Estaba borracho. Demasiado borracho, tal vez.
Iba caminando en zigzag por las calles vacías, en plena madrugada, buscando otro bar en donde poder seguir ahogando mis penas (aunque saben decir, y con razón, que las penas nunca se ahogan en alcohol, porque ellas saben nadar)
Recuerdo, lo poco que hoy recuerdo, es que de pronto levanté, con mucho esfuerzo, la mirada y me topé con un bar de mala muerte, en una zona bastante peligrosa como para andar solo a esas horas.
Pero los whiskys que había tomado esa noche, me habían dado ese toque de valentía, mezclado con un algo de inconsciencia y bastante de estupidez, por lo que no lo dudé demasiado y allí entré, a tomarme algunas copas más.
No tenía muchas opciones si quería seguir bebiendo. Del último bodegón que había encontrado abierto, me echaron por pelear con uno que estaba más borracho que yo… y ya se me habían acabado los lugares conocidos.
Me senté en una mesita, que se encontraba un poco escondida por la penumbra del lugar.
Se acercó el mozo, pedí un vaso de whisky y comencé a saborearlo lentamente, dispuesto está vez a disfrutar del momento…
Pero de pronto, unas luces rojas iluminaron el pequeño escenario que se encontraba delante de mí y que no había advertido al llegar a ese bar. Y sobre él, apareció una bella mujer, morocha, de cabello ensortijado y… completamente desnuda.
Lejos de lo que uno se puede imaginar, las personas que se encontraban allí, unos veinticinco borrachos, bien borrachos, la ignoraron por completo. Continuaron con sus miradas perdidas en el vaso o en la botella o hablando cosas incoherentes totalmente solos.
Incomprensivamente, la situación comenzó a cambiar cuando, desde un rincón del escenario, un asistente de la morocha le tiró un portaligas negro.
Lentamente, las miradas comenzaron a fijarse en ella, para observar como, con mucha sensualidad, se colocaba la lencería.
Luego le arrojaron una pequeña bombachita roja, la que ella se puso contorneándose eróticamente, ante los primeros suspiros y piropos de la platea masculina.
El delirio de los hombres comenzó cuando terminó de ponerse el corpiño, ya que a partir de ese momento, comenzaron a aullar como lo harían los lobos en celo en una noche de luna llena.
Y poco a poco, a medida que ella se iba vistiendo más y más, cubriendo así su original desnudez, la excitación de los que se encontraban en el bar, iba en aumento.
Pero todo se terminó de descontrolar en el instante en que ella, dando por finalizado su show, terminó de vestirse sus jeans, sus botas de cuero y su musculosa blanca.
Una turba de borrachos, se abalanzó ante ella, lanzándole piropos, declaraciones de amor e improperios varios, intentando tocarla, acariciarla o directamente secuestrarla…
Dos gordos que trabajaban de seguridad en el bar, debieron casi arrancarla de las manos de los más ebrios, que intentaban con toda violencia someterla a sus bajos instintos.
Y en medio del forcejeo, de los empujones y de alguna que otra trompada lanzada al voleo, una botella voló por los aires, luego fue una silla, luego una mesa… y ese fue el momento preciso en que decidí huir de ese bar de locos, dando por finalizado esa larga y extraña noche.
Seis horas después, ya pasado el mediodía, desperté en mi cama, con el hígado destruido y mi cabeza revuelta, intentando desesperadamente llegar al baño para lanzar el vómito.
No recuerdo para nada como llegué a casa, si volví en taxi, en ómnibus o caminando. Pero al menos, me tranquilicé al no encontrarme ninguna herida, salvo, como acabo de comentar, las hepáticas…
A la noche siguiente, ninguno de mis amigos me creyó lo que viví en el bar. La historia de la morocha que hacía el “al revés”, les pareció demasiado. Me respondían, entre risas y burlas, que lo que acababa de decir no era más que uno de esos delirantes cuentos de borrachos. Y lo peor de todo, es que temo que ellos tengan razón.
FIN
A buen entendedor
Hace 2 días.
1 comentario:
uoralee q viaje mazz loqo
m enqantoo
jajaj un besote
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