Obra de Rocío Tisera

martes, junio 30

Picazón

Comencé rascándome detrás de la oreja. Era una picazón realmente insoportable, algo que nunca había sufrido en esa magnitud. Luego pasé a rascarme la cabeza como un demente, y tenía la sensación de que millones y millones de piojos atacaban sanguinariamente mi cuero cabelludo. Después continué clavando mis uñas en las piernas, y al hacerlo sentía una especie de placer y dolor, algo muy extraño por cierto, semejante a la varicela que nos suele atacar en la infancia. Minutos más tarde, me encontraba desnudo por completo, tirado en el piso de la cocina, rascándome tan veloz y enérgicamente como me lo permitían mis manos, y así mis uñas se clavaban en mi estómago, en mi espalda, en mis brazos, en mi cuello… Lo hice sin detenerme, incansablemente, hasta que de pronto mis uñas se cayeron de mis dedos, y la piel se despegó de mi carne, y mis cabellos se desprendieron de mi cabeza. Y una vez que sucedió esto, la picazón se detuvo para mi alegría, para mi terror. Porque ahora me encuentro inmóvil y aturdido en el suelo, y se que ya no soy el mismo. Por lo que alcanzo a ver desde la incómoda posición en la que me encuentro, entiendo que me he transformado en algo monstruoso, en algo que dista mucho de mi anterior forma humana.
Pero para que seguir relatando esto, si el gran Franz Kafka ya lo ha escrito de manera genial hace tantos años atrás… Creo que si él hubiera sido un contemporáneo mío, habría sido el único ser humano en la Tierra que podría entender cabalmente de lo que ahora estoy intentando decirles. “Ser humano”, que extraña que me suena esa frase en estos momentos…

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