Maldita costumbre la que posee nuestro temperamento: facilitarnos prontamente en los momentos más tensos de esas palabras que más hieren, de otorgarles a nuestros labios un arsenal de frases, listo para ser usado y así lastimarnos, y distanciarnos, cerrando con ello todas las puertas, cortando de esta manera cada camino. En cambio cuando se intenta reconstruir la armonía, tan lenta y cuidadosamente como a una torre de naipes, o cuando simplemente se intenta transmitir la felicidad que nace de la compañía, de la unión y del afecto, la boca se vuelve un inmenso desierto y los silencios abundan como la misma arena. Ese absurdo orgullo, mientras más intenta aparentar ser fuerte más nos sigue debilitando ante esa inevitable y ruin rutina, que nos enceguece, nos anula y nos impide apreciar en todos sus detalles, ese paraíso, ese hermoso cielo, oculto y deslumbrante, en el que habitualmente solemos encontramos tu y yo.
Una nueva ocurrencia
Hace 6 días.
1 comentario:
Gustavo:
¡Muy interesante!
Creo que este corto de Jan Svankmajer te va a gustar:
Dimensiones del diálogo
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