Obra de Rocío Tisera

martes, diciembre 26

Proyección astral

Es la primera vez que hago esto de la relajación, la concentración y la meditación.
Y si bien nunca me interesaron los cursos de yoga y ni siquiera me tomé el trabajo de leer aunque sea un solo libro relacionado con el tema, siempre me pareció que eso de la “meditación trascendental” no podía ser tan complicado como muchos dicen.
Y demostrando que estaba en lo cierto, en mi primer y único intento de tener una experiencia mística, obtuve resultados realmente sorprendentes.
Lo primero que hice fue sentarme en el suelo e intentar adoptar la postura que realizaban unos monjes zen en un documental que vi por televisión. Pero esa postura no pude sostenerla por mucho tiempo por la incomodidad y el dolor que me producía en las piernas, las rodillas y la espalda. Así que, simplemente, me recosté sobre la colchoneta que estaba en el piso, con mis manos extendidas a los costados y los ojos cerrados.
Luego de un buen tiempo, pude concentrarme y finalmente poner mi mente en blanco, llevando mi respiración a un ritmo lento y profundo, intentando detener ese torbellino de imágenes involuntarias que luchaban por invadir mis pensamientos.
El siguiente paso que realicé, fue visualizar mentalmente mi cuerpo como si estuviese observándome desde una altura similar a la del techo. Y me quedé un buen tiempo así, esperando que algo sucediera.
Cuando estaba a punto de abandonar ese ejercicio espiritual debido al rotundo fracaso, abrí los ojos y me encontré suspendido a la altura del techo, levitando boca abajo, observando como mi cuerpo aún se mantenía reposando dormido sobre el piso. Por un momento creí que todo se trataba de un sueño, pero no, no debía serlo, ya que podía pensar, razonar y me hallaba totalmente conciente. Luego de un breve tiempo me convencí de que todo era totalmente real.
Ya he perdido la noción del tiempo, pero calculo que han pasado varias horas, ya que por las ventanas observo que se acerca la noche.
He demostrado que la meditación trascendental no es tan difícil como se dice y que cualquier persona, aún aquella que no tiene ni la más mínima noción del tema, puede obtener increíbles resultados al primer intento.
No obstante, me queda una pequeña duda.
¿Cómo mierda hago para bajarme de aquí y volver a mi cuerpo?

FIN

miércoles, diciembre 20

La traición


Los dos estaban acostados, mirando fijamente el techo de la habitación de ese hotel por horas.
El silencio, que duró un largo momento, se debía a dos razones diferentes para cada uno. Para él, era producto del cansancio y del sueño que comenzaba a sentir. Pero ella, se encontraba callada por otra razón, estaba pensando como decirle algo muy importante.
En un momento ella lo mira, lo abraza recostándose sobre el pecho de él y murmura unas palabras, con un poco de miedo de que el se asustara.
-Deberíamos matar a mi marido… estoy cansada de estar escondiéndome, de tener la obligación de soportarlo, de tener que acostarme con él… Si no fuera por su dinero…
El cerró sus ojos, intentando fingir que dormía. Pero no lo pudo evitar y escuchó esas estremecedoras palabras.Pablo, un chico de 22 años, sentía fascinación por esa mujer hermosa, elegante y experimentada, pero ada del mundo, ni aún por una fortuna, se quería ver involucrado en un hecho de ese tipo.
Obviamente, para Laura, 21 años mayor, él no solo significaba un regreso a su juventud o una conquista para la envidia de sus amigas íntimas, sino que cada vez se comprometía más y más afectivamente con ese joven.
Los amigos de Pablo, no le creían cuando el contaba a el amante de Laura Bulrrich, la impactante esposa del acaudalado empresario siderúrgico Enrique Jornet Freites, pero se sorprendían de verlo llevar una vida con demasiados lujos para alguien que recién comenzaba a trabajar con un simple gimnasio. Si bien el local estaba ubicado en pleno Cerro de las Rosas y contaba con varios clientes de clase alta, no dejaba de ser un gimnasio más entre todos los que había en la zona.
Laura terminó su cigarrillo, mientras contemplaba a su joven amante dormir plácidamente. Se vistió con rapidez y luego de revisar los llamados que le habían realizado a su celular, le dio un beso a Pablo para despertarlo.
-Adiós mi amor, nos vemos mañana. Apúrate que se te está haciendo tarde.
Pablo se desperezó y cuando se levantó de la cama, Laura ya había salido. Se dio una ducha tibia y partió rumbo al gimnasio. A las 16,30 comenzaba el segundo turno.
Al día siguiente, luego de una intensa rutina de aerobox, Laura le entregó disimuladamente una carta. Pablo la recibió sin entender pero la guardó velozmente en su bolso.
No intercambiaron ninguna palabra y evitaron hacerse algún gesto suspicaz.
Había demasiada gente esa jornada, e intentaron no llamar la atención.Apenas Pablo llegó a su casa, abrió el bolso casi con desesperación y buscó esa inesperada carta.


“Hoy a la tarde Enrique va a ir al gimnasio. Trata de que haga los ejercicios más extenuantes y agotadores. Él tomará una pastilla cuando haya terminado. Trata de que la ambulancia se demore el mayor tiempo posible y todo quedará como si hubiese sido un paro cardiaco. Debido a su edad no despertará sospechas.”


La carta fue destruida inmediatamente. Tuvo pánico de quedar involucrado como cómplice de algo tan horrible.
Pronto llegó la noche y Laura comenzó a impacientarse.
No tenía noticias de lo que había sucedido con su esposo y temía que el plan que la llevaría hacia su felicidad, hubiese fracasado.Tomó un tranquilizante para poder conciliar el sueño y se acostó decidida a olvidarse del tema. Seguramente Pablo no quiso ni ir a verla ni llamarla para no despertar dudas con la policía.
Luego de tomar el calmante Laura durmió placidamente, pero nunca despertó.
Unos ladrones entraron a la casa y la asesinaron sin que ella supiera lo que estaba sucediendo.
La investigación policial fracasó en determinar quienes habían sido los asesinos de Laura y como habían hecho para ingresar a una mansión con tan sofisticados sistema de seguridad.
Al poco tiempo, Pablo cerró su gimnasio y se cambió de barrio. Ahora, no solo ocupa un importante cargo de gerente en una prestigiosa empresa siderúrgica, sino que también es la mano derecha de Enrique Jornet Freites. Y no es para menos.
Es muy difícil conseguir gente tan fiel y confiable, en estos tiempos en que por un puñado de pesos te puede traicionar a cualquiera, incluso la mujer que uno siempre ha amado y que cree que ese amor es correspondido.

FIN

lunes, diciembre 18

Eutanasia


Hace mucho tiempo ya que estoy atrapado en este maldito cuerpo inmóvil.
Lo se porque a pesar de no poder mover ni un solo de mis músculos estoy conciente. Demasiado conciente quizás.
Los primeros días luego del accidente (no recuerdo bien que fue lo que pasó, pero por lo que alcancé a oír de una charla entre enfermeros, parece que conduciendo una moto choque contra un colectivo) los primeros días decía, sentía a mi lado la presencia de todos mis amigos y familiares, pero con el correr de los días solo fueron quedando mis pobres padres haciéndome compañía.
Se que es egoísta lo que voy a pensar, pero estoy comenzando a temer que la vida se les escape a ellos antes que a mi y que yo quede durante años así, hablando solo, viendo y escuchando todo lo que sucede a mi alrededor, sin poder pronunciar ni una sola palabra, sin poder esbozar un solo gesto en mi rostro, sin poder flexionar ni por un instante mis dedos…
Me da mucha pena hacer sufrir de esta manera a mis padres.
Muchas veces, a la noche, antes de retirarse a casa, veo a mi madre llorar desconsoladamente a mi lado, implorando al cielo un milagro que ya dudo que pueda realizarse. Sufro la impotencia de no poder abrazarla y consolarla, de decirle que ya no sienta más pena por mi y que ya no está en edad paran esforzarse tanto en mi.
Ella debería estar en este momento en casa, descansando, tratando de llevar lo mejor posible los últimos años de su existencia. También sufro mucho por mi padre y si bien él es de carácter mas duro y reservado, muchas veces lo vi quebrarse a mi lado, con lágrimas en los ojos pero sin llorar, queriendo decir algo, pero sin lograrlo debido a sus labios temblorosos.
A veces siento terribles dolores de cabeza y las sondas que tengo conectadas a mi cuerpo para alimentarme, muchas veces se me hacen insoportables. Pero el mayor dolor que siento es sentirme atrapado en la peor prisión a la que pueden condenar a un ser humano.
Poco a poco me resigno a que pasaré hasta el último minuto de mi vida tal como lo soy ahora: una estatua de carne y hueso condenada al silencio y al olvido.
Si bien en mi "otra vida" nunca fui muy creyente, ahora siempre le pido a Dios que aunque sea una vez, me de la oportunidad de decir al menos dos palabras.
Diría al que me pudiera escuchar: "¡Déjenme morir!".

FIN

martes, diciembre 12

La vigilia

Dormía placidamente en una cama ubicada en un rincón de una habitación blanca y absolutamente desprovista de algún otro mueble o elemento decorativo.
Un crujido, que parecía provenir de algún lugar frente de mí, me despertó sobresaltándome y me quedé en silencio, expectante, aguardando escuchar algo más que me ayudara a adivinar de qué se trataba ese ruido. Pero de pronto la puerta que se encontraba en diagonal de la cama, se abrió y alguien encendió las luces de la habitación dejándome encandilado con las brillantes lámparas. Ante mis ojos aparecieron primero un arma, después la mano que la empuñaba y luego alcancé a distinguir la silueta de ese extraño que se perdía en la penumbra que había tras el umbral. Sentado en la cama y con la frente en alto, cerré los ojos y simplemente esperé que aquello sucediera.
Escuché el estallido del arma e inmediatamente alcancé a sentir un fugaz ardor en mi pecho, pero poco después todo dolor desapareció. Me sentí liviano, como si flotara o desapareciera, todo en cámara lenta.
Sin abrir los ojos en ningún momento, tuve un pensamiento que resonó como un eco interminable en mi interior: “¡Me estoy muriendo!”.
Simplemente, luego de eso, desperté.
Pasaron los años y ya había logrado olvidar por completo esa terrible pesadilla.
Hasta este momento.
Hace un par de horas, acabo de llegar a esta ciudad para cerrar un importante negocio para mi incipiente empresa y, como aún no cuento con mucho dinero, me hospedé en una habitación de un modesto hospedaje. Me recosté un momento sobre la cama y me pareció tener un “deja vú” al ver esa habitación blanca, absolutamente iluminada y curiosamente vacía de otro mueble que no fuera la cama en donde me encontraba recostado.
Me puse de pié de un solo salto y fui hasta mi valija, que había quedado tirada en el piso. Revolví mi mano entre las cosas que llevaba allí, hasta dar con lo que estaba buscando. Apagué las luces y rápidamente volví a acostarme. Me tapé con esas blancas sábanas hasta la cabeza, sin dejar en ningún momento de sujetar firmemente mi revolver.
Ya deben ser más de las tres de la mañana y aún no consigo conciliar el sueño.
Me mantengo en vigilia, esperando encontrar algún indicio, aguardando espantado aquel ruido que me indique que aquel sueño que tuve hace mucho tiempo, hoy, increíblemente, se está volviendo realidad.

