Obra de Rocío Tisera

martes, diciembre 8

Keiko

"Amanecer". Dibujo de Rocío Tisera



Keiko se despertó a la hora en que su padre salía a trabajar. Deben haber sido no más de las siete y treinta de la mañana, y esa traviesa niña de seis años ya no pudo volver a dormirse. Por eso se levantó sola, se calzó unas sandalias y corriendo salió a la calle. Inmediatamente se puso a jugar con un perrito vagabundo que husmeaba en la basura de la calle. Su madre aún dormía profundamente, tal como lo hacían los tres hermanitos de Keiko. La niña, con toda su inocencia, nunca podría haber imaginado que el peligro se acercaba. En un momento, el animalito pareció cansarse de los mimos de Keiko y decidió marcharse, corriendo por el callejón. La niña, que aún no se había cansado de jugar, salió a perseguirlo, siguiéndolo sin darse cuenta que se alejaba demasiado de su hogar. Luego de una larga persecución, finalmente Keiko pudo atrapar al perro, justo en el mismo momento en que una estridente alarma se escuchó en el aire. Era una señal de alerta para que la población se dirigiera a los refugios antiaéreos. Pero ella no entendía lo que sucedía.
De pronto, cientos de personas iban apresuradas por la calle. Muchas eran mujeres que huían desesperadas con sus niños semidesnudos, todos llorando asustados, chocándose entre si, buscando algún lugar seguro en donde resguardarse.
Al cabo de un par de minutos, Keiko volvió a estar sola en el medio de la calle. Tenía su perrito entre sus brazos, lo acariciaba y se reía, y muy pronto se olvidó de la escena que acababa de ver, aunque el ruido de tres aviones que surcaban el cielo le llamó la atención. Con mucha curiosidad se puso a verlos, mientras le hablaba a su nueva mascota y le contaba que eso que estaba allá arriba eran aviones, y que los aviones vuelan, y que a veces llevan gente y otras veces llevan bombas.
En un momento, ella se dio cuenta que estaba muy lejos de casa y regresó saltando y cantando sin dejar de abrazar a su amiguito. Volvió a mirar el cielo, y alcanzó a ver un brillo desmesurado que todo lo envolvía, como si el mismo sol se hubiera bajado del cielo para posarse sobre su casa.
Keiko nunca pudo llegar a casa.

(Eran las ocho y cuarto de la mañana del seis de agosto de 1945, cuando en Hiroshima, una ciudad de Honshu, la más importante isla del Japón, sufrió el genocidio causado por el primer ataque nuclear lanzado por los Estados Unidos. La bomba mató a más de 120.000 personas e hirió a 70.000, de una población de 450.000 habitantes. Hiroshima fue destruida casi en su totalidad. Tres días después, la ciudad de Nagasaki sufriría el segundo y último ataque nuclear de los Estados Unidos. Allí murieron 50.000 personas y 30.000 fueron heridos de una población d 195.000 habitantes. Todo se volatilizó en un segundo, a casi 4.000 grados dejando solo un hongo atómico de un kilómetro de altura.)

Luego del ruido ensordecedor de la explosión, hubo un largo silencio, y luego de ello, todo se convirtió en un coro de llanto y de lamentos. Cientos y cientos de fantasmas ciegos, sin cabellos, sin piel, deambulaban entre los escombros y las cenizas de lo que solían ser sus hogares, en busca de sus seres queridos.
Ya no existía ningún lugar adonde ir.

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