“Celeste, porque te fuiste, mi Celeste”, sollozó Víctor cuando volvió a ver el rostro de su esposa, aunque ya no era él mismo que conocía. Le besó la frente, y comprobó que estaba muy pálida, muy fría, muy… Ya había amanecido, y la radiante luz del sol, reflejada en sus lágrimas, pareció quemarle los ojos.
De pronto, un señor vestido de un lustroso traje negro se le acercó con lentitud, le volvió a dar el pésame y le dijo con voz resignada: “Señor, ya es hora de cerrar el ataúd”. Víctor, por un instante, estuvo a punto de decir que si, casi de forma automática, pero al mismo tiempo recordó el sueño en el que ese ángel le avisaba sobre la pronta resurrección de su esposa. “¡No!”, gritó, “¡Aun no! ¡Denle tiempo por favor!”.
El encargado de la sala velatoria, sorprendido, le preguntó sin perder su parsimoniosa formalidad, “¿Tiempo para que, señor?”. “¡Para que resucite! ¿Para qué va a ser sino?”, fue la sorpresiva respuesta. Al oír esto, las mujeres que se encontraban en la sala comenzaron a llorar aún con más desconsuelo, mientras que los hombres se acercaban a él para calmarlo e intentar hacerlo entrar en razón. “Tranquilo víctor, tranquilo. Tomá un calmante, estás bajo mucha presión y…” Pero él no los escuchaba, solo repetía una y otra vez, cada vez con más vehemencia, con más convencimiento, “¡No se van a llevar a mi mujer! ¡Ella va a resucitar! ¿No lo entienden? ¡Me lo dijo un ángel!”De nada sirvió que sus familiares y amigos intentaran convencerlo de que todo eso era totalmente imposible, no lo lograron ni aún recordándole por cuanto tiempo la pobre de Celeste sufrió por ese maldito cáncer que finalmente le robó la vida. Víctor no pudo, no logró, no quiso entenderlo. Es por esa misma razón que ahora, en este mismo momento, él se encuentra en su casa, observando fijamente el féretro abierto ubicado en el living, a la espera de que su amada mujer resucite, a pesar de que eso es algo sobrenatural, a pesar de que ya han pasado trece días desde que aquel ángel le hablara en el sueño.
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