FIN

martes, diciembre 5

El pan

La infinita arena era como un espejo que despedía la poderosa luz del sol por todos los rincones del desierto. Soportando estoicamente el cruel calor, hace ya más de 2000 años, un beduino montado sobre su inseparable camello, llegó hasta la ciudad de Nazareth, dando un suspiro de alivio cuando vio la plaza en donde se encontraba uno de esos típicos puestos de mercado.
Los gritos de los vendedores, pregonando sobre la excelente calidad de sus dátiles, túnicas, comidas tradicionales y miles de cosas más, inundaban el seco y cálido aire de esa región de Medio Oriente. El beduino se sentó en el polvoriento suelo, apoyando sus espaldas en un viejo muro que le brindaba una deliciosa sombra, mientras su camello tomaba unos sorbos de agua de una fuente.
Sacó de sus alforjas, envuelto en un lienzo, un trozo de pan que había comprado antes de salir de su pueblo natal. Pueblo al que quizás jamás podría regresar, ya que allí su vida corría un gran peligro y la prueba de ello era el parche que cubría la cuenca vacía de su ojo derecho. Aquellos matones pagados por el padre de su amada habían hecho bien su trabajo. Si él volvía a acercarse a su hermosa Sara, sería hombre muerto.
Pensando en esto y en que haría de su futuro, no se dio cuenta de que un chiquillo de no más de cinco años estaba sentado a su lado. El beduino lo miró con ternura y extendiendo la mano que sostenía el pan, le preguntó: -¿Tienes hambre?
Pero se quedó en vano esperando una respuesta.
El chico, de pronto, abandonó su rostro sereno y dulce, y tomando el pan de la mano del beduino, lo lanzó con todas sus fuerzas, haciéndolo caer cerca de donde se encontraba el camello.
El beduino, sorprendido, se quedó observándolo sin decir nada, hasta que el niño se largó a llorar y salió corriendo, perdiéndose entre la gente.
Veinticinco años después, ese mismo beduino volvió a pasar por esa ciudad.
Disimulaba bastante bien sus cincuenta años y el destino le había sido bastante favorable. Logró hacer una pequeña fortuna, pudo casarse con su querida Sara, una vez que el padre de ella falleció y lo más importante, es que nunca se había sentido tan feliz en su vida.
Volvió a esa plaza, en donde aún se encontraban las tiendas de mercadeo y se sentó en el suelo apoyado contra ese muro que detenía las continuas corrientes de viento y arena, tal como lo había hecho cinco ros atrás.
Mientras él se encontraba perdido en sus pensamientos, un joven de cabellos negros y largos, de barbas y ojos oscuros y profundos, de pronto salió de ente medio de la multitud y lo enfrentó.
-Quizás no me recuerde, pero hace mucho tiempo ya, usted y yo nos encontramos aquí.
-Te recuerdo como si hubiese sido ayer –Murmuró el beduino.
-Le pido disculpas por lo mal que reaccioné ante su noble gesto. Se que han pasado muchos años y quizás le sorprenda, pero siempre me ha mortificado aquel recuerdo, porque aún no entiendo que me llevó a actuar de esa manera.
-No te sientas mal, que yo solo vine a agradecerte. No me preguntes como supe que te encontraría, porque a decir verdad, ni yo se bien que hago aquí. Solo se que si tú no te hubieses aparecido aquella tarde cuando tu solo eras un niño, yo hubiese comido de ese pan. Y de haber sido tú el que lo hubiese probado… A ese pan lo habían envenenado y las manos que hicieron ese trabajo fueron las de los sicarios contratados por alguien que me odiaba ciegamente. Cuando tú lanzaste el pan cerca de mi camello, él lo comió y en menos de media hora ya se encontraba muerto. Tu presencia me salvó la vida, tu reacción te salvó la vida a ti. Por eso vine a darte las gracias. Por cierto, aún no nos hemos presentado…
-Mi nombre es Abdul. –Dijo el beduino.
-Mi nombre es Jesús. –Dijo el joven.

FIN

martes, noviembre 28

¡Me cago!

De pronto, mi frente se empapa de un frío sudor. Una puntada, un dolor agudo en mi estómago, me hace encogerme y el malestar mis sentidos rápidamente. Es lamentable, es totalmente inoportuno. Me estoy cagando y los bruscos movimientos del destartalado ómnibus, en el que voy de sufrido pasajero, sobre las destrozadas calles de la ciudad, no ayudan a aliviar este terrible sufrimiento. Mira vos, yo que nunca me preocupe ni por el estado del transporte público, ni por el deterioro del pavimento, ni por todo ese tipo de cosas, ahora estoy, sin embargo, odiando al intendente, al gobernador, al presidente y a todos aquellos que sean culpables de esta tortura que me están haciendo pasar. ¿Pero qué puedo hacer? Estoy a medio camino y falta mucho para llegar a la casa de mi novia. Pero no puedo ir en este estado a la casa de Fabiola… Me haría morir de vergüenza tener que pedirle permiso para pasar al baño y más aún, me daría vergüenza salir después de él, con todo el pútrido hedor que seguro dejaré detrás de mí. Intento utilizar la autosugestión, ignorar el estremecimiento, pensar en otra cosa, pero no hay caso. Me estoy cagando, nomás. Entonces tendré que ir eliminando poco a poco los gases que presionan en mí. Estoy sentado a lado de la ventanilla, por lo que la abro haciéndome el distraído para sofocar el calor que tengo y de paso para tomar un poco de aire. Aire que muy probablemente, necesitara el resto de los pasajeros, una multitud debido al horario, algunos segundos más adelante. Poco a poco, concentrándome en el movimiento de los músculos, voy dejando que ese molesto gas que me tiene a maltraer vaya saliendo al exterior, intentando aliviar de esta manera el agudo dolor que tengo en mi abdomen. El silencioso, pero a la vez potente vaho salió de mí quemándome el ano, diseminándose velozmente como un poderoso gas letal por todo el ómnibus. La gente no pudo disimular la pestilencia de la atmósfera y comenzó a abrir rápidamente la totalidad de las ventanillas, olvidando el helado aire invernal que entraba por ellas. La viejita que estaba sentada a mi lado comenzó a abanicarse con una revista de tejidos y me sentí totalmente avergonzado por lo que acaba de hacer. Ya no me tiraré más pedos, me dije para mis adentros, no solo por el devastador efecto que causó, sino también porque al hacerlo, casi se me escapa algo a más sólido que gaseoso. Por lo tanto hice un supremo esfuerzo para levantarme del asiento sin cagarme y aprovechando que estaba cerca de la puerta de descenso, me abalanzo sobre el timbre y a la primera parada me bajo. No sin poco dolor, arrastré mi humanidad por las calles, hasta que logré divisar un sitio baldío que me dio una alegría semejante a la que un beduino extraviado en el medio del Sahara sentiría al ver un refrescante oasis. Ingresé sigilosamente en ese terreno baldío, protegido por la intimidad que me regalaban los altos y frondosos yuyales e hice lo que irremediablemente tenía que hacer (en eso de los altos y frondosos yuyales, no me quejaré de ningún intendente, ni gobernador, ni presidente). Me limpié con el suplemento de economía de un diario que estaba tirado por allí y me subí los pantalones con un alivio tan grande, con una paz física y espiritual tan inmensa, que hubiese cantado el Himno Nacional con todas mis energías de no ser que quería evitar que los vecinos del lugar me descubrieran y me denunciaran a la policía. Estaba a veinte cuadras de la casa de mi novia y la lluvia amenazaba ese gélido mediodía de agosto, pero ya nada me importaba. Iba feliz y liberado a ver a mi amada Fabiola.

FIN

domingo, noviembre 19

Elecciones en el Edén


Cuenta una leyenda que lo que está escrito en el Libro Génesis de la Biblia es totalmente falso. En realidad, por entonces el Edén vivía convulsionado debido a que la política predominada en todos los estratos de la sociedad, al punto en que todos sus habitantes se habían organizados en partidos políticos. Las aves, sobre todo los cóndores y las águilas, se agruparon en la “Unión Cívica Rapaz”. Con el tiempo, la mayoría de sus adherentes fueron las aves carroñeras, imponiéndose úmero, los buitres. Entre los peces, se conformó el “Socialismo Acuático”, el cual nunca pudo convertirse en una fuerza homogénea, ya que estaba dividido en dos corrientes antagónicas, la “Corriente de Mar” y la “Corriente de Río”. Entre los animales terrestres predominaban dos tendencias. Una de ellas era el movimiento “Justicia Lista” encabezado por Adán y Eva, los cuales, aprovechando el hecho de ser ellos los animales más inteligentes, convirtieron su partido en el más populista del Paraíso. El otro sector era la “Alianza Liberal”, en la cual los gorilas y los chimpancés eran los que tenían más poder de decisión. Ellos eran partidarios de engrosar sus filas con el Lu.Ci.Fer (Lucha Civil Fervorosa), agrupación que respondía a la Serpiente. A una semana de las elecciones, todos los partidos políticos comenzaron a repartir bolsones de frutas entre los votantes, lo que fue en vano, ya que lo que más sobraba en el Edén era la comida. También repartieron colchones, subsidios, becas… pero lo que más sobraba en el Paraíso era el bienestar. Entonces, ante el fracaso de la demagogia, los discursos de la campaña política se fueron tornando cada vez más violentos. El Socialismo Acuático acusaba a la Unión Cívica Rapaz de que a sus gobiernos siempre se les volaban los pájaros, de que estaban desconectados de la realidad del pueblo ya que ellos vivían en el aire y que de ganar ellos, todos terminaríamos desplumados. A su vez, la Unión Cívica Rapaz denunció por todos los medios de que el Socialismo Acuático hacía agua por todos lados, de que sus integrantes eran unos pescados que andaban en negocios de mal olor y que de ganar, todos terminarían cayendo en una red de corrupción. El movimiento Justicia Lista, apoyado por el gremio de hormigas obreras, abejas recolectoras, castores ingenieros, horneros albañiles y pájaros carpinteros, acusaron a la Alianza Liberal de hacer quedar a la democracia como la mona, an peligrosos como mono con navaja y que cuando se discutía sobre política económica se iban por las ramas. Pero la Alianza Liberal, en lugar de contraatacar, les ofreció sumarse a su frente, para asegurarse todo el espectro de la centroderecha política. La propuesta fue aceptada rápidamente por Eva, que usó toda su influencia para que Adán aceptara. Muy pronto, miles de afiches de la Alianza Justicia Lista Liberal empapelaron los árboles, mostrando una foto de Adán, Eva y La Serpiente abrazados sonrientes.Luego de un reñido escrutinio, no exento de denuncias de fraude, impugnaciones y amenazas varias, finalmente venció la formula conformada por Adán y Eva, que a partir de ese momento comenzó a ser llamada por el pueblo “Evita”. Al comienzo todo fue paz y tranquilidad, hasta que un día La Serpiente, ministra de economía del gobierno, recomendó privatizar todos los árboles frutales del Paraíso, sobre todo los manzanos, para generar ingresos extras. Adán, acompañado como siempre por su esposa Evita, se asomó por sobre la copa de un árbol, y comenzó a decirle al pueblo: -"Compañeros, de ahora en más los frutos de los árboles pasarán a pertenecer a la compañía extranjera: A.V.E.R.N.O. S.A. , empresa que fijara el precio que de ahora en más comenzaran a tener”. Inmediatamente, el pueblo se autoconvocó a la Plaza Mayor del Edén y entre insultos, pedradas y quemas de troncos, repudiaron la privatización y no solo obligaron a Adán, Evita y La Serpiente a abandonar el poder, sino que también debieron irse expulsados del Paraíso. Por lo tanto, no fue el Dios de los cielos quién desterró al primer hombre del Edén. Fue el otro Dios: "El Pueblo".

(Al) FIN

martes, noviembre 14

Doce pasos


“En la cancha, mis jugadores dejan la vida” (Cualquier director técnico de fútbol, de cualquier lugar del mundo)

El Jugador número 10 del equipo visitante estaba a un par de metros de la pelota.Tenía la mirada fija en ella, mientras se iba acercando confiadamente para volver a acomodarla en el punto de penal. La ubicó de la forma que le pareció más adecuada y se quedó con sus brazos en jarra, esperando que el árbitro diera la orden de ejecución. En la tribuna que se encontraba detrás de ese arco, los hinchas rivales lo insultaban violentamente, mientras que algunos de los fanáticos más exaltados se trepaban por el alambrado perimetral, amenazando con ingresar a la cancha en caso de que él convirtiera el gol. Ellos le juraban que no saldría vivo de la cancha. El tablero electrónico del estadio indicaba que el marcador se encontraba cero a cero y que ya se había cumplido los noventa minutos reglamentarios. Lo más seguro, es que luego del penal, el réferi diera por terminado el encuentro. Este partido, no se trataba de uno más del torneo; era la mismísima final del Campeonato Nacional. Unas cincuenta mil personas colmaron entusiastas el Estadio Olímpico, y tal vez medio país lo estaba viendo en directo por televisión o escuchando por la radio. Esa era la presión que tenía que soportar ese número 10, que estaba a punto de convertirse en ídolo indiscutido del club, o en el caso de fallar, de transformarse en el blanco de todos los insultos de esos mismos hinchas de su equipo. El jugador miró el palo derecho del arquero, después el izquierdo, luego fijó su mirada en el arquero que intentaba intimidarlo con sus arengas, para terminar observando al árbitro que se demoraba en hacer sonar el silbato… hasta que finalmente, terminando con el patético suspenso, dio la orden. En esa fracción de segundo en la que inició la carrera para patear el penal, pasaron por su mente mil imágenes, en las que él aparecía convirtiendo el glorioso gol, para luego festejarlo bajo una lluvia de flashes, celebrando la histórica victoria por toda la ciudad… Tampoco podía dejar de imaginar la emoción que seguramente, estaba sintiendo en ese momento su familia, sus padres y sus amigos. Pero nada lo intimidaba. Él estaba absolutamente convencido, de que no había ninguna posibilidad de que fallara ese tiro penal. Hizo tres ligeros pasos, e impulsó la pelota con su pié izquierdo hacia el palo derecho, mientras el arquero se lanzaba, sin mucha convicción, hacia el poste contrario. La pelota se dirigió tan mansamente hacia la red, que antes de que ella cruzara la línea de gol, ese talentoso número 10 ya había iniciado una alocada carrera festejando el tanto del triunfo. Fue en ese momento cuando, desde la tribuna que tenía enfrente, un trozo de ladrillo fue lanzado por un violento hincha, impactándolo en la cabeza, a la altura de la sien. El héroe del partido cayó fulminado, exánime sobre el verde césped, mientras que la alegría de los hinchas, que ignoraban lo sucedido, se desataba en la tribuna visitante. Irónicamente, el jugador número 10 perdería la vida en el preciso instante en que el árbitro, mirando hacia el centro de la cancha, convalidaría el gol, decretando el fin del partido.

