Tengo un arma apoyada en mi sien. Estoy transpirando copiosamente y a pesar de todo siento frío, un frío que me hace tiritar. La mano que sostiene ese arma no me es extraña, es mi propia mano, mi mano derecha, y mi intención no es precisamente la de suicidarme. Llegué a este terrible punto porque hice todo mal en mi vida, perdí todo lo que tenía, todo lo que más amaba, hasta mi familia. Y todo fue por culpa de mi suerte esquiva en los juegos de azar, por mi irresistible vicio que me lleva a la perdición de las quinielas, los casinos, las carreras de caballos, las riñas de gallos y de perros, y todo lo que signifique realizar apuestas de todo tipo y por cualquier monto. Ahora he llegado al extremo jamás pensado, estoy por jugar mi vida. Aunque en realidad, creo que de vida tengo muy poco, ya que me siento muerto desde mucho antes, desde aquel día en que mi esposa se marchó de casa con mis hijos, cansada de que derrochara todo mi sueldo en la timba. Los extraño muchísimo, aunque en el fondo reconozco que conmigo no tenían mucho futuro. Y menos ahora, que tengo el caño del revólver acariciando mi cabeza con una bala que está dispuesta a saltar en cualquier momento. Muchas escenas pasan por mi mente en este instante y eso me preocupa porque muchas veces he escuchado que eso le sucede a la gente que está a punto de morir. Y yo no quiero morir, es más, nunca he valorado la vida tanto como ahora, nunca he estado tan conciente de cuanto daño he causado a las personas que más amo, todo por culpa de esta maldita enfermedad que me mantiene atado al juego, adicto al azar y a sus peligros. “¡Dale puto, tirá!”, me grita mi contrincante con el rostro desencajado y los ojos a punto de salirse de sus cuencas. Todos los maleantes que se encuentran allí festejan con sorna sus palabras. Pero se que él tiene tanto miedo como yo. Así es la ruleta rusa, mucho dinero de por medio, pero mucho además en juego. Y llegó mi turno de jugar. Suspiro profundo, cierro los ojos y aprieto el gatillo. En mi imaginación estalló un disparo ensordecedor, pero en realidad solo había sido un clic, un simple y hermoso clic. Sonreí, y el alma me volvió al cuerpo. Bajando el arma, la deposité firmemente sobre la mesa, acercándosela a ese pálido hombre que se encontraba frente a mí. “Tu turno”, le dije de manera natural. Le tocaba disparar a él, y si no lo hacía, los matones que se hallaban en ese antro lo harían por él. Pero no hizo falta. Ese tipo, solo un extraño para mí, tomó el arma con rapidez, como para no pensar mucho lo que estaba haciendo, la colocó contra su sien y disparó. Y se voló los sesos al frente de todos. Nadie hizo mucho escándalo, salvo los gritos de alegría de los que habían ganado, entre los que me incluía. Dos gigantes del personal de seguridad del lugar, tomaron el cuerpo sin vida del perdedor y lo arrastraron hasta la salida, desembarazándose de él. Los coimeados policías terminarían de limpiar la zona. Al fin y al cabo solo fue un suicidio. Yo, por mi parte, tomé el dinero que me correspondía, pagué todas mis deudas a aquellos mafiosos y me alejé de allí lo más deprisa que pude. Este fue el final de mi carrera como apostador. Ahora me queda lo más difícil, que es intentar recuperar mi vida. Pero se que lo lograré. Te apuesto lo que quieras.
2 comentarios:
Muy bueno. Hay que apostar algo que valores. Si no es un coñazo.
esto me puso a temblar!!! hace mucho que no entraba por eso ando comentando en entradas viejas... que fuerte!!!!
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