“Todo parece un sueño… o quizás una pesadilla…”
Así se decía a si mismo Claudio Ferreira, con el cuerpo tiritando por los nervios y su conciencia bombardeándolo con imágenes y remordimientos.
En medio de la fría madrugada, él iba conduciendo su auto por un camino que se perdía entre medio de las sierras, un callejón cada vez más fangoso, intransitable debido a esa llovizna fina pero persistente.
Una y otra vez repasaba mentalmente un plan que hasta el momento marchaba a la perfección. Pronto dejaría de ser el “chico de los mandados” de la empresa de su hermano Guillermo, que si bien le había hecho el favor no solo de conseguirle trabajo sino también de un lugar en su casa para vivir, siempre lo trato de forma despectiva y humillante, al punto de considerarlo un inútil y un irremediable fracasado.
Estos hermanos siempre habían sido dos polos opuestos.
Guillermo era un empresario poderoso y triunfador, aunque también corrupto e inescrupuloso. Su empresa constructora llevaba a cabo turbios negocios con los gobernantes de turno, que le reportaban cuantiosas fortunas.
Claudio, el menor, era lo que se conoce como “la oveja negra” de la familia. Su adicción a las drogas y al alcohol y las caídas a la cárcel debido a su comportamiento violento y descontrolado, hicieron que sus familiares prácticamente lo desterraran de la casa.
“Todo va a salir bien” pensaba él en un claro intento de darse ánimo y a la vez de convencerse de que lo que estaba haciendo era lo correcto. En el baúl de su auto se encontraba Guillermo, aún sedado, maniatado de pies y de manos y con los ojos vendados. Dos horas antes, Claudio había aprovechado que los dos quedaban solos en la casa, ya que la familia de su hermano viajaba a Buenos Aires a visitar unos parientes. Sabiendo que Guillermo cada noche tomaba unos calmantes para poder dormir, ingresó al dormitorio cuando él ya se había entregado al sueño y le inyectó un fuerte somnífero sin que pudiera oponer alguna resistencia.
Cada paso lo había realizado con la confianza de a casi imposible que algún testigo pudiera comprometerlo, ya que vivía en una hermosa e inmensa casa que se encontraba en las afueras de la ciudad, teniendo en lugar de molestos vecinos, un frondoso y tranquilo bosque.
“Por fin llegué” suspiró aliviado y dejó el auto al frente de una casucha que había sido abandonada mucho tiempo atrás. Ese lugar lo había descubierto de casualidad hacía ya un par de años, durante un paseo con su novia por las sierras y ambos solían utilizar ese refugio para pasar algunos momentos de intimidad.
Días atrás, había colocado en una cama que se encontraba en esa casa, unas cadenas sujetas a cada una de las patas que terminaban en unas esposas, con el propósito de que las manos y los pies que apresaran estuvieran tan inmóviles que hicieran prácticamente imposible poder escapar de ese lugar.Con mucho esfuerzo, sacó a su hermano del baúl y lo llevó hasta esa cama.
Comprobó que estuviera bien sujeto por las cadenas, acomodó la venda que tapaba los ojos y la mordaza que le había colocado y se marchó del lugar con relativa calma, sabiendo a imposible que alguien lo hubiese visto en ese remoto lugar.
El viaje de regreso se hizo interminable, porque a pesar de que la llovizna había cesado, el barro del camino lo tornaba peligroso, sin contar el riesgo de quedar atrapado en el lodazal, sin posibilidad de pedir ayuda a alguien.
Cuando finalmente llegó hasta la casa de su hermano, comenzó a lavar el auto para que no quedaran rastros del viaje y luego de un café bien cargado, salió rumbo al trabajo. Guillermo, tendría que haber llegado a la oficina una hora después, a las ocho, ingresando junto a los gerentes. A esa hora Claudio entró al baño de la oficina aprovechando que el resto de sus compañeros de trabajo tomaban el desayuno y usando el celular que le había sacado a su hermano, fingiendo una voz ronca, llamó a su cuñada.
“Hemos secuestrado a su esposo. Si lo querés vivo no hables con la policía ni con nadie más de esto. Pronto te daremos instrucciones”.
Apenas dio este mensaje, cortó abruptamente la llamada, para evitar que ella le hiciera alguna pregunta. Guardó el celular y se dispuso a terminar la jornada laboral como si no ocurriera absolutamente nada extraño.
“Pensar que mañana voy a estar lleno de guita y no necesitaré venir más a este laburo de mierda…”
Al mediodía salió de la oficina rumbo al bar, en el cual solía almorzar diariamente.
Verificaba en su mente una y otra vez el plan que estaba llevando a cabo y cada vez estaba más convencido de que todo saldría perfecto.
Tan absorto estaba en sus pensamientos, que al cruzar la calle casi no ve al automóvil que a gran velocidad, estuvo a punto de atropellarlo deliberadamente.
El auto frenó a solo centímetros de su humanidad y cuando Claudio, aún conmocionado, estaba a punto de lanzarle un insulto al conductor, dos personas bajaron rápidamente del coche y amenazándolo con armas de fuego lo hicieron subir violentamente.
“Quedate piola o te matamos, solo queremos cobrar la guita que vamos a pedir por vos”. Claudio inmediatamente se dio cuenta de lo que estaba sucediendo.
Lo habían confundido con su hermano, y en ese momento, el también estaba secuestrado. ¿Quién iba a aclarar la situación? ¿Quién iba a pagar el rescate? Él se resistió como pudo y comenzó a gritar como loco, logrando llamar la atención de unos ocasionales transeúntes. Cuando los secuestradores se dieron cuenta que la situación se estaba complicando, uno de ellos disparo su arma en la cabeza de Claudio y lo dejaron tirado en el medio de la calle, para luego huir velozmente del lugar.
La gente comenzó a rodear el cadáver aun tibio, sin poder creer lo que acababan de presenciar.
Ante estos desgraciados sucesos, la familia Ferreira pensó que el secuestro de Guillermo y el asesinato de Claudio estaban relacionados, y no descartaban que se podía tratar de algún tipo de venganza contra ellos, aunque desconocían cual podía ser el motivo para que llevaran a cabo tan horrible proceder.
Recién al mes, lograron encontrar el cuerpo de Guillermo.
Luego de muchos años de ausencia, el dueño de aquella casa volvió al país luego de haber estado viviendo durante tres años en España. Regresó solo para vender esa propiedad y cuando se llegó hasta esa casucha para refaccionarla, se llevó una espantosa sorpresa.
Apenas abrió la puerta se encontró con esa macabra escena.
El cadáver, en avanzado estado de descomposición, se encontraba encadenado a la cama, con la venda aún tapando los ojos y la mordaza colocada sobre la boca.
Algunos especialistas opinaban que Guillermo había muerto de hambre y de sed. Otros, un poco más "optimistas", si vale el término, pensaban que quizás él no había sufrido, ya que la causa de su deceso había sido la combinación de los sedantes que solía tomar con los narcóticos que le habían sido inyectados. De esa manera, la muerte le habría llegado mientras dormía.
Hoy los hermanos Ferreira se encuentran unidos, tal vez como nunca lo supieron estar mientras contaban con vida.
Ahora sus cuerpos descansan uno al lado del otro, en un coqueto y exclusivo cementerio privado, ubicado en un paradisíaco paisaje de las sierras cordobesas.
FIN
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