Obra de Rocío Tisera

viernes, octubre 10

La boca del sol


Hubo un momento en mi vida que no entendía lo que me sucedía, ni siquiera podía saber quien era yo. No comprendía porque mientras una multitud de gente me vivaba y me adoraba, a la vez había otra gran cantidad de personas que me insultaba y me atacaba. “Quizás soy un tirano, un dictador, algún político importante”, me decía, pero yo no sabía bien ni lo que estaba pasando, ni quien diablos era yo. Había gente que me esperaba, gente que me seguía y también gente que se alejaba y me echaba. Personas que me ofrecían lo poco que tenían, y otra que me trataba como un ladrón. Si, debía ser una autoridad importante, lo suficiente como para que el pueblo me reconociera y me tratara como tal, pensaba por entonces. Claro, mis partidarios me aman, los opositores quieren mi muerte. Por eso mientras algunos me regalaban flores, otros me tiraban piedras…
El tiempo fue pasando, y poco a poco comencé a entender cada vez menos.
Un día, una turba enloquecida se acercó hasta donde estaba acampando y empezó a atacarme salvajemente, me llevaron injustamente detenido y me torturaron salvajemente hasta el límite en donde una persona puede llegar a tolerar. No morí de puro milagro. Mi piel se deshacía en pedazos luego de tanto latigazos y golpes. Mi sangre cubría mi cuerpo. Pero yo no había perdido las esperanzas. “La gente que me sigue, que es mucha, luchará por mi liberación y si estos malditos no me liberan, ellos, mi gente, harán una violenta revolución en mi defensa”. Pensaba muy ingenuamente, pero no, para mi desesperación eso nunca sucedió. Nadie se acerco a mí, y los que me conocían, con mucha cobardía fingieron no haberme visto nunca. Ellos, que juraban dar la vida por mí y por la causa, me traicionaron sin sentir nada de culpa. Por esa causa es que el pueblo ha vivido toda su historia sometido. El miedo puede mucha más que la convicción. Entonces, quizás por lo que estaba sucediendo, tal vez por el efecto de los múltiples golpes, nuevamente comencé a dudar y a no entender que estaba sucediendo y quien era yo. “Debo haber sido un sangriento revolucionario, un guerrillero, o un vulgar delincuente”, pensaba, mientras gente extraña se acercaba hasta donde yo me encontraba detenido para insultarme, escupirme y golpearme. “Debo haber sido una mala persona, una muy mala persona”, me decía, cuando un soldado grande y fornido me dio una furiosa patada entre las costillas que me hizo dar vuelta, dejándome de cara frente al sol…
El sol brillaba con toda su plenitud en medio de un cielo azul. “No recuerdo mi nombre”, murmuraba con un hilo de voz, “ya no se quien diablos soy”, me repetía entre susurros, mientras intentaba tragar esa mezcla de saliva, tierra y sangre. De pronto, mi mirada borrosa, mis ojos casi cerrados y ciegos, alcanzaron a ver algo tan extraordinario que al principio me hizo creer que todo se trataba de una ilusión, de un espejismo. El sol, ese mismo sol que yo contemplaba tirado en el suelo, abrió unos bellos ojos y una boca gigantesca apareció en él. “Tu eres Jesús”, me dijo el astro imponente, sin que ninguno de todos los que estaban allí pudieran escucharlo. “Yo soy Jesús”, murmuré satisfecho, “yo soy el Mesías”, me dije en forma decidida, y allí todo comenzó a tener sentido para mí. Recién en los últimos momentos de mi existencia terrenal, pude enterarme quién era yo. Mientras tanto, la gente seguía escupiéndome e insultándome, a la vez que los soldados recibían por fin la orden de traer los clavos y los pesados maderos.

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