Obra de Rocío Tisera

jueves, octubre 5

Avisos Fúnebres

El reloj despertador se activó a la misma hora de siempre. Eran las seis y cuarto de la mañana y como su mujer aún dormía placidamente, apagó la alarma lo más rápido que pudo para no molestarla. Se bajó sigilosamente de la cama y fue a darse una refrescante ducha, ya que a pesar de que el sol apenas se asomaba, el calor durante la noche lo había agobiado.
Luego, mientras se calentaba el café, se dirigió a la puerta para recoger, como lo hacía cada mañana, “La crónica del interior”, el diario “más serio y mejor informado” según recitaba la publicidad de la televisión. Separó los suplementos sobre la mesa y comenzó a leer con sumo interés uno por uno.
Él era casi un maniático de la información, así que durante el día, cuando no estaba leyendo, hacía zapping por los canales periodísticos, o leía en internet los diarios digitales más importantes, o no se perdía los informativos de la radio… Pero claro que lo suyo no era pura manía, de hecho su trabajo, que lo había convertido en una de las celebridades literarias, se debía a ello. El era uno de los más renombrados ensayistas del país, un filósofo que lograba desentrañar con sus investigaciones, críticas y comentarios los problemas que más acuciaban a la sociedad.Mientras bebía con largos sorbos de su taza, alcanzó a ver que en el diario aparecía en primera plana su foto junto a un titular que decía: “Falleció el escritor Julio Córdoba”.
Y más abajo pudo leer: “A los cincuenta y tres años, perdió la vida en un fatal accidente automovilístico, este prolífico autor de best seller como “La hora señalada” y “Película en blanco y negro”...
Julio Córdoba sonrió por la situación, pero no pudo evitar cierto escozor que le recorrió la espalda. “Por lo menos, el día que me muera me van a tener en cuenta” pensó irónicamente.
Pero luego de unos minutos, y aún cuando ya había dado vuelta la página en que salía esa noticia, se dio cuenta que no podía dejar de sonreír por esa ridícula situación y hasta llegó a parecerle algo divertido esa confusión. Cuando iba a despertar a su esposa para informarle la noticia de su muerte, sonó su teléfono celular. En el identificador de llamadas apareció el nombre de su madre.
Doña Adela, a pesar de sus setenta y cuatro años de edad, era una mujer de buena salud y de carácter amable y alegre. Pero claro, luego de haber escuchado por la radio la noticia que su hijo se había accidentado, se encontraba totalmente alterada y comenzó a sentir un fuerte dolor el pecho.
En medio de su desesperación y sin poder dejar de llorar, intentó comunicarse con alguien que le contara que le había pasado a su amado hijo. Pero, su falta de práctica con esos pequeños celulares, hizo que en lugar de llamar a Celina se comunicara accidentalmente con el número de Julio.
Mientras Doña Adela aguardaba con impaciencia que de una buena vez alguien atendiera el teléfono, inesperadamente, al menos para ella, escuchó la voz de Julio que, aún siendo la misma de siempre, a ella le sonó de ultratumba. Sin darle tiempo a que ella hablara, él comenzó a exclamar sin disimular su alegría:
-¡Mamá, qué sorpresa que me llames! ¿Estás bien, no?...
Pero solo escuchó un leve quejido y luego solo silencio.
-¡Mamá! ¿Qué te pasa? ¿Mami?... No te preocupes, ya voy para allá...
Julio fue corriendo al dormitorio para vestirse lo más rápido posible, ya que solo llevaba una bata. Mientras lo hacía, despertó a su mujer.
-Celina, me voy a casa de mi vieja, no se bien que pasó, pero creó que le dio un ataque o algo así… Vos llamá al doctor para que vaya a la casa por las dudas.
Su mujer se levantó sobresaltada y solo alcanzó a decirle:
-Si, si... Anda tranquilo que ya hago la llamada.
Fue corriendo hasta la cochera y una vez arriba del auto salió velozmente.
Esa mañana, la autopista tenía mucho tránsito, por lo que luego se le hizo muy difícil sobrepasar ese largo trencito que formaban los coches.
El sol comenzaba a ganar todo su esplendor y la gente que habita a la vera de la ruta, comenzaba la rutina de recolectar cartones, botellas, metales y todo aquello que luego pudieran vender.
Un niño de no más de cinco años, descalzo y de rostro aún con lagañas, se bajó del carro, a tirado por un flaco caballo, para recoger una botella tirada en la ruta.
Ante los ojos de Julio, ese niño bajito y flaquito apareció como un fantasma, como salido de la nada, obligando a sus reflejos a realizar una rápida maniobra. Dio un fuerte golpe de volante que providencialmente le permitió evitar lo que de otra forma hubiese sido la segura muerte de ese pobre niño. Pero perdió el control del auto y se fue directo hacia un camión que, a toda velocidad, venía por el carril contrario, con pocas posibilidades de evitar la colisión.
Doña Adela recuperó el conocimiento unos minutos después de haberle hablado a su hijo. Pero recién al cabo de unas semanas, se animaron a contarle lo que realmente le había sucedido a Julio.

Y si bien muchos pueden llegar a pensar que todo ocurrió debido a una noticia errónea del diario, a fin de cuentas, “La crónica del interior” seguía siendo el diario más serio y mejor informado del país. Porque en realidad no se habían equivocado al divulgar esa noticia.
Es más, fue una primicia absoluta al haberse adelantado a los hechos.

FIN

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