Obra de Rocío Tisera

jueves, septiembre 14

Arte (de Karina Zanardi)

Ellas aparecieron en la entrada del museo cuando faltaban solo algunos minutos para la hora del cierre. Se mostraron algo dubitativas al momento de ingresar, pero luego de hacerse un par de miradas cómplices y algunos susurros en el oído, terminaron de convencerse y entraron rápidamente a la exposición.
Esas jóvenes figuras, cuyas edades rondaban aproximadamente los veinte años, no podían evitar ser el centro de todas las miradas de la platea masculina. Y no era para menos.
Eran realmente bellas.
Una de ellas, la a levemente más alta, llevaba el cabello oscuro y ondulado a la altura de los hombros. Era además algo más delgada que su amiga, aunque su blusa roja y su breve minifalda sugerían curvas marcadas y sensuales. La otra joven, quizás más linda aún, impactaba por el color rojo de sus largos cabellos, que combinaban con el rouge de sus carnosos labios. Tenía ojos claros y una mirada que no sabría describir entre e intimidante. Sus jeans ajustados y su musculosa blanca, la mostraban como la más informal de las dos, pero no por eso, la menos atractiva.
Caminaban bien juntas, a veces tomadas de la mano y constantemente se sonreían con algo de picardía, cada vez que terminaban de murmurarse algún secreto entre medio de la gente.
Mientras el resto de los visitantes observaban detenidamente cada cuadro de Raúl Soldi, cada paisaje de Malanca, ellas dos se contemplaban mutuamente, como si fuesen ellas las verdaderas obras de arte que allí se exhibían, como si fuesen hermosas esculturas vivas, predispuestas a ser disfrutadas en total plenitud por cada uno de los sentidos.
Cuando a los pocos minutos llegó la hora del cierre, la gente se fue retirando lentamente; algunos intentando realizar algún inteligente comentario sobre las obras de arte allí expuestas, otros en cambio, debatiendo sobre lo que cenarían, o sobre el partido de fútbol que transmitiría la televisión esa noche o sobre cualquier otro tema banal.
Quizás solo un par de muchachos adolescentes se retiraron del lugar comentando, sin poder disimular la excitación, sobre como esas dos chicas se insinuaban y jugaban entre ellas, a la vista de todos, de una manera erótica y sensual.
Pero no todos los visitantes salieron esa noche de la exposición.
Esas dos hermosas mujeres quedaron dentro del museo, ocultas dentro de una inmensa instalación de un joven artista, que representaba un tanque de guerra construido íntegramente con latitas de Coca Cola y los cartones de varias “Cajitas Felices”.
Solo cuando las dos estuvieron seguras de que todos se habían marchado del lugar, se animaron a abandonar ese práctico escondite.
Suavemente se recostaron sobre la dócil alfombra que simulaba ser la piel de un oso blanco y que formaba parte de otra instalación, cuyo tema central era la conciencia ecológica o algo por el estilo.
Ese fue el sitio que eligieron para materializar sus fantasías es más reprimidas.
Semiocultas en la penumbra, jugando entre las sombras, una de ellas comenzó a besarle el cuello a su compañera, mientras la respiración de ambas aumentaba segundo a segundo. Luego le tomó la cara con sus nerviosas manos y abriendo apasionadamente su boca, sumergió su lengua tibia y deseosa en el más excitante de los besos. Mientras sus labios chocaban y se estremecían desenfrenadamente, sus senos se rozaban con intensidad, como queriendo adentrarse una en la otra y fundir así, para siempre, sus cuerpos.
Luego comenzaron a quitarse muy lentamente sus ropas, que de por si ya no eran muchas debido al intenso calor de esa noche de verano. Las prendas comenzaron a caer deprisa al suelo, como si ya no las soportaran más, como si estuvieran a punto de arder por tantas ganas que sentían. Luego comenzaron a acariciarse, entremezclándose el sudor de ambos cuerpos desnudos, besándose incansablemente los pechos. Sus pezones estaban tan erectos, tan mojados, tan ardientes…
Eran tantos los besos que aquellas mujeres se daban, eran tantas las ganas que se habían despertado en sus s, a inevitable que minutos después, una de ellas comenzara a deslizarse por el vientre de su amiga, con su cálida lengua, lamiendo cada milímetro de piel, casi como queriendo marcar su territorio. Así, su boca resbaló por el ombligo, por el pubis, por la … y las dos explotaron de placer cuando se produjo el primer contacto de la lengua y el tibio y agitado aliento, con el húmedo clítoris. Fue una especie de shock eléctrico, que les hizo contraer espontáneamente los músculos de la entrepierna.
Se amaron tanto, de forma tan animal, que en ningún momento se sintieron inhibidas, ni se preocuparon de ser observadas por alguien. Ellas estaban tan absortas en su apasionado mundo, que nada fuera de el podría sacarlas de ese erótico trance en el que había caído. Después de cuarenta minutos de amarse intensamente, esas bellas mujeres quedaron tendidas, exhaustas y totalmente satisfechas, en el frío piso del museo.
Fue en ese momento, cuando sentí un fuerte estremecimiento en el interior de mis testículos y el semen comenzó a manchar mis pantalones. Quedé tendido sobre la silla, recuperando la respiración, mientras observaba a través de los monitores del circuito cerrado, como esas dos beldades se habían quedado rápidamente dormidas, satisfechas de haber cumplido sus sueños más prohibidos. Hice un último acercamiento con la cámara, un primerísimo plano de esos cuerpos aún desnudos, y me dirigí hacia ese sector para despertar y echar del museo a esas dos jovencitas intrusas. Debería haber llamado a la policía, tal como lo marca el reglamento, pero me hubiese comportado como un verdadero desagradecido.
Ellas, obviamente sin saberlo, habían logrado hacer realidad mis fantasías más perversas.
Ser guardia de seguridad, más allá de la mala paga y de las jornadas de doce horas, muchas veces sin francos semanales, tiene sus cosas buenas.
Sin lugar a dudas, una de ellas fue esta.

FIN

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