Obra de Rocío Tisera

martes, diciembre 12

La vigilia

Dormía placidamente en una cama ubicada en un rincón de una habitación blanca y absolutamente desprovista de algún otro mueble o elemento decorativo.
Un crujido, que parecía provenir de algún lugar frente de mí, me despertó sobresaltándome y me quedé en silencio, expectante, aguardando escuchar algo más que me ayudara a adivinar de qué se trataba ese ruido. Pero de pronto la puerta que se encontraba en diagonal de la cama, se abrió y alguien encendió las luces de la habitación dejándome encandilado con las brillantes lámparas. Ante mis ojos aparecieron primero un arma, después la mano que la empuñaba y luego alcancé a distinguir la silueta de ese extraño que se perdía en la penumbra que había tras el umbral. Sentado en la cama y con la frente en alto, cerré los ojos y simplemente esperé que aquello sucediera.
Escuché el estallido del arma e inmediatamente alcancé a sentir un fugaz ardor en mi pecho, pero poco después todo dolor desapareció. Me sentí liviano, como si flotara o desapareciera, todo en cámara lenta.
Sin abrir los ojos en ningún momento, tuve un pensamiento que resonó como un eco interminable en mi interior: “¡Me estoy muriendo!”.
Simplemente, luego de eso, desperté.
Pasaron los años y ya había logrado olvidar por completo esa terrible pesadilla.
Hasta este momento.
Hace un par de horas, acabo de llegar a esta ciudad para cerrar un importante negocio para mi incipiente empresa y, como aún no cuento con mucho dinero, me hospedé en una habitación de un modesto hospedaje. Me recosté un momento sobre la cama y me pareció tener un “deja vú” al ver esa habitación blanca, absolutamente iluminada y curiosamente vacía de otro mueble que no fuera la cama en donde me encontraba recostado.
Me puse de pié de un solo salto y fui hasta mi valija, que había quedado tirada en el piso. Revolví mi mano entre las cosas que llevaba allí, hasta dar con lo que estaba buscando. Apagué las luces y rápidamente volví a acostarme. Me tapé con esas blancas sábanas hasta la cabeza, sin dejar en ningún momento de sujetar firmemente mi revolver.
Ya deben ser más de las tres de la mañana y aún no consigo conciliar el sueño.
Me mantengo en vigilia, esperando encontrar algún indicio, aguardando espantado aquel ruido que me indique que aquel sueño que tuve hace mucho tiempo, hoy, increíblemente, se está volviendo realidad.

FIN

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