Obra de Rocío Tisera

lunes, diciembre 18

Eutanasia


Hace mucho tiempo ya que estoy atrapado en este maldito cuerpo inmóvil.
Lo se porque a pesar de no poder mover ni un solo de mis músculos estoy conciente. Demasiado conciente quizás.
Los primeros días luego del accidente (no recuerdo bien que fue lo que pasó, pero por lo que alcancé a oír de una charla entre enfermeros, parece que conduciendo una moto choque contra un colectivo) los primeros días decía, sentía a mi lado la presencia de todos mis amigos y familiares, pero con el correr de los días solo fueron quedando mis pobres padres haciéndome compañía.
Se que es egoísta lo que voy a pensar, pero estoy comenzando a temer que la vida se les escape a ellos antes que a mi y que yo quede durante años así, hablando solo, viendo y escuchando todo lo que sucede a mi alrededor, sin poder pronunciar ni una sola palabra, sin poder esbozar un solo gesto en mi rostro, sin poder flexionar ni por un instante mis dedos…
Me da mucha pena hacer sufrir de esta manera a mis padres.
Muchas veces, a la noche, antes de retirarse a casa, veo a mi madre llorar desconsoladamente a mi lado, implorando al cielo un milagro que ya dudo que pueda realizarse. Sufro la impotencia de no poder abrazarla y consolarla, de decirle que ya no sienta más pena por mi y que ya no está en edad paran esforzarse tanto en mi.
Ella debería estar en este momento en casa, descansando, tratando de llevar lo mejor posible los últimos años de su existencia. También sufro mucho por mi padre y si bien él es de carácter mas duro y reservado, muchas veces lo vi quebrarse a mi lado, con lágrimas en los ojos pero sin llorar, queriendo decir algo, pero sin lograrlo debido a sus labios temblorosos.
A veces siento terribles dolores de cabeza y las sondas que tengo conectadas a mi cuerpo para alimentarme, muchas veces se me hacen insoportables. Pero el mayor dolor que siento es sentirme atrapado en la peor prisión a la que pueden condenar a un ser humano.
Poco a poco me resigno a que pasaré hasta el último minuto de mi vida tal como lo soy ahora: una estatua de carne y hueso condenada al silencio y al olvido.
Si bien en mi "otra vida" nunca fui muy creyente, ahora siempre le pido a Dios que aunque sea una vez, me de la oportunidad de decir al menos dos palabras.
Diría al que me pudiera escuchar: "¡Déjenme morir!".

FIN

1 comentario:

Graciela L Arguello dijo...

Gustavo, coincido con la idea básica del cuento. No hay peor encarnizamiento que el encarnizamiento terapéutico. Todos venimos por un tiempo, ¿por qué prolongarlo, si sólo dolor significa?