Obra de Rocío Tisera

viernes, julio 2

Hipo

Dibujo de Álvarez


El ataque de hipo más curioso que conozco lo sufre un amigo mío, el gringo Pardini.
El pobre contrajo un molesto hipo cuando solo tenía veinte años y hoy, quince años después, lo sigue padeciendo. Sin embargo, ese irritable mal no le impidió llevar una vida normal. Se casó con su novia de siempre, tiene tres hermosos hijos y lleva adelante con mucho éxito su propia empresa. Y si bien desde hace mucho tiempo él ya se ha resignado al hipo, y hasta casi ya ni se da cuenta de ello, recientemente mi amigo me ha confesado un secreto. Me dijo que los días que tiene que ir al centro de la ciudad para realizar algún trámite, siempre se queda observando a aquellos artistas callejeros que, vestidos con largas túnicas y con el rostro y las manos pintados por completo de blanco, simulan ser estatuas de yeso, estatuas vivientes que se quedan absolutamente quietos por minutos, para luego realizar suaves y armoniosos movimientos que los llevan a una nueva posición, para asombro y admiración de los ocasionales transeúntes de la peatonal, que muy pronto terminan convirtiéndose en espectadores. “Sinceramente los envidio con toda mi alma”, me confesó mi amigo, “Daría cualquier cosa por poder hacer lo mismo que ellos, eso de quedarse totalmente quietos, aunque sea por una solo vez”. Pobre Pardini, ningún remedio, ningún tratamiento, ninguna terapia, puede acabar con esa tortura que lo condena a un violento movimiento involuntario cada vez que se le escapa un “¡hip!”.

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