Salí apurado porque en diez minutos, Kevin saldría del jardín de infantes.
Yo llevaba aún en la mano el plano en el que estaba trabajando y que me estaba ocasionando demasiados dolores de cabeza. Si o si tenía que entregar el diseño al día siguiente. Caminé las dos cuadras que separaban el estudio de la escuela y llegué justo en el momento en que los niños comenzaban a salir. Kevin apenas me vio comenzó a gritar de alegría y luego de darle un rápido beso a su maestra, corrió hasta mis brazos.
-¡Papá! ¡Papá! ¡Vamos un ratito a la plaza! ¿Si?
Tenía poco tiempo en realidad. Pero Kevin, mi único hijo, me observó con su mirada tan típica, mezcla de picardía y de ternura, y no me pude negar. Además, yo me sentía muy culpable con él, debido a la reciente separación con Tania, su madre.
Solo contaba con una hora libre y antes de volver al estudio debía llevarlo a la casa de su abuela, o sea, mi ex-suegra.
La plaza se encuentra al frente del jardín de infantes, por lo que no perdí nada de tiempo en llegar, solo tenía que cruzar la calle. El tiempo lo solía perder esperando que él se cansara alguna vez de jugar en el tobogán, en la hamaca, en el sube y baja, en la calesita…
Me senté en un banco y comencé a revisar el plano, mientras miraba de reojo a mi amado niño, vigilando por las dudas que él no cruzara la calle.
-¡Kevin! ¡Ni se te ocurra cruzar la calle! ¿Me escuchaste?
Siempre me contestaba que si, y siempre me hacía caso.
Volví mi vista al plano, intentando detectar error, corregir defectos y verificar los cálculos, y me distraje por un momento, solo por un momento, olvidándome de todo lo que ocurría a mi alrededor.
Cuando escuché el chillido de la frenada, en mi mente resonó solo el nombre de mi hijo. Corrí hasta donde se encontraba ese auto, y ahí, en medio de la calle, estaba Kevin, sobre el asfalto, acurrucado y con los ojos cerrados.
Quise creer que ese hermoso niño estaba durmiendo. Le pedí a Dios que hiciera un milagro, y que mi hijo tan solo despertara y me abrazara como si nada malo hubiese sucedido. Pero no hubo ninguna intervención divina.
Kevin murió en la ambulancia camino al hospital.
Yo llevaba aún en la mano, el maldito plano en el que estaba trabajando.
Existe una leyenda que dice que Iván, “El Terrible”, cegó los ojos del arquitecto que diseño la magnífica Catedral de San Basilio, en Moscú, para que no pudiera volver a crear nada comparable. Yo tomé una decisión semejante.
Esa misma noche fui hasta el estudio en que trabajaba, y luego de quemar todos los planos y diseños, me quité los ojos con un cortaplumas que encontré en mi escritorio.
Por mi culpa, murió lo más bello que yo podría haber hecho en este mundo.
Sin mi Kevin, el mundo ya no tiene ningún sentido para mi.
FIN
A buen entendedor
Hace 3 días.
9 comentarios:
Angustioso, tremendo, pero muy bueno
hei! Gracias por pasarte! ,uy bueno este ultimo cuento!
Nicolás
holaaa!
gracias por pasarte por mi blog!
cuanto suspense, cuanta desesperacion, no se me angustio solo de leerlo, nadie tendria que vivir la muerte de su descendencia..... me encanta tu blog, segimos en contacto!!!
Los pilotos de formula 1, no tienen culpa d elo que hagan las escuderias...hasta que se demuestre lo contrario
cuidate besos!!!!
Fuerte, sencillamente fuerte, no creo que pueda decir nada mas.
Saludos desde El Salvador
Se me puso la piel de gallina al terminar de leer.
Saludos.
oye, y esa idea de donde la sacaste? de donde la inspiración?
tragico, pero interesante
saludos
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Siempre hacía caso hasta que un día no lo hizo. No hay culpa pero si despiste. De todas formas, lo más bello se fue por otro camino que evita seguir disfrutándolo . Quién no quiere ver, no hace falta que se quite los ojos, ya antes no veía.
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