La bala se encuentra tranquila, somnolienta, mientras descansa recostada en el tambor del revólver. De a ratos, sonríe inocentemente, como suelen hacerlo los bebés cuando sueñan (¡vaya uno a saber con que!) entre los cálidos y cariñosos brazos de la madre. La bala sonríe, quizás imaginando el momento en que tú, tan lenta como despreocupadamente, te cruces en su camino marchando con una alegría casi idiotarumbo a su encuentro. Ella sonríe, por que sabe que no desaprovechará esa oportunidad única de probar el sabor de tu tibia carne. Tú caminas sin imaginar el final y nunca recordarás cual fue tu último pensamiento, tu último deseo, tu última palabra. Tú caminas hacia a ella, sin darle importancia al momento en que la bala gritará un estallido y todo, súbitamente, letalmente, entrará en calor hasta convertir el escenario de la calle en un infierno. De pronto, ella abre la boca de su rostro de plomo, mientras corre hacia ti como un rayo para saborear la sangre, tu sangre, que comienza a catar como a un vino añejado, apreciando su buen color, su exquisito aroma, su fina textura. Algunos pueden decir que todo se debe simplemente al azar o que es parte del caos universal o que todo está prefijado por el destino. Lo cierto es que tanto a ella, como a sus millones y millones de hermanas, muy pocas veces les falla la intuición. De hecho, en este momento, esa bala encontró un nuevo lugar para seguir durmiendo, ahora ya con la satisfacción de su trabajo realizado. La bala ahora sigue soñando, vaya uno a saber con que, sobre el colchón, ya no tan cálido, de las entrañas de tu cuerpo.
Una nueva ocurrencia
Hace 6 días.
1 comentario:
oopps! Fuerte el texto, pero magnífico. Me recuerda algo que leía en las novelas de cowboys "Hay una bala que lleva tu nombre..."
Me encantó, y me encanta que estés actualizando más seguido. Un beso Graciela
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