Obra de Rocío Tisera

lunes, agosto 4

El asiento

Una viejita, muy dificultosamente logra subir al ómnibus, pero nadie le cede el asiento, ni siquiera ese joven de no más de veinte años que se hace el dormido, mientras escucha la música que sale de los auriculares de su MP4. En la siguiente parada, sube una joven embarazada que luce orgullosa su hermosa panza de seis meses de gestación, pero aún así, nadie le cede el asiento, ni siquiera esa parejita de jóvenes que se dan besitos de enamorados y que actúan como si nadie estuviese a su alrededor, como si ambos estuvieran en otro mundo y para nada les importara lo que sucede en este. En otra parada, sube con mucho esfuerzo un viejo chiquito y tembloroso que aún apoyándose en su bastón, apenas puede caminar, pero nadie le cede el asiento, ni siquiera ese tipo de no más de treinta y cinco años vestido con ropa de trabajo, que se desentiende de la situación mirando distraídamente a través de la ventanilla. En la próxima parada, sube una mamá con un pequeño bebé en sus brazos y nadie le cede el asiento, ni siquiera esa mujer que debe andar por los cuarenta años, que por su físico debe concurrir asiduamente al gimnasio y que la ignora mientras lee una estúpida revista de chimentos…
Antes de la siguiente parada debo llevar a cabo mi trabajo, para poder luego bajarme rápidamente del coche, pero ante esta indignante situación que observo, nadie dice nada, nadie hace nada, ni el chofer que sigue conduciendo velozmente, contento por el buen sueldo que gana, ni el policía que por disposiciones reglamentarias tiene el beneficio de viajar sin pagar boleto, ni el sacerdote que en lugar de interceder continúa leyendo su Biblia como si nada.
Entonces saco mi revolver, pegó un grito y ordeno a esos insensibles pasajeros que inmediatamente le cedan el asiento a la viejita, a la embarazada, al viejito y a la mamá con su bebé. Todos obedecen sin cuestionar nada y, aprovechando la confusión que se generó, salté por la puerta delantera que se encontraba abierta, antes que actuara el policía que se encontraba en el coche. Para un mejor día dejaré el asalto al ómnibus que había planeado. Hoy tenía que poner algo de justicia.

3 comentarios:

eliana supino dijo...

en vez de sacar el revolver,
¿qué te costaba ceder tu asiento?
quizá así,cundía el ejemplo.....
lástima que se jorobó el asalto!

Kassius dijo...

Tenia bastante tiempo de no venir a este blog y me encuentro con esta historia, me has dejado impresionado, tal vez la señorita arriba tenga razon por que no cediste el asiento, pero sacandole ese detalle la historia, no se como expresarlo bien pero me impresiono.
Saludos desde El Salvador

niño de menta dijo...

un justiciero posmoderno, me encanto... creo q si hubiera cedido el asiento habria sido tan insensible como los demas... ante semejante contexto.