FIN

martes, noviembre 7

Gemelos


Muy al contrario de lo que comúnmente se cree, no todos los hermanos gemelos son unidos ni tampoco se llevan tan bien como muchas veces se suele decir por ahí. Por ejemplo, este es el caso de los hermanos Tardetti. Ellos, Román y Andrés, a pesar de ser físicamente iguales, se aborrecían irremediablemente y podría decirse que ese odio mutuo que se sentían, nació en el mismo momento en que ellos estuvieron frente a frente. No hubo un psicopedagogo en toda la ciudad que pudiera solucionar esa triste enemistad y ni siquiera que lograra apaciguarla un poco. El mismo odio que ambos se tenían, obligaba a ellos a que durante toda la vida intentaran diferenciarse lo más posible: mientras uno usaba ropa informal, el vestía saco y corbata; si uno era fanático de la música rock, el otro escucharía solo música romántica, cuando uno era hincha fanático del fútbol, el otro lo sería del básquet, y cientos de cosas más por el estilo. Nunca tuvieron amigos en común, ya que siempre se preocuparon de moverse en ambientes totalmente distintos y al final terminaron de separarse definitivamente cuando cumplieron la mayoría de edad. Román decidió independizarse y probar suerte en Buenos Aires. Su hermano se quedó en Córdoba, en el barrio de toda su vida y cada uno formó su familia, sin que ninguno de los dos supiera lo más mínimo del otro. El tiempo pasó y nunca llegaron a encontrarse, ni siquiera en las fiestas que se realizaban en la casa de sus padres, ya que tanto sus progenitores como el resto de la familia, siempre intentaban evitar que los díscolos hermanos se encontraran, para evitar todo tipo de peleas y momentos desagradables. Por lo tanto, siempre invitaban solo a uno de ellos, ya sea para navidad, año nuevo, pascuas o cumpleaños. Pero una noche, a pesar de todo, volvieron a encontrarse. Aunque tal vez sin saberlo. Andrés viajaba en su auto rumbo a Buenos Aires para ver el partido que Talleres, el equipo de sus amores, jugaría contra River Plate en el estadio Monumental. Por esa ruta, pero en sentido contrario, Román viajaba en su camioneta hacia Córdoba, para presenciar la emocionante serie final de básquet en que Atenas, el equipo de toda su vida, enfrentaría, en su estadio, a Boca Juniors. Andrés y Román se reencontraron, pero no hubo ningún abrazo fraternal, ni pedidos de disculpas, ni siquiera un tímido y silencioso saludo. Ambos hermanos se encontraron cuando sus respectivos coches se chocaron de frente, mientras manejaban a gran velocidad. Los peritos de la policía determinaron que ambos conductores estaban alcoholizados y que alguno de los dos debió quedarse dormido. En mi imaginación, puedo ya ver como uno de los dos hermanos, digamos Andrés, pronuncia antes de morir la siguiente frase: “¡Animal! ¡Cómo te vas a cruzar de carril!”. Mientras Román le contesta enfurecido: “¡Hijo de puta! ¡Cómo vas a andar con luces tan altas!”…

Solo en un pequeño punto coincidieron los gemelos Tardetti, una sola cosa en toda la existencia. Ambos habían pedido en algún momento de sus vidas, que en el momento de morir, deseaban ser cremados y que sus cenizas fueran arrojadas en un lugar que para ellos tenía un valor muy caro a sus afectos. Sus familiares creyeron que lo que no habían podido hacer en vida, quizás lo lograrían ahora, por lo que prepararon una ceremonia muy especial para el momento de derramar las cenizas de ambos hermanos. El lugar elegido fue un sitio cercano a la casa de campo que los Tardetti poseen en la ciudad serrana de Cura Brochero. Los familiares llevaron los cofres que contenían las cenizas de ambos hasta el río Panaholma, quizás uno de los pocos lugares en que los hermanos Tardetti fueron felices estando juntos, en aquella época en que solo eran unos inocentes niños.Primero abrieron el cofre de Román y sus cenizas fueron desparramadas sobre la tibia y mansa corriente de agua. Sus restos flotaron sobre el río hasta que se perdieron en la distancia. Luego le tocó el turno a Andrés.Y allí sucedió algo tan extraño, que mientras algunos familiares se persignaban repetidamente por el temor que los invadía, otros simplemente atinaron a cruzarse miradas incrédulas y sonreírse nerviosamente. Porque en el momento de volcar el cofre sobre el río, una fuerte ráfaga de viento llevo las cenizas de Andrés al lado contrario, lanzándolas hacia la orilla en donde todos se encontraban reunidos. Los familiares se marcharon bastante conmocionados del lugar y, quizás con un dejo de tristeza por la eterna desunión de los gemelos, nunca jamás volvieron a hablar sobre el tema.

FIN

viernes, octubre 27

La ayuda

El joven regresaba de la casa de su novia. Eran las diez de la noche y las calles, bastantes oscuras y desiertas, le obligaron a apurar un poco mas el pedaleo de su bicicleta.
Todo iba bien, hasta que un tumulto en una esquina lo puso en estado de alerta. Un grupo de personas, quizás unas cinco, estaban golpeando a un chico que estaba tirado en el piso. El aminoró la marcha, ya que solo estaba a unos metros del lugar y solo se quedó un poco más tranquilo cuando tuvo la certeza de que esas personas comenzaban a alejarse de allí.
Pudo ver aún a la distancia, como uno de ellos se retiraba del lugar con la mochila que aquel chico había sostenido con todas sus fuerzas cuando, indefenso en el suelo, era atacado con puntapiés y puñetazos.
El joven se acercó a él, pedaleando lentamente, temiendo que aquella patota regresara.
Solo se bajó de la bicicleta cuando se terminó de convencer de que ya no corría ningún peligro.
El chico, de unos quince años, se quejaba adolorido, tirado sobre la vereda. Tenía la cara desfigurada, producto de los golpes que había recibido y tal vez, tenía un par de costillas fisuradas. El chico intento ponerse de pie, pero el joven se lo impidió.
-Esperá hasta que pase alguien que pueda darnos una mano. No te muevas…
El chico no le presto atención y lastimosamente se puso de pie, abrazándose al joven para no perder el equilibrio. Llevó temblorosamente la mano hacia el bolsillo trasero de su pantalón y sacó una pequeña cuchilla que, con un golpe seco y brutal y quizás con las pocas fuerzas que le quedaban, hundió en el abdomen del compasivo joven que se desplomó lentamente, con un gesto sorprendido, sobre la fría calle.
-No le pude robar la mochila a esos giles, pero me desquito con este otro gil.
El joven ladrón, aun bastante adolorido, sacó de uno de sus bolsillos un envoltorio que contenía cocaína y lo aspiró violentamente. Le quitó la billetera al joven que tirado en la acera comenzaba a desangrarse y luego de darle una violenta patada en la cabeza, se subió a la bicicleta que había quedado apoyada contra el cordón de la vereda y se marchó, lastimosamente del lugar.

FIN

El maletín

Me bajé del colectivo en el boulevard Perón. Era cerca de las nueve y media de la noche y había muy poca gente en la calle. El frío del mes de junio había llegado con todo y era obvio que más de uno ya estaba acostado en su cama calentita, tal vez mirando televisión, tal vez mimoseándose con su pareja o directamente durmiendo. Yo los envidiaba sinceramente y de no haber sido por el cumpleaños de mi amigo, dudo que hubiese salido de mi casa. Pero bueno, así somos los amigos, por lo que mas allá de ser miércoles y de esa fina llovizna que empezaba a caer, no me quedó mas remedio que ir a visitarlo.
Crucé el puente de la avenida 24 de Setiembre y pude ver al río Suquía crecido y furioso como hacía mucho tiempo que no se lo veía. ¿Cuántas veces habré pasado ya por ese lugar, a lo largo de mi vida? Llegué a la plaza Alberdi y la crucé en diagonal para acortar camino, atravesando el puentecito que se encuentra sobre la gran fuente.
Fue en ese lugar desde donde pude contemplar la sangrienta escena.
Semiocultos por la escasa iluminación en ese sector de la plaza, detrás de unos grandes árboles, se encontraban dos hombres, frente a frente, discutiendo en voz alta, seguramente creyendo que no había nadie alrededor. Entre medio de los dos se encontraba un maletín y parecía ser que su contenido era el causante de esa agria disputa.
En el momento en que iba a desviar mi ruta para no tener que pasar cerca de ellos, esos dos tipos, al mejor estilo de las antiguas películas de vaqueros, sacaron rápidamente sus revólveres del interior de sus camperas y gatillaron casi al unísono.
Sincronizadamente, ambos cuerpos cayeron sobre el resbaloso barro, que poco a poco comenzaba a volverse casi una pequeña laguna debido a la persistente llovizna.
El maletín quedó en el piso, parado, sin siquiera tambalearse.
Los disparos deberían haber despertado a los vecinos que viven en el lugar, pero quizás ambos estallidos fueron confundidos con los múltiples truenos que regalaba la noche o tal vez fueron aplacados por el constante ruido del paso de los ómnibus, camiones y autos que circulan por la avenida. Lo cierto fue que nadie salió a la calle, ni dio parte a la policía, y yo me quedé allí, estático, viendo a esos dos hombres, o mejor dicho "cadáveres", tirados en el fango. No se porque razón me acerqué, ya que yo no me encontraba completamente seguro de que se hubiera acabado el peligro. Pero fue más grande mi curiosidad que mi temor y mi mirada se quedó fija en el maletín y en el misterio que contenía.
Sin pensarlo, tomé el maletín y me fui presurosamente por la calle Lima, recordando que no muy lejos de ahí, a unas cuatro cuadras sobre la avenida, se halla un precinto policial. Doblé por Deheza y comencé a subir la empinada calle sin darme cuenta que estaba completamente empapado. Mi corazón latía alterado, ya que tenía pánico de ser perseguido u observado en ese momento. Cada tanto miraba hacia atrás, ya que quizás producto de mi imaginación, escuchaba pasos y extraños ruidos que me ponían cada vez más nervioso, al punto de arrepentirme de haber tomado esa decisión. Pero…
¿Y si dentro del maletín había dinero, o joyas, o cualquier otra cosa de valor? ¿Quién podría sospechar de mí? No existían testigos del momento en que yo lo tomé, y ni la policía, ni la mafia –si es que sos dos tipos eran mafiosos- podrían saber mi identidad.
Mientras pensaba en esto, llegué a la conclusión de que no era una buena idea visitar a mi amigo, ya que nadie debería verme con aquello que robé.
Seguí caminando, ahora con rumbo al centro de la ciudad, y tomé el colectivo que me llevaría de regreso a mi casa.
Eran las once menos cuarto y aproveché para hacerle una llamada a mi amigo deseándole un feliz cumpleaños y excusándome o haber ido a saludarlo.
Una vez arriba del ómnibus, mis dedos se movían nerviosamente sobre el maletín que ahora descansaba sobre mis rodillas. ¿Y si dentro de él en vez de dinero había drogas? ¿Como me las sacaría de encima? ¿Y si se tratara de papeles que comprometían a alguien importante? ¿Me animaría a llevar adelante un chantaje o una extorsión? ¿Qué otra cosa podría haber ahí dentro? ¿Un arma, documentos, balances contables, algún objeto antiguo…?
El peso del maletín no ayudaba mucho a dar una idea de lo que contenía, así como tampoco el sonido que se producía al moverlo. Solo al llegar a casa, podría develar el enigma que me tenía perturbado.
Llegué a la estación terminal de Monte Cristo luego de un viaje que se me hizo interminable y las cuatro cuadras que me separaban de casa las hice prácticamente corriendo. Al regresar a casa, mi esposa me miró con cara sorprendida, ya que no me esperaba tan temprano. Le di un rápido beso, le tomé la mano dirigiéndome hacia la cocina y coloqué el maletín sobre la mesa. Simplemente le dije: "Encontré esto mi amor".
Quité los seguros y lo abrí.
Fue todo como una pesadilla.
El segundero del explosivo nos indicó que solo teníamos veinte segundos para huir despavoridos de ahí.
La casa y media cuadra a la redonda, quedaron completamente destrozadas tras la violenta explosión que se produjo.

