Obra de Rocío Tisera

lunes, septiembre 3

Un gato negro


Un gato negro me mira desde atrás de un árbol. Aún no ha salido el sol, las calles están vacías y lúgubres, y mis pasos resuenan lentos, cansinos. Ese gato me sigue observando y sus grandes ojos brillan cada vez más. Pasé a su lado con un poco de aversión, no es que sea supersticioso, ya que eso para mi siempre fue cosa de tontos e ignorantes, pero sin saber la causa, mi piel se estremeció y apuré el paso intentando disimular el miedo. El felino nunca quitó su mirada de mí, al contrario, parecían que sus pupilas comenzaban a destellar un fuego cada vez hipnotizante. Cuando ambos estuvimos separados o más de unos cuantos centímetros, él se acercó y se refregó contra mis piernas. Bajé la mirada y ahí estaba él, con sus ígneos ojos, brillantes y hermosos, contemplándome mansamente. Maulló y acomodó su lomo para que yo lo acariciara. Lo hice y me alejé rápidamente. Unos metros más adelante, di media vuelta para observarlo por última vez y allí estaba ese gato negro, de pié, parado sobre sus patitas traseras, saludándome con su garrita derecha, diciéndome, y no maullándome, un “¡Adiós!”.
Tal vez por esta razón he empezado a odiar a los gatos negros.

FIN

2 comentarios:

Graciela L Arguello dijo...

Me encanta la imagen del gatito levantando la patita para decir adiós, ¿o tal vez te estaba advirtiendo de algo tan nefasto como para que no lo quisieras entender, y ahora odies a los gatos negros?

Estetica Lavanda dijo...

Me flipa lo que escribes,de verdad.