Obra de Rocío Tisera

viernes, junio 18

Cerveza y maníes



Me senté en un bar, agobiado por el calor de esa tarde de verano.
Llamé al mozo y le pedí una cerveza. El muchacho dejó en mi mesa la fría botella junto a un platito de maníes.
-Señor por favor –me dijo el mozo susurrando- no coma esos maníes porque están envenenados...
-¿Cómo dice? –Pregunté, en voz baja, sin saber porqué yo también lo hacía.
-Que están envenenados... los maníes...
-¿Y entonces por qué me los trajo?
-Porque es una vieja costumbre servir maníes cuando alguien pide una cerveza y...
-¡Eso ya lo se! –Dije bastante molesto, aunque intentando seguir hablando en secreto.- Te estoy preguntando porque los maníes están envenenados...
-¿Puede mirar usted, con disimulo, por cierto, al señor que está sentado a su derecha? Si, ese que ahora está tomando cerveza, bueno, ese es el ex-esposo de la dueña del bar. Ella odia a ese tipo con toda su alma. La dueña sabe que cada vez que viene pide una cerveza. Entonces en esta ocasión, y sin dudarlo, embebió algunos de los maníes en veneno para ratas. Pero sin querer, yo mezcle los platitos de aquella mesa y de esta, y ahora no se cual es cual. Por lo que, por las dudas, le aconsejo que no los coma...
El mozo se retiró de mi mesa y fue a atender a una joven parejita que recién entraba al lugar. Mientras tanto, yo me quedé observando a aquel señor sentado a mi derecha. Si, a ese tipo que de pronto derramaba su cerveza y comenzaba a vomitar los maníes que acababa de comer, mientras sus manos se apretaban desesperadamente contra el abdomen, revuelto por el dolor.

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