevillanas y arrojaban piedras a los vidrios de una casa abandonada.
De pronto un patrullero pasó por el lugar y se detuvo delante de una gran casa que desentonaba con el resto de las viviendas, la mayoría de ellas, ranchos en condiciones muy precarias. Ella podría haberles pedido ayuda y no lo hizo, lo que quizás la salvó de problemas aún mayores, porque esos policías se encontraban allí no para preservar el orden, sino para comprar unos cuantos gramos de cocaína. La probaron, constataron su pureza y se marcharon rápidamente del lugar.
Esa bella mujer continuó su caminata, como si nada sucediese a su alrededor y por ello aparentaba ser una suicida o una simple sonámbula o una persona demente que había perdido todo contacto con la realidad.
De tanto caminar, ella llegó a un lugar totalmente descampado, iluminado tenuemente por algunas luces provenientes de un par de casas lejanas y creí que ya era tiempo de actuar.
Corrí rápidamente para poder tomarla de sorpresa, mientras sacaba el revolver del bolsillo de mi campera. Ya podía imaginarme sentir su dulce piel, saborear su cuerpo, pero cuando estuve a solo un paso de alcanzarla, ella se detuvo con una seguridad intimidante.
Giró su cuerpo y me miró con su rostro macabro, desfigurado y tan putrefacto que de las cuencas vacías de sus ojos, caían miles de vivaces gusanos. Luego levantó su mano, que en realidad solo se trataba de huesos sin ningún vestigio de carnes y colocándola sobre mi hombro, pronunció con voz cavernosa y aliento fétido: ¡Buh! y desapareció, ante mi mirada horrorizada.
No recuerdo lo que sucedió después, pero lo único de lo que estoy seguro, es que luego de haberme desmayado, alguien me quitó todo lo que tenía, porque el sol me despertó desnudo sobre los yuyos de ese terrorífico descampado.

Espero que solamente me hayan robado, porque en este preciso momento, tengo un insoportable ardor que me impide sentar.

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