FIN

miércoles, octubre 18

Breve e interminable historia

Ella se encontraba pálida y ya casi sin respiración sobre el frío piso.
Él, apenas entró en esa cabaña situada en la cima de la montaña, desesperado, se dio cuenta rápidamente que su esposa había sufrido un paro cardíaco y sabía que debía apurarse en llevarla al único centro de salud que existía en ese pequeño poblado. Afuera, una tormenta eléctrica iluminaba la naturaleza, mientras los truenos hacían vibrar el valle de una manera que hacía parecer que en cualquier momento todo se iba a desmoronar. El muchacho, en medio de la lluvia, cargaba a su joven esposa, fría y casi sin vida, mientras sus pies se hundían en el barro del sendero rumbo a su camioneta. En ese instante, un furioso rayo cayó en el lugar en donde ambos se encontraban. Luego del terrorífico estruendo que acompañó a esa deslumbrante luz, la mujer, que fue alcanzada por esa gran descarga eléctrica, reaccionó llena de vida y de forma casi milagrosa, pudo ponerse de pie. Cuando ella, desorientada y aún conmocionada por lo sucedido, vio que a sus pies se hallaba el cuerpo inerte de su esposo, lo tomó de un brazo con las fuerzas que le quedaban y comenzó a arrastrarlo por el lodo, con dirección a donde se encontraba la camioneta. Pero no alcanzó a recorrer un metro, que un nuevo rayo cayó en ese mismo lugar. En esta oportunidad, el resultado fue inverso. Ella quedó en el piso, quizás a punto de exhalar, nuevamente, último suspiro, mientras él lentamente se incorporaba sobre sus pies, que tiritaban por la debilidad y el frío, intentando llegar de una vez a la camioneta con el cuerpo inconsciente de su esposa. Pero por esas cosas inexplicables de la naturaleza, un nuevo relámpago cayó en el lugar, con el resultado que ya muchos pueden imaginarse. Ese fenómeno se repitió una y otra vez, durante toda la noche.
Al día siguiente, varios habitantes del pueblo juraban incansablemente a todos aquellos que quisieran escuchar la historia, que habían oído con suma nitidez en medio de la tormenta, como una risa grave y estridente retumbaba en los conmocionados cielos.

FIN

Tres viejitos

1
Sentados en un banco de la plaza San Martín, tres ancianos observaban fijamente en dirección a la histórica Catedral. Ninguno de ellos hablaba y probablemente ninguno de ellos se conocía. Tal vez por esta razón, el trío mantenía el silencio propio de aquellos que hallándose en el final de sus vidas, contemplan el mundo con mucha tranquilidad, con bastante paciencia y con algo de resignación. Unos metros más allá, sobre la explanada, había quedado estacionado el micro de excursión que había traído a la ciudad de Córdoba al contingente de los jubilados al cual ellos pertenecían. Pero alrededor de los ancianos, el resto de la gente se movía vertiginosamente y así como la peatonal era un incesante y gigantesco hormigueo humano, la calle era un malón ruidoso e incontenible de autos, taxis y ómnibus.
De pronto, en esa fresca pero hermosa mañana primaveral, uno de aquellos ancianos tosió como intentando aclarar la voz. Era quizás el menos viejo, o lo que es lo mismo, el más joven del grupo. De poco más de sesenta y cinco años, seguramente recién jubilado, era el único que intentaba disimular la edad. Su calva, oculta bajo un obvio peluquín y su forma de vestir informal y hasta juvenil demostraba que él era el más presumido de ellos. Volvió a toser y sin dejar de observar la Catedral, tal como lo hacían los otros dos viejitos, comenzó a hablar sin importarle si sus compañeros de banco le prestaban atención o no.
2
“No se porque esta mañana me trae a la memoria algo que viví hace muchísimo tiempo. Recuerdo que los rayos del sol atravesaban la ventana, iluminando directamente mi rostro. Mis párpados, con un ligero movimiento se abrieron, haciendo que mi primer pensamiento de esa mañana fuera ese temido: ¡Me dormí! Miré el despertador y se había detenido a las 3 y 18 de la madrugada. Busqué mi reloj sobre la mesita de luz y cuando veo la hora, no pude impedir que mi boca comenzará a insultar: eran las 8 y 43. Me vestí lo más rápido posible y sin lavarme la cara y medio despeinado, salí en busca del ascensor. El departamento en el que vivía quedaba casi en Colón y General Paz y lo había alquilado precisamente porque estaba a solo siete cuadras de la empresa en que trabajaba. Por eso estaba tan molesto en llegar tan tarde a la oficina. Ya en la calle, me mezclé sin querer con un alcoholizado y violento grupo de personas que iba provocando disturbios, marchando no se muy bien a favor o en contra de que o quién. La cuestión es que se me hizo difícil cruzar hacia la vereda de enfrente y esa demora ya había comenzado a desesperarme. De pronto, tres bombas de estruendo fueron lanzadas por los manifestantes hacía el grueso cordón policial que estaba ubicado delante de ellos, hiriendo gravemente a un uniformado. Esto causó una reacción desmedida de los policías, que intentaron desconcentrar rápidamente la marcha, reprimiéndolos con gases lacrimógenos y balas de goma, aunque en el tumulto también se escucharon las detonaciones de unas cuantas armas reglamentarias.
Lejos de provocar la retirada, los manifestantes se resistieron y más de uno sacó a relucir algún arma de fuego, haciendo disparos al aire o apuntando directamente a la valla policial. Inmediatamente, a pedido de los uniformados, llegaron al lugar más refuerzos, entre ellos la guardia de infantería y la caballería, lo que hizo que todo se convirtiera en un verdadero caos en donde podía verse varios cuerpos sin vida, decenas de heridos desparramados y pisoteados en plena calle, en su mayoría ocasionales transeúntes, locales comerciales destruidos, autos en llamas...
Yo me encontraba parado en medio de esa locura, con el maletín aún en mi mano, mi saco gris impecable, mis zapatos rados y el tiempo jugándome en contra. De pronto, me decidí y súbitamente comencé a correr con todas mis fuerzas, ya que me encontraba a menos de tres cuadras de mi trabajo y no me iba a dar por vencido. Pero a mis espaldas, escuché un grito que en medio de esa guerra campal me ordenó: ¡Alto o disparo!...
No se porque no me detuve, pero lo cierto es que la bala tampoco lo hizo. Sentí como si mis entrañas ardían, como todo daba vueltas a mi alrededor, hasta que al fin caí bruscamente al piso, quedándome paralizado. Todo se oscureció y ahí perdí el conocimiento. Cuando abrí los ojos, tal vez porque los rayos del sol que atravesaban la ventana iluminaban directamente mi rostro, me di cuenta de que estaba en mi cama. Miré el despertador y creo que no hace falta decir que se había detenido a las 3 y 18 de la madrugada. Me levanté y avisé a la oficina que no iba a poder ir a trabajar, con la excusa de que me sentía mal. Me volví a acostar y seguí durmiendo.
Eran las 8 y 50 y afuera ya se escuchan las bombas de estruendo.”
3
Apenas terminó de contar su historia, se quedó en silencio y en ningún momento intentó mirar a los otros dos abuelos sentados con él. Ninguno de ellos hizo algún comentario sobre el relato y solo se quedaron observando la Catedral, tal como lo hicieron durante toda la mañana. Mientras un grupo alegre y ruidoso de jóvenes estudiantes pasaba al frente de ellos dispuestos a festejar el día de la primavera, el anciano sentado en el medio del banco, se quitó los anteojos y con un pañuelo que sacó de un bolsillo de su saco, limpió durante unos segundos la suciedad de los lentes. De unos setenta y cinco años, delgado y de estatura alta, sus largos cabellos blancos y su sobria manera de vestir, le daban un cierto toque distinguido. Aparentaba tratarse de una persona que en el pasado se desempeñaba en un cargo importante o que poseía una buena posición económica. Apenas volvió a colocarse los anteojos, se desabrochó un poco el nudo de la corbata para poder respirar más cómodo y empezó su relato. Todo esto, sin que ninguno de los tres dejara de observar la histórica construcción religiosa.
4
“Nunca antes había esperado con tanta impaciencia que llegara la noche, como lo hice durante esos diez meses. Recostado sobre un duro colchón, dentro de un calabozo pequeño e inmundo, huía con mi imaginación, proyectando en mi mente una película en la que yo viajaba al pasado impidiendo que cometiera aquel error fatal. Cada noche variaba el argumento, en otras lo perfeccionaba, tratando de llegar a una solución que me permitiera evitar esa cárcel. Cárcel, a la que me había condenado por unos eternos quince años. Muchas veces, había creído que realizando esa especie de ritual nocturno, me llevaría hacia la locura, porque cada imagen que reproducía en mi mente, cada vez se iba tornando más y más real. Nunca tuve muy en claro que pretendía lograr al utilizar obsesivamente mi imaginación planeando viajes en el tiempo, pero al menos podía evadirme de la realidad por un par de horas, hasta que el sueño me venciera de una buena vez.
La última vez que me dispuse a realizar esa especie de juego mental, las escenas que imaginé ya me eran bastantes verídicas, quizás debido a la práctica constante de ese ejercicio.
Esto fue lo que imaginé aquella extraña noche.
Me encontraba delante de la puerta de mi casa. Podía observar fielmente el número de la casa colocado a un lado de la ventana, el timbre, que sabía que se encontraba descompuesto y un pequeño graffiti que los chicos de la esquina pintaron sobre el portón del garaje: “El futuro llego hace rato”. Golpeo la puerta, y el tipo que atiende al llamado queda sorprendido y espantado al ver mi rostro. Yo, sin esperar que él me invite a pasar, cruzo el umbral decididamente -al fin y al cabo es mi propia casa- y una vez dentro tomo una silla y me siento alrededor de la mesa.
-Tengo que darte una información que se que te va a interesar. Andá a traer un papel y una lapicera.Mariano va veloz y ni siquiera alcanza a preguntar que estaba sucediendo.
-Tomá asiento y escribí bien el número que te voy a decir: 5012. Ese número va a salir esta noche en la Lotería de Córdoba. Si mal no recuerdo, acabas de cobrar mil pesos por el trabajo de albañilería que hiciste en la casa de los Márquez, así que jugá toda esa plata a primera. ¿Anotaste bien? 5012.
Me levanto sin darle tiempo a que me hiciera alguna pregunta, marchándome rápidamente sin saludarlo. Yo sabía que me iba a hacer caso, porque él tipo ese era yo, o sea, era el yo de diez meses atrás, sin dudas el jugador empedernido y vicioso de siempre. Y que palpito mejor puede tener un timbero, que el recibir el dato del número ganador de las mismas manos del timbero proveniente del futuro… Cuando llegó esa noche, Mariano, o sea yo, probablemente haya querido cortarse las bolas al ver que el número que le entregué no salió ni a los veinte. Lo que realmente me proponía, era que yo no usara ese dinero para comprar al día siguiente, esa hermosa escopeta de caza que siempre había soñado tener. Arma con la que terminaría asesinando a mi esposa y a mi mejor amigo.
Lo que acabo de contar, es lo último que recuerdo haber imaginado, antes de caer en un sueño profundo y reconfortable. Cuando desperté, me sentí totalmente descansado y con una gran e inexplicable paz interior. Mi cuerpo ahora reposaba sobre un suave y cómodo colchón y por la ventana se veían los hermosos rayos de sol de un nuevo día. Retiré, con bronca y con asco, la mano de mi esposa que me abrazaba mientras dormía acurrucada contra mi cuerpo. Me levanté a tomar un poco de agua y fui hasta la puerta a buscar el diario, tal como lo hacía cada mañana. Era martes y el boleto de la quiniela aún se encontraba sobre la mesa. Me fijé en la sección de interés general y efectivamente el 5012 no salió en ningún sorteo.
Fue la única vez en mi vida, que no me amargué por la suerte esquiva. Desayuné y antes de que se despertara mi mujer, me fui al estudio jurídico del abogado que una vez, en aquella línea de tiempo que se alteró, me defendió en la causa de homicidio. Claro que él no me reconocía, pero recurrí a sus servicios nuevamente. Ese mismo día inicié los trámites del divorcio.”
5
Cuando concluyó de hablar, el distinguido anciano se ajustó el nudo de la corbata y se sumó al silencio que sus dos compañeros habían mantenido durante esos minutos. Una fresca brisa aplacó un poco el calor que comenzaba a sentirse, a medida que el sol se iba acercando al cenit. El tercer viejito, el que aún no había pronunciado ni una sola palabra, se quitó la boina y con un pañuelo agujereado por el paso del tiempo, se secó la transpiración de su arrugada frente y su brillante calva. Era el más anciano de los tres. ¿Ochenta años de edad? Quizás. Su mano tiritaba y le costaba hacer hasta el movimiento más sencillo. Vestido de forma humilde. Con su larga barba blanca y sus zapatos gastados, aparentaba ser unos de esos tantos linyeras que andan vagando por el centro de la ciudad. Se volvió a colocar la boina muy lentamente y con voz temblorosa y entrecortada, se animó a acabar con ese silencio solemne. Tenía la boca reseca, pero la historia estaba tan lúcida en su mente, que sus palabras sonaron seguras y convincentes.
6
“Iba caminando rápidamente. Lloviznaba por momentos y las calles se encontraban vacías, un poco por el frío, otro tanto porque pronto iba a anochecer. Otra jornada de trabajo terminaba y deseaba ansiosamente regresar a casa, y ya podía imaginarme estando en mi hogar, compartiendo un café bien caliente con mi esposa, escuchando las risas de mi hija... Aquel viernes se me había hecho eterno y durante todo ese día las había extrañado. En mi apuro, distraído por mis pensamientos, crucé la calle sin mirar y fui sobresaltado por el estridente chillido de una frenada. El auto, que circulaba sin luces, se detuvo e inmediatamente se puso en marcha, saliendo a gran velocidad. Estuve un largo rato insultando a ese ebrio y estúpido conductor que había estado a punto de atropellarme, según lo que creí. Creí, con mucha ingenuidad, haberme salvado de milagro. De pronto sentí un ligero adormecimiento que comenzó por las piernas, lo que me asustó bastante, a pesar de no haberme encontrado ningún tipo de herida. Sin pensarlo demasiado, y como para calmarme un poco, le adjudique a esa extraña sensación como motivo, la estresante situación que acababa de atravesar. Aún nervioso, doblé en la siguiente esquina sin prestar mucha atención, e imprevistamente me topé con una mujer que se encontraba parada frente mío, mirándome fijamente a los ojos. La esquivé, creyendo por la forma tan provocativa de mirar que se trataba de una prostituta y sin prestarle mucha atención seguí mi rumbo. Pero ella me siguió con la vista y me llamó por mi nombre. Yo me detuve, intrigado por saber porque esa extraña me conocía. Aún no había terminado de darme vuelta para enfrentarme a ella y comenzó a hablarme con voz firme y clara.
-Apúrate fantasma, que no puedo perder mi eternidad esperándote. Esta es una noche particularmente movida y debo llevar a varios como tú hacia el otro lado. Solo alcancé a decirle: “¿Se siente bien?”, mientras yo especulaba si esa mujer se encontraba loca, borracha o drogada. Y ella con una sonrisa que más que agradar, me intranquilizó aún más, dijo:
-Te aviso que me estás haciendo perder tiempo, ya debería estar regresando a mi morada... acompañado por ti.
-¿Y precisamente, en dónde se encuentra su morada?- Le pregunté ya comenzando a fastidiarme.
- Mi reino forma parte de la nada, al igual que tú. Para ser más exactos, tú vas a volver a ese lugar del que partiste el día que naciste en este mundo. Tú me llamas La Muerte. A mi me gusta que me llamen La Parca.
Ante esa respuesta totalmente ilógica, desquiciada, inesperada, solo se me ocurrió decirle, sin poder evitar reírme:
-Discúlpeme, pero yo me encuentro tan vivo como lo está usted.
-Mire hacia atrás- me murmuró. Y observé tirado en la calle el cuerpo sin vida de una persona joven. Era de baja estatura, pelo castaño oscuro, vestido con ropa de trabajo... Era yo. La parca continuó hablando:
-Por lo visto no te habías dado cuenta del accidente. Y el que te atropelló con su auto al parecer se fugó del lugar... Yo quede mudo, congelado, sin saber que hacer ni decir. Mientras ella hablaba, pude ver su tez extremadamente blanca, sus cabellos enrulados y castaños, sus ojos grandes y negros que le daban una belleza exótica y una mirada profunda. Ante esa onírica situación, solo se me ocurrió decir, casi de forma ingenua:
-Nunca imaginé que la muerte fuera una mujer, y tan bella, siempre creí a un esqueleto vestido con una túnica negra y que llevaba una guadaña. Ella volvió a sonreír y con voz suave y sensual dijo:
-Yo no soy mujer, tampoco soy hombre. Siempre me presento ante los ojos de los mortales tal como ellos me quisieran ver. Si tu hubieses sido una mujer, lo más probable yo hubiese sido un joven apuesto. Más allá que sea La Parca, no tengo por que perder cierto encanto. Y mirándome a los ojos me dijo:
-Se que me temes.
-Y quién no…
-Le respondí rápidamente, comenzando a darme cuenta de lo que estaba sucediendo. La Muerte comenzó a ponerse seria:
-No entiendo porque sientes miedo, si no tienes ni la menor idea de como soy. Más deberías haberle temido a la vida, ya que ella es quién te ha castigado haciéndote sentir humillaciones, dolores, penas, amores no correspondidos, hambre, frío, calor, injusticia, violencia... a ella la conoces y no le temes y en cambio a mí si”.
-Precisamente, dicen que es mejor malo conocido que bueno por conocer.- dije sin saber que mierda decir.
-Puede ser. Pero para que veas como soy en realidad, te concedo una oportunidad.
-¿Una oportunidad? ¿Y porqué, justamente a mí, me vas a dar esa oportunidad?
-No te creas único ni especial. Cada tanto hago una excepción con ustedes, los humanos. ¡No saben cuanto sufrimiento evitarían dejando este mundo! Pero igualmente se aferran con todas sus fuerzas a esta vida mezquina y materialista... Hoy estuve todo el día a tu lado y se cuanto extrañaste a tu familia. ¿Sabes porque tenías esa sensación? Era un presentimiento que tuviste. Mi presencia de alguna forma te alertó. Debo decirte que hace tiempo que no encuentro una persona con ese don.
-De mucho no me sirvió ese don...
-Consuélate, tu final era inevitable. Yo nunca fallo... En fin, cierra los ojos durante unos segundos y todo lo que has vivido hasta este día, desaparecerá. Volverás a vivir desde tu adolescencia con la ventaja que podrás cambiar parcial o totalmente el futuro. Pero debes tener en cuenta que ha medida que transcurra el tiempo, te iras olvidando de esta vida que acabas de perder. No te preocupes, cuando los abras te darás cuenta de que se trata.
Sin saber porque razón, en vez de marcharme velozmente del lado de ella, le hice caso. Cuando levante los párpados, sentí una rara vitalidad, una sensación que se me hacía conocida. Me encontraba en un cuarto extraño, pero a la vez pude reconocer la cama, los posters, los muebles, la ropa desparramada... Tal como ella me lo había dicho, tenía nuevamente dieciséis años. Durante esos primeros años, cada noche antes de dormirme, me concentraba con todas mis fuerzas en los rostros de mi esposa y de mi hija, temiendo que al amanecer se desvaneciera de mi mente el recuerdo de ellas. Hace mucho tiempo ya que he olvidado sus nombres y se que en algún punto de esta nueva existencia, debo haber cometido el error que me condenó a que nunca más pudiera reencontrarme nuevamente con mi mujer. Aún, a pesar de los años que pasaron, a pesar de todo el olvido, deseo ansiosamente volver a mi hogar.”
7
Los tres viejitos se quedaron nuevamente en silencio, contemplando la Catedral como lo venían haciendo desde un primer momento. Las campanas comenzaron a sonar dando las doce, justo en el momento en que el contingente de jubilados se concentraba frente al Cabildo Histórico. Luego los viejitos enfilaron hacia el micro, varios de ellos llevando un gesto de cansancio pero también de alegría. Una joven y atractiva enfermera, se dirigió hasta donde se encontraban estos tres jubilados y los fue llevando de a uno hasta los asientos del ómnibus. Ella no se molestó en hablarles ni en preguntarles como la habían pasado, ya que ella siempre creyó que los tres eran sordomudos, debido a esa constante actitud autista que siempre llevaban. Pero, por algún motivo, la enfermera creyó ver en esas miradas perdidas y distantes, un brillo especial que no había percibido antes. Un destello que le indicaba que algo de ellos había cambiado luego de ese viaje.
FIN

