Obra de Rocío Tisera

viernes, mayo 21

Pirámides



Cuando Tothsisamon contempló la tercera y última pirámide que acababa de ser construida, sonrió con mucho regocijo. “Mis superiores estarán muy complacidos con el trabajo realizado”, pensó satisfecho. “Lo único que no me deja tranquilo es el hecho de que las antenas están muy expuestas a las tormentas de arena, sin mencionar al robo de los ladrones y saqueadores…”, murmuró para si mismo. En efecto, cada pirámide tenía en su cúspide una altísima torre repleta de antenas parabólicas, cada una apuntando a determinado lugar del cosmos. “Espero que los nativos nunca lleguen hasta el interior de ellas, donde se encuentran las computadoras, lo más probable es que terminen destruyéndolas. Se necesitarán milenios para que aprendan a utilizarlas”, meditó. “Ruego que Soid, en su infinita sabiduría, logre conservar este fabulosos trabajo, sino perderemos para siempre el contacto con este fértil mundo…”. De inmediato, Tothsisamon elevó aún más su vieja nave con la que sobrevolaba esa región de Egipto, y desapareció del cielo viajando a una velocidad cercana a la de la luz. Los sacerdotes, militares y esclavos que se encontraban allí, solo lograron ver una estela dorada que los dioses habían dibujado en las alturas, no solo como una forma de demostrarles su satisfacción, sino también como una promesa del pronto regreso.

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