Obra de Rocío Tisera

domingo, septiembre 13

La sopa

"Las Máscaras y la muerte" - James Ensor

-Abuelo, ¡venga a tomar la sopa! –Gritó la mujer desde la cocina.
El viejito luego de un gran esfuerzo para levantarse del sillón, se aferró al gastado bastón y comenzó a caminar muy lentamente. Cuando llegó hasta la mesa con su mano izquierda, la “buena” como el solía llamarla, corrió la silla y se dejó caer pesadamente en ella. Su orgullo le impedía pedir ayuda para realizar aquella simple acción.
La mujer le sirvió el humeante plato de sopa.
-Es de cabellos de ángel, abuelo, como a usted le gusta.
Ella se retiró a corta distancia y se apoyó contra la mesada mirándolo fijamente.
-No deje nada en el plato, abuelo, le va a hacer bien.
En ese momento, dos muchachas llegaron a casa sonriéndose burlonamente, y haciendo comentarios en voz baja.
-Tome la sopita abuelito, verá que se va a sentir muuucho mejor. –Dijo una de ellas, sin dejar de sonreír.
-Eso abuelito, no deje nada en el plato, que con la panza llena se le van a acabar los achaques… -Dijo la otra, con un tono de voz bastante malicioso.
Las chicas, tentadas al punto de largar una carcajada, se sentaron en la otra punta de la mesa, observándolo con curiosidad.
El viejito, apenas terminó de tomar la sopa, comenzó a transpirar copiosamente, llenando su arrugado rostro con grandes gotas de sudor. Intentó desprenderse el botón del cuello de su camisa, utilizando su mano izquierda que, ya no tan buena, temblaba casi tanto como suele hacerlo siempre su mano derecha. Pero no pudo. Sintió que se asfixiaba, que se caía, que se desvanecía, pero aún tenía sus ojos abiertos, aterrorizados, alcanzando a ver la imagen más macabra que podría haber imaginado jamás.
Allí estaba ella, su hija, su única hija, contemplando como él se moría, sin hacer nada por ayudarlo, por socorrerlo, solo observándolo con una expresión ansiosa, como deseando que todo terminara pronto. Allí estaban sus adoradas nietas, esbozando sonrisas siniestras, sádicas, despiadadas, mirando cómodamente desde sus lugares como si todo fuera parte de una burda comedia, de una mala obra de teatro.
Nadie lo ayudó, y sin que nadie lo contuviera, se desplomó violentamente contra el suelo, produciendo un ruido seco y funesto. El viejito murió con los ojos abiertos, incrédulo, intentado descubrir en su familia aunque fuera un mínimo gesto de amor para con él.
La mujer se acercó hasta la mesa, levantó el plato vacío, y se puso a lavarlo rápidamente. Pero luego de pensarlo por un momento, lo tomó y lo arrojó directamente a la basura.
-Naty, haceme un favor, llamá a la ambulancia así se llevan a ese viejo de mierda, que está estorbando en el pasillo. Yo voy tirando a la calle todas las porquerías de él, así puedo desocupar la pieza.
-¡Ufa, mamá! ¿Por que yo? Yo me voy con las chicas al shopping. Que llame Pamela…
-¡No mami, no! ¡Que llame ella! Me tengo que cambiar urgente la ropa porque ya viene Matías a llevarme a dar una vuelta en su moto…
-¡Por Dios! Que chicas inútiles que son… ¡Bah! Tienen razón, mejor váyanse de acá porque las dos no sirven para nada. Dejen que yo, como siempre, me encargue de limpiar toda la porquería que hay en esta casa…

2 comentarios:

Graciela L Arguello dijo...

guauuuu!!!! Qué cuentito!!!

Solera dijo...

gustavo, lo vi clarito

clarita clarita la escena: las sonrisas de las jóvenes sin sentimientos, la malvada hija, el desconcertado abuelo

me gustó leerlo