lunes, octubre 16

Una noche oscura

En la fría madrugada de un sábado, Nacho caminaba por una de esas oscuras calles del barrio rumbo a su casa. Era bastante tarde y estaba arrepentido de haberse quedado tanto tiempo en la casa de su novia. Sentía miedo y hasta el ruido de sus pasos sobre los callejones de tierra comenzaron poco a poco a alterarlo.
Cada tanto, se daba vuelta, temiendo que alguien lo siguiera, por más que aquellos sonidos que le asustaban siempre terminaban proviniendo de perros callejeros, de esos que abundan por cientos, que al encontrarse con él lo aturdían con ladridos para luego salir disparados, huyendo por algún descampado.
Pero, aunque la mayoría de los canes actuaron de esa manera, hubo uno que tuvo una actitud diferente.
Era un perro de gran tamaño, quizás del porte de un ovejero alemán y de un color negro intenso. Lo que más llamaba la atención de ese misterioso animal eran sus ojos extremadamente brillantes, lo que le daban un toque espeluznante y espantoso.
Nacho siguió caminando, aunque ahora a más velocidad, rogando que las calles se acortaran para llegar más rápido a su hogar. Pero mientras su mente se obsesionaba en ello, delante de él, una patota de unos seis chicos se le acercaba sigilosamente.
Cuando Nacho se dio cuenta de que ahora estaba realmente en peligro, intentó dar media vuelta para salir corriendo, pero una certera pedrada que le dio de lleno en la cabeza lo tumbó al piso. Los delincuentes corrieron hacia él y en el preciso momento en que se iba a convertir en víctima de una golpiza brutal, aquel extraño perro apareció fantasmalmente de entre las sombras. Con sus poderosas mandíbulas y sus ladridos de ultratumba, logró espantar del lugar a aquellos sorprendidos patoteros que huyeron despavoridos por las polvorientas calles.
El perro, con sus brillantes ojos, se acercó al oído de Nacho, que aún se encontraba tirado en el suelo, bastante adolorido y con mucha claridad y de modo intimidante, dijo unas palabras que aún resuenan en la cabeza del joven: “Ahora me debes una. Da por seguro que me la cobraré”.
Nacho perdió momentáneamente la conciencia, pero aún jura que ese perro se alejó de él riéndose de manera macabra.

FIN

viernes, octubre 13

El naufragio

Carlos recorría la playa de esa isla desconocida con el sol quemándole los ojos.
El clima era completamente distinto al que había soportado horas atrás, cuando una de esas violentas tormentas tropicales destruyó el lujoso crucero en el navegaba junto con otras trescientas personas más.
¿Él había sido el único sobreviviente? Le mortificaba terriblemente ese pensamiento.
Pero a pesar de todo, el día era apacible y de no ser por las desgraciadas circunstancias que le habían llevado hasta esa pequeña porción de tierra en el medio del océano Pacífico, podría decirse que se hallaba en el lugar más hermoso de la Tierra.
Carlos no había sufrido heridas de consideración, pero se encontraba exhausto luego de haber luchado durante horas con esas olas indómitas, peleando para sobrevivir. Por esos sus pasos en la arena eran torpes y lentos, mientras la respiración aún seguía agitada.
De pronto, él vio una silueta humana situada a unos metros de allí, y aunque tardó en llegar hasta él, rápidamente lo reconoció. Era uno de los enfermeros del barco que naufragó.
Esa persona se encontraba arrodillada sobre la caliente arena, con sus manos entrelazadas y su frente casi tocando el suelo. Esa persona se hallaba orando y parecía estar en medio de un trance místico.
Carlos se acercó lo más rápido que pudo al él, contento ante la presencia de ese otro sobreviviente.
-¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?
– Le preguntó, pero el que se encontraba rezando lo ignoró completamente. Solo cuando terminó su extensa y emotiva plegaria, levantó sus ojos y le dirigió la palabra.
-Discúlpame. Me llamo Elías. Si, estoy bien dentro de todo. Salvo claro, los litros de mar que me tragué.
-Si, se de lo que estás hablando. Pero la verdad es que hemos tenido una suerte increíble al salvarnos de ese desastre.
-¿Suerte? ¡No! ¡Fue el poder de Dios quien nos salvó! Nunca dejes de recordar lo que acabo de decirte. -Dijo Elías antes de sentarse lastimosamente en el suelo.
Carlos se sentó a su lado y ambos se quedaron contemplando el vasto mar azul, como quien mira detenidamente a algo que aún no logra entender. Las miradas se perdían en el horizonte, mientras la esperanza y la desesperación, se confundían en un ansioso sentimiento que los llevaba a imaginar decenas de siluetas de barcos navegando a la distancia.
-Dime, ¿Cómo puedes creer que Dios nos salvó? Si nada escapa de Él y todo es obra de Él, ¿Por qué produjo esa espantosa tormenta que ocasionó el naufragio y con ello la muerte de todas esas pobres personas? –Reflexionó Carlos.
-El Señor tiene misteriosas formas de obrar. Lo que nos importa a nosotros, es que gracias a su inmensa misericordia, fuimos salvados de una muerte terrible, ya que seguramente Él, en su gran y profunda sabiduría, nos prefirió vivos. Quizás nos tenga preparado para nosotros alguna misión que realizar en su nombre.
-Me parece que me tocó ser naufrago junto a la persona más santurrona del mundo. Si tanto crees en Dios, dile que venga rápido a rescatarnos antes de que estemos muertos de hambre.
-Y a mi me parece que Dios está probando mi fe dejándome en una isla desierta junto al ateo más blasfemo del universo.
Se miraron disgustados y se pusieron súbitamente de pié. Luego de murmurarse algún insulto, se dieron la espalda y se dirigieron a explorar el lugar, en busca de agua dulce y algo para comer, entre medio de las palmeras que abundaban en esa exótica isla.
No habían dado más de una docena de pasos cuando algo les llamó poderosamente la atención. Primero se quedaron estáticos, sorprendidos, al ver como rápidamente las aguas del mar se retiraban de la playa, mostrando kilómetros de costas que por primera vez quedaban expuestas al sol. Pero unos segundos después, al entender la magnitud de lo que estaba a punto de suceder, ambos se sintieron absolutamente aterrados aunque cada uno de ellos actuó ante esa situación de acuerdo a su forma de ser.
Elías se dejó caer pesadamente de rodillas en la arena y comenzó a orar en voz alta, mientras elevaba sus piadosos ojos al cielo.
Carlos corrió desesperadamente hacia el interior de la isla, buscando alguna elevación del terreno en la cual poder escapar de las inmensas olas que se avecinaban.
Pero ningún milagro se produjo.
El tsunami hizo desaparecer la pequeña isla en solo unos segundos, bajo esas montañas de agua y sal que se desplomaban espectacularmente.

