De tanto gritar: “¡A coger que se acaba el mundo!” (o si mejor prefieren: “¡Hagamos el amor que se acaba el mundo!”) ante cada falsa profecía apocalíptica que aparecía en los medios de comunicación, el planeta finalmente terminó por destruirse, no por cataclismos cósmicos, ni hecatombes internacionales, ni castigos divinos, sino por culpa de la sobrepoblación mundial...
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