Obra de Rocío Tisera

miércoles, diciembre 20

La traición


Los dos estaban acostados, mirando fijamente el techo de la habitación de ese hotel por horas.
El silencio, que duró un largo momento, se debía a dos razones diferentes para cada uno. Para él, era producto del cansancio y del sueño que comenzaba a sentir. Pero ella, se encontraba callada por otra razón, estaba pensando como decirle algo muy importante.
En un momento ella lo mira, lo abraza recostándose sobre el pecho de él y murmura unas palabras, con un poco de miedo de que el se asustara.
-Deberíamos matar a mi marido… estoy cansada de estar escondiéndome, de tener la obligación de soportarlo, de tener que acostarme con él… Si no fuera por su dinero…
El cerró sus ojos, intentando fingir que dormía. Pero no lo pudo evitar y escuchó esas estremecedoras palabras.Pablo, un chico de 22 años, sentía fascinación por esa mujer hermosa, elegante y experimentada, pero ada del mundo, ni aún por una fortuna, se quería ver involucrado en un hecho de ese tipo.
Obviamente, para Laura, 21 años mayor, él no solo significaba un regreso a su juventud o una conquista para la envidia de sus amigas íntimas, sino que cada vez se comprometía más y más afectivamente con ese joven.
Los amigos de Pablo, no le creían cuando el contaba a el amante de Laura Bulrrich, la impactante esposa del acaudalado empresario siderúrgico Enrique Jornet Freites, pero se sorprendían de verlo llevar una vida con demasiados lujos para alguien que recién comenzaba a trabajar con un simple gimnasio. Si bien el local estaba ubicado en pleno Cerro de las Rosas y contaba con varios clientes de clase alta, no dejaba de ser un gimnasio más entre todos los que había en la zona.
Laura terminó su cigarrillo, mientras contemplaba a su joven amante dormir plácidamente. Se vistió con rapidez y luego de revisar los llamados que le habían realizado a su celular, le dio un beso a Pablo para despertarlo.
-Adiós mi amor, nos vemos mañana. Apúrate que se te está haciendo tarde.
Pablo se desperezó y cuando se levantó de la cama, Laura ya había salido. Se dio una ducha tibia y partió rumbo al gimnasio. A las 16,30 comenzaba el segundo turno.
Al día siguiente, luego de una intensa rutina de aerobox, Laura le entregó disimuladamente una carta. Pablo la recibió sin entender pero la guardó velozmente en su bolso.
No intercambiaron ninguna palabra y evitaron hacerse algún gesto suspicaz.
Había demasiada gente esa jornada, e intentaron no llamar la atención.Apenas Pablo llegó a su casa, abrió el bolso casi con desesperación y buscó esa inesperada carta.


“Hoy a la tarde Enrique va a ir al gimnasio. Trata de que haga los ejercicios más extenuantes y agotadores. Él tomará una pastilla cuando haya terminado. Trata de que la ambulancia se demore el mayor tiempo posible y todo quedará como si hubiese sido un paro cardiaco. Debido a su edad no despertará sospechas.”


La carta fue destruida inmediatamente. Tuvo pánico de quedar involucrado como cómplice de algo tan horrible.
Pronto llegó la noche y Laura comenzó a impacientarse.
No tenía noticias de lo que había sucedido con su esposo y temía que el plan que la llevaría hacia su felicidad, hubiese fracasado.Tomó un tranquilizante para poder conciliar el sueño y se acostó decidida a olvidarse del tema. Seguramente Pablo no quiso ni ir a verla ni llamarla para no despertar dudas con la policía.
Luego de tomar el calmante Laura durmió placidamente, pero nunca despertó.
Unos ladrones entraron a la casa y la asesinaron sin que ella supiera lo que estaba sucediendo.
La investigación policial fracasó en determinar quienes habían sido los asesinos de Laura y como habían hecho para ingresar a una mansión con tan sofisticados sistema de seguridad.
Al poco tiempo, Pablo cerró su gimnasio y se cambió de barrio. Ahora, no solo ocupa un importante cargo de gerente en una prestigiosa empresa siderúrgica, sino que también es la mano derecha de Enrique Jornet Freites. Y no es para menos.
Es muy difícil conseguir gente tan fiel y confiable, en estos tiempos en que por un puñado de pesos te puede traicionar a cualquiera, incluso la mujer que uno siempre ha amado y que cree que ese amor es correspondido.

FIN

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