FIN

martes, octubre 10

El milagro

Bernabé Cruz, un importante miembro fundador de la agrupación católica “Salvemos nuestras vidas, salvando vidas”, luchaba firmemente contra el aborto.
Avalado por las más encumbradas autoridades eclesiásticas, él era prácticamente el vocero de la iglesia en este delicado tema, cuyo debate dividía a la sociedad casi en partes iguales. En su carácter de representante de la Fe, apareció en cuanto programa de radio y televisión hablaran del asunto, haciendo una cerrada defensa a favor del derecho a la vida y defenestrando y satanizando a todos aquellos que se mostraran partidarios de la ley pro-abortista.Cruz encabezó decena de marchas que finalizaban en una masiva concentración frente al Congreso Nacional. En esas protestas, él, con su Biblia fuertemente tomada en su mano derecha en alto, arengaba a la multitud que escuchaba atentamente su prédica, exigiendo al gobierno que diera marcha atrás con el proyecto de legalizar el aborto.
Pero Bernabé no estaba solo en esta cruzada divina. Él siempre contaba con el leal apoyo brindado por su joven esposa Ruth, quien era, quizás tanto como él, una firme defensora de los principios cristianos y una activista que luchaba por recuperar los valores morales y éticos que la sociedad fue perdiendo con el paso del tiempo.
Ruth tenía una fuerte llegada con las amas de casa y más aún con las respetables damas de los estratos sociales superiores. Por lo tanto, el matrimonio Cruz representaba para la comunidad un verdadero ejemplo de amor y compromiso cristiano y al que, por ahora, solo le faltaba una cosa ser considerado perfecto: un hijo, el hijo que por tanto tiempo se les había negado.
Cada noche, ambos rezaban implorándole a Dios por el niño que colmaría de alegría sus vidas. Ya llevaban ocho años de casados y si bien ambos aún eran jóvenes (Bernabé, 35 años, Ruth, 29) ellos sentían que poco a poco se iban terminando las esperanzas de un embarazo y comenzaban a evaluar la posible adopción de un niño.
Una noche que Bernabé debió viajar fuera de la ciudad para participar en una reunión en el Arzobispado, Ruth se encontraba en el salón de la iglesia brindando un cursillo de bautismo a un grupo de jóvenes padres y futuros padrinos. Cuando terminó su labor, casi a las diez de la noche, fue la última en abandonar el lugar.
Al salir a la calle, el frío de la oscura noche de invierno le estremeció los huesos y tuvo un mal presentimiento. Se apresuró en cerrar la puerta del salón para poder así subir velozmente a su auto, que se hallaba estacionado a solo unos metros de allí.
Pero no tuvo tiempo, ni siquiera, de darle media vuelta a la llave.
Un sujeto apareció de pronto de entre las sombras y de un salto la apresó entre sus brazos, empujándola hacia el interior del salón. Por más que Ruth intentó resistirse y pedir ayuda, no pudo evitar que ese depravado abusara reiteradas veces de ella, golpeándola en forma brutal.

Dos meses después, en la misma semana en que los medios de comunicación informaban que el peligroso violador había sido capturado por las fuerzas policiales, unos estudios médicos que Ruth se había realizado debido a un ligero malestar, revelaron una inesperada noticia: ella estaba embarazada.
Mucha gente tomó lo del embarazo como un milagro de Dios, quien, alegre por el esfuerzo de Bernabé y Ruth por impedir que se legalizara el aborto, le retribuía sus incansables esfuerzos con lo que ellos más deseaban.
Pero al matrimonio no se lo vio muy alegre con lo del futuro hijo.Ambos llegaron a pensar que quizás no sería bueno tener ese bebé.
Bernabé temía encontrar en el rostro del niño la cara de ese maldito degenerado, simplemente porque lo mas lógico es que así lo fuera.
Aquel endemoniado violador era seguramente el padre de ese niño que estaba creciendo en el vientre de su fiel y amada Ruth.
Bernabé Cruz, por primera vez en su vida, no estuvo seguro de que tener que hacer.

FIN

jueves, octubre 5

Avisos Fúnebres

El reloj despertador se activó a la misma hora de siempre. Eran las seis y cuarto de la mañana y como su mujer aún dormía placidamente, apagó la alarma lo más rápido que pudo para no molestarla. Se bajó sigilosamente de la cama y fue a darse una refrescante ducha, ya que a pesar de que el sol apenas se asomaba, el calor durante la noche lo había agobiado.
Luego, mientras se calentaba el café, se dirigió a la puerta para recoger, como lo hacía cada mañana, “La crónica del interior”, el diario “más serio y mejor informado” según recitaba la publicidad de la televisión. Separó los suplementos sobre la mesa y comenzó a leer con sumo interés uno por uno.
Él era casi un maniático de la información, así que durante el día, cuando no estaba leyendo, hacía zapping por los canales periodísticos, o leía en internet los diarios digitales más importantes, o no se perdía los informativos de la radio… Pero claro que lo suyo no era pura manía, de hecho su trabajo, que lo había convertido en una de las celebridades literarias, se debía a ello. El era uno de los más renombrados ensayistas del país, un filósofo que lograba desentrañar con sus investigaciones, críticas y comentarios los problemas que más acuciaban a la sociedad.Mientras bebía con largos sorbos de su taza, alcanzó a ver que en el diario aparecía en primera plana su foto junto a un titular que decía: “Falleció el escritor Julio Córdoba”.
Y más abajo pudo leer: “A los cincuenta y tres años, perdió la vida en un fatal accidente automovilístico, este prolífico autor de best seller como “La hora señalada” y “Película en blanco y negro”...
Julio Córdoba sonrió por la situación, pero no pudo evitar cierto escozor que le recorrió la espalda. “Por lo menos, el día que me muera me van a tener en cuenta” pensó irónicamente.
Pero luego de unos minutos, y aún cuando ya había dado vuelta la página en que salía esa noticia, se dio cuenta que no podía dejar de sonreír por esa ridícula situación y hasta llegó a parecerle algo divertido esa confusión. Cuando iba a despertar a su esposa para informarle la noticia de su muerte, sonó su teléfono celular. En el identificador de llamadas apareció el nombre de su madre.
Doña Adela, a pesar de sus setenta y cuatro años de edad, era una mujer de buena salud y de carácter amable y alegre. Pero claro, luego de haber escuchado por la radio la noticia que su hijo se había accidentado, se encontraba totalmente alterada y comenzó a sentir un fuerte dolor el pecho.
En medio de su desesperación y sin poder dejar de llorar, intentó comunicarse con alguien que le contara que le había pasado a su amado hijo. Pero, su falta de práctica con esos pequeños celulares, hizo que en lugar de llamar a Celina se comunicara accidentalmente con el número de Julio.
Mientras Doña Adela aguardaba con impaciencia que de una buena vez alguien atendiera el teléfono, inesperadamente, al menos para ella, escuchó la voz de Julio que, aún siendo la misma de siempre, a ella le sonó de ultratumba. Sin darle tiempo a que ella hablara, él comenzó a exclamar sin disimular su alegría:
-¡Mamá, qué sorpresa que me llames! ¿Estás bien, no?...
Pero solo escuchó un leve quejido y luego solo silencio.
-¡Mamá! ¿Qué te pasa? ¿Mami?... No te preocupes, ya voy para allá...
Julio fue corriendo al dormitorio para vestirse lo más rápido posible, ya que solo llevaba una bata. Mientras lo hacía, despertó a su mujer.
-Celina, me voy a casa de mi vieja, no se bien que pasó, pero creó que le dio un ataque o algo así… Vos llamá al doctor para que vaya a la casa por las dudas.
Su mujer se levantó sobresaltada y solo alcanzó a decirle:
-Si, si... Anda tranquilo que ya hago la llamada.
Fue corriendo hasta la cochera y una vez arriba del auto salió velozmente.
Esa mañana, la autopista tenía mucho tránsito, por lo que luego se le hizo muy difícil sobrepasar ese largo trencito que formaban los coches.
El sol comenzaba a ganar todo su esplendor y la gente que habita a la vera de la ruta, comenzaba la rutina de recolectar cartones, botellas, metales y todo aquello que luego pudieran vender.
Un niño de no más de cinco años, descalzo y de rostro aún con lagañas, se bajó del carro, a tirado por un flaco caballo, para recoger una botella tirada en la ruta.
Ante los ojos de Julio, ese niño bajito y flaquito apareció como un fantasma, como salido de la nada, obligando a sus reflejos a realizar una rápida maniobra. Dio un fuerte golpe de volante que providencialmente le permitió evitar lo que de otra forma hubiese sido la segura muerte de ese pobre niño. Pero perdió el control del auto y se fue directo hacia un camión que, a toda velocidad, venía por el carril contrario, con pocas posibilidades de evitar la colisión.
Doña Adela recuperó el conocimiento unos minutos después de haberle hablado a su hijo. Pero recién al cabo de unas semanas, se animaron a contarle lo que realmente le había sucedido a Julio.

Y si bien muchos pueden llegar a pensar que todo ocurrió debido a una noticia errónea del diario, a fin de cuentas, “La crónica del interior” seguía siendo el diario más serio y mejor informado del país. Porque en realidad no se habían equivocado al divulgar esa noticia.
Es más, fue una primicia absoluta al haberse adelantado a los hechos.

