Obra de Rocío Tisera

lunes, octubre 16

Una noche oscura

En la fría madrugada de un sábado, Nacho caminaba por una de esas oscuras calles del barrio rumbo a su casa. Era bastante tarde y estaba arrepentido de haberse quedado tanto tiempo en la casa de su novia. Sentía miedo y hasta el ruido de sus pasos sobre los callejones de tierra comenzaron poco a poco a alterarlo.
Cada tanto, se daba vuelta, temiendo que alguien lo siguiera, por más que aquellos sonidos que le asustaban siempre terminaban proviniendo de perros callejeros, de esos que abundan por cientos, que al encontrarse con él lo aturdían con ladridos para luego salir disparados, huyendo por algún descampado.
Pero, aunque la mayoría de los canes actuaron de esa manera, hubo uno que tuvo una actitud diferente.
Era un perro de gran tamaño, quizás del porte de un ovejero alemán y de un color negro intenso. Lo que más llamaba la atención de ese misterioso animal eran sus ojos extremadamente brillantes, lo que le daban un toque espeluznante y espantoso.
Nacho siguió caminando, aunque ahora a más velocidad, rogando que las calles se acortaran para llegar más rápido a su hogar. Pero mientras su mente se obsesionaba en ello, delante de él, una patota de unos seis chicos se le acercaba sigilosamente.
Cuando Nacho se dio cuenta de que ahora estaba realmente en peligro, intentó dar media vuelta para salir corriendo, pero una certera pedrada que le dio de lleno en la cabeza lo tumbó al piso. Los delincuentes corrieron hacia él y en el preciso momento en que se iba a convertir en víctima de una golpiza brutal, aquel extraño perro apareció fantasmalmente de entre las sombras. Con sus poderosas mandíbulas y sus ladridos de ultratumba, logró espantar del lugar a aquellos sorprendidos patoteros que huyeron despavoridos por las polvorientas calles.
El perro, con sus brillantes ojos, se acercó al oído de Nacho, que aún se encontraba tirado en el suelo, bastante adolorido y con mucha claridad y de modo intimidante, dijo unas palabras que aún resuenan en la cabeza del joven: “Ahora me debes una. Da por seguro que me la cobraré”.
Nacho perdió momentáneamente la conciencia, pero aún jura que ese perro se alejó de él riéndose de manera macabra.

FIN

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