Obra de Rocío Tisera

viernes, noviembre 6

¡Papá! ¡Tengo miedo!

("El sueño de la razón produce monstruos" - Francisco Goya)


Era una madrugada de verano, deben haber sido algo así como las dos de la mañana y hacía demasiado calor. En mi dormitorio era imposible dormir ya que el ambiente estaba asfixiante y el ventilador del techo pasaba desapercibido en aquel sopor. Tanto Rosa como yo estábamos casi bañados en sudor en esa cama, por lo que intentábamos alejarnos el uno del otro para no acalorarnos más. No era una noche agradable para tener sexo. Hubiese deseado más un aire acondicionado que congelara mi cuarto que hacer el amor. Pero bien, el tema fue que en medio de ese sueño entrecortado, pesado y molesto, un llanto hizo que me sobresaltara. Era Milagros, nuestra hija, llorando por alguna pesadilla. Antes de que alcanzara a encender el velador para ir a verla, sentí sus pisadas acercarse rápidamente hacia el dormitorio y de pronto apareció ante mí. Estaba llorando. Milagros dio un salto y terminó acostada en mi cama, entremedio de mi esposa y yo. “¡Papá, tengo miedo!”, alcanzó a decir y quedó instantáneamente dormida. Abrazó a su mamá, estiró sus piernas sobre mí y dejó de llorar. El calor se me hizo aún más insoportable. Me levanté medio tambaleante, con los ojos entrecerrados y caminando como un sonámbulo, a darme una ducha. El agua salía del grifo tan caliente como si hubiese prendido el calefón. De todas formas, quedé un poco refrescado, sin esa incómoda transpiración que tenía pegada, y me fui a dormir al cuarto de mi hija. Ese lugar era mucho más fresco, quizás por la ventana que da al gran patio que tiene la casa. Corría una brisa fresca y gratificante, y casi no era necesario el ventilador. Me acosté en la cama de Milagros y quedé rápidamente sumergido en un profundo sueño…
Hasta que en un momento de la noche un ruido me despertó, un ruido bastante extraño. Creo que sonó como una risa, ¡si!, como una risa macabra y maligna, que provenía del extremo de la cama. Debo reconocer, muy vergonzosamente que sentí miedo, un miedo que hacía mucho tiempo que no me invadía. Junté coraje y me levanté a encender la luz, y aunque revisé debajo de la cama, no encontré nada raro. Apagué la luz, me volví a acostar, aunque ya no podía conciliar el sueño. Me había quedado pensando de donde pudo haber provenido aquella extraña risa. No pasó más de unos minutos cuando algo sucedió. Algo, o alguien, me golpeó, no muy fuertemente, pero lo sentí con claridad, en mi pierna derecha. Di un salto de la cama, encendí la luz y revisé todo el cuarto, pero nuevamente no encontré nada. Me volví a acostar, ya muy alterado, y con la intención de estar alerta por si algo sucedía nuevamente. Un par de minutos después sentí como si la cama se moviera, como si se deslizara levemente de un lugar a otro. No tuve que esperar nada más. Me levanté y casi corriendo fui hasta mi dormitorio. Me tiré en mi cama y abracé a mi hija a pesar del denso y húmedo calor que había allí. Tal vez, debo haberla despertado, porque en ese mismo momento ella, abrazándome también pero como si lo hiciera por compasión, me dijo susurrándome al oído: “No tengas miedo papá, ¡el cuco no existe!”. Igual, no pude dormir en toda la noche…

1 comentario:

Solera dijo...

magnífico!

que tengas un buen día