Una mañana de primavera, mientras iba en el ómnibus rumbo al trabajo, la vi por primera vez. Quizás para el resto de los pasajeros, ella no era más que otra persona semi-dormida que a esa hora debía cumplir con sus obligaciones. Pero para mi, ver a esa figura subir los escalones, extender su delicada mano para pagar el boleto y observarla ir con pasos sensuales hacia el fondo del pasillo del coche, era lo único que me consolaba a esa hora de la mañana.
Todas las jornadas compartíamos el mismo ómnibus y eso hizo que yo cambiara algunos hábitos, por ejemplo comencé a afeitarme todas las mañanas, dejé de ir con ropa de trabajo y empecé a vestirme de manera elegante, de forma tal que cualquiera que no me conociera, diría que trabajo en una oficina o en un banco, ¡bah!, en cualquier lugar menos que en esa maldita estación de servicio.
Pero más allá de eso, nunca tuve el valor para intentar sentarme a su lado e iniciar una charla. Sinceramente su belleza me intimidaba y si a eso se le suma mi eterna timidez, las posibilidades de conocerla se achicaban sensiblemente.
Tal vez, esa indecisión mía fue la razón de comenzara a soñar con ella.
La primera vez soñaba que los dos caminábamos, tomados de la mano, por un hermoso y gigantesco parque. En un momento nos detenemos, nos miramos a los ojos, nos abrazamos y cuando estábamos a punto de darnos un beso, la alarma del reloj despertador me sacó de ese hermoso sueño, destruyendo esa imagen que parecía tan real.
Otra noche, soñé que nos encontrábamos en un cine. Mientras veíamos la película, yo la abrazaba, viéndole de reojo el generoso escote de su blusa. De pronto, la acerco hacia mí, con la misma mano derecha con que la abrazaba y cuando ya podía presentir como sus ojos grises se cerraban y sus labios carnosos y tentadores se entreabrían, me despierto por culpa de unos descontrolados ladridos, que comenzaron en el patio de mi casa y se extendió rápidamente por toda la cuadra. Por más que estuve toda la madrugada tratando de volver a soñar con ella, el insomnio me ganó la partida.
Anoche volví a soñar con ella, con sus enrulados cabellos castaños claros, con su larga y delgada silueta. Llevaba un largo vestido blanco de tela muy fina y la hacía ver como a un ángel. Se apareció al lado de mi cama, sonriéndose y haciendo un sutil gesto con su mano para que la acompañara. De pronto comenzó a correr y yo, solo llevando calzoncillos, salí corriendo tras ella rumbo a la calle. Ella corría sin perder su forma elegante de moverse y cada tanto giraba hacia atrás y me miraba y se reía, seguramente porque mi cara demostraba la desesperación y el temor de perderla para siempre. La perseguí durante horas, cruzando por miles de calles hasta que al fin quedó acorralada en un callejón sin salida. La abracé fuertemente y cuando finalmente la iba a hacer mía, apoyó su cabeza en mi hombro y me susurró al oído: “Atrápame”, y desapareció esfumándose, desvaneciéndose de entre mis brazos. Yo me quedé de pie en medio de la calle, abatido y desolado, hasta que miles de risas a mi alrededor me recordaron de que solo llevaba puesto mis calzoncillos.
Otra vez el despertador me trajo a la realidad y esta vez me hizo pensar que de seguir así, iba a ir derecho al psicólogo.
Hoy ella, radiante y espléndida como siempre, subió al ómnibus y se sentó en la última fila de asientos. Estaba justo al frente de donde yo estaba sentado y se me hizo muy difícil evitar mirarla como si fuese un verdadero bobo.
Ella es hermosa, realmente hermosa y se que nunca me animaré a acercarme a su lado y hablarle.
La única forma de estar con ella, es esperar que la noche me lleve hacia el extraño mundo de los sueños y así soñarla, una y otra vez, hasta que al fin sea completamente mía.
FIN
A buen entendedor
Hace 2 días.
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