FIN

lunes, octubre 2

El secuestro

“Todo parece un sueño… o quizás una pesadilla…”
Así se decía a si mismo Claudio Ferreira, con el cuerpo tiritando por los nervios y su conciencia bombardeándolo con imágenes y remordimientos.
En medio de la fría madrugada, él iba conduciendo su auto por un camino que se perdía entre medio de las sierras, un callejón cada vez más fangoso, intransitable debido a esa llovizna fina pero persistente.
Una y otra vez repasaba mentalmente un plan que hasta el momento marchaba a la perfección. Pronto dejaría de ser el “chico de los mandados” de la empresa de su hermano Guillermo, que si bien le había hecho el favor no solo de conseguirle trabajo sino también de un lugar en su casa para vivir, siempre lo trato de forma despectiva y humillante, al punto de considerarlo un inútil y un irremediable fracasado.
Estos hermanos siempre habían sido dos polos opuestos.
Guillermo era un empresario poderoso y triunfador, aunque también corrupto e inescrupuloso. Su empresa constructora llevaba a cabo turbios negocios con los gobernantes de turno, que le reportaban cuantiosas fortunas.
Claudio, el menor, era lo que se conoce como “la oveja negra” de la familia. Su adicción a las drogas y al alcohol y las caídas a la cárcel debido a su comportamiento violento y descontrolado, hicieron que sus familiares prácticamente lo desterraran de la casa.
“Todo va a salir bien” pensaba él en un claro intento de darse ánimo y a la vez de convencerse de que lo que estaba haciendo era lo correcto. En el baúl de su auto se encontraba Guillermo, aún sedado, maniatado de pies y de manos y con los ojos vendados. Dos horas antes, Claudio había aprovechado que los dos quedaban solos en la casa, ya que la familia de su hermano viajaba a Buenos Aires a visitar unos parientes. Sabiendo que Guillermo cada noche tomaba unos calmantes para poder dormir, ingresó al dormitorio cuando él ya se había entregado al sueño y le inyectó un fuerte somnífero sin que pudiera oponer alguna resistencia.
Cada paso lo había realizado con la confianza de a casi imposible que algún testigo pudiera comprometerlo, ya que vivía en una hermosa e inmensa casa que se encontraba en las afueras de la ciudad, teniendo en lugar de molestos vecinos, un frondoso y tranquilo bosque.
“Por fin llegué” suspiró aliviado y dejó el auto al frente de una casucha que había sido abandonada mucho tiempo atrás. Ese lugar lo había descubierto de casualidad hacía ya un par de años, durante un paseo con su novia por las sierras y ambos solían utilizar ese refugio para pasar algunos momentos de intimidad.
Días atrás, había colocado en una cama que se encontraba en esa casa, unas cadenas sujetas a cada una de las patas que terminaban en unas esposas, con el propósito de que las manos y los pies que apresaran estuvieran tan inmóviles que hicieran prácticamente imposible poder escapar de ese lugar.Con mucho esfuerzo, sacó a su hermano del baúl y lo llevó hasta esa cama.
Comprobó que estuviera bien sujeto por las cadenas, acomodó la venda que tapaba los ojos y la mordaza que le había colocado y se marchó del lugar con relativa calma, sabiendo a imposible que alguien lo hubiese visto en ese remoto lugar.
El viaje de regreso se hizo interminable, porque a pesar de que la llovizna había cesado, el barro del camino lo tornaba peligroso, sin contar el riesgo de quedar atrapado en el lodazal, sin posibilidad de pedir ayuda a alguien.
Cuando finalmente llegó hasta la casa de su hermano, comenzó a lavar el auto para que no quedaran rastros del viaje y luego de un café bien cargado, salió rumbo al trabajo. Guillermo, tendría que haber llegado a la oficina una hora después, a las ocho, ingresando junto a los gerentes. A esa hora Claudio entró al baño de la oficina aprovechando que el resto de sus compañeros de trabajo tomaban el desayuno y usando el celular que le había sacado a su hermano, fingiendo una voz ronca, llamó a su cuñada.
“Hemos secuestrado a su esposo. Si lo querés vivo no hables con la policía ni con nadie más de esto. Pronto te daremos instrucciones”.
Apenas dio este mensaje, cortó abruptamente la llamada, para evitar que ella le hiciera alguna pregunta. Guardó el celular y se dispuso a terminar la jornada laboral como si no ocurriera absolutamente nada extraño.
“Pensar que mañana voy a estar lleno de guita y no necesitaré venir más a este laburo de mierda…”
Al mediodía salió de la oficina rumbo al bar, en el cual solía almorzar diariamente.
Verificaba en su mente una y otra vez el plan que estaba llevando a cabo y cada vez estaba más convencido de que todo saldría perfecto.
Tan absorto estaba en sus pensamientos, que al cruzar la calle casi no ve al automóvil que a gran velocidad, estuvo a punto de atropellarlo deliberadamente.
El auto frenó a solo centímetros de su humanidad y cuando Claudio, aún conmocionado, estaba a punto de lanzarle un insulto al conductor, dos personas bajaron rápidamente del coche y amenazándolo con armas de fuego lo hicieron subir violentamente.
“Quedate piola o te matamos, solo queremos cobrar la guita que vamos a pedir por vos”. Claudio inmediatamente se dio cuenta de lo que estaba sucediendo.
Lo habían confundido con su hermano, y en ese momento, el también estaba secuestrado. ¿Quién iba a aclarar la situación? ¿Quién iba a pagar el rescate? Él se resistió como pudo y comenzó a gritar como loco, logrando llamar la atención de unos ocasionales transeúntes. Cuando los secuestradores se dieron cuenta que la situación se estaba complicando, uno de ellos disparo su arma en la cabeza de Claudio y lo dejaron tirado en el medio de la calle, para luego huir velozmente del lugar.
La gente comenzó a rodear el cadáver aun tibio, sin poder creer lo que acababan de presenciar.
Ante estos desgraciados sucesos, la familia Ferreira pensó que el secuestro de Guillermo y el asesinato de Claudio estaban relacionados, y no descartaban que se podía tratar de algún tipo de venganza contra ellos, aunque desconocían cual podía ser el motivo para que llevaran a cabo tan horrible proceder.
Recién al mes, lograron encontrar el cuerpo de Guillermo.
Luego de muchos años de ausencia, el dueño de aquella casa volvió al país luego de haber estado viviendo durante tres años en España. Regresó solo para vender esa propiedad y cuando se llegó hasta esa casucha para refaccionarla, se llevó una espantosa sorpresa.
Apenas abrió la puerta se encontró con esa macabra escena.
El cadáver, en avanzado estado de descomposición, se encontraba encadenado a la cama, con la venda aún tapando los ojos y la mordaza colocada sobre la boca.
Algunos especialistas opinaban que Guillermo había muerto de hambre y de sed. Otros, un poco más "optimistas", si vale el término, pensaban que quizás él no había sufrido, ya que la causa de su deceso había sido la combinación de los sedantes que solía tomar con los narcóticos que le habían sido inyectados. De esa manera, la muerte le habría llegado mientras dormía.

Hoy los hermanos Ferreira se encuentran unidos, tal vez como nunca lo supieron estar mientras contaban con vida.
Ahora sus cuerpos descansan uno al lado del otro, en un coqueto y exclusivo cementerio privado, ubicado en un paradisíaco paisaje de las sierras cordobesas.

FIN

El intruso

En la madrugada, un coro de ladridos la despertó.
Los perros de toda la cuadra ladraban descontrolados y para aumentar aún más su temor, le pareció oír que desde la cocina provenían unos extraños ruidos.
Aterrorizada, buscó debajo de la cama una caja de zapatos y la abrió nerviosamente. Tomó de su interior un arma e intentó sostenerla con el pulso más firme que pudo.
Ella odiaba las armas, les temía, pero era la única forma de que una mujer sola podía proteger a su hijo en un barrio tan peligroso como en el que vivía.
No supo que hacer, si esconderse en el dormitorio y esperar que esa pesadilla terminase o si impedir que los ladrones entraran a su casa. Se acercó a la cocina y escuchó varias pisadas y voces que le hicieron saber de que se trataba de al menos tres ladrones.
De pronto, uno de ellos comenzó a forcejear la ventana y Mabel se escondió detrás de un viejo aparador refugiada en las sombras. Cuando la ventana cedió, ella descargó las seis balas en el cuerpo del intruso y pudo ver como los cómplices del ladrón abatido, huían por las calles oscuras, corriendo a toda velocidad.
No sabía si el peligro había desaparecido. Solo escuchó algunos débiles quejidos y luego todo fue silencio. Las luces estaban apagadas y tenía miedo de salir del lugar en donde estaba escondida. Pero sabía que no podía estar así hasta que amaneciera.
Se persignó, aspiró bien hondo y se deslizó lentamente hasta donde estaba el interruptor.

Mabel se encontraba aburrida, desparramada sobre el sofá, frente a una pantalla de televisión que cambiaba constantemente de canal.
Era una mujer joven, de treinta y tres años recién cumplidos, soltera y bastante atractiva para estar sin compañía una calurosa noche de viernes. Pero el cansancio de la jornada laboral, más la limpieza de la casa, que se hace interminable cuando se tiene a un hijo adolescente, la habían dejado exhausta y se conformaba con poder mantenerse despierta aunque sea hasta las once de la noche.
-Mamá, me voy. Voy a estar en la casa de Ale con los chicos. Chau. Voy a llegar tarde…
Luego de un abrazo seguido de un rápido beso, Andrés corrió a toda velocidad con rumbo a la calle. Mabel ahora se encontraba más sola de lo que estaba.
Sabía a imposible pedirle a un muchacho de dieciséis años que se quedara con ella a aburrirse en la casa.
Fue hasta la cocina a prepararse unos sándwiches y mientras iba hacia la heladera a buscar un poco de jugo, vio que sobre la mesa de la cocina habían quedado olvidadas las llaves de Andrés.
“Este chico vive en las nubes” pensaba mientras “disfrutaba” en el living de una película que había visto, al menos, unas cinco veces.
A las once y media de la noche, se fue a la cama, satisfecha de haber cumplido el objetivo de durar un par de horas despierta, pero apenas acomodó la cabeza contra la almohada, quedó profundamente dormida.

Cuando por fin se animó a encender las lámparas de la cocina, Mabel se quedó perpleja ante el cuerpo sin vida que se encontraba sobre el piso. Se acercó hacia él con los ojos fuertemente cerrados, mientras una multitud de lágrimas corrían a través de sus mejillas y solo levantó sus párpados cuando terminó de rezar la única oración que se sabía completa. Pero no, el milagro no se produjo.
Sobre el suelo, en medio de un gran charco rojo, había quedado el cuerpo exánime de Andrés.
Mabel lloró y lloró sin consuelo, quizás durante horas, abrazada al cuerpo de su hijo y solo se despegó de él cuando los enfermeros lo subieron a la ambulancia.
La casa estaba rodeada de vecinos y de curiosos que observaban y murmuraban lo que acababa de suceder allí. Algunos de ellos comentaron a los investigadores que en esa casa siempre se escuchaban gritos y peleas, y alguna que otra vieja juraba que ella siempre supo que todo terminaría así.

De pronto, la casa quedó vacía.
Sobre la mesa, se encontraban las llaves que Andrés había olvidado.

FIN

viernes, septiembre 29

Diario de un sobreviviente

5 de Marzo de 2.098
La Tierra, nuestro hogar, esta agonizando. No existe ya suelo fértil, ni agua potable, ni aire puro. La tecnología avanzó maravillosamente, pero el hombre, sin ética ni moral, sin escrúpulos, ambicioso y corrupto, la utilizó solo para generar más dinero, más poder.
La brecha entre la gente rica y la pobre es abismal, al punto que poco les importa a los poderosos lo que pase con el planeta. Ellos ya habían previsto esta situación, ya que durante décadas realizaron misiones al planeta Marte para construir bases permanentes.
Este proyecto se hizo factible una vez que descubrieron que allí había agua potable, corriendo por cursos subterráneos. A su vez, siguen trabajando para que al cabo de unas cuantas décadas, el planeta rojo pueda contener en su atmósfera, un porcentaje de oxigeno que se asemeje a la de La Tierra. Han experimentado con algas enviadas desde la tierra, que mediante la fotosíntesis, transforman el dióxido de carbono en oxigeno.
Nuestro planeta se muere y quizás lo único que sobreviva sea este humilde escrito.25 de Abril de 2.099
Los políticos, los empresarios, los abogados, los jueces y la gente de mayor poder económico, ya se marcharon de La Tierra. Los que sobrevivimos en este planeta contaminado, vemos como el tiempo se nos acaba. Comemos lo que encontramos: raíces, cucarachas, ratas… El agua es casi barro, de gusto ácido y si bien sabemos que al consumirla nos terminará matando, es lo único que hay para beber. Según nuestros cálculos no deben quedar más de un millón de personas con vida en todo el planeta.
¿Cuánta gente habrá muerto de SIDA? ¿Y de cáncer? ¿Y por las guerras? ¿Y por la contaminación? ¿Y de hambre y de sed?...
Habitamos un planeta moribundo y lo más probable, es que dentro de poco tiempo seamos cada vez menos.

18 de Enero de 3.011
Los sobrevivientes del planeta Tierra nos hemos agrupado en comunidades en una región situada en lo que se conocía por “Amazonas”. Poco a quedado de aquella majestuosa naturaleza que solíamos ver en las bibliotecas virtuales. Pero aún así, es el oasis que nos ha rescatado de la muerte. En esta zona templada, poco a poco los ríos se fueron descontaminando, quizás por la desaparición de las industrias químicas y nucleares. Muchas familias siguen llegando hacia este lugar, luego de largas travesías que implicaban diferentes dificultades: inmensos desiertos o extensos territorios totalmente congelados. Calculamos que esta solitaria comunidad es lo que queda de la otrora orgullosa raza humana, por lo que tenemos la inmensa responsabilidad de recuperar el mundo.
En este lugar vivimos en paz, todos trabajamos la tierra, intentando que pueda brotar de él alguna de las semillas que cultivamos, otros salen a recolectar insectos y a cazar algún animal, de la especie que sea. Toda la comida reunida se reparte entre todos, en iguales cantidades.
No existen asesinatos, ni robos, ni violaciones, no existen ni los políticos, ni los abogados, ni los militares, ni los economistas y tal vez por eso en esta comunidad no existen ni ricos ni pobres. La equidad es nuestra única herramienta para progresar y sobrevivir.

11 de Diciembre de 3.025
Los humanos hemos logrado revertir la dramática situación en que nos encontrábamos.
Los efectos de la radiación poco a poco van desapareciendo y no pensamos volver a cometer ese error. Reciclamos todos los desperdicios que producimos y la higiene y la limpieza es lo que predomina en nuestra ciudad. Cada vez son menos los niños que nacen con alguna deformación o alguna enfermedad y el promedio de vida ya alcanza los 50 años. La ciudad, a la que llamamos “Fénix” sigue creciendo y cuenta con escuelas, hospitales y comedores populares. Todos los habitantes cuentan con un lugar digno para vivir, incluso los que hace poco han llegado de las emigraciones. Todos trabajamos, cada uno en su tarea específica, y hasta ahora no ha sido necesario construir una cárcel ya que no se cometen ningún tipo de delito. En el supuesto caso en que se entable alguna decisión o algún litigio, un consejo de ancianos, gente mayor de 45 años, hará de conciliadores, intentando zanjar las diferencias. No existe lo que podría decirse un gobierno, todo el pueblo sabe como comportarse y no es necesario decir que esta bien y que mal, por lo que tampoco la gente profesa algún tipo de credo, ya que nuestra única religión es la de cooperar con los demás que es la más fácil forma de pedir que nuestro vecino coopere con nosotros.
Una vez al año, cuando comienza la cosecha, celebramos el renacimiento de nuestro planeta, realizando una fiesta en la que participa toda la ciudad y en la que simbólicamente pedimos perdón a la naturaleza por todo el daño causado y damos gracias por la nueva oportunidad que nos esta brindando.

29 de Octubre de 3.037
Algo terrible está por ocurrir. En el cielo se comienzan a ver luces que poco a poco van ganando más brillo. Son ellos, los Demonios, que regresan a la Tierra dispuestos a destruir lo que hemos reconstruido. Durante todos estos años, le fuimos previniendo a los más jóvenes de que esto podía ocurrir, solo que no creíamos que fuera a ocurrir tan pronto.
¿Ya habrán destruido también el planeta Marte? ¿Huirán de alguna guerra, de algún desastre, de alguna amenaza? Nadie lo sabe. Pero igualmente, en la ciudad “Fénix”, solo predomina el temor y la desolación. Nosotros somos un pueblo pacífico que no cuenta ni con ejércitos ni con armas y no contamos con nada para resistir a esta invasión que nos llega del cielo.
Suena irónico, pero los “marcianos”... nos atacan!

10 de Julio de 3.038
Poco duró nuestra ciudad, nuestra sociedad utópica. Nuestros sueños de crear una nueva humanidad, más responsable y solidaria, se terminaron pronto.
Los Demonios, los“marcianos” invadieron nuestra ciudad y destruyeron todo, masacrando a los hombres y niños y llevándose a todas las mujeres. Todo se acabó.Ya puedo escuchar como se acercan con sus máquinas al foso en donde me he escondido. Los disparos y las explosiones no cesan y puedo oler la carne quemada de los cadáveres esparcidos por el suelo.
Estos hijos de puta vienen a terminar de destruir lo que se salvo de la vez anterior.
Estos hijos mil de puta…

FIN

jueves, septiembre 28

Dos amigos en el bar

-¡Eh Marquitos! ¡Ya me estaba por ir! Regresé de España solo para venir a verte y hace una hora que te estoy esperando. Haciendo tiempo ya me tomé dos cervezas…
-Discúlpame Flavio, recién salgo de trabajar, me había demorado con una tarea. ¡Mozo, una cerveza!
-Mientras te esperaba, y te insultaba, me había puesto a pensar que pasado mañana es tu cumpleaños ¿no? Se me vino a la cabeza cuando recordé que somos del mismo signo y…
-¿Y desde cuando crees en los signos del horóscopo? ¡Justo vos me venís con eso, el escéptico número uno de la facultad de filosofía!
-Ya te voy a contar porque empecé a creer en el zodíaco, pero respóndeme, el domingo ¿Es o no tu cumpleaños?
-Si, pero si con eso te referís a festejar ese día la respuesta es: no.
-¡Eh, hombre! ¡No me digas que te sientes viejo! Si estás igual que cuando íbamos a la secundaria… Es más, hace cuatro años que no te veo y me pareces más joven que la última vez que nos encontramos en este bar.
-Te explicaría el porque, pero te cagarías de risa. Mejor comenzá vos a contar desde cuando crees en la astrología, así me río yo primero.
-Bueno, te cuento, pero andá pidiendo otra cervecita.

Sabés muy bien que yo nunca he creído en horóscopos, ni en el tarot, ni en supersticiones ni nada parecido. Eso de que por influjo de las estrellas nuestras vidas sufren diversos acontecimientos es propio de la ignorancia y la superstición de los pueblos antiguos.Y si bien en el pasado ciencias como la astrología impulsó el avance de los conocimientos astronómicos, así como la alquimia hizo lo propio con la química, hoy en día, en un mundo digital y nanotecnológico, el creer que por ser de un signo astral te deba suceder tal o cual cosa, implicando así que millones y millones de personas les suceda lo mismo, no deja de ser típico de una mente poco brillante y no muy ilustrada.
Pero a pesar de esa convicción que siempre tuve, no he podido olvidar una extraña situación que viví a principios de año.
Era una tarde de agosto, con sol pero fresca debido a una brisa constante que nacía del sur. Estaba sentado en un banco de la plaza, viendo como mi hija Milagros correteaba incansablemente de un lugar a otro, acompañada por dos ocasionales compañeritas de juego. Si bien ya hacía casi dos horas que estábamos allí, ese pequeño huracán de tres años de edad no mostraba ni la más ínfima muestra de cansancio, por lo que sería casi imposible convencerla de a hora de volver a casa.
Yo, ya un poco aburrido, me arrepentí de no haber llevado un libro para matar el tiempo, pero a pesar de ello, estaba encantado de escuchar su risa y los gritos de alegría que cada tanto profería. Me resigné a ese banco y me distraje viéndola ir del tobogán a la hamaca, de la hamaca al subibaja, del subibaja a la calesita…
De pronto la brisa trajo hasta mis pies la página de un diario. Era de ese mismo día y luego de sacudirlo un poco para limpiarle la tierra comencé a leerlo. Era el suplemento de los avisos clasificados, que incluye algunas historietas, frases célebres, crucigramas, pronóstico del tiempo y… el horóscopo. No pude evitar una tonta curiosidad de saber que me habían “predicho” los astros para ese día.
“Cáncer: Hoy usted se convertirá en alguien famoso, aproveche la circunstancia para cumplir lo que más desea”.Abollé esa hoja y la arrojé al cesto de la basura.
Cuando miré hacia lugar en donde estaban jugando las niñas y me di cuenta de que solo eran dos, aún con cierta tranquilidad al observar que Milagros todavía se encontraba allí, comencé a buscar curiosamente a la nena que faltaba. Y quedé realmente aterrorizado cuando vi que esa criatura de no más de tres años, estaba cruzando sola la calle.
Salí corriendo desesperadamente tras ella, y como suelen suceder en las pesadillas, sentí como si mis pies de pronto estuvieran pesados y lentos, dándome la sensación que nunca llegaría hasta ella.La alcancé a empujar hacia la vereda un segundo antes de que fuera atropellada por un auto que se acercaba velozmente.Recuerdo haber estado de pronto rodeado de muchísima gente, mientras un desconocido me decía que me quedara quieto y no se me ocurriese levantarme del piso.
Le pedí a una mujer que se encontraba allí, quién creo a una vecina, que cuidara de Milagros y llamara a la madre. Luego de ver el rostro lleno de lágrimas de mi hija, todo se volvió confuso y desmayé.
Desperté en el hospital con varias quebraduras y golpes por todo el cuerpo.
Pero lo único que me importó fue que Kiara, así el nombre de la nenita, no se había hecho ni un rasguño en el accidente.
La sala en donde me encontraba, se comenzó a llenar de periodistas, camarógrafos y fotógrafos cubriendo lo que sería la nota de la semana: “El héroe que salvó a una niñita de una muerte segura”.
De pronto, recordé lo que había leído en el horóscopo, e intenté aprovechar mis quince minutos de fama. En cada reportaje que me realizaron aquel día, terminaba mirando la cámara, diciendo:
“Te amo Karen, te extraño y te necesito más que nunca”.
Karen, la mujer de la que estuve separado durante más de un año, fue esa misma noche al hospital y luego de hablar durante toda la noche, aclarando tema por tema, decidimos que lo mejor que podíamos hacer era darnos otra oportunidad.
Hoy, nuevamente estamos juntos los tres y deseo que sea para siempre, porque esta es la alegría más inmensa que podíamos darle a Milagros.

-¿Y? ¿Qué piensas?
-Que te creo.
-¿Me estas dando la razón como a los locos? Porque si es así ya me levanto de la mesa…
-No, te creo porque cuando escuches lo que yo te voy a contar, te vas a convencer que tu relato es mucho más coherente que el mío.
-¿En serio? Bueno empieza tu historia, pero primero déjame que le pida al mozo otra cerveza y otro platito de maní… ¡Mozo!...

Vos sabés que nunca le di demasiada importancia a los cumpleaños.
Y no es porque tema envejecer, sino que considero que como los días de la madre, del padre, navidad, reyes, día del niño, pascuas, etc., solo son fechas comerciales que buscan que la gente consuma más, para que el bendito sistema continúe funcionando.
Pero la decisión de dejar de festejar mis cumpleaños, a pesar de las quejas de mis familiares y amigos, no se debió a posturas ideológicas. Lo que me terminó de convencer de tomar esta posición “anti-sistema”, fue un suceso insólito, realmente insólito.
En mi último cumpleaños, luego de la fiesta de rigor con padres, hermanos y amigos, me quedé en mi departamento acomodando el desastre que todos habían dejado y dispuesto a lavar platos, cubiertos, vasos…
Luego guardé los regalos que me habían dado: un libro de autoayuda (urgentemente lo cambiaré por otro), un par de calzoncillos (me hacían falta), una camisa celeste (odio las camisas), una botella de whisky (de la que solo dejaron un cuarto) y un disco compacto sin ninguna etiqueta.
Cuando terminé de limpiar y acomodar todo, ya eran las siete de la tarde de ese domingo. Me preparé un café y puse ese C.D., que no se quién me había regalado, en la compactera de la computadora. Ya podía imaginarme que tipo de música tendría: cumbia o folclore o bolero… Pero para mi sorpresa era música electrónica, bastante minimalista y sonaba bien. De pronto, en ese tema, se escuchó una voz cavernosa y profunda, que por momentos sonaba masculina y en otros femenina.
Sobre ese ritmo machacante, la voz que parecía ser de ultratumba, pronunciaba frases en diferentes idiomas. Incluso me parecían ser estrofas cantadas en latín y otras lenguas muertas. El disco compacto tenía un solo track, pero esa pista duraba los ochenta minutos. En uno de los fragmentos cantados en castellano, repitió un par de veces: “Pronto se apagará la luz…”
Apenas terminó esa frase, la energía eléctrica se cortó y lo más llamativo era que parecía ser que solo mi departamento, de todo un edificio de ocho pisos, se había quedado sin luz. Cuando al cabo de unos minutos la electricidad volvió, intrigado pero a la vez un poco avergonzado por mi curiosidad, encendí nuevamente la computadora para volver a escuchar a ese C.D. Cuando comenzó a sonar nuevamente, percibí que si bien la música era la misma, la letra había cambiado. Adelanté y retrocedí el track, pero en ningún lugar volví a escuchar la parte que cantaba que se apagaría la luz. En su lugar, la tétrica voz pronunciaba otra frase “Y el suelo se moverá…”
Y al acabar de decir eso, el piso comenzó a estremecerse, mientras los libros de la biblioteca y los cuadros y los objetos de la cocina se sacudían violentamente.
Salí de allí y empecé a bajar las escaleras de ese séptimo piso, pero el temblor ya había pasado. Nadie parecía haberse dado cuenta de lo que acababa de suceder.
Me costaba pensar que aquel movimiento sísmico solo hubiese afectado a un departamento, el mío. No me animé a preguntarle a una chica que estaba por subir al ascensor si había sentido el temblor. De todas formas, el semblante tranquilo y cordial que ella llevaba, me indicaba que nada extraño había presenciado.
Volví a mi hogar y esta vez dudé de seguir escuchando ese disco que, vaya saber porque razón, había dejado de sonar.Apreté el play del reproductor de audio y comenzó a sonar otra vez desde el principio.
Esta vez solo se escuchó un largo silencio y subí el volumen para intentar escuchar un suave murmullo que parecía sonar de fondo y de pronto una voz grave semejante al rugido de un león dijo: “Vivirás cinco ros. Nada más…”
E instantáneamente, la luz sufrió un nuevo apagón, que esta vez no duró más que unos segundos. Luego de eso, el disco nunca más volvió a sonar, es más, no entiendo como, pero luego me terminé de convencer que ese compacto se encontraba vacío, virgen, como recién salido de fábrica.
De más está decir que cuando les pregunté a los invitados de mi cumpleaños quién me había regalado ese disco compacto, nadie sabía absolutamente nada de él.
¿Qué no me gustan los cumpleaños? Si, se que suena raro eso en boca de alguien que tiene veintinueve años. Pero en lo que me queda de vida (¿seis años?) no creo que vaya a cambiar de opinión.
-¿Y Flavio? ¿Vos que crees de todo esto que te acabo de contar?
-Creo dos cosas: una, que nos estamos volviendo completamente locos, absolutamente dementes, y otra, que si no voy ya mismo al baño, me orino encima. Y esto lo digo en serio.
-Bueno, anda Marquitos, mientras voy pidiendo otra cerveza, que esta noche hay mucho para seguir contando. Y tomando. ¡Mozo!... ¡Traiga otra